sábado, mayo 29, 2021

El Espejo De Mí Vida - Capítulo 88

 

Dejé las figuritas del pesebre y me las quedé mirando una a una, en un arrebato de furia, las tiré todas dentro del pesebre. Gabriel estaba a mi lado, simplemente observando. Entonces agarré un burro y me lo quedé mirando directamente a los ojos de plástico y un sentimiento me surgió dentro del corazón, sentía lo que quería la figurita y lo coloqué comiendo pasto en el bosque, al otro lado de dónde realmente estaba. Luego agarré un pastor y le puse bajo la sombra de un árbol, y así con todas las figuras, todas se cambiaron de sitio.

-        Fíjate en esto, Gab. – le dije.

Con la mano le dije que se viniera a mí lado y se agachara, cerca del pesebre, le puse los dedos delante de sus labios para callarlo y solo podía observar.

-        Ellos mismos nos contaran su historia.- dije y nos quedamos en silencio.

Poco a poco las figuras empezaban a cobrar vida y se movían solas, la historia si le permites ser escuchada, ella misma te contará sus secretos.

El resto de las navidades fueron como siempre, aunque ya no vivía la misma intensidad la cabalgata de los Reyes Magos, seguía esperando el momento para compartir con los tres Maestros Ascendidos Universales para darles mis tres deseos. Como cada año, fui a casa de la abuela Filo a poner la bandeja en el salón, pero mi abuela me dijo que fuera a aquel cuarto al lado del suyo a buscar en el armario la bandeja. Me fui sin la compañía de nadie, incluso Uriel no estaba conmigo, se quedó en el salón-recibidor esperando noticias mías.


Abrí el armario que ya sabía dónde era, la costumbre de casi pasarme media semana en esa casa, sabía dónde tenía casi todas las cosas. Agarré la bandeja, cerré la puerta del armario y en cuanto me puse a caminar hacia el salón de nuevo, escuché cómo si se hubiese caído algo en el suelo, me giré y me quedé atónita. En medio de la habitación, en el suelo había una figura del pesebre de la abuela sin explicación ninguna. Me agaché, lo agarré y me lo llevé, curiosamente era el caganer, la figura que solo ponemos los catalanes, consiste en un señor con barretina y que fuma pipa, que está agachado cagando.

-        Iaia mira lo que me he encontrado en el cuarto de la plancha.- le di el caganer.

-        ¿Qué hacía eso allí? ¡Corre ponlo en el pesebre!- me ordenó.

El pesebre lo tenía en el salón, no se entendía porque había recorrido casi 50 metros él solito. No le di mucha importancia, hasta que al día siguiente, tras ver la bandeja llena de regalos, me fui al cuarto de la plancha a dejar la chaqueta y me volví a encontrar en el suelo de la misma forma que el día anterior al caganer. Lo volví agarrar y sin decirle nada a la abuela, lo volví a meter en el pesebre. No entendí qué pasaba con esa figura, pero parecía tener vida propia.

Ese año les había pedido a los reyes magos un carrito de bebé para transportar mis muñecos y llegó en casa de la abuela. Me había puesto de acuerdo con mi prima Sofía de pedir ese carro de bebé, porque queríamos salir juntas con nuestras abuelas, simulando ser mamás de dos muñecos. Nunca me llevaba juguetes cuando iba por la calle, tenía mis juguetes en casa, y más en casa de las abuelas, porque en ese tiempo pasaba mucho tiempo allí y jugaba a muchas cosas, en casa de la abuela Filo pedía juguetes para que se quedasen allí y así jugar con ella. Me daba vergüenza llevar juguetes por la calle, sé que para los niños es algo normal que a veces van con un peluche o un muñeco pero en mi caso me daba vergüenza.

Durante el almuerzo en familia, la abuela me había puesto al lado de ella y de Líon, le había pedido días antes si era posible estar cerca de Líon y ella aceptó. Se me hacía demasiado pesada la sobremesa sin jugar con mi primo, que por lo menos tenía las ganas de jugar conmigo. En un momento de aburrimiento, me levanté de la silla y me fui al sofá a tumbarme, de repente, me vi envuelta en una guerra de almohadores porque Líon empezó a lanzármelos y yo me tenía que defender. ¡Fue divertido!

-        ¿Has practicado el Kung Fu?- le pregunté.

-        Si, ¿quieres practicar?- dijo Líon.

Le acepté la propuesta, nos quitamos los zapatos y delante del sofá, mientras que los demás familiares seguían hablando en la mesa, nos pusimos a entrenar, apartamos las mesillas del salón y empezamos. Sin darnos cuenta, Guillem y Eduard se pusieron a observarnos. Aunque les parezca que Líon no tuviera ni idea, él sabía esas artes por sus vidas anteriores dónde nos hemos encontrado en cuatro y hemos sido amigos fieles hasta el fin de la eternidad. Le llamo Líon aparte porque ese es su nombre universal, pues en la primera vida que lo conocí, yo era un Lobo de Montaña y él un León. Por eso los Lobos y los Leones me encantan.

Hacía un mes y medio que una noche en que mi padre me vino a buscar a casa de la abuela, apareció de la nada mi tio Quim y su hijo mayor Líon, allí en la cocina delante de la heladera nos juramos ser amigos hasta el fin de la eternidad, hicimos la promesa inquebrantable que en la actualidad seguimos manteniendo, aunque las relaciones a veces tomen distancias por su propio bien.

Me fui con el carro al cuarto para ponerme los zapatos nuevos, en cuanto la práctica llegó a su fin, él me enseñó unas llaves que todavía no había tenido el placer de practicarlas en los entrenamientos. Entonces, de nuevo en el suelo encontré la figura del caganer en la misma posición que las otras dos veces.

-        ¿Qué te pasa figurita?- le dije al objeto inanimado.

Uriel me acompañaba en ese momento y le conté lo que pasaba con la figurita, pero tampoco lo entendía. Entonces sin explicación ninguna, apareció una brisa que atosigaba mi pelo y el de Uriel, la brisa venia del centro de la habitación, la puerta se cerró de golpe acompañado de un ruido estrambótico.

-        ¿Qué pasa?- le dije, me aferré a la mano de Uriel, tenía miedo.

-        ¡No lo sé! Seas quien seas, ¡da la cara! – le gritaba al viento.

Entonces me quedé tan sorprendida que parecía un sueño, en medio de la habitación apareció un señor viejo, medio calvo, con gafas oscuras y antiguas, iba vestido con camisa y pantalón de abuelo, y sonreía.

-        ¿Quién eres tú?- le pregunté tenía demasiada curiosidad.

-        Me llamo Josep y soy tu abuelo, el esposo de Filomena, y el padre de Quim y tu padre. – se identificó.

Atrás en la pared de corcho vi una fotografía de él y mi abuela juntos, realmente era quién decía ser, pero él estaba muerto por casi ocho años, murió un año antes de mi nacimiento.

-        Pero tu… tu… tu… ¡estás muerto!- le dije intentando comprender.

-        Así es, querida. – dijo con una sonrisa y señalándose a sí mismo.

-        ¿Cómo es posible?- susurré.

-        Mejor pregúntame algo que ya no tengas la respuesta tú misma, Laia. Llevo un tiempo queriendo contactar contigo, pero no entendías mis señales. Hasta esta. – dijo señalizando la figurita.


Entonces recordé la aparición de Tulio, hacía tiempo que no me sucedía algo así, pero ¿también era posible en personas? ¿Por qué me había tocado hacer ese trabajo? Tenía tantas preguntas en la cabeza que me quedé en silencio mientras que mi abuelo Josep me estaba mirando, por su expresión me dio la sensación de que sus intenciones eran buenas, quizás necesitase algo de mí, algo como hablar con alguien que era lo que había pasado con Tulio. Pero la muerte de él había pasado hacía casi ocho años.

-        ¿Llevas ocho años rondando por aquí?- le pregunté.

-        No, no soy un espíritu perdido. Te busco a ti para que me ayudes en una cosa.- dijo mi abuelo.

-        ¿En qué?- le pregunté sin pensarlo antes.

Entonces me acerqué a él y empezó a decirme lo que quería, lentamente me fui calmando y adaptando a esa clase de “apariciones”. Acepté ayudarle, pero su promesa no era para un asunto pequeño, era para algo que no sabía cuanto tiempo duraría, pero de todas formas acepté su petición y prometí acatar sus condiciones en todo momento.

-        Bien. Me irás viendo por esta casa y entonces verás qué debes hacer. Ahora me tengo que ir, viene ella. – me advirtió mi abuelo.

-        ¡No te vayas, abuelo! – dije pero alguien llamó a la puerta y sin decir nada se abrió era mi abuela que iba con una cámara de fotos.

-        Laia, ¡venga ponte al lado del carrito, te voy a tomar un par de fotos para el álbum! – dijo, le hice caso.

Mi abuelo se sentó en una de las sillas del fondo de la sala, mientras que la iaia Filo se acercaba a la mitad de la habitación para tomarme una foto, junto al carrito y los zapatos nuevos que los reyes magos me había traído la noche anterior en mi casa. Al terminar, le di un abrazo, entonces nos fuimos hacia el comedor con todos, antes de irnos del cuarto le saludé a mi abuelo susurrándole un bonito “adiós” él con una sonrisita me dijo “nos vemos”.

Al regresar al comedor, encontré a mi tio Quim y mi padre que hablaban de su abuela Roser, de algunas anécdotas que ella hacía antes de morir en el año 1981 en esa misma sala, cuando antes de las obras, el comedor era en realidad un dormitorio más.

-        La iaia Roser era sorda y tenía un aparato muy viejo, dónde se ponía un auricular en la oreja y del cuello le colgaba una especie de aparato, en plan Walkman dónde para hablarle le tenías que hablar en el aparato. Lo que pasa es que la mayoría de veces lo mantenía apagado para no escucharnos, y le decías <iaia baja el volumen de la televisión> y ella tan pancha.- comentó mi padre todos nos poníamos a reír.

Me encontraba en el sofá, de rodillas apoyando los codos en el respaldo, observándoles. Me reía mucho cuando hablaban de cosas graciosas de los familiares que ya no estaban entre nosotros. De repente noté una brisa inexplicable a mi derecha, me fijé y vi unas manos arrugadas encima del respaldo, miré y vi a una señora mayor con el pelo recogido con un moño canoso, una bata negra hasta las rodillas, sonreía aunque de la oreja le colgaba un aparato de escucha. ¡Dios santo era mi bisabuela Roser! También estaba deambulando por allí, durante mucho tiempo le tuve miedo a la casa de la iaia Filo, aparecían muchos muertos y todos familiares, incluso un día conocí a la Tía Mercè y a la Tía Filomena, que eran tías segundas de mi abuela. Pero todos tenían un aura de luz blanca alrededor, eso quería decir que no eran espíritus perdidos, sino que venían de permiso, desde lo que nosotros llamamos más allá

Recomendación: Shadow Hunters - Netflix.

HR.

HERO&Corporation.

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