sábado, agosto 22, 2020

El Espejo De Mí Vida - Capítulo 43

 La Ramona a paso ligero me envió a la clase en cuanto tocó el timbre, ella me agarraba del brazo, me dolía pero parecía que ella estaba aún más asustada que yo, Uriel seguía conmigo, tampoco dijo nada, me vio que estaba en shock, no me podía sacar de la retina la imagen de Gerard muriéndose delante de mis ojos desangrado. Es algo que me quebró por dentro y que aún me cuesta superar. Pensaba que lo había matado, solo quería que estuviera bien, nada más. En ese momento, sentí de verdad qué era el odio hacia una persona que te ha hecho tanto daño, de hecho no era una persona, pues Gämael había hecho de todo mientras yo estaba encerrada en la jaula.

Los compañeros de clase estaban sentados en sus sitios, la Ramona sin dejarme del brazo se dirigió hacia la mesa, agarró las tijeras y me llevó al cubo de basura, para cortarme las uñas delante de todos, que los compañeros se reían de mí pero en sus ojos se veía el mismo reflejo de un monstruo, tenían miedo de mí, se reían para no llorar. Yo me sentí vacía y lloré en silencio.

Comprendí que mi vida había cambiado para siempre, la Laia que ellos conocían, dejaría de existir y el Bullying empezó realmente no por la Júlia, sino por la posesión de Gämael. Pero aparte de que se me rompiera el corazón de dolor, mientras me cortaban las uñas, me fijé el calendario que había justo delante.

-          ¿Diciembre?- susurré.

Uriel me escuchó y se acercó.

-          ¿Estamos en Diciembre?- volví a susurrar.

-          Sí, la semana pasada fue el puente de la inmaculada, quedan dos semanitas para las vacaciones de navidad, amor.- dijo Uriel, su tono de voz era tranquilo y con mucho amor, pero estaba muy preocupado por mí a la vez que contento por “recuperarme”.

No lo podía creer. Había estado poseída por dos meses. A mí me parecían cinco días. ¡Dios santo!

Cuando Ramona terminó de cortarme las uñas, nos fuimos fuera de la clase, vino una profesora a hacerles clase a los demás, yo me fui con la Ramona hacia portería. No entendía qué harían conmigo, hasta que por la puerta entró mamá acompañada de mi papá, estaban enojados por lo ocurrido, ni me dirigieron la palabra.

-          ¡Vayan al primer piso a hablar con la directora! Ella se quedará aquí, que espera a la psicóloga…- dijo Ramona.

 

La directora de ese momento era una monja muy hermosa llamada Roser (cómo mi bisabuela de parte de mí padre), que durante todo este tiempo intentó tranquilizar tanto a mis padres como a los padres de Gerard, mientras que su hijo mediano seguía en el hospital recuperándose. Ella intentó por todos los medios, que no me denunciaran y lo consiguió, al fin alguien que era capaz de jugársela conmigo. Por eso me encantaba, de hecho Uriel me comentó de que ella hablaba con ángeles, o sea que entendía más de lo que otros pudieran pensar lo que me sucedió.

-          Mi amor, ahora nos van a llevar con una psicóloga. Debes hacerme un favor, ¿ok?- dijo Uriel colocó sus manos encima de mis hombros y me miró directo a los ojos con mucho amor.

-          Ok, ¿qué quieres?- le dije.

-          No cuentes nada de que nos ves, ni mucho menos de lo que te ha pasado. Ella no entiende nada de esto, y si queremos ayudarte, debes dejar que lo hagamos nosotros, ella no te va a hacer bien. ¿ok?- dijo Uriel.

-          ¿Por qué no puedo decir nada?- le pregunté.

-          ¿Te acuerdas de tu primo Aros?- dijo Uriel.

-          Si, le cambiaron de colegio.- le dije.

-          No, le enviaron a un lugar mucho peor. Él contó a un psicólogo que nos ve y siente nuestra presencia, y ahora está encerrado en un psiquiátrico tomando pastillas para no conectar con su naturaleza, la luz. Él es un emisario como tú, pero está atrapado.- informó.

Sabía que veía igual que yo y conectaba igual que yo, pero saber dónde se encontraba me agarró miedo y cómo confío plenamente en Uriel, le prometí mantener la boca cerrada.

La psicóloga llegó y cuando me miró me quedé atrapada observando quién le aguardaba las espaldas… un ángel con alas negras casi rotas. Otro ángel caído. Ahora cuando veía uno, me agarraba miedo a pesar de que este no era Gämael, ni se presentó solo observaba y deducía igual que la psicóloga, no quería verlos. A los caídos no. Uriel me agarró de la mano yo le agarré con fuerza, comprendió lo que veía nada más mirarme a los ojos, con la otra mano me acarició suavemente la mejilla y me dio un beso en la cabeza.

-          Si estás conmigo, no te va a suceder nada, mi amor. Yo cuido de ti. – dijo Uriel, sus palabras reconfortaban suavemente mis pequeñas esperanzas que mataban el miedo de a poquito.

-          Toma asiento.- decía la psicóloga casi sin mirarme, sus formas eran secas y el ambiente empezó a volverse muy incómodo.

La sala parecía una sala de interrogatorios de una película policíaca, una mesa con cuatros sillas alrededor, una lámpara del techo que enfocaba la mesa y el resto paredes negras que no se podía ver dónde se encontraba la puerta de salida. Uriel se sentó a mi izquierda, yo me senté sin dejar de agarrarle la mano, la psicóloga que llevaba consigo una carpeta con todo mi expediente académico y con la información sucedida en los últimos meses, mientras que en la otra silla se sentó el ángel caído, sus ojos asustaban.

-          ¿Sabes por qué estás aquí, Laia?- preguntó la psicóloga.

Cada pregunta o cosa que decía la psicóloga no podía contestarle directamente sin antes esperar la respuesta de Uriel.

-          Quiere saber porque has herido a tanta gente de repente – comentó Uriel.

-          No.- contesté.

-          Desde hace dos meses, que tú actitud en el colegio ha cambiado mucho. Pegas a tus compañeros y les arañas como si fueras un gato. ¿Por qué lo haces? – dijo la psicóloga.

-          Mejor no digas nada. – comentó Uriel.

Me encogí de hombros y le miré sin decirle nada.

-          También he visto que contestas a los profesores y no haces lo que te piden, ni siquiera la tarea. ¿Tienes algo al respecto que decirme? – dijo la psicóloga.

-          Les cuesta entenderme.- dije.

-          ¿en qué sentido?- preguntó la psicóloga.

-          Cuidado, pero mantén la calma, mi amor – comentó Uriel.

-          Usted ¿qué cree?- le dije.

La psicóloga puso los ojos en guardia, al escucharme que lo había tratado de usted, algo que no es nada común en España.

-          Me gustaría que me lo dijeses tú misma.- insistía la psicóloga.

Uriel decía que no con la cabeza así que me quedé callada mirándola, en un silencio demasiado incómodo.

-          ¿Por qué miras tanto a tú izquierda, sino hay nadie más con nosotros? – preguntó la psicóloga.

-          Solo contemplo.- dije.

-          ¿El qué?- preguntó ella.

-          El espacio. Usted dice que solo estamos usted y yo, pero ¿cómo puede estar tan segura de ello?- le dije.

La psicóloga sin entenderme empezó a mirar la sala, Uriel me apretó la mano, sabía que me estaba pasando de la raya en ese momento tan peligroso, mientras que el ángel caído me observó y empezó a mostrar una pequeña sonrisa debajo de su nariz.

-          ¿Ves algo que yo no vea?- preguntó la psicóloga.

-          Pregunta trampa, mi amor. Cuidado. – comentó en alerta Uriel.

-          ¿Cómo puede estar tan segura que estos papeles que tiene delante y la silla en la cual se encuentra sentada, existen? – le pregunté.

-          Porque los puedo tocar.- contestó la psicóloga sin entender la pregunta.

-          ¿Y el aire?- le dije.

-          Estas preguntas son demasiado difíciles para ti, ¿por qué las haces?- preguntó la psicóloga.

-          ¿Usted qué cree?- le dije.

 

El resto de la entrevista me quedé en silencio, intentando ver si comprendía mi última pregunta, pero comprendí que no había tenido tanta suerte. La entrevista duró como una hora, la psicóloga harta de no escucharme y de no comprenderme, decidió tomar unas medidas para que hiciera la tarea en casa todos los días.

-          Ya entiendo por dónde vas, Laia. Sé porque no haces los deberes y contestas a los profesores. Sí, y creo que lo hemos detectado a tiempo para que te podamos ayudar.- realizó una pausa mirándome mientras se rascaba la barbilla un pelo negro largo que se había olvidado de quitar.- Sí, creo que es por esto…- hablaba sola, Uriel y yo nos pusimos algo nerviosos, no lo sabía en ese momento pero de su diagnóstico determinaba el estado mental para toda la vida.- no realizas la tarea y haces estas preguntas extrañas, porque no entiendes los temas a seguir en clase, para ti todo esto es demasiado avanzado, tú vas más por detrás, un curso atrás.- dijo la psicóloga.

Abrí tanto la boca que podía anidarse un oso durante todo el invierno de la pavada que acababa de determinar a todo el problema. A Uriel también le pilló de sorpresa, dejar a un arcángel sin palabras es raro, muy raro y más si de los nueve hermanos es el que más habla, todavía más, pero Uriel no articulaba ni un cuarto de palabra, ni una silaba ni nada, se quedó en silencio casi igual que yo.

Lo fuerte fue, que vimos como escribía en su informe en borrador “un caso de retraso mental”, eso aunque no era muy consciente de la repercusión que iba a dar a partir de ese momento, mi expediente estaba manchado con una mancha que sería demasiado difícil de limpiar, algo que incluso me impidió seguir con mi vida como si nada.

-          Así que no te preocupes, Laia. A partir de mañana, te traeré unos cuadernos de un nivel más bajo para que puedas seguir aprendiendo, y una cosa más… para que puedas atender en clase, voy a preparar un cuadrante con las materias y las horas para que al terminar cada hora, pongas una pegatina para saber cuánto has prestado atención en clase, si lo has hecho bien, una pegatina verde, no demasiado bien será amarilla y si no lo haces será roja. – dijo entusiasmada como si hubiera resuelto el caso más complejo de la faz de la historia.

No pude decir nada, no me escuchaba de todas formas, me echó de la sala para que volviese a clase como si nada hubiese pasado. ¡Madre mía ni se imaginan el cabreo que agarré! De camino hacia la clase, que nos dejaron a solas a Uriel y a mí, no me pude resistir decir lo que pensaba en medio del pasillo mientras que los demás estaban en clase.

-          ¡Por favor Dary, dime que ha sido todo esto una broma pesada porque no me lo creo! ¿Cómo puede pasarme todo esto? ¿Cómo es posible que haya determinado eso, si me aburro en clase porque voy más adelantada? – le dije enojada y desesperada por encontrar una explicación.

-          Estoy como tú, mi amor. Pero no te preocupes, juntos encontraremos la forma de decirle la verdad a la psicóloga.- decía Uriel para calmarnos a los dos.

-          ¡No quiero que me atrasen un curso, ni que me adelanten tampoco, me quiero quedar junto a mis compañeros! Ellos me necesitan, y lo sabes, Dary.- le dije.

-          Lo sé, y no te irás si es lo que deseas.- contestó firmemente Uriel, lo abracé antes de subir las escaleras.

Con tan solo un curso en IÓN, tenía los conocimientos básicos de un niño de sexto de primaria, volver atrás era impensable, ya me aburría en clase, pero al entender por qué me encontraba con ellos, me daba igual lo demás, solo quería seguir aprendiendo lo que el tiempo me estaba ofreciendo, comprender las emociones humanas en un grupo social. Pues si me estaban dando esa chance, era por alguna razón que tendría mucho que ver con mi propósito y misión de vida.

Intenté evitar decir algunas cosas, para no terminar ingresada en un psiquiátrico y terminar como Aros, pero no sé si tener ese diagnóstico también era algo peor que terminar ingresada en un centro especializado. 

Recomendación: La vida de Pi - Palícula en Movistar+ (creo en Netflix también).

 HR.

HERO&Corporation.

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