Capítulo 44:
A primera hora del día siguiente, la Ramona estaba empezando los diez minutos de rezo obligatorios, ese día llegué pronto, algo inusual, pero ocurrió.
- Vuestro amigo Gerard, se encuentra mucho mejor, se quedará en el hospital pero ya no está en peligro.- dijo la Ramona.
Esas palabras me calmaron mucho, no había matado a una persona y nunca más lo volvería a hacer, no en esta vida. Una buena noticia al fin y al cabo, porque ir al colegio a partir de ahora era muy diferente, el ambiente miedoso me hacía sentir cosas horribles que la gran mayoría eran ajenas pero de todas formas, yo también formaba parte de ese grupo. Al terminar de rezar, llamaron a la puerta, era la psicóloga que traía todas las cosas que había prometido.
- ¡Oh no!- susurré, deseaba que fuese un mal sueño, pero no lo fue.
La Ramona le abrió la puerta y le ayudó a traer las cosas en la mesa de la profesora, yo me la quedé mirando a la psicóloga con una cara de “¡no puede ser más ciega!”, me entró miedo pero de todos modos me enfrenté a ello, cuando me llamaron y me volvieron a explicar solo para mí como funcionaría todo esto.
- Voy a ir viniendo a lo largo de las horas para ver cómo vas, ¿ok?- dijo la psicóloga contenta.
- No te preocupes, creo que ya lo ha entendido.- contestó la Ramona por mí, con otra sonrisa.
Me mandaron de vuelta al lugar y la psicóloga se quedó casi toda la hora, la Ramona empezó con matemáticas. A mi derecha agachado estaba Uriel junto a mí, de vez en cuando él le echaba una mirada a la psicóloga.
- No se va a ir, mi amor, hasta que vea que su plan resulte. – dijo Uriel.
- Ok.- dije.
Levanté la mano cuando la Ramona había puesto una operación básica en la pizarra.
- ¿Si?- dijo la Ramona.
- ¿Puedo salir a resolverla?- le dije.
- Claro.- contestó.
Salí a la pizarra, la Ramona había escrito tres operaciones, dos sumas y una resta de dos divisores, algo muy básico, pero a los compañeros todavía les resultaba difícil.
- ¿Le importa si le hago una pequeña variación, seño?- le susurré.
- ¿Por qué?- susurró la Ramona.
- No lo están entendiendo bien.- contesté.
Me dio permiso y borré toda la pizarra y al terminar miré a la psicóloga de reojo se quedó observando interesada. Respiré profundamente y empecé.
- ¿Alguien podría decirme porqué se inventaron los números realmente?- pregunté a la clase.
Nadie pudo contestarme.
- Hace mucho pero que mucho tiempo, los números surgieron como un idioma. Pero no era un idioma para hablar entre amigos, sino un idioma por el cual el universo podía comunicarse con nosotros.- dije, la clase estaba intrigada, la psicóloga sorprendida.
- ¿El cielo habla?- dijo Silvia.
- Sí y las estrellas también. Constantemente nos están hablando, pero nosotros no entendemos qué dicen.- dije.
- ¿Y porque nos habla sino hay nadie?- dijo Eloi.
- Si que hay alguien allí arriba, lo que pasa es que no lo podemos ver. Por ejemplo, esta noche debes haber soñado algo, ¿verdad?- dijo que si con la cabeza.- y el hecho de que al despertar solo lo hayas visto tu y los demás no, ¿hace que ese sueño no exista?- dije.
- No, sigue existiendo. Para mi si.- contestó Eloi.
- Así es como lo hace el cielo y las estrellas. Nosotros vemos nubes y un Sol, y de noche, puntos brillantes. Pero esos puntos, nos hablan a través de los números.- dije.
No sabía si había ganado ya esa estupidez de la psicóloga, pero la tenía impactada.
- Esta noche, cuando veas una estrella, fíjate cuantas veces parpadea su brillo, y para contestarle, simplemente piensa muy fuerte otro número.- dije.
Entonces le pedí a la Ramona que me dijera una operación para resolver, la resolví sin contar con los dedos. Luego me senté de nuevo en mi lugar, y le miré a la psicóloga que no paraba de afirmar con la cabeza.
Pero por muy impresionante fuese esa ayudita en clase que hice, tuve que hacer ese cuadrante y además delante de todo el mundo, ¡ole vergüenza! Y al día siguiente, otra vez y así hasta que llegó el tercer día. En realidad no solucionó nada, porque la tarea la seguía sin hacer, tampoco esa era la solución a un problema que no quiso entender. Para que sepan, lo importante que es saber escuchar a los demás y más si te dedicas a ello, claro.
El tercer día fue horrible, hasta cerca de la hora del patio intentaba encontrar una solución a ese problema, pero no se me ocurría nada, incluso Uriel estaba en blanco, decía que los guías no habían encontrado una solución, y me estaba quedando sin paciencia. ¡No aguantaba por más tiempo hacer ese estúpido cuadrante! Entonces, llegó la psicóloga para ver cómo había ido el día, y cuando vio que todo estaba en rojo, me miró a lo lejos y dijo que no con la cabeza.
- ¡Se acabó!- dije y me levanté de la silla para irme a la mesa de la Ramona, agarré el cuadrante, lo llevé a la mitad de la clase delante de la pizarra y dije bien clarito para que todos pudieran verme - ¡No me voy a humillar más delante de esta psicóloga que no sabe escuchar ni ejercer su profesión! ¿Ve esto, psicóloga? ¡Miren, chicos! Esto me quiere joder más la vida de lo que ya mucho la he jodido yo… y miren lo que hago, ¡miren!- empecé a trocear el cuadrante que era una cartulina gigante amarilla hasta que finalmente se lo entregué a las manos de la psicóloga y le dije - ¡No quiero volver a verla, sino es para pedirme perdón! ¿me escuchó? ¡Se acabó, no me va a joder más!- entonces regresé a mi sitio, en un silencio, porque los compañeros no sabían qué hacer.
La psicóloga se quedó atónita durante varios minutos, la Ramona se dirigió hacia los compañeros y les recordó que tenían que seguir con la tarea que les había dado. A mi no quiso decirme nada, se fue con la psicóloga a hablar en el pasillo, lo que vi fue como la psicóloga tiraba los trozos en el suelo y se ponía a abrazar a la Ramona, entonces sonó el timbre y la psicóloga no la volví a verla ¡por mucho tiempo!
Antes de continuar, quiero dejar claro que no he querido esconder su nombre el de la psicóloga, lo que pasa es que no me acuerdo de cómo se llamaba. Durante muchos años, pensé que quizás era su primer año laburando allí o con la profesión, pero me enteré de que ya llevaba más de ocho años ejerciendo, así que me di cuenta de que había estudiado psicología sin entender realmente para qué tenía que estudiar esa carrera. Por lo ocurrido, tenía toda la pinta de que lo hacía para aparentar ser socialmente una persona que se preocupa por los demás, pero sin hacerlo de corazón, solo por tener un título, un papel y reconocimiento. Cuando uno decide dedicarse a ayudar a los demás, lo que busca es ayudar, no tener reconocimiento o un título, incluso hay más personas sin título que harían el trabajo mucho mejor que esa psicóloga, más de lo que puedan imaginar.
Durante el tiempo que estuve poseída, los viajes a IÓN se habían suspendido y según Anasiel no regresaría hasta después de las fiestas de Navidad. Esa misma noche, volví a hacer viaje astral como una prueba para ver cómo me encontraba, cómo todo estaba bien, Uriel me dio unas cartas que había estado guardando.
- ¿Qué es esto?- dije.
- Mientras no estabas disponible, recibiste una carta cada día, te las he ido guardando. Te van a gustar mucho, me refiero de quienes son. – dijo Uriel mientras me encontraba sentada encima de su regazo debajo de uno de los árboles de la devesa en casi vísperas de noche buena.
Giré una de las cartas y me puse contenta, eran del Chico de Ojos Verdes. Las primeras cinco cartas hablaban de lo bien que se lo estaba pasando en ese pequeño viaje que hicieron por los Sistemas de Agartha, nada más pensarlo seguramente que se quedó algo preocupado porque él escribía y yo no le había enviado nada, pues en ese tiempo me encontraba en un lugar demasiado lejos como para mandar cartas. ¿Estaría enojado por no haber recibido ninguna respuesta que le había prometido? ¿Se pensaría que no me importaba tanto como quizás le hacía pensar en nuestros encuentros cara a cara? ¿Me había quedado sin su hermosa amistad? A la quinta carta, vi que andaba preocupado, ya que hacia el final decía “Tú silencio me está preocupando demasiado, no sé qué te pasa pero espero que todo vaya bien, y mañana cuando te vea en el metro, me cuentes”.
- ¿Se lo dijiste en algún momento lo que pasaba, Dary?- le pregunté.
- Un mes después, me vio por París y se acercó a preguntarme por ti, y se lo conté – dijo Uriel.
A la siguiente carta la escribió tres días después de volver, y me rompió por dentro al ver lo preocupado que estaba y decía “No te he visto, ¿estás bien? ¿Qué ha pasado? Necesito que me cuentes, por favor…”. Y la última antes de que Uriel le dijera, me rompió aún más “¿Hay algo en mí que te haya molestado como para dejarme así en silencio? Porque tengo pesadillas, desde entonces.”. Ambos estábamos viviendo un “infierno” en dos aspectos totalmente diferentes, incluso volvió a escribir un par de días más tarde, pero poco dijo, eran solo dos frases que decían “La fuerza está dentro de ti” la segunda frase decía “Visualízame y te ayudaré a salir de esta. Somos uno.”.
Me gustó saber que me estaba dando ánimos para que saliera de ese estado, quizás fue lo que me ayudó a enfrentarme a todo eso con mayor fuerza, pues me sentí que había pasado una prueba demasiado dura de mí misma. Ahora con todos los años que han pasado, tengo que decir, que no me acordaba de nada de lo que ocurrió dentro de la posesión hasta hace unos años, cuando lo compartí en una reflexión en el 2018 a principios. De alguna manera, me daba miedo saber la verdad de la situación, tampoco recordaba cómo fue el inicio del Bullying y culpaba a la Cristina como la causante de todo ese horror, por eso durante años la odié tanto que no podía estar cerca de ella. Pero siempre llega un día en que te das cuenta de que ella realmente no fue la causante, y no se preocupen que ya reparé todo eso, le pedí perdón en su momento, tardé mucho tiempo pero es que me daba mucho miedo admitir lo que me había pasado, es muy difícil que la gente entienda esto, y sé que en la actualidad a muchos les parecerá demasiado fuerte y no se lo creerán. Recuerden, que solo estoy haciendo igual que un espejo, lo dije al comienzo de esta serie, la mejor forma para que todo esto del yosoy y del nuevo tiempo funcione, tengo que enfrentarme a mi propio espejo y ser el espejo. Nada de lo que han leído y van a leer, es inventado, esta es mi vida. Algo atípica, supongo, pero esta es mi vida.
Capítulo 45:
Al leer la última carta me emocioné, Uriel me abrazó y me refugié en sus brazos. No podía creer lo que le importaba al Chico de Ojos Verdes, no podía creer que me estaba ayudando y que de algún modo, me echaba de menos y yo a él. Había pasado dos meses sin verme, y yo solo pensaba en ese momento en él, y en volver a IÓN.
- ¿Cuándo volveré a IÓN?- le pregunté a Uriel.
- Antes tendrás que pasar por unas revisiones con Hilaríon y Raffaello pero si todo va bien, después de Navidad- contestó.
- ¿Tanto?- reaccioné sin pensar.
- Es importante que pases consulta con esos dos seres de luz, quieren saber si realmente estás bien. – dijo Uriel con su voz amorosa.
- Ya estoy bien.- le dije algo rabiosa.
- Me sentiré más seguro si pasas consulta – dijo Uriel.
- Ok.- le dije con la frente arrugada.
Los dos meses que me perdí en IÓN provocaron que tanto Uriel, Anasiel y el Maestro Ascendido Juan el Amado, viniesen tres veces a la semana a impartirme clases en casa, para ponerme al día de todo lo que habían hecho en clase. Juan el Amado, apareció una mañana en la hora del patio sin previo aviso, era la primera vez que lo conocía, no estaba en plantilla como maestro de IÓN pero Uriel me contó de que de vez en cuando ayudaba a los alumnos que estaban temporalmente fuera del recinto por enfermedad larga. Uriel fue quién nos presentó, y antes de que dijera nada, me encontraba a solas con el Juan el Amado.
- ¿Te acuerdas de mí, querida Flor? – me preguntó Juan el Amado.
- No, lo siento.- le contestó mirándole a los ojos color cafés hermosos que tenía.
- Yo soy uno de los discípulos del Maestro Jesús, ¿lo conoces? – dijo
- No en persona, pero si que Uriel habla bastante de él.- le contesté.
Juan el Amado abrió sus ojos en señal de sorpresa, y me quedé algo inquieta ¿a qué venía esa reacción? Pero lo ignoró, no quiso comentar nada más, y empezamos la clase. Él se agachó en la parte de la sorrera, que es donde nos encontrábamos, y empezó a armar una montaña de arena y al terminar agarró un grano de arena del medio y me la mostró.
- ¿Qué crees que es esto que tengo en la mano? – preguntó el Amado.
- Un grano de arena.- le contesté.
- ¿Y eso? – señalizó la montaña de arena.
- Un montón de arena junta.- le dije.
- Aunque junte este granito con el montón, ¿crees que dejará de ser arena? – dijo.
- No, porque la arena es su composición.- le dije.
- Entonces, ¿Por qué se fusiona con el montón? – volvió a preguntar él.
Me quedé un buen rato pensando en la respuesta, pero no se me ocurría nada. Entonces, me pasó el granito de arena.
- Imagina que este eres tú, y la montaña todos los compañeros que hay aquí en este patio jugando cada uno a su juego favorito. ¿Dónde está la diferencia? – dijo.
- Que ambos somos lo mismo, humanos. Aunque juegan a distintos juegos, en su esencia somos humanos.- dije.
- Así es, todos sois humanos, siendo o no la montaña, este granito será siempre un granito de arena, pero ¿siempre tiene que estar en la montaña para sentirse un granito de arena? – preguntó, eran muy interesantes sus planteamientos.
- No tiene por qué estar siempre allí, vaya donde vaya, será siempre y formará siempre parte de la montaña. – contesté.
- ¿Por qué? – dijo.
Me quedé un buen rato pensando la respuesta, pero solo se me ocurrían momentos en que yo misma prefiero estar acompañada de un ser de luz que de una persona, pero aún así no me obliga a sentirme “diferente” sigo siendo humana, un poco distinta, sí, pero humana de todos modos. Entonces, me sentí el granito de arena, solitaria sin ganas de socializar pero si de ser parte de la montaña, ¿cómo podría yo conseguirlo?
- Decidir estar solo, no es que rechace ser parte de la montaña, solo que quiere estar solo porque quiere experimentar algo distinto o puede que le de más importancia su mundo interior, que el externo. – le dije, ya ni le miraba, me puse a dar un monólogo que Juan el Amado intentó no interrumpirme, sabía de antemano que algo estaba aprendiendo y quería que siguiese. – yo me siento diferente al resto, no me gusta socializar como los demás, no me siento una persona que para ser alguien tenga que ser observada por otros ojos, ¿comprendes? Me gusta observar, sin condicionarme por quién me observa. – dije.
- ¿Qué sientes cuando estás aquí hablando con Uriel o conmigo? – preguntó Juan el Amado.
- Me siento en paz, me gusta estar así, puedo ser yo misma, es decir, si estoy con alguien tengo que “reprimir” muchas cosas que siento o que hago, con ustedes simplemente soy yo, libre y amada por lo que soy y no por lo que las condiciones digan que debo ser.- contesté terminando con una sonrisa de complicidad, ya que aceptaba con mi asertividad que era cierto lo que decía.
- ¿Te preocupa desconectarte de ellos? – preguntó.
- Para nada, lo que me preocupa es tener que renunciar a ustedes para estar con ellos. Un día un amigo mío de IÓN me dijo que hay chicos de su edad que ya no se comunican con ustedes, yo no quiero hacerlo, quiero seguir así, siempre. Si ellos me hacen elegir entre ellos o ustedes, tengo claro que les a elijo a ustedes.- dije, no le quise decir quién era el chico que me dijo eso, pero ya se deben imaginar quién fue, el Chico de Ojos Verdes.
Juan el Amado me dio un abrazo agradecido por mis palabras, porque sabían que eran ciertas y puras de corazón. Entonces, se tuvo que ir al sonar la campana indicando el fin del patio y yo me puse algo triste, porque eso quería decir que la tortura debía continuar. Juan el Amado desapareció ante mis narices a dos pasos de mí, y detrás regresó Uriel, que me ofreció la mano y nos fuimos a la cola de nuestra clase para subir juntitos al aula.
Mientras que esperábamos en la cola la indicación para poder empezar a subir al aula, me fijé que todos los alumnos de otros cursos y de otras clases, iban marcados por mis uñas. Empecé a sentirme muy mal, la culpa me concomía por dentro, ¿qué estarían pensando de mí? ¿Se me habría acabado ser invitada a los eventos sociales de la clase? Aunque esa última pregunta no me preocupaba mucho, sabía que la respuesta era que si, ¿quién invitaría a alguien que puede herir físicamente a todo quién se le cruce por delante? Me quedé pasmada, al ver a un niño con pelo rubio, ojos color café y la piel blanquecina, me estaba observando y me sonreía a lo lejos. En un comienzo pensé que era otro ser de luz, pero cuando vi que los demás le llamaban, era un humano de un curso mayor que yo… Esa mirada no parecía de miedo, más bien de complicidad, algo nuevo tras todo lo ocurrido, me fijé en sus manos, cara, brazos, piernas… ninguna marca, ninguna. ¿Quién era ese chico? ¿Por qué no tenía la señal que había hecho a todos?
En clase de matemáticas, me quedé mirando por la ventana hasta que tocó el timbre, Uriel me acariciaba el pelo sin decirme nada, hasta que a la hora de lengua, quise hablar con él.
- Dary, ¿De verdad que he marcado a todos los alumnos cuando estaba en… ese estado?- le pregunté telepáticamente.
- Si, hacías eso… - dijo eso me provocó un golpe en el corazón, la culpa aumentaba por segundos, hasta que él prosiguió – Excepto a un chico… si hay uno que no has tocado… - terminó.
De 400 alumnos que había en la escuela y de más de 30 profesores que también había causado daño, se salvó solo un niño. Se me quedaron los ojos abiertos como platos, ¿Podría ser ese chico de antes? ¿Por qué no le toqué?
- ¿A quién no toqué? – le dije.
- Un chico que es un año mayor que tú, su nombre es Sergi. – dijo y empezó a describirlo, era la misma persona que había visto en la cola.
- ¿Cómo sabes su nombre? – le dije.
- Porque es importante para ti, mi amor. Recuerda que lo que sea importante para ti, para mí también lo es. – contestó Uriel dando por finalizada la conversación.
No entendía nada de lo que decía Uriel “importante para mí”… pero me entró tanta curiosidad, que en el momento que esperaba en el patio cubierto para que me vinieran a buscar para ir a almorzar, lo vi y no pude evitar quedarme fijada observándole como jugaba solito en un rincón a juegos que no sabía qué eran, pero me daban ganas de jugar con él. ¿Quién era ese chico? Como vi que iba con la bata del colegio, me quedó claro que se quedaba a almorzar en el centro, yo en cambio esperaba al Titi que me viniera a recoger, y vino cinco minutos después.
Al verlo lo abracé, desde que había vuelto de ese estado no lo había podido ver y tenía muchas ganas, así que me lancé literalmente a sus brazos y él me agarró al vuelo para quedar en su pecho.
- Te he echado mucho de menos, Titi… te quiero mucho…- le dije llorando a lágrima viva susurrándole cerca de la oreja.
- ¡Bienvenida de nuevo, amada Laia! Yo también te he echado mucho de menos… - lo decía con un sentimiento puro de ángel que él era.
Volví a ver a la abuela Victoria que aunque ella seguía perdida en sus recuerdos que iba olvidando por la enfermedad, le di un abrazo tan fuerte que pudo regresar por cinco segundos al presente para dedicarme una sonrisa y luego volver a su estado. Me senté a almorzar, tenía mucha hambre y ese día estaba a solas con el Titi, el mediodía se turnaban en la empresa de carpintería de mis titos, para que alguien le diera de comer a la abuela, que comía sola pero en realidad era como si no estuviera, así que empecé a hablar con el titi.
- ¿Qué veías mientras que estabas “poseída”? – preguntó el titi curioso, mientras le daba un mordisco al trozo de pan para combinarlo con la sopa.
- Oscuridad. Miedo. Una jaula. Pero no me acuerdo de casi nada. – le dije.
- Un día que te tuve conmigo dijiste un nombre que me quedó paralizado… - dijo yo le miré y él prosiguió – Hilario, al principio pensé que me llamabas, pero también decías “pega a las mujeres” entonces supe que no hablabas de mi…- dijo se le oscureció la mirada al pensar quién era.
- Si, me acuerdo que hablé con alguien que pegaba a las mujeres, pero no me acuerdo de quién era. ¿Hilario? – dije.
- Hablabas de mi padre, en esta encarnación. Tú abuelo que murió cuando tu mamá tenía 14 años. ¿Alguna vez mamá te contó qué hacía? – me preguntó curioso.
- No, nunca habla de eso. Ni lo conocía.- le contesté.
- Él maltrataba a tú abuela Victoria y a todos nosotros, cuando se quedaba sin dinero y se lo jugaba todo al juego y en vino y cervezas. Era un golpeador de mujeres. – confesó el Titi, dejó de comer, de repente no le sintió nada bien la comida y dijo – Yo me llamo como él, porque él quiso. – terminó.
Me venían pequeños flashbacks de lo que decía, y en ese momento recordé…
- Pero a mamá no la podía tocar, ¿cierto? – le pregunté.
- ¿Cómo sabes eso? – dijo el titi alzando la ceja en señal de sorpresa.
- Me lo dijo él, decía que tú la protegías y por eso era intocable.- dije.
- Así hice, yo al ser un ángel de luz no me podía tocar, salía ardiendo. – dijo el Titi pero cortó sin terminar, se le empezaron a llenar los ojos de lágrimas y nos quedamos en silencio, casi toda la comida.
Tampoco pude comer mucho, se me cerró el estómago al saber que todo lo que había ocurrido allí a dentro, era cierto, por primera vez me di cuenta de que mis tíos habían existido por fruto de violaciones y no por amor. Unas siete violaciones que llegaron a ser seis tíos míos y mi mamá. Me levanté de la mesa y le di otro abrazo fuerte a la abuela Victoria, para susurrarle al oído “perdón abuela, por haber sufrido tanto. Estoy contigo, te amo, abuela. Te amo.”.
Recomendación: Proyecto Almanaque - Netflix
HR.
HERO&Corporation.