A mediados de septiembre empecé P5A la tutora era una chica
que aparentaba ser mucho mayor que las otras profesoras que ya había tenido,
rondando la jubilación, pero su nombre nada más escucharlo me llegó al corazón
María Ángeles. Era el último curso antes de empezar con la primaria, y fue un
curso muy diferente a lo que había tenido anteriormente, porque esta vez la
tutora quería lo mejor para mí y en ningún momento me lo puso difícil.
Por primera vez me di cuenta de que esta profesora le
gustaba mucho su trabajo, porque no simplemente enseñaba sino que sabía
escuchar a los compañeros de clase, realmente para mí personalmente, ella me
volvió a recordar que a pesar de que a veces ocurran cosas que no nos gusten,
siempre hay que seguir caminando haciendo lo que más quieres. Por eso, casi
todas las vasijas y manualidades que hicimos en las clases de plástica parecían
creaciones hechas por los ángeles, todo lo que creaba me salía muy bien, porque
sentía amor por lo que hacía, me levantaba de la cama con una sonrisa para ir a
clase todos los días, creo que solo fue ese curso que cuando llegaba el fin de
semana me ponía triste, porque quería que fuese lunes para volver a clase. ¡Eso
era raro en mí!
Antes de terminar el primer trimestre, de septiembre a
diciembre del curso, nos fuimos un jueves al zoo de Barcelona. Me hacía
especial ilusión porque nunca había ido, según lo que había contado la
profesora, era un lugar que obviamente tenía que visitar, porque jamás había
visto tantas especies de animales diferentes, yo no pasaba del perro que tenía
en casa que se llamaba Frodo (una hembra muy hermosa, que se convirtió como una
hermana para mí), los gatos de detrás de mí casa (curiosamente todos negros) y
el hámster Sam que me regalaron durante el verano un día volviendo de comprar
con mi madre comida para el perro, en la tienda de mascotas Filo (así era, la
tienda se llamaba igual que mi abuela, ¡qué gracioso, no!).
Así que ir a un lugar dónde se supone que hay más de 200
especies diferentes de animales, era como entrar en el paraíso, yo, que por
alguna razón sentía la conexión con el reino animal de una forma muy interna y
amorosa, ir al zoo era la excursión perfecta. Durante el viaje hacia la capital
catalana Barcelona, dentro de un autobús muy común en el 1998 de dos pisos, la
mayoría de los niños se peleaban por ponerse en el segundo piso pero más a
primera fila, que solo había cuatro asientos. En mí caso, me conformé en quedarme
en tercera fila de la izquierda, acompañada de una compañera de clase que no
mantenía ninguna relación, Silvia siempre me ha parecido una chica de buen
corazón, pero en ese momento como todos los niños, intentaban encajar
socialmente, así que me había acostumbrado a sus va y vienes constantes.
Igualmente, siempre que quería estar conmigo, yo la recibía y la sigo
recibiendo con los brazos y el corazón abierto, lo que no entendía era que a
veces eso ya que lo daba, no lo recibía de igual manera…
Ese año, mis compañeros de clase quisieron socializar un
poquito más conmigo, y eso se agradecía, por lo menos no me sentía tan rara,
tras el curso anterior, parecía la extraterrestre de la clase. Y las niñas de
clase, me invitaban muchas veces a jugar a sus jueguitos, a papás y a mamás,
como ya dije, no era mi juego predilecto, pero por consideración, lo aceptaba y
curiosamente siempre me tocaba hacer de perro, no sé por cuál razón… pero me lo
tomaba con humor.
Recuerdo que durante el viaje hacia Barcelona que una horita
se me hacía eterna a esa edad, las chicas empezaron a hablar de chismes, de
rumores de la gente… en ese momento, echaba en falta volver a cantar, aunque ya
tenía la cabeza como un bombo… pero mejor cantar que escuchar chismes de otros
que no estaban precisamente lejos, quizás solo a un par de filas atrás. Verlas
reírse de las cosas que la gran mayoría era inventado, a mí no me gustaba nada,
me sentía como si estuviese en un terreno peligroso, y me preguntaba una y mil
veces ¿Por qué hacen eso? Pero al parecer ninguno de mis guías, quería
interrumpirme, y en ese momento se agradecía y mucho.
Así que cerré los ojos y empecé a relajarme, hasta llegar a
tal punto que los chismes eran susurros tan lejanos que solo escuchaba paz. Me
mantenía consciente de aquel estado, sin saber si estaba durmiendo o qué, pero
me sentía mejor poco a poco. Y en ese estado de serenidad, paz y armonía,
empecé a pensar…
-
¿Qué significa ser humano? ¿Yo soy humana?
Entonces, ¿Por qué no me siento bien cuando hablan a las espaldas de alguien?
Entonces, ¿Por qué se hablan mal entre ellos? Entonces ¿Por qué no se dan
cuenta de ello?- me permití hacer una pausa, respiré profundamente por la nariz
y seguí…- Si soy humana, ¿Por qué me siento diferente a los demás? ¿Por qué no
me gustan los mismos juegos que a ellos? ¿Por qué no ven igual que yo?...
Todo estaba oscuro pero no sentía miedo, tan solo el estado
de paz, armonía y paz seguía separándome de aquellos susurros, dejando estas
preguntas volar por mí cabeza sin rumbo ni destino.
-
Obsérvate
– dijo una voz masculina que identifiqué enseguida, del arcángel Uriel.
Abrí los ojos, buscándole, pero en ese momento no estaba a
mí lado, no de la forma que pensaba, pero su presencia se notaba y sus brazos
que se encontraban cerca de mí también.
-
Obsérvate
en cada ojo que te encuentres, mi amor. Pues al verte, eres un hermano más, un
humano más.- decía Uriel con su voz dulce y amorosa.
Empecé a escuchar a Cristina, que estaba hablando de uno de
los chismes que había escuchado, pero que yo no presté atención al chisme en
sí, ni si quiera sabían de qué estaban hablando, pues en sus ojos empecé a
sentirme identificada, sus ojos verdes me atrapaban en un lago que
inevitablemente estamos todos dentro, unidos en sintonía. Me ocurrió lo mismo
cuando Sandra añadió algo a la conversación, sus ojos cafés decían exactamente
lo mismo, en el laguito de la humanidad en sintonía, unidos. Y volvió a ocurrir
cuando Ariadna añadió otra cosa,…
Y aunque no hablasen, me pasó lo mismo al ver a Rosalba,
Carla, y Júlia me sentía igual, aunque con ella parecía ser un laguito algo
peculiar, con ella el color cristalino del agua que nos sostenía, era más
sólida que líquida.
-
¿Qué estoy viendo?- pregunté con el pensamiento.
-
La
humanidad, mi amor. Este laguito eres tú, y ellas, y yo… todos somos ese
laguito que nos sostiene, en cada forma y en cada situación, en este laguito es
donde el mundo canta su canción eterna.- dijo al mismo tiempo que notaba
como su manito que ya podía ver me acariciaba suavemente la cabeza.
Ese autobús me enseñó el reflejo que yo soy en cada aspecto
que forman parte de mí, en este laguito que se conforma la realidad, dónde
todos somos todo, por lo tanto la diferencia no es más que una representación
de que en realidad todos somos ese laguito que nos sostiene como realidad, que
según su estado, es más sólido o más líquido (denso o sutil).
El camino que faltaba, la pasé en silencio, sin escuchar a
nadie, ni a nada, solo observando más allá, observando las bromas que hacían
los chicos, en primera fila, que bromeaban, mientras que el autobús se
enfrentaba al atasco de la ciudad en hora punta.
-
¡Van a chocar, van a chocar!- decían alabando
que así fuese… mientras simulaban cómo sería, eso me divirtió y empecé a reír.
Nil, Guillem, Aleix y Eloi se lo pasaban realmente muy bien,
allí. Desde P3 que los andaba observando, en cada hazaña que realizaban, porque
ese grupito, normalmente eran los que más se mandaban una y la gran mayoría de
veces, andaban con más broncas de los profesores por las bromas y cosas que
acababan haciendo. Aunque mi presencia les molestaba bastante, siempre me
quedaba a un lado, observándolos. La verdad es que me sentía más cómoda con los
chicos que con las chicas, pero de igual forma, prefería la compañía de Uriel
más que la de ellos. Mi objetivo era pasar como una cualquiera, y estar
castigada constantemente, no era mí destino, por lo menos lo evitaba siempre
que podía, porque alguna también me mandaba yo.
La visita al zoo fue una maravilla, vimos a todos los
animales, y todos tenían algo de especial, pero no tan especial como cuando
entramos en el recinto de los delfines, justo antes del show… En esta
encarnación nunca había visto uno, pero mi corazón latía de una forma muy
interesante, me sentía como si alguien me estuviese llamando, alguien que no
podía reconocer, por eso nada más entrar en la parte del acuario, que se
suponía que era el lugar dónde normalmente estaban, antes de que les enviaban
al otro recinto mediante túneles de agua, hacia el lugar dónde eran entrenados.
Mi corazón empezó a latir más lento y al mismo tiempo más profundo, en el
sentido de que de repente, todo lo de alrededor iba más lento de lo habitual,
como si el tiempo en realidad se quisiera parar, y pasito a pasito, subíamos
las escaleras del comienzo, hasta llegar a dentro, caminar todo recto unos
cuantos pasos para terminar girando a la derecha y allí estaban, los ventanales
acuáticas del segundo recinto.
Toda la clase se quedó en uno de los ventanales que no había
nadie observando, pero al mismo tiempo, los delfines estaban más pendientes de
los otros ventanales, que del nuestro. Recuerdo que me quedé observando esa
agua tan calmada y tan azul, que automáticamente me hacía sentir relajada, en paz
y contenta. Me tocó quedarme a un lado, ya que nos hicieron sentar en el suelo,
y yo estaba de espaldas a otro ventanal que aparentemente estaba vacío, y de
cara al nuestro. Mientras que el guía del zoo explicaba curiosidades de los
delfines, mi mirada se quedó conectada en el agua, como si sintiera cómo se
siente.
Sentía como las ondas del agua se fusionaban en mí sangre,
con cada latido, hasta formar un único latido unificado. Empecé a respirar más
en profundidad, cuando tenía unas ganas enormes de cerrar los ojos, que en ese
momento no estaban relacionadas con el sueño, pero de todas formas se me
cerraban los ojos, el ritmo no había cambiado, todo era lo que ahora se dice
armónico. Giré la cabeza y miré a mis espaldas, ¡qué sorpresa! Había un delfín
en el ventanal, detenido observándome, sabía que tras el cristal me podía ver,
me giré para estar de cara a él, y el delfín se quedó allí, observándome, a
simple vista notaba que era una hembra con la misma edad que yo. Pero mis ojos
se quedaron atrapados en los suyos, porque sentía que conectaba con ella en
otros aspectos que las demás personas no comprendían en ese momento, yo lo
reconocí enseguida, era la conexión del reino animal, en este caso, la conexión
que ahora es tan importante los cetáceos, a pesar de que los delfines son
mamíferos.
-
¿Ven aquel delfín de allí?- decía el guía, se
refería al que yo estaba observando.- es una hembra y tiene la misma edad que
vosotros.- el guía dijo también el nombre, pero no me acuerdo cómo era, pero
recuerdo que era un nombre acuerdo con el agua.
Aluciné porque sin saber, supe qué era, le volví a mirar y
el delfín se puso bocabajo nadando hasta casi desaparecer del ventanal, luego,
se giró y sacó la cabecita, lo más cercano a mí posible. Sin saber porque,
alargué el brazo y toqué el cristal, el delfín se acercó a mí mano, pero lo que
acercó fue sus ojos, quedando así mi mano entre sus ojos, como si tocase su
tercer ojo, aunque es un espacio muy grande, tienen el tercer ojo casi igual
que nosotros. Entonces cerré los ojos.
Escuchaba mí corazón
latir con fuerza pero sin acelerar el ritmo. Poco a poco el ambiente que tenía
empezó a desaparecer, hasta verme dentro del agua, como si me hubiese
teletransportado directamente al centro de la piscina acuática, y a mí
alrededor este delfín conmigo jugando. En el silencio más hermoso, con el
latido del corazón de fondo, extendía la mano para tocar al delfín. Lo curioso
es que me sorprendió su piel tan especial, era áspera pero al mismo tiempo
fina, como si tocaras algo gelatinoso y encima mojado. Su tacto era tan real,
que automáticamente me olvidé realmente de dónde me encontraba. Le miré a uno
de sus ojos, y me vi reflejada rodeada de mucho amor, sin saber cómo había
reconocido al delfín, era alguien conocido pero no sabía de dónde.
Cuando regresé de aquel estado, la María Ángeles, la profe,
se vino a mí y me agarró de la manito para irnos de nuevo a fuera, que íbamos a
la parte del show para aguardar sitio, ya que iban a empezar pronto. No dije
nada y le seguí sin dejar de mirar hacia atrás, y con la mano que tenía libre
le dije adiós al delfín, que lo comprendió haciendo el gesto de confirmación
con la cabeza y luego seguía nadando entre los ventanales, hasta que al final
ya no pude verla más. Así fue como descubrí a mí animal favorito, a partir de
ese momento, me volví fan incondicional de los delfines y del mundo cetáceo.
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HR.
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