domingo, enero 31, 2021

El Espejo De Mí Vida - Capítulo 68 y 69

 Hoy tenemos doble capítulo:

Capítulo 68:

Ese día fue duro volver a 3D, ¿cómo podía volver y hacer como si nada después del pedazo viaje que nos habíamos echado Uriel y yo? Mis padres fliparían con todo lo que habíamos visto, con la gente que habíamos hablado, y sobre todo con los transportes y comidas que habíamos tenido el placer de compartir. Ese día mi madre me llevó a casa de mi iaia Filo, me tocaba estar con ella hasta después de almorzar, luego me tendría que ir con mamá a comprar ciertas cosas necesarias, por algo que estaba a punto de suceder en pleno inicio de Julio del año 2000.

Ese día agarré de un cajón del salón una de las libretas que usábamos el Tiet Josep para hacer nuestros garabatos dimensionales, tenía ganas de dibujar, agarré lápices de colores y un lápiz junto a una goma de borrar, volví hacia la cocina de nuevo, mientras que la iaia Filo empezaba a preparar la comida. Sin pensármelo mucho me puse a dibujar.

-        Iaia, ¿puedo preguntarte algo?- le pedí.

-        Dime.- contestó.

-        ¿por qué crees en los ángeles?- le dije.

-        Por qué protegen el mundo del mal, Laia.- contestó.

-        ¿Alguna vez has visto alguno?- le pregunté.

-        No, porque ellos hacen su trabajo sin querer ser vistos.- dijo ella.


Miré un momento hacia mi izquierda, allí estaba Uriel que escuchaba la conversación, entonces escuché pasos a mi derecha, mi abuela y yo estábamos sentadas en la mesa pequeña de la cocina, pero dos ángeles que nos estaban acompañando, estaban de pie, y entonces me di cuenta de que uno de ellos era el ángel de mi abuela. Me lo quedé mirando con una sonrisa de felicidad, el ángel me devolvió la sonrisa, se acercó y me acarició la mejilla y me dio un beso en la frente.

-        ¿Te gustaría verlos?- le pregunté.

-        Si alguna vez los veo, sabré que Dios me habrá llamado a estar con él, en el mismo mundo dónde está tú abuelo, el de los muertos.- contestó.

-        ¿Y si pudieses verlos sin tener que morir?- le dije.

-        ¡Dios hace milagros pero no a una sierva que poco de interés tiene en mí!- contestó.

El ángel de mi abuela se apoyó en la mesa y me hizo la señal del silencio con el dedo en sus labios.

-        ¿Has visto a Dios alguna vez?- le pregunté.

-        Él nunca se deja ver, solo le rezamos para que tenga en cuenta nuestra vida y nos dé una mano en los momentos difíciles.- contestó.

-        ¿Por qué?- le seguí preguntando esta vez arrugaba la frente.

-        Dios cuida de la humanidad, él trabaja mucho por nosotros. Por eso le debo mi vida a él.- contestó.

Mi abuela era de ir a misa todos los domingos a las doce del mediodía, también de rezarle el Jesusito de mí vida, antes de irse a la cama y rezarle varios padres nuestros cada vez que un familiar agarraba el auto. Me gustaba verla rezar, pero no me gustaba verla tan estancada en la visión cristiana del Dios a quién suponía le daba su vida día a día.

Después mi abuela se levantó para ir al baño, Uriel se fue con ella porque el ángel de ella le pidió que le acompañara mientras quería hablar conmigo su ángel, y así fue, su ángel se sentó dónde se había sentado ella a mi derecha en una silla con un almohador de ganchillo que ella misma había hecho.

-        Hola- le saludé con una sonrisa.

-        Hola Laia, yo soy el Arcángel Chamuel. Me alegro de poder presentarme ante ti por primera vez, pero quiero pedirte un favor, ¿de acuerdo? – me dijo.

-        Claro.- contesté.

-        No le hagas preguntas de nosotros, ni de viajes ni de nada de la conciencia del SER. Ella todavía no está preparada, la vas a preparar, pero solo te pido un par de años para que se sienta preparada para ello, ¿ok? – dijo Chamuel.

-        Ok.- dejé de sonreír, no me gustó recular pero le tuve que hacer caso con malas ganas.

  Empezaba a sentirme una completa extraña, la única de la familia que veía y tenía acceso a tantas cosas maravillosas, y tantos impedimentos hacia la especie humana, que era injusto. Silencio. Odiaba el silencio.

-        Quizás me puedes contestar a una pregunta Chamuel…- dije con un tono algo enojada y molesta.

-        Claro, dime amor. – dijo amoroso y arqueando una ceja.

-        ¿Por qué decidí venir en estos tiempos en que nadie o casi nadie habla de ustedes?- le pregunté.

-        Los inicios son los que al final acaban recordando con grandes alegrías, amor. No estés triste, porque si haces bien tú trabajo, valdrá la pena todo esto… confía amor… solo debes confiar… - dijo Chamuel.

Me enojé conmigo misma, algo me decía que la idea de venir en estos tiempos solo fue mía y de nadie más, mi responsabilidad, que solo me causaba más daño día a día. Fue entonces cuando me sentía un actor de una película, interpretando dos papeles, aunque ninguno eran mentiras, las dos eran ciertas. Seguía pensando que en Agartha se vivía mucho mejor que aquí en la superficie con tanto veto y silencio.

Por la tarde, mamá me vino a buscar a las seis, ella siempre tenía mucha prisa para irse de casa de la iaia Filo, hacía demasiado tiempo que veía que no se llevaban demasiado bien, que algo que desconocía les hacía estar celosas de ellas mismas por culpa de mi padre. Me fui con mamá rápido a la tienda de juguetes, no esperaba ir allí en verano, pero teníamos que ir para comprar ropa y algunas cosas que eran importantes para lo que estaba por suceder. Mamá habló con la dependienta, que era bajita con el pelo naranja, la tienda se llamaba Can Faja, una juguetería con ropa de deporte y sacos de dormir para irse de acampada. En realidad era la única tienda que venían cosas de colonias y de acampada en toda la ciudad.

Compramos varios conjuntos, un saco de dormir, una linterna incluso calzado apropiado para ir de colonias. Al salir de allí, dejamos las cosas en casa y nos fuimos al bar del Nuremberg que estaba en la esquina de casa, allí a dentro nos esperaba el Titi y mi padre sentados en una mesa para cuatro. Cuando llegamos a dentro del bar, en mi silla estaba custodiada por uno de los gatos que me había enamorado el alma, por el cual se llamaba Mishu. El gato bajó de la silla, me senté yo y entonces me llamó y le dejé sentarse encima de mi regazo, dónde se quedó allí tumbado mientras le acariciaba la cabeza y parte del cuello, mis piernas temblaban del ronroneo del gato, él estaba en el paraíso pero yo también. Adoro tocar a los gatos y que se pongan así.

-        Laia, ¿estás nerviosa para dentro de dos días?- me preguntó el Titi contento por mí.

-        Si y no… no sé cómo va a ser eso de irme de colonias… ¿quién más va a venir?- pregunté.

-        Algunos compañeros de tú clase…- dijo mamá.

Me entraron menos ganas de ir, el verano estaba para perder de vista a aquellos compañeros que se reían de mí todo el rato, no para irme de colonias cinco días con ellos. ¡Qué clase de terapia es esta!

En realidad la pesadilla ya empezó dos días antes, cuando mi madre tuvo que coser mi nombre y apellidos a toda la ropa y cosas que iba a usar, incluso las toallas. Mis padres sufren de estrés y cuando están de esta forma, pierden las comodidades y empiezan a gritar a la primera de cambio. Les escuché discutir en varias ocasiones, porque papá ayudaba a hacer la maleta, mientras que mamá cosía las tiras con el nombre y yo, tenía que presenciar todo eso, mientras me iban informando qué me ponían en la maleta. Cuando yo no quería ir, pero ya habían pagado todo.

-        ¿De quién fue la idea de esto?- les pregunté para que saliera el culpable.

-        De tu profesora Ramona, nos sugirió que iría bien para ti.- contestó papá.

¡No me…! La Ramona daba por saco incluso cuando se suponía que ya no tenía poder en mí… ¿Pero en qué mundo vivo, por Dios? Miré al lado de la televisión directamente a Uriel con una cara que él comprendió que me había enojado aún más con la Ramona, aproveché para ir al baño y en medio del pasillo, me giré para hablar con Uriel susurrando para que no nos pudiera escuchar nadie.

-        ¿Qué clase de profesora se cree que incluso cuando ya ha terminado el curso me sigue molestando de esta forma, enviándome a las colonias con compañeros de clase que me odian?- le dije a Uriel enojada.

-        Tus padres le hacen caso a cualquiera que diga las cosas sin tener dos dedos de frente. Mi amor, sino quieres socializar, tu y yo la pasaremos muy bien, ¿ok? – dijo Uriel para animarme.

-        ¡Es que de verdad! Ahora no hay otra que ir, pero dile bien claro a su ángel de la guarda, que ¡ni se acerque nunca más a mí! ¿entendiste?- le dije a Uriel.

-        Descuida, mi amor. Mensaje recibido. – concluyó Uriel.

Mientras que intentaba relajarme, mi padre me preparó el baño caliente. Mientras que disfrutaba del agua caliente y de jugar con Uriel a las cosas más raras del día, me miraba los pies que aún estaban teñidos de azul. Me reía sola al recordar el día en que mis pies dejaron de tener el color humano y se transformaron de repente en azul, sin que fuese un problema de circulación de la sangre ni nada aposta de mi cuerpo, más bien fue un factor externo.

-        ¿Qué te pasa? – preguntó curioso Uriel.

-        Aún tengo los pies azules y mañana nos vamos de colonias. ¿Qué van a pensar mis compañeros cuando ven que mis pies son de otro color?- dije sin poder dejar de reírme, me daba algo de vergüenza pero tal y como había ocurrido era gracioso de recordar.

-        Se van a pensar que no eres de este mundo, pero ¡no pasa nada serás de nuestro equipo formalmente! – bromeó Uriel ambos nos pusimos a reír.

Hacía un fin de semana atrás, me encontraba en casa de mi abuela Victoria durante todo el fin de semana, porque eran las fiestas del Barrio Vilamirosa. Esos tres días, les pedí a mis padres si me podía quedar a dormir con los titos y la abuela, porque no me quería perder nada de esas fiestas tan divertidas, y a ellos les pareció bien, para mí fue maravilloso porque dormiría en la cama del Titi y así podría consultarle ciertas cosas que ocurrieron en Mintaka y que él curiosamente quería saber qué había pasado allí y porque habían decidido cerrar las visitas en ese planeta.

El viernes después de cenar, en la plaza del barrio había concierto y baile, así que aprovechando que habían venido algunos primos a la fiesta como el primo Juanito y Jordi, que también se quedaron a dormir ese fin de semana, nos fuimos a la plaza y empezamos a bailar, recuerdo bailar con el primo Jordi unidos de las manos y él me hacía dar vueltas y más vueltas como si al final fuese a vomitar, pero en realidad me lo estaba pasando tan bien, que de dar tantas vueltas, al final me caí en el suelo y el Titi me ayudó a levantarme preocupado, luego tuve que parar un rato, todo daba demasiadas vueltas, pero fue divertido.

Lo último que recuerdo es que del cansancio me quedé dormida en los brazos del Titi, me dejó encima del sofá y luego me llevó en brazos hasta la cama. Al día siguiente, seguía la diversión.

Capítulo 69:

Tras el desayuno y jugar con el primo Juanito porque Jordi se despertaba más tarde, me fui a la terraza que tenía vistas a la plaza, y vi que estaba por empezar la famosa guerra de agua, los titos se quedaron observando mientras desayunaban allí mismo, como los niños de todo el barrio iban con barreños y pistolas de agua, e incluso globitos de agua, atacando al enemigo para empaparlo.

-        ¿No te apetece bajar, mi amor? – me preguntó Uriel.

-        No sé… no vamos con la ropa adecuada…- dije.

-        No importa eso, hace mucho calor en este mes de Julio, no son li las doce del mediodía y ya hace más de treinta grados. ¡mójate mi amor! ¡Hagámoslo juntos! ¡Dale! – dijo Uriel parecía un crío con ganas de salpicarse en los charcos cuando llueve, los ángeles son tan graciosos.

-        Titi…- le llamé, estaba a mi lado había escuchado todo.

-        ¡Adelante, vayan!- susurró el Titi.

Mientras que me iba de la mano con Uriel, el Titi les anunció a los demás de que íbamos a bajar, Juanito se negó a acompañarnos y Jordi dormía plácidamente, así que estaríamos Uriel y yo a solas. ¡Buenísimo!

Bajamos por las escaleras corriendo, fue lo suficientemente rápido como para llegar a la plaza y darme cuenta de algo, de que ni yo ni él íbamos con material para contratacar en ese campo de batalla de agua.

-        Espera, ¿Cuál es nuestro arsenal?- le pregunté.

-        No tenemos, lo que tenemos que conseguir es esquivar mojarnos. Tómatelo como una prueba. – informó Uriel.

-        Pero si hemos bajado para mojarnos…- dije.

-        Por eso, si ellos se piensan que no quieres mojarte, van a ir a por nosotros. Eso lo llaman los humanos psicología inversa. – dijo contento Uriel.

En realidad Uriel tenía razón, si ibas sin arsenal para contratacar y además hacías como que no quieres mojarte, fuimos el juguetito perfecto para la batalla campal de agua. En ese momento, noté la diana que se nos había dibujado simbólicamente en el cuerpo a mí y a Uriel. Ay madre…

-        ¡Laia, Laia!- escuché que mis tios me estaban llamando desde la terraza del segundo piso, miramos hacia arriba.

-        ¡Oh-oh!- susurré mientras veía como una gran gota de agua gigante bajaba hacia nosotros.

Los Titos se habían puesto a rellenar barreños de agua y a tirarlos desde la terraza para mojarme. Esa gran gota de agua, provenía de un barreño que pocos segundos después, nos mojó por completo de la cabeza a los pies. Tan solo habíamos puesto un pie en la plaza y ya nos habían dado en la diana. ¡Fue muy divertido pero también un buen recuerdo!


Al cabo de una hora y poco más, pedí que me abriesen la puerta del piso, el Titi me recibió en la puerta con una toalla, volvía chorreando, me fui al baño él me trajo ropa para cambiarme y me cambié solita. Mientras me quitaba el vestido azul de flores blancas y las sandalias azules, me di cuenta de que el agua había teñido mis pies como si siempre tuviese los zapatos puestos por unas cuantas semanas. En cuanto salí del baño, les mostré a mis tios y a mis primos los pies y nos echamos unas risas.

A las once de la mañana, mi madre me acompañó hasta el pabellón me ayudó a llevar la gigante maleta, empezaba la gran excursión de ese mes, las colonias. No recuerdo a dónde íbamos, pero estuvimos en una casa muy grande en medio de montañas y valles, era hacia Barcelona pero no se veía el mar, creo que estuvimos por Manresa, aunque no fuimos nunca a la civilización, esa casa de colonias tenía espacio suficiente para 600 alumnos.

En el pabellón de Manlleu había diez autobuses preparados para llevarnos a la casa de colonias, mi madre tuvo que ayudarme a encontrar el bus que me tocaba ir, fue el segundo, dejé la mochila en el maletero y tras pasar lista, los alumnos de primero y segundo de primaria fuimos subiendo al bus, me despedí de mi madre con un beso y un abrazo y le dije que se quedase hasta que se fueran los autobuses, pero en el momento en que encontré una ventana libre, empecé a buscar a mi madre y la encontré que ya se iba de camino a casa, antes de lo que le había dicho, eso me puso triste. Me senté, con miedo a lo que podría pasar esos cinco días fuera.

Antes de arrancar el autobús vi quién subía como última alumna, y me cagué en todo. Si había una mínima posibilidad de pasarla bien esos días, se esfumaron con quién vino también.

-        ¡Oh no! ¿También viene ella?- le dije a Uriel quejándome.

-        ¡No me digas! ¿en serio? – susurró Uriel como si no supiese nada.

La niña que subió fue la Júlia. Como había espacio de sobra, se sentó con la Rosalba, esas fueron las únicas chicas que vinieron de clase, los demás eran chicos de las otras dos clases del curso y luego estaban los de un año más grandes, por los cuales Sergi no vino.

Una hora después, llegamos a nuestro hogar temporal por esos cinco días, todo el complejo parecía que siguiera el camino de la montaña porque cada habitación y aulas, junto a la granja y la piscina, estaban escalonadas como si subieras o bajases la montaña. ¡Nunca había visto algo tan grande! Lo más extraño fue que los monitores que estaban a nuestro cargo, no los había visto en mi vida, excepto a una profesora de música de tercero que la había visto de vista por los pasillos en el último curso.

Bajamos unas escaleras y llegamos a nuestras habitaciones, que como no éramos tantos de primero, lo compartimos con los de segundo, eran dos habitaciones, unidas por una puerta que estaba siempre abierta. Como de costumbre las habitaciones eran literas por los cuales cada curso se agarraba la primera que encontraba, yo me quedé la segunda litera la cama de abajo, puesto que de pequeña me daba miedo la altura de la litera de arriba, así que me quedaba lo más cerca al suelo, también porque al dormir solía moverme mucho y en muchas ocasiones Uriel tenía que impedir que cayera al suelo, y mejor que sea en la litera de abajo que quizás no me haga daño, que la litera de arriba que quizás me abra la cabeza.

La Rosalba estaba extraña, se me había pegado a mí como última oportunidad de hacer amigos, a mí no me importó y a Uriel tampoco, pero fue raro sabiendo que la Júlia estaba allí.

-        Rosalba, si quieres puedes juntar la litera con la mía y dormimos más juntitas, ¿qué te parece?- le pregunté, la vi que tenía bastante miedo pero no era a mí, sino a quedarse tan sola.

-        Vale.- dijo, le ayudé a arrastrar la litera, los monitores no nos dijeron nada.

Mientras que nos estábamos instalando, vino la Júlia.

-        ¿Te importa si me quedo tu litera de arriba?- me preguntó.

-        No, adelante.- le dije aunque no me hacía mucho gracia tenerla tan cerca pero me vino a la cabeza que con cinco años la ignoraba cuando ella quería estar conmigo, así que le permití pensando que así nos llevaríamos bien allí.

Era inevitable que la Júlia estaría rondándome durante la estancia allí, así que tuve que aceptar ciertas “condiciones”. Siempre y cuando, hubiese respeto.

Al terminar de instalarnos, que muchos deshicieron la maleta por completo, yo simplemente puse el saco encima de la cama que no había almohada, a mí no me importaba porque dormía sin, pero a los demás se tuvieron que improvisar algo. Mi forma de estar fuera, era y siempre ha sido muy práctico, no suelo usar los armarios en los hoteles, suelo quitar cosas de la maleta en función del uso que necesite, básicamente porque no quiero dejarme nada después al volver a hacer la maleta, y así no tengo que hacer tanta maleta, voy más rápido. Es un método que aprendí en una vida anterior, cuando fui nómada en el desierto cuando escapé de Alejandro Magno durante una temporada, tenía que caminar en muchas ocasiones largas distancias y en otras iba a caballo, pero no deshacía el petaque por miedo a los robos nocturnos en la intemperie, ese hábito me sigue desde entonces.


Con los monitores que estaban al cargo de nosotros y que no había conocido en mí vida, nos enseñaron un poco dónde estaba el comedor, la zona de juegos, la piscina y ciertos lugares para hacer todo tipo de actividades, incluso la sala de música para cantar, allí reconocí a la profesora de música que me había impartido durante el curso de primero de primaria, por lo menos había alguien conocido, se llamaba Inmaculada. Una bella persona que me alegré mucho de tenerla allí, que por lo menos la íbamos a pasar algo bien, porque por cómo estaban las cosas que nos iban enseñando, ya deseaba volver a casa.

Antes de la comida, nos reunieron en un pequeño jardín bajo la sombra de un gran árbol hermoso, para decirnos el horario de los desayunes, comidas, meriendas y cenas. Pero al mismo tiempo, no dieron una copia del horario de las actividades que haríamos durante esos cinco días. En el momento en que me entregaron el horario, mi cara de felicidad se borró para poner la cara de enojada, porque era igual que en el colegio, cada hora una actividad diferente, con muy pocas horas libres y sin casi ir a la piscina a jugar.

-        ¿Y la piscina cuándo vamos?- le dije al monitor.

-        Ahora irán un ratito, y luego el último día tendrán jueguitos.- contestó el único chico monitor.

Me lo quedé mirando con cara de asco, pensando “¿me van a tener cinco días haciendo manualidades sin parar y cantar como si fuera un pajarito y sin poder ir a la piscina solo el último día?”… Me puse de pie y di un paso hacia adelante, pero Uriel interceptó todo lo que tenía pensado y me volví a sentar con desgana.

Nos dejaron meternos en la piscina media hora, antes de ir a almorzar, por suerte nos dejaron libres, sin actividades y me di cuenta entonces de que de tantos que éramos en nuestras dos clases, que yo y un niño más que no sabía quién era, aún íbamos con burbujita atado a la cintura para no ahogarnos. En cuanto la Júlia me vio con ella, que además la tenía que traer de casa, empezó a burlarse de mí y me dio vergüenza usarlo, así que me lo quité y me metí en el agua, aunque Uriel no lo veía bien, él al final aceptó con la condición de que se bañase conmigo y me agarrase, igual como nadie lo vería… parecería que ya supiese nadar solita. Aunque no nos separamos mucho del bordillo por si acaso.

-        ¡Dary, en cuanto empiece segundo busco a la Ramona y le canto las cuarenta!- dije enojada, Uriel me agarraba de las axilas con fuerza.

-        Mi amor ser hostil no te ayudará a pasar los días más rápido, ¿sabes? ¿Qué aprendiste en IÓN sobre el paso del tiempo? – dijo Uriel para consolarme.

-        ¡Esto es un infierno! ¡No pienso pasarme el día haciendo manualidades!- le dije estaba cabreada.

-        Ay por Dios… - miraba al cielo azulado hermoso que pedía salir de allí a gritos.

Me prometí a mí misma que intentaría hacer pocas actividades, como los monitores ni sabían cómo me llamaba, tenía una pequeña oportunidad de tener tiempo libre, que era lo que deseaba, estar entre los árboles y escuchando los cuentos de ellos, los Sabios. 
 
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