Si esto fuese el colegio en mi dimensión, todos estarían
gritando para que alguien les salvase la vida, pero curiosamente nos
encontrábamos en quinta dimensión y en un lugar dónde se suponía que estos
“peligros” eran el pan de cada día si queríamos volver a formar parte de la
Guardia de Luz de la Orden de San Miguel Arcángel. Recordaba muy poco lo duro
que eran las preparaciones para volver a entrar, incluso en mi memoria al
observar esa llama de fuego, recordé uno de los días más duros en la
instrucción, cuando vivía en Arcturus, en la constelación de Bootes que se
encuentra a 37 años luz de este planeta. Esa instrucción la pasé hace más de
48.000 años, pero volvió a mi memoria como si estuviese ocurriendo de nuevo.
Por eso, no me puse a gritar, de hecho ninguno de mis compañeros lo hacía,
seguíamos agrupados en el medio, esperando una explicación o una orden o hacer
algo al respecto.
El miedo desapareció de mi cuerpo, en su lugar la adrenalina
había tomado el control de todo y cada rincón del ritmo sanguíneo, respiré
profundamente sin dejar de ver el fuego, y recordé qué se tenía que hacer.
-
¡Debemos contar hasta cinco y luego los que
estén a la derecha, deben irse a la izquierda!- les dije
-
¿por qué?- una chica contestó, estaba en blanco.
-
¡Confiad en mí!- dije.
Contamos hasta cinco muy despacio, y luego se fueron dónde
tenían que ir, mientras que en el lugar dónde se encontraban, el suelo empezó a
desprenderse como si abajo hubiese un enorme precipicio. Algunos gritaron, no
por miedo, solo era estupefacción, se agarraron a los demás, mientras que
observaban el gran agujero infinito que se había creado allí. Esto en mí
colegio no pasaría, pero aquí cualquier cosa es posible.
-
¿Por qué está pasando esto? ¡Es nuestro primer
día!- decía la chica de antes.
-
Por eso mismo nos lo hacen, quieren ponernos a
prueba des del minuto uno.- le contesté.- O ¿Ya no te acuerdas de la
instrucción?- le dije.
-
Si…- susurró estaba lo suficientemente cerca de
mí para que lo pudiese escuchar.
Me sentía como un personaje de una película de acción, por
eso me puse a sonreír, porque sabía que no estaba arrepentida de aceptar volver
a la Guardia. Fue entonces cuando recordé que me habían dicho que el “entrenador”
era el Viejo Lonan, es decir la mano derecha del Arcángel San Miguel, una
eminencia entre la Guardia porque era el mejor “entrenador” después de San
Miguel. En realidad ustedes le conocen con otro nombre, pero esto se los voy a
explicar más adelante.
Del saco que tenía conmigo, busque una piedra que había
agarrado en la chanca del juego de la rata, necesitaba comprobar una cosa, sin
pensármelo mucho, la tiré en el precipicio para averiguar si era un efecto
óptico o en realidad ese precipicio existía. Al lanzar la piedra, desapareció
bajando por el precipicio, intenté contar cuanto de hondo era, pero no pude
hacerlo.
-
Muy
astuto, pero la verdad nunca es un engaño. – dijo una voz masculina que
resonaba en todo el lugar, determiné que era Lonan, observándolo todo des del
algún punto.
Entonces, me puse a inspirar profundamente, mientras con las
manos formaba una especie de bola en mi pecho, sostuve la respiración, cerré
los ojos y escuché el fuego como crepitaba. Varios segundos después, abrí los
ojos y enfoqué las palmas de las manos hacia el fuego y pensé en un día de
lluvia.
-
¿Qué ocurre ahora?- decía la chica, me miró y
preguntó - ¿Qué estás haciendo?- siguió mirando hacia arriba, dónde se formaba
una nube negra de tormenta, el techo desaparecía tras esa nube, hasta que
empezó a llover dentro del pabellón.
Esa lluvia apagó el fuego, y pudimos salir del centro de la
pista, más calmados nos pusimos a un lateral, intentando recuperar las formas.
Cuando dejé de enfocar mis manos e irme con los demás, la nube se disipó igual
que la lluvia.
-
¿Cómo hiciste eso?- me preguntó la chica.
-
No lo sé.- le dije con toda la sinceridad del
mundo.
Se escuchó un gran ruido que provenía del centro de la
pista, algo había restaurado las piezas que se habían desprendido y en el lugar
dónde habíamos estado hacía unos segundos, apareció el Viejo Lonan arrodillado
mirando el suelo. Todos nos quedamos inquietos pero en silencio, porque Lonan
parecía enojado. Se levantó y empezó a andar con rapidez hacia nosotros, madre
mía no lo recordaba tan alto, era más alto que Uriel casi tres metros de
altura. Iba con su escudo y el uniforme de guardián intacto, sin ningún
rasguño. Sus ojos no miraban al grupo, noté que estaban buscando a alguien. Se
detuvo a tres pasos de nosotros, clavó su escudó en el suelo frente a sus pies
que llevaba sandalias.
-
¿Quién
provocó la tormenta?- dijo con un tono serio pero sorprendido al mismo
tiempo, como si su cara fuese seria pero sus pies estaban inquietos. - ¡Quien haya sido, que dé un paso al frente!
– dijo con seriedad.
Ay madre, eso si que daba miedo, quizás la había cagado y
por alguna razón que desconocía, me había saltado las normas… me entró bastante
miedo, pero los demás compañeros se apartaron de mí y empezaron a mirarme,
Lonan fijó sus ojos en los míos, dejó el escudó en el piso que sonó como si
fuera de un metal pesado y caminó hacia a mi, dejando un metro de distancia.
¡Madre mía le llegaba a la cintura!
-
¿Has sido
tú? – sus ojos azules y su melena rubia hasta los hombros y ondulada,
parecía que se habían encontrado con algo inusual o que hacía tiempo esperaba,
yo solo afirmé con la cabeza, no me salían las palabras. – Y… ¿cuál es tú nombre? – dijo sin dejar de mirarme.
-
Me llamo Laia, señor.- dije me costó pero lo
dije.
Acto seguido Lonan hincó rodilla, se puso la mano derecha en
un puño encima de su pecho, agachó la cabeza y se quedó así.
-
Es un
grato placer tenerte entre nosotros, querida Laia. Hacía tiempo que no teníamos
a alguien de tú poder. Espero que aceptes mis respetos por no haberme
presentado antes, ante ti. Soy el Caballero Lonan, pero también me llaman el
Viejo Lonan. – su tono de voz había pasado de serio a amable en cuestión de
medio segundo. Toda la clase se quedó igual que yo, sorprendida sin saber cómo
podía contestar a eso, jamás me había ocurrido, tampoco entendí nada de lo que
dijo, pero al parecer no lo decía para todos.
-
Em… ¿Gracias?... – dije.
-
¡La clase
ha terminado, los veo mañana! – dijo para todos, pero cuando me vio que me
movía dijo – Espera, tenemos que hablar… -
su amabilidad no volvió a irse, ya no se le veía como alguien rudo, más bien
alguien muy dulce que quería que todos quisieran entrar de nuevo a este
trabajo.
En el momento en que nos quedamos a solas, Lonan se puso a
mi lado y empezamos a caminar hacia el centro de la pista, me sentía desconcertada
porque recordaba sus palabras “alguien de tú poder” ¿qué significaba eso?
-
Me
gustaría saber, ¿Por qué has decido recurrir a eso para terminar con la clase? –
dijo con una pequeña sonrisa amable y mucha curiosidad.
-
No lo sé. De algún modo tenía que apagar ese
fuego, lo hice sin pensar, solo sentí la lluvia dentro de mí y pasó. ¿Ha estado
mal? – le dije.
-
No, tener
control sobre los cuatro elementos es algo muy bonito en la Guardia. Pero lo
que tú haces, es realmente especial, porque no controlas, pues tú les das un
algo que hacer. ¿Comprendes? – dijo.
-
No, no lo entiendo. ¿Esto lo hacen todos? –
pregunté.
-
Controlar
a los elementos por separado si, pero darles un sentido a ser, no. Es decir,
para apagar el fuego, has usado el elemento agua y aire para crear una
tormenta. Tus compañeros, hubiesen usado un cubo de agua, que había allí
(señalizó en una punta de la pista que no me había parado a observar dónde
había un cubo) y lo hubiesen usado para apagarlo, aunque fuese un trozo para
poder “escapar”. Pero sorprendentemente tú no. – dijo admirando cada cosa
que había hecho.
-
Entonces, ¿porqué lo he hecho?- le pregunté,
arrugué la frente como si intentase ver algo imposible, algo que debería haber
hecho como los demás y no lo hice.
-
Cuando lo
he visto, he comprendido de inmediato que había alguien muy especial este año
en mis clases, por eso te he preguntado tú nombre. En el momento que lo he
escuchado, lo he entendido de inmediato. – dijo y se quedó callado.
-
¿Puedes explicármelo? – le dije, me sentía
preocupada.
-
Esto que
has podido hacer, es porque lo aprendiste hace muchas vidas atrás y en esta
vida al volver a los entrenamientos, ha resurgido de nuevo o ¿acaso alguna vez
has podido controlar el clima de tú ciudad con un pensamiento? – dijo.
Me puse a pensar en si eso era posible, pero no recordaba
que lo hubiera hecho nunca.
-
No, nunca lo he hecho.- contesté.
-
Mejor,
porque aquí es un lugar controlable, pero allí a fuera, ¿quién sabe qué
hubieses podido hacer? – dijo pero me asustó y él prosiguió – en tú dimensión el clima está descompensado,
por eso si haces algo como esto, quizás provoques algo mucho más fuerte, como
un volcán en erupción, inundaciones o cualquier cosa. Por eso, tienes que
procurar no hacerlo fuera de aquí, hasta que te ayude a equilibrar todo esto ¿de
acuerdo? – dijo.
-
Ok. Se lo diré a Uriel.- le dije.
-
No te
preocupes, antes de que vuelvas a casa hoy, le avisaré personalmente de esto. –
dijo.
Nos despedimos con un abrazo, él se agachó y así pudo ser
más fácil, salí del pabellón para ir al edificio de administración, allí me
esperaba Kihara para volver a casa, entré a dentro, firmé un papel conforme
había pasado mí primer día y nos fuimos para el andén a esperar el metro de
vuelta a París. Allí empecé a observar a los demás alumnos, el andén no estaba
tan lleno como en la capital francesa, en un rincón sentado en unos bancos de
mármol estaba el chico de Ojos Verdes, que en su hombro derecho reposaba una
hada que le estaba hablando, Kihara también se encontraba en mi hombro, esta
vez en el izquierdo, y mientras que hablaba de cosas que no prestaba atención,
mis ojos se fueron literalmente al chico, que a pesar de la distancia, esperaba
que fuese París para volver juntos.
Mientras lo observaba empecé a pensar, si sería buena idea
contarle a Uriel lo que estaba pasando, pero en cierto modo sentía que esta
amistad era importante y que Uriel quizás supiera más que seguramente todavía
no debía saber o tal vez, solo tal vez, me aterraba la idea de pensar que
quizás supiera el futuro de eso que tan solo recién empezaba. Pero Uriel,
seguramente que me preguntaría por el día de hoy, y tenía tanto para contarle,
que entré en razón y decidí contarle.
El metro llegó, con Kihara nos sentamos cerca de la puerta,
intenté no perder de vista dónde se sentaba el chico, se quedó cerca, al otro
lado del vagón. Sus ojos se encontraron con los míos en varias ocasiones, hasta
que al final, disimulé observando por la ventana.
-
Uriel está
pasando de nuevo por seguridad, te vendrá a buscar como estaba acordado ¿de
acuerdo? – dijo Kihara.
-
Ok. – dije.
Recomendación: manteniendo la esperanza - Película.
HR.
HERO&Corporation.
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