A pesar de que había cambiado de curso sin tener ni idea de cómo iban a ser las materias, me aburrían los temas y se me daba demasiado bien, algo que no me entusiasmaba demasiado, porque sentía que estaba dejando escapar algo más importante que realmente tenía que hacer. Una vez más estaba en el colegio, en una época muy distinta a las que a veces podía recordar, tiempos en que una institutriz venía a casa y te enseñaba a escribir y leer, si tú familia tenía recursos. La diferencia era que en esta época, la educación era para todos hasta los 16 años obligatoria, nadie crecería siendo analfabeto, una ventaja más de la evolución del tiempo y de la humanidad. Pero todo esto, todas las materias y más que uno se prepara para ir a la universidad, yo ya lo estaba experimentando en IÓN, lo que no entendía era, porqué tenía que seguir yendo al colegio aquí en 3D.
Los guías me habían aconsejado que no pudiera decirles nada sobre IÓN, pero a veces pensaba que sería una buena idea hacerlo, pues quizás comprendieran que estaba repitiendo cosas que mi corazón no quería hacer. Pero la pregunta de Uriel, me dejó bastante rara, no entendía muy bien porque había dicho eso, pero el corazón se alababa cada vez que pensaba en la pregunta, así que quizás tenía que dejarme llevar por el corazón, puesto que parecía tener la respuesta.
El corazón empezó a mostrarme imágenes muy curiosas, sobre momentos y conflictos que tuve con los profesores desde que vine por primera vez en este colegio, momentos en que ningún alumno más pudiera o se les ocurriera hacer. El último, el conflicto con Ramona. Según el corazón, comprendí que eso era importante, pues después del conflicto el profesor empezaba a abrir su corazón y a no permitirse estar limitado por cualquier creencia o temario. Pero eso no fue lo único que me mostró el corazón, los conflictos con los compañeros y sus emociones, mi presencia les causaba dudas del camino de cada uno, pero eso era bueno, puesto que empezaban a preguntarse y plantearse nuevos caminos en sus vidas.
- Vine a ayudarles a entender sus propios caminos.- susurré.
- Laia, ¿puedes leer por favor?- preguntó Patrocinio, acepté.
En el momento en que Patrocinio le dio el turno a otro, volví a lo mío. La clase terminó, nos levantamos del suelo y nos fuimos a nuestras clases que estaban en el mismo pasillo, de hecho esa clase la hacíamos al lado de la nuestra. La Ramona ya estaba dentro empezando a rebuscar en el libro PAI para mandarnos a hacer algunos ejercicios de lógica e inteligencia.
Me senté en mi lugar, abrí el libro por la página que nos dijo, pero tardé en hacer esos ejercicios, me quedé observando a todos los compañeros de clase, cómo y qué cara hacían respecto al ejercicio que se planteaban ante sus narices, y la profesora, qué hacía mientras tanto. Por primera vez en cuatro cursos, empecé a conectar con ellos, el corazón empezó a expresarse, y lo único que recuerdo que sentí fue un cúmulo de emociones entre, dudas, enojo, aburrimiento, alegría, concentración, seguridad… todas se concentraban dentro de mí corazón. Entonces, miré cada compañero y me quedaba un rato hasta que levantaba la mirada y me hacía un gesto en plan ¿qué miras, apestada? El sentimiento cambiaba, cada vez que observaba a uno, sentía lo que el otro sentía y no importaba la distancia que fuese, pues empecé a ver cómo cuerdecitas energéticas que salían de mí corazón y se unían a los corazones de los demás, convirtiendo miles de sentimientos en uno solo, creando así una figura geométrica.
Curiosamente éramos 20 alumnos y una profesora, la figura aunque en ese tiempo no recordaba el nombre, ahora sé que era un dodecaedro, la misma figura que se expresa la Tierra. Unas 20 caras de doce triángulos, pues cada alumno tenía dos amistades formando así la trinidad en la que nos encontramos. Aprendí geometría al mes de estar en IÓN, es importante para el futuro, pero aquí arriba te lo enseñan con 12 años.
- ¿Habéis terminado el ejercicio?- preguntó Ramona.
La clase contestó afirmándolo, así que Ramona llamó a Guillem para que saliese a la pizarra y lo hiciese. Aproveché para hacerlo, era un ejercicio matemático dónde tenías que sumar de tres en tres y luego el número final daba dos veces más de lo que debía. No todos acertaron, pero lo que yo veía era el sentimiento que tenía Guillem en ese momento, no le gustaba mucho salir a la pizarra, se sentía algo vergonzoso y dudaba de que no fuese acto de burla, se le notaba miedoso, quién más le hacía miedo no era hacerlo mal, pues la cuerdecita que unía el conjunto, vibraba con fuerza hacia la Júlia.
Me centré en la cuerdecita que unía a la Júlia, era mi oportunidad de encontrar más en profundidad lo que estaba pasando. En vez de sentir, empecé a ver cosas de ella, de su vida personal, la relación en casa junto a sus hermanos y sus padres… y mucho más, ese odio no era porque si, era por un tema muy delicado de ella misma. Así que la responsabilidad que había agarrado por lo ocurrido un año atrás, era más complejo pero aun así, ella fue mi principal preocupación durante el curso, quería ayudarla en todo, de una forma que entendiera su actitud ante los demás que querían solo ser amigos pero sin tenerle miedo.
Le conté todo lo sucedido a Uriel cuando estábamos jugando en el patio junto a Frodo una tarde de fin de semana. Él se alegró de que comprendiera su pregunta.
- Pues, ¿qué vas a hacer? – me preguntó
- Cuidar de ellos, incluso la profesora, todo el tiempo que haga falta. Iré haciendo mis ejercicios para que vaya pasando el curso, pero quiero ayudarles, aceptar mis responsabilidades al respecto.- contesté con alegría y compromiso.
- ¡Genial, cuenta con nuestra colaboración para lo que necesites! – dijo Uriel entusiasmado.
En realidad todo esto ha formado parte de un secreto durante toda mi vida y es la primera vez que lo comparto, espero que aquellos que compartieron clase conmigo desde siempre, ahora entiendan mejor mi actitud ante lo que sucedía. Yo no era el enemigo, puesto que yo soy el halo de luz que ilumina vuestros senderos. La Iaia Filo decía “existen ángeles sin alas entre nosotros, y se pueden encontrar porque su corazón es distinto al resto, el amor resalta en ellos” tenía razón, aunque nunca me definí como un ángel encarnado, mis orígenes eran diferentes, siempre han marcado la diferencia, cumpliendo su misión, supongo…
El nuevo curso en IÓN era muy interesante, la primera clase de habilidades practicando por primera vez el juego de la rata, me pareció más divertido de lo que parecía. Hacía poco que había visto la película de Disney Alicia en el país de las maravillas dónde curiosamente me sentía muy identificada con el conejo blanco que siempre llegaba tarde a cualquier lado. Durante varias clases, intenté por todos los medios ir detrás del conejito blanco, pero era más astuto que todos, hasta que un día, sin querer, me caí de morros en el suelo que estaba lleno de barro, cuando pude abrir los ojos, me quedé plantada allí, no me había dado cuenta de que estaba justo delante del lugar dónde me encontraba con el Chico de Ojos Verdes.
Me pregunté muchas veces, cómo le estaría yendo en el nuevo centro, qué cosas estaría aprendiendo, y cómo serían las comidas allí… curiosamente lo echaba mucho de menos, nuestras conversaciones eran interesantes, a pesar de la edad que nos distanciaba, me sentía como si ambos fuéramos iguales. Con el tiempo no me importó no saber su verdadero nombre, ni su verdadera ciudad, ni si tenía hermanos, sus padres, amigos… su vida en la superficie me importaba poco en ese tiempo, admití que no tocaba en ese momento y que quizás algún día lo llegaría a saber. Había días del último curso que incluso me acompañó hasta la entrada de la zona de entrenamientos, solo para continuar conversando, sabiendo que seguíamos más tarde. Porque los temas, no paraban de surgir y surgir como si fueran fuentes de agua cristalina natural de una montaña.
Todo había quedado reducido a tan poco, que resultaba difícil las primeras semanas acostumbrarse a eso, incluso a veces me enojaba por no haber decidido nacer unos tres años antes, quizás no nos separaría tanto, tenía que esperar cuatro años, algo difícil. Entonces, se me nubló la vista y empecé a pensar si habría encontrado a otra chica igual que yo y que ahora quizás ella estaría disfrutando de su compañía… di un golpe en el barro, que me salpicó la cara de nuevo, luego noté algo blando, miré.
- ¡El equipo azul pierde el partido!- gritaba el arbitro, al ver que estaba tocando el conejo negro sin querer, el único que no tenía prisa.
- ¡Oh, no!- susurré, pero todos los de mi equipo me miraron con mala cara, había arruinado algo importante sin querer.
Aquel día intenté pedir disculpas, pero nadie quiso escucharme, Rita decidió comer con otros. Era importante estar en un equipo, perder o ganar, significaba que todos teníamos que ser UNO, pero mi actitud egoísta por pensar en mis cosas, había conseguido perder ese día, y eso quería decir que nos tocaría recoger en la clase teórica de habilidades durante una semana. Quedarnos diez minutos durante el almuerzo para recoger y limpiar todo lo que se usase en esa clase.
Quería aceptar mi parte de culpa, haciéndolo yo solita, pero si éramos un equipo, teníamos que aportar todos nuestros granitos, porque si uno falla, todos fallan. Me sentí tan culpable, que al día siguiente regresé con un regalo para cada uno del equipo, les regalé un tulipán rojo marcando la paz, me la aceptaron.En el momento que estaba esperando en la parada de París para volver a casa, lo vi y me acerqué a él enseguida.
- ¿Cómo ha ido? ¿Te han aceptado la paz?- preguntó el chico.
- Sí, al final ha funcionado.- le dije.
- ¡Bien! – dijo mostrando sus dientes blancos.
El metro llegó enseguida, entramos y buscamos dos asientos, seguimos hablando hasta que nos quedamos callados unos segundos.
- ¿Sabes mandar cartas por mensajero?- me preguntó.
- Em… sí, ¿por qué?- le dije.
- Voy a estar cinco días fuera, nos vamos a explorar por los Sistemas de Agartha y usaremos otro transporte más hacia el norte. – dijo, se sacó del bolsillo de la chaqueta un papel me lo dio.- mándame mensajes aquí y yo te iré contestando.- dijo, sus ojos brillaban de felicidad.
- De acuerdo.- le dije aceptando el papel lo vi era una dirección.- ¿te doy el mío?- él dijo que no con la cabeza.- Ah, claro ya sabes dónde debes mandarlo… lo olvidé.- le dije riendo.
Entonces, saqué del saco una rosa roja y se lo entregué, él se quedó atónito aceptando el regalo.
- Quería que tuvieses algo, ¿te gusta?- le dije.
- Gracias, linda.- dijo se puso rojo, nunca le había visto así.
Esa fue la primera vez que me llamó linda, durante un tiempo
lo siguió diciendo, hasta que cambió la palabrita por algo más ancestral en
Sayónico. Nos despedimos chocando nuestras manos, bajé del metro, enseguida
Uriel se encontraba en las escaleras para salir del andén, como era otro año él
decidió dejarme más espacio, igual que Kihara, ya no estaban en el andén, sino
en las escaleras.
Recomendación: Ofrendas a la tormenta - Película de Netflix.
HR.
HERO&Corporation.
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