Pensaba que eran solo habladurías, pero hace poco supe que no, que todo esta mala relación con mi papá fue debido a que esa misma tarde de las notas, mi padre tuvo la primera entrevista con la DOLORES, y me enteré hace muy poco tiempo, por una revelación del propio universo (que jamás me ha mentido y nunca me miente) que la DOLORES amenazó a mí padre con llamar a servicios sociales, si a mí no se me metía más en la bañera porque simplemente tenía la cara llena de granos y le daba asco mirarme o estar cerca de mí… y luego decía la excusa de que apestaba a humo.
Viví una versión de mí padre muy oscura, pero no terminó al cambiar de curso, no, siguió hasta el año anterior en el 2024, cuando pudimos limar las perezas.
Sin amigos, sin padres cómplices, una guerra absurda con una profesora que las tenía conmigo como si yo le hubiese matado en otra vida (no era ese el karma que teníamos). Sola. Estaba completamente sola. Ningún humano, me quería tener cerca. Solo mí abuela y el tiet Josep, querían mí compañía. Por eso me refugié tanto, tanto, tanto en Gabriel y Uriel, mis hermanos.
Estaba en modo supervivencia, me despertaba a las ocho menos cuarto de la mañana, iba al baño a asearme, me vestía, me tomaba un colacao, agarraba la mochila y para el colegio a las ocho y media. Entraba por la calle San Antonio (tenía que entrar por el pabellón pero yo pasaba de dar tanta vuelta), subía las escaleras, giraba a la izquierda en el primer piso y la segunda clase a la izquierda, entraba a clase, iba a mí sitio en silencio, me sacaba la mochila, la colgaba de la silla, me sacaba la chaqueta y la colgaba del perchero del fondo, iba a la taquilla dentro de la clase, introducía el código, agarraba algunos libros de otras materias que no teníamos tarea, y luego me quedaba sentada en mi lugar de clase.
Las horas eran demasiado largas, y el patio también, ese curso ya no jugué con las marroquinas, me sentaba en una ventana dónde tocaba el Sol y desayunaba al lado de Uriel y Gabriel, rodeada de palomas.
Al mediodía, dejaba la mochila en clase, solo agarraba la billetera con las llaves de casa, me iba a casa la abuela, y la primera vez en toda la mañana a quién le decía algo era a ella, a mi abuela Filomena y al tiet Josep. A pesar de sentirme hundida emocionalmente, en casa de la abuela me sentía feliz, querida y escuchada.
Ayudaba a la abuela a llevar la comida a la mesa, ella servía los tres platos, el tiet Josep ponía las noticias (era fanático), hablábamos un poco del día y de las inquietudes, al terminar de comer, como todavía quedaban treinta minutos, al recoger la mesa, mí abuela y yo nos íbamos a la terraza aprovechando esos rayitos del Sol en Octubre casi Noviembre, para jugar a la comba.
- ¡Venga, Laia, tienes que ir al colegio!- decía la abuela.
No quería pero tampoco podía evitarlo, así que el tiet Josep me acompañaba (ya no era una obligación de como cuando iba a primaria, pero me alegraba tener compañía y seguir hablando), siempre nos deteníamos a la fuente de la Madre de Dios, a que bebiera agua, y luego por el Enric Delaris hasta el Jabs y después la calle San Antonio de nuevo, él se iba a dar una vuelta y yo me iba a la tortura de vuelta.
Subía las escaleras, giraba a la izquierda en el primer piso, la segunda puerta a la izquierda, entraba en clase. Dejaba la billetera en la mochila, iba a la taquilla a buscar los otros libros, me sentaba, y así hasta las cinco de la tarde.
Si era lunes y martes iba al Tangram a las cinco y media, allí con el Jordi era otra historia porque él siempre quería charlar se llevaba muy bien conmigo. Fue allí, cuando hice migas con el Arnau (el que ahora es el alcalde). Aunque él estaba en primer y yo en segundo, es un chaval muy majo, me cae bien.
Los días que no me tocaba ir al Tangram, llegaba a casa, no había nadie todavía, me quedaba con el Bilbo a jugar o a veces íbamos a dar un paseo si el mediodía no podía, pero nunca íbamos a lugares donde supuestamente podrían estar los del colegio. A las siete llegaba mamá, me cambiaba de canal así por el morro, se ponía sus series y ¡ala! Ya no existía, así que yo me iba a la habitación con el Bilbo (que él quería ir conmigo a todas partes).
A la hora de cenar, la tele encendida, las noticias de las nueve, papá y mamá hablaban y hablaban pero nunca me preguntaban nada del día, ni nada, solo que viniera a comer y ya. Al terminar, me iba a la salita a ver algo en la tele una serie una peli, pero llegaba papá, se apoderaba el control y yo le seguía sus gustos. Se quedaba dormido… y a las doce de la noche, me iba a dormir. Y al día siguiente igual.
Una vez en la cama, miraba el techo, veía a Gabriel, le miraba a los ojos, él me daba un besito en la frente y simplemente me giraba para la pared y enroscada conmigo misma me ponía a llorar de tristeza y soledad. Entonces, sentía como Gabriel se metía en la cama, me abrazaba y Uriel también. Bilbo empezó a dormir conmigo todas las noches, sentía el dolor que tenía y me consolaba mucho su compañía
¿Por qué mis compañeros no me querían? ¿Por qué tenía que sentir este dolor tan profundo en el pecho que aún me tortura en el presente? ¿Hice algo que no les gustó? ¿Vieron algo que no debieron ver?
La vida que elegí tener, siempre ha sido complicada a los ojos de las personas humanas, ¿quién aceptaría en el 2006 para el 2007 que alguien pudiera viajar a Agartha y estudiar para convertirse en Alquimista? Dos vidas en una misa vida, dos caminos entrecruzados en dos hemisferios dimensionales diferentes… ¿Quién podía entenderlo?
No me sentía una elegida, si una elegida es vivir este infierno. Pero vivir en consciencia, saber distinguir las dimensiones y viajar a través de ellas, no tenías que ser más inteligente o saber de física cuántica, solo debías hacer una simple cosa, aprender a amarte a ti mismo.
Los demás no me querían, ¿me estaba hundiendo o ya estaba hundida? Así es, se supone que debería haber estado mucho más hundida e intentar algo que me quitase el dolor, como por ejemplo quitarme de en medio, pero nunca sucedió. Nunca me quise quitar de en medio, a pesar de vivir en ese infierno, internamente mí corazón brillaba en amor, porque a pesar de que los demás no querían ni verme ni escucharme ni nada, yo los amaba y los respetaba, aunque no entendiera lo que sentían, sentía amor por ellos y por mí, y eso NUNCA me desconectó de mi verdadero propósito.
Algunos pensarán que lo de Agartha fue un escape de la realidad, algo creado para no seguir sintiéndome una mierda, pero NO. ¿Si todo fuese una creación de mí imaginación, por qué cada vez que pones en el google Agartha o algún nombre de un Maestro Ascendido que no es muy conocido, aparece un dibujo exacto cómo lo hayas visto tú en el viaje dimensional? ¿Si fuera una invención, no debería encontrar estas imágenes, verdad?
La casualidad es una excusa de la humanidad, porque no quiere ver la conectividad que hay en realidad. Ustedes saben que mí relación con la Iglesia y la religión católica, no existe, pero aún y así, los ángeles se me han acercado mucho más que si hubiese ido a catequesis. ¿Sigues pensando en que soy una elegida? Tampoco existen los elegidos, el conocimiento espiritual, el verdadero aquel que aprendes meditando bajo un árbol y sin influencias religiosas, está al alcance de todos.
A veces me dicen las personas “no deberías decir esto tan alto para no ofender” pero la verdad es que si el universo me lo puso delante y yo tengo que hablar de ello, es porque esa persona debe saber esto. Si nadie se atreve nada va a cambiar, pero claro, me aconsejan que me calle porque así hago menos ruido, ellos estarán más calmados, y así ojos que no ven corazón que no siente, o lo que yo digo últimamente orejas que no escuchan, corazón que no se enoja.
No es fácil vivir así, pero callarte no es una opción, debes trabajar y a veces te ponen en situaciones complejas, dónde debes lidiar. Sabes que ante una persona que habla en EGO, el silencio es la mayor arma, la lucha de razones no hay lugar para la comprensión del corazón, y si alguien piensa que es para llamar la atención, en realidad lo que están viendo es como se vive acorde con las leyes del universo y siendo UNO con él. Lo mismo que el Maestro Jesús hace, y si, hablo en presente porque él vive en otra dimensión pero vive.
Pasaron varias noches, se acercaba Navidad, el frío era constante y la soledad me mataba por dentro. Siete horas de clase de lunes a viernes y ni media palabra me dirigían, ni unos buenos días. Cómo si mi voz fuera un incordio, como si yo fuera ese granito que debían explotar para que desapareciera. Me concentré en sacarme el trimestre, pero complicado, porque todos los profesores subían contenido a la GIC, y aunque yo le pedía a alguien que me lo pasase por correo, jamás llegaba. Ese fue el año en que tuve más ceros en toda mi carrera estudiantil, en casa las broncas no paraban, broncas para bañarme, broncas porque no presentaba la tarea, broncas porque en clase no colaboraba… No les dije nada a mis padres porque ellos me iban a cambiar de colegio y según mi destino, yo tenía que continuar allí y no huir.
Acabé perdiendo la sonrisa, incluso cuando estaba con mi abuela, ella veía que algo no andaba bien.
- ¿Qué tal el colegio?- preguntaba ella.
Ni le decía nada, solo alzaba los hombros e intentaba comer sin decir nada.
- ¿No me vas a contar nada?- exigía.
Le miraba y le decía que no con la mirada. No quería hablar de ello.
- ¿Cuándo nos vamos a teatro, Abue?- le preguntaba.
- El sábado que viene, ¿te quedarás a dormir?- preguntaba.
- Si.- le respondía ya con una sonrisa de felicidad.
Una noche de diciembre en Agartha, teníamos una fiesta en Ávalon y acudí como alumna que era. Ahí todo era muy distinto, tenía amigos fieles, compañeros que podíamos compartir experiencias con los viajes a otras dimensiones y líneas de tiempo. Pero echaba de menos a Rita, porque ella se fue a estudiar a otro centro cerca de latinoamerica, supe que se había ido a vivir a Argentina.
Pero durante el primer año, conocí más a Marco, un chico de Nápoles que también compartíamos clases en Ávalon. El típico mejor amigo, que le puedes contar absolutamente todo, en ese tiempo era mí mayor consuelo.
- ¡Ojalá estuviese interna como tú, Marco! Cada vez que tengo que regresar a mi dimensión, e ir al colegio… se me cae todo encima.- le confesé.
- Mira, tenemos mundos distintos, yo echo de menos a mis amigos de Nápoles y a ti te gustaría no verlos.- comentó.
Nos echamos a reír, pero Marco sabía mí situación y empatizaba.
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