domingo, agosto 09, 2020

El Espejo De Mí Vida - Capítulo 41

 Aquella mañana en clase en el colegio fue agotadora, las ganas del nuevo curso se estaban marchitando segundo a segundo. El día era gris, el verano era historia y empezaba el frío y con ella, los jerséis de lana que odiaba que mi mamá me compraba. En clase de matemáticas ese día, era como si el tiempo se hubiese paralizado, me sentía muy densa, cansada de tanto contar, decidí mirar un rato por la ventana como la niebla se apoderaba del paisaje urbanístico de los edificios de al lado, hasta eliminarlos como si se tratase de una goma de borrar de un artista iniciando su obra maestra.

Entonces, empecé a tener mucho frío, los compañeros empezaron a tiritar y la Ramona estaba ateniendo al teléfono que habían colocado en la pared, le llamaban de dirección y tenía que mandar la orden a la profesora de la clase de al lado. Nos dejaron descabezados por varios minutos y reinó el caos, las pelotas de goma empezaron a saltar por la clase, pelotas de papel y entre otras cosas, volaban el cielo de nuestra clase, intentando tocar a cada uno de nosotros por diversión. Pero yo no me encontraba bien…

Algo iba mal, cuando me di cuenta de que empecé a llorar en silencio, mis ojos lloraban pero no encontraba el motivo, hasta que vi en la pizarra a Gämael, apoyando la espalda en la pizarra juntando sus brazos en el pecho, mirándome fijamente con unos ojos que no decían cosas buenas, pero en fin, era hermoso de todos modos… el diablo no es como lo pintaban en algunas pinturas de las iglesias, era demasiado guapo.

Me encontraba en la segunda fila del tercer bloque, nos habían vuelto a cambiar de lugar, Gämael empezó a caminar hacia a mí, miré alrededor para ver a Uriel, se había quedado dormido a mi lado en la mesa de al lado que no había nadie sentado, algo muy raro. Intenté despertarlo pero no había forma. Finalmente el tipo llegó a mi mesa, apoyó sus brazos en la mesa y se me quedó mirando directamente a los ojos.

-          ¿Por qué estás aquí?- le dije, tenía miedo pero respiré profundamente y se me pasó.

-          He venido a proponerte… un trabajo…- dijo, sus palabras mostraban desprecio.

-          No me interesa, gracias.- dije.

-          ¿te gustaría que todos estos compañeros fuesen tus… esclavos? ¡Tú eres quién manda aquí, no tienes por qué dejarte manejar así! ¡Tú sabes más que ellos! – decía parecía que se divertía despreciando a mis compañeros que ni se habían dado cuenta de nada.

-          Así no es cómo quiero ganármelos, Gämael. La confianza se gana día a día, no se roba o se impone a alguien que te importa.- le dije.

Le dio un golpe en la cabeza a Uriel, seguía durmiendo yo me intenté defender, pero solo vi que Uriel seguía dormido, el tipo retrocedió tres pasos dándome la espalda, mientras se reía a carcajada limpia.

-          ¿Qué le has hecho a mí ángel de la guarda?- le grité enojada.

-          Un sedante, para que no se metiera en esto que tenemos tú y yo. ¡Nada importante! – vaciló.

-          ¡Haz que despierte!- le exigí pero no hacía caso.

-          Las cosas no van así, tú puedes gobernarlos a ellos, pero a mí no. Soy tú jefe. – dijo.

-          ¡Todavía no! Y mientras tenga la libertad de elegir, quiero que mí ángel esté despierto. ¡Despiertalo! ¡Vamos!- Le exigí.

Pero Gämael solo se reía. Entonces me puse de pie, di un golpe fuerte en la mesa.

-          ¡Vete de aquí, no vuelvas jamás! ¡Déjame! ¡Diablo!- grité con todas mis fuerzas, pero tampoco pasó nada.

-          No te saldrá tan fácil, ¿sabes? – dijo.

Entonces, sentía un calor repentino dentro de mí, y unas ganas locas de tocarlo, estiré el brazo, le toqué con el dedo índice el pecho y se quejó de dolor, tan fuerte que se cayó en el suelo.

-          ¡Vete!- le dije le enseñé el dedo.- ¿o quieres otro?- le dije.

En vez de irse, se evaporó allí mismo. Entonces, empecé a despertar a Uriel, que se despertó medio mareado, cuando se recompuso le conté lo que había pasado y se enojó aún más con ese diablo.

-          Habrá usado algún perfume… ¡pero no va a volver a ocurrir! – dijo indignado consigo mismo.

Esa segunda visita alertó aún más a los guías, así que Uriel pidió refuerzos, a partir de ese momento Anasiel estaría con nosotros y otros hermanos de Uriel, para evitar un conflicto parecido.

-          ¿Cómo aprendiste eso? – me preguntó Jofiel curioso.

-          Un ser de la oscuridad odia la luz, mis manos son de luz, mi corazón es de luz, mi vida es de luz. Algo tenía que aprender, estar rodeada de ángeles, ¿no?- dije.

-          Nunca había conocido a alguien como tú, querida. Hacía tiempo que no bajaba alguien tan puro por aquí, gracias hermosa. Te protegemos, pero nos complace saber que tú también lo haces por nosotros. – dijo Jofiel abriendo su corazón.

Ver a Uriel dormido de esa forma, me dio una lección de que por mucho que me protegiera, habría alguien que sería capaz de inhabilitarle por tal de conseguir el objetivo de hacer algo conmigo. Así que comprendí porque elegí volver a entrenar, si ellos se juegan la vida por nosotros, yo me la juego por ellos. En realidad Jofiel fue el primero que le escuché decir “nunca había conocido a alguien como tú”, no lo entendía a qué se refería, pero muchos guías lo acababan diciendo tarde o temprano, el problema era que no me gustaba sentirme “especial” y menos cuando te lo dicen los mismos arcángeles.

Dos días después, en el inicio del patio la Júlia y su comitiva nos vinieron a visitar por sorpresa, como había ocurrido las otras diez veces, el respeto se lo habían olvidado en casa y los insultos y faltas de respeto eran lo único “bonito” que salían de sus bocas. Todo estaba pasando, dejando que pasara, quería pedirle perdón, pero sabía que de esta forma solo conseguiría que ella, "me dominase” por eso no quise hacer y esperé. Pero ese día, apareció el diablo entre las chicas, simulando ser una de las chicas, y entonces se armó una buena.

-          Tus padres no querían tenerte, no te quieren y no te querrán nunca, nadie te quiere, todos quieren que te mueras y dejes de dar la lata. ¡Muérete! Gritaba y se reía Gämael.

Las chicas parecían estar de su lado, le seguían… hasta que estalle a gritar… y la oscuridad me atrapó.

Todo estaba negro, no había nada más que oscuridad, no había arriba, ni abajo, ni derecha ni izquierda, todo negro. Sentía que caía en el abismo más profundo y oscuro que uno puede caer. Vacío. Cuando uno cae en el Vacío de su existencia, no se queda atrapado, solo toma tiempo para volver hacia arriba, pero yo al llegar en lo más profundo y ver dónde estaba, vi unos barrotes que me rodeaban, era una jaula. Me habían encerrado en la oscuridad de mi alma, en las profundidades de mi SER, allí, dónde todas mis pesadillas, son reales y no hay luz para pararlas.

Una niña de 5 años, experimentando todo eso, era raro, puesto que yo no sabía ni recordaba lo último que había ocurrido. Estaba en el colegio y de repente, aquí. Atrapada. Sin poder salir. Gritando, pero nadie podía escucharme. Ni Uriel. Me retumbé en el suelo, perdida, adolorida, sin fuerza, llorando desconsoladamente, pensando que esa era mi muerte.

¿Qué estaba pasando allí a fuera mientras yo no estaba bien? ¿Qué había sido de mis compañeros de clase? ¿Qué estaba pasando? Miles de preguntas tuve en la cabeza, pero me sentía débil, tan débil que no podía hacer nada más que cerrar los ojos e intentar dormir… pero me despertó un dolor muy fuerte en el centro de mí corazón, sentía como si un veneno estuviera recurriendo las venas de mí cuerpo y al llegar al corazón, fuese el fuego en que uno debe morir. Gritaba de dolor, pero nadie me podía oír, así que inevitablemente me retorcía entre los barrotes. ¡Eso era el infierno! Una que ha crecido sin creer en cielos e infiernos, solo la voz de mí corazón me permitía ver más allá de la dimensión, ver los multidimensionales que somos, sin límites.

-          ¡Uriel!- grité con todas mis fuerzas mirando lo que a mí me parecía que era arriba, el lugar de la luz…- ¡Ayúdame!- pero no funcionaba. Estaba sola.

 Pasó el tiempo, sin saber que pasaba, gritaba y gritaba, pero nada de nada. Apenas podía moverme, parecía que la densidad de mí cuerpo hubiese aumentado a niveles exponenciales, y cada vez tenía menos fuerza y ganas de intentar salir de allí.

-          Pequeña luz radiante, eres joven y brillante, de vientos lejanos vienes, y grandes viajes realizarás, tú brillo es tú amor…- empecé a cantar bajito, una canción que Uriel solía cantarme en momentos duros.

Ya en ese momento, solo esperaba una cosa. La muerte. Sin saber la causa, notaba que eso era morir y tenía que dejar atrás la encarnación, pero no recordaba nada.

-          ¡Deja de gritar!- una voz de hombre autoritario, escuché cerca de mí derecha.- ¡Nadie puede escucharte!- gruñía pero su tono era despectivo.

-          ¿Quién habla?- dije mirando hacia la derecha.- ¡muéstrate!- le exigí.

Un señor no muy alto que el resto de mis tíos, me miraba con unos ojos color cafés, pelo hacia atrás oscuro, no llevaba camisa pero si pantalones de hacía cuarenta años, lo que me impresionó fue que se le veía la parte derecha de las costillas, no tenía piel, se lo había como arrancado y se le veía el hueso.

-          ¿Quién eres?- dije, aunque sentí miedo.

-          Me llamo Hilario, soy tú abuelo.- dijo mostrando autoridad.

Definitivamente pensaba que había muerto, porque estaba viendo muertos, nunca lo conocí en persona puesto que murió cuando mi mamá tenía 14 años. Mamá… papá… abuelas… en ese momento pensé en ellas, si había muerto seguramente que estarían destrozadas…

-          ¿Porqué he muerto?- dije llorando rabiosa

El abuelo empezó a reír pero de muy malas formas, se reía de mí y no de lo gracioso que había sido la historia.

-          No, tú no estás muerta. Sigues viva, Gämael te necesita viva.- dijo.

-          ¿Cómo?- contesté con los ojos como platos. - ¿Dónde estoy?- dije.

-          ¡Bienvenida a tú posesión, defensora del amor…! ¿De verdad que tú vas a hacer eso de… regar al mundo con tú amor? ¿Tú?- seguía riendo, parecía que se lo pasaba demasiado bien a mi costa.

¡Mierda! Gämael había conseguido lo que Uriel y los demás arcángeles estaba evitando hacer, poseerme. Tenía pocos estudios sobre eso, pero recordaba de vidas anteriores, de que cuando un ser del infierno (en este caso oscuro) quería tú cuerpo, entraba en ti sin tú permiso y hacía de todo y la persona quedaba reducida a su propio infierno.

Recomendación: Casi ángeles 2 temporada - Salvador y Juan Cruz (youtube).

HR.

HERO&Corporation. 

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