Aquel ser, empezó a caminar hacia a mí sin dejar de mirarme
a los ojos con una sonrisa que era demasiado buena para ser verdad. ¡Jamás lo
había visto, pero al mismo tiempo sentía que ya lo conocía! Me quedé muda,
enseguida supe que nadie más lo podía ver, porque pasaba entre la multitud como
si nada y los demás seguían a sus cosas, mientras que de fondo podía ver al tio
Hilario que también lo estaba observando, al mismo tiempo que su sonrisa de
alegría le estaba descubriendo que aquella visita era cosa de ellos, de los
queridos seres de luz de mí corazón.
Miré a mi izquierda para ver si Uriel también lo estaba
mirando, pero me di cuenta de que él no se encontraba conmigo, miré a ambos
lados y no estaba, lo empecé a buscar, pero curiosamente se encontraba al lado
del tio Hilario que le susurraba cosas al oído, mientras nos seguían mirando.
Me pregunté mil cosas, pero aquel ser seguía caminando hacia a mí, como si el
tiempo fuera tan lento, fue entonces cuando tuve miedo. ¿Quién podía ser?
Entonces aquel ser se detuvo a un metro de mí, ofreció sus
manos en señal de paz, mientras veía sus ojos color café como si fueran gotas
de agua en verde, que me estaban observando atentamente.
-
No temas,
amada. – dijo con una voz masculina dulce, seguido de una sonrisa dulce
también.
-
¡Dary…!- grité pero parecía no escucharme.
-
No temas,
amada… solo he venido a bailar contigo… ¿quieres que bailemos? - me
preguntó mientras intentaba calmarme ya que había percatado que yo me sentía
algo incómoda.
-
Nunca te he visto por aquí…- susurré, quería
responder mis preguntas a mí manera.
-
Es mi
primera vez que me presento ante ti, hacía mucho tiempo que no nos veíamos…
disculpa mis modales…- se aclaró la voz. – Me llamo Gabriel – se presentó ofreciéndome una de sus manos que no
acepté.
Me lo quedé mirándolo a los ojos sin entender qué hacía allí
un muchacho que no había conocido jamás, porque obviamente que su nombre no lo
recordaba, pero me resultaba muy familiar. Gabriel, respiró profundamente y al
aguantar la respiración, de su espalda salieron dos alas hermosas blancas
brillantes, aún más brillantes que las de mí Tio Hilario. Me quedé muda.
-
Otro ángel…- susurré.
-
En
realidad soy uno de los Arcángeles más populares entre los humanos. –
bromeó, no agarré la broma.- pero también
soy uno de los hermanos mayores de Uriel – comentó con sinceridad.
Entonces fue cuando me acordé de él, hacía un par de años
que había tenido en un sueño muy extraño un encuentro con un ángel que decía
llamarse Gabriel y que decía que me enseñaría a bailar… pero jamás lo había
vuelto a ver.
-
¿Por qué tienes el mismo nombre que uno de mis
profesores de baile?- le pregunté.
-
Uriel ya
me dijo que tienes muy buena memoria, amada.- dijo mientras que le provocó
gracia mí pregunta.- comprendo que no me
reconozcas así, pero soy ese que recuerdas, y estoy
aquí porque he venido a ofrecerte algo que creo que te va a gustar… - guiñó
un ojo y volvió a reírse.
-
¿El qué?- dije.
Pero en vez de contestar empezó a sonar una de las canciones
que en esos tiempos me volvía loca, y no se lo ocurrió más a Gabriel que
empezar a bailar, pero no fue un baile cualquiera, pues fue una coreografía que
recordaba que había montado con Uriel y que curiosamente Gabriel se la sabía
demasiado bien. En el momento que tenía que contestar la coreografía, se había
acercado más y en vez de dejarme escoger, me agarró de la mano y tiró de ella,
para que bailase sin perder el ritmo, no tuve más remedio que seguirle.
Finalmente nos enganchamos a bailar hasta cinco canciones,
hasta que al final, quise sentarme en el sofá dónde curiosamente no había
ningún familiar sentado, estaban bailando. Entre risas y respiraciones porque
casi me había quedado sin aliento, di dos golpecitos a mi derecha en el sofá
para que Gabriel se sentara, y se sentó. Miré a la multitud, bailaban con tanta
pasión que nadie se percataba del momento tan divino que estaba pasando allí,
estar rodeada de ángeles en un fin de año, lo que quizás algunos serían capaz
de pagar lo que fuera para ver al menos un ángel entre ellos. Mi familia seguía
igual de feliz, sin saber lo que realmente estaba pasando allí. Yo en cambio,
no notaba la diferencia, como ya saben, nací rodeada de ángeles siempre, pues
estaba como en casa.
-
¿Te
acuerdas qué te dije la primera vez que nos vimos en el encuentro? – me
preguntó Gabriel.
-
Solo tenía un año de edad, la memoria no era
como ahora. Lo siento pero… no, no me acuerdo…- le dije bajando la mirada en
señal de disculpa.
-
Querías
aprender a bailar y yo te empecé a enseñar lo más básico, porque todavía eras
chiquita para entender los motivos de porque te gusta tanto bailar. –
empezó a contar.- Digamos que hace mucho
tiempo, vivías en un lugar muy lejos de aquí, y durante ese tiempo, aprendiste
a expresarte a través del baile, porque la familia que tenías entonces, te
habían enseñado que el ¿comprendes? –
la pausa que marcó la aprovechó para observar a la multitud.- cada estilo es una forma que tiene cada uno
de comunicarse con el universo, y él a través del baile se comunica con
nosotros. Solo que algunos, aprenden a traducir esa conversación para
comprender el mensaje que nos manda el universo – volvió a mirarme.- cuando te encontré bailando, supe de inmediato
que el universo tiene grandes cosas que comunicarte, pues por eso estoy hoy
aquí contigo. Si lo deseas, yo puedo enseñarte – terminó de decir.
No me sorprendió lo que dijo, pero esa fue la primera vez
que alguien se atrevió a definir lo que realmente me pasa cuando escucho una
canción, sea lo que sea en la televisión (incluido la música de los anuncios)
me pongo a bailar automáticamente. ¡Nunca nadie ha podido hacerlo, excepto
Gabriel! Tal y como lo explicaba, podía comprender que a él le pasaba lo mismo
que a mí. Le miré a los ojos y acepté entregándole las manos y a partir de ese
mismo momento, toda mi vida estaría relacionada con el mundo de la comunicación
del baile energético.
Pasaron unos cuantos días, y parecía que todo volvía a la
normalidad, aunque las clases aún no se habían retomado, porque para Europa aún
quedaba una festividad más que celebrar, los Reyes Magos. Aquel día me tocaba
dejarle la carta al paje, así que con mi madre nos fuimos al barrio Vilamirosa,
para estar junto a mis tíos, mientras que hacía cola acompañada de la mano del
Tío Hilario y mi primo Juanito, que me llevo con él casi una década, estaba
igual de ilusionado que yo para que le trajeran todo lo que había pedido a los
Reyes Magos.
Cuando ya casi me tocaba, decidí subir con Juanito, en el
momento que vi de quién paje nos había tocado, intenté convencerle a Juanito
que subiera él solito y entregase ambas cartas, porque me daba miedo. Pero mi
madre se empeñó y no tuve más remedio que subir llorando. ¿Qué era lo que me daba
miedo en realidad? Las barbas. Durante gran parte de mi infancia me daban
terror y me costó mucho superarlo, cuando vi que el paje también llevaba barba
y blanca, se me fue toda la ilusión de golpe, incluso pensé en no pedirle nada,
igual no quería muchas cosas… pero subí llorando y en las fotos salgo con los
ojos rojos.
Como recompensa le pedí ir en brazos a mi Tío Hilario, él
aceptó cuando a mi madre ya no le hacía gracia que hiciera eso, para ella,
pesaba demasiado ya como para ir en brazos algunas veces, de hecho no solía
pedirlo mucho, pero ese momento era más una necesidad que un capricho. Y nos
fuimos al piso de mi abuela Victoria, allí me calmé más mientras que tomaba la
merienda que mi Tío Alfonso nos había preparado a todos los primos que seguíamos
allí, y que en pocos días, regresarían al Prat de Llobregat y volvería a ser la
única sobrina de esta familia. Hilario estaba en el salón con nosotros,
mientras que los demás jugaban, yo que me había quedado en el suelo jugando con
los coches, decidía ir al sofá junto al titi y me quedé con él, mirando la
televisión.
-
Titi, el otro día tuve un sueño algo raro…- le
insinué.
-
¿Qué soñaste?- dijo prestándome atención.
-
Estaba fuera en un patio muy grande, todo era de
arena y hacía mucho calor, había estatuas de personas con caras de perros y
gatos, que brillaban como si fueran de oro y de algo blanco, había a los lados
una especie de canal pequeño lleno de agua transparente que me podía ver
reflejada. Y en él vi que era más mayor que ahora, llevaba un collar en forma
de cruz, no llevaba camiseta y tenía unos pantalones blancos hasta las
rodillas. El pelo me llegaba hasta las orejas y era negro, los ojos eran
verdes.- dije con todos los detalles que recordaba.
-
¡Oh! ¿Viste algo más?- se sorprendió, creo que
él entendía mejor que yo lo que le estaba diciendo.
-
Había una chica también mayor como yo, que me
estaba hablando, y sentía que yo era como… como papá y mamá, novios.- le dije
arrugando la frente, porque no estaba segura.- ella era un poco más bajita,
llevaba el pelo negro hasta los hombros y un collar con dos anillos unidos
entre sí, junto un vestido blanco sin mangas hasta los pies. Sus ojos, eran
verdes también.- terminé.
-
A veces los sueños nos muestra imágenes de algo
que vivimos en el pasado, ¿qué sentías que era un sueño o algo real?- preguntó.
-
Parecía muy real.- contesté.
Hilario no contestó, dejó que yo misma cayera en que en
realidad ese sueño era un recuerdo de una vida anterior, pero no recordaba
quién realmente era esa chica.
-
Pero ¿cómo es posible que yo fuera un chico?- le
pregunté.
-
Porque elegiste serlo en otras vidas.- contestó
con una sonrisa de alegría, sin poder decir nada más, él me abrazó y dejamos el
tema aquí.
Seguía sin entender las palabras de Anasiel, tener que
olvidar quién fui para luego volverlo a recordar, cada día que iba pasando, me
costaba más mantener un recuerdo de otra vida, y eso me ponía realmente triste,
porque lentamente se me iba borrando distintas cosas de esa chica que parecía
tener mucho protagonismo en todas mis vidas que he tenido. Hasta llegar a tal
punto que solo podía recordar su carita, pero no sus nombres, ni siquiera los
míos que tuve. En ese momento, me parecía injusto si había venido recordando,
tener que olvidar era algo que siempre me ha costado hacer y más si esos
recuerdos me importan más que todas mis vidas juntas. ¿Por qué debía olvidar?
La tarde del 6 de enero de 1999, me encontraba en una de las
calles más transitadas de Manlleu, a la espera de la llegada de los Tres Reyes
Magos. Recuerdo que hacía mucho frío, iba con gorrito, guantes y bufanda, junto
a un pequeño fanal que mi padre encendió con un encendedor, ventajas supongo de
tener en ese momento padres fumadores compulsivos (ahora solo mi madre). Era
tradición recibirlos así, me sentía bastante nerviosa, siempre me pasaba lo
mismo, era una cosa que a mí me importaba mucho, no por los regalos, sino por
el hecho de que se dejaban ver una vez al año. Lo que no entendía era a los
adultos que me preguntaban “¿Te has
portado bien este año?” como si a ellos les fuera a importar, solo lo
tenían que saber los reyes magos, no los adultos, yo decía que si, como todo el
mundo, pero me enojaba bastante y más sino conocía a la persona pero mis padres
si.
La tradición decía que los Tres Reyes Magos provenían de
Oriente Medio y cuando iba a nacer el niño Jesús, en el firmamento apareció una
estrella tan brillante que tuvieron que agarrar sus bártulos e irse hacia allí,
que tras semanas y semanas después del nacimiento, llegaron al fin en el
establo para adorar al nuevo Rey. Así lo dictaba la religión cristiana, una
religión que solo me salpicaba por ir a un colegio religioso y también porque
es lo que en estas tierras surgen, aunque había mucha gente que eran
agnósticos, como mis padres y gran parte de la familia. Pero yo conocía otra
tradición más acorde con la luz.
¡Feliz año 2020!
Recomendación: Pa amb oli i sal - Blamut.
HR.
HERO&Corporation.
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