No tenía ni idea de lo que era el amor con casi ocho años, pero no le había mentido, podía sentir lo que él sentía por mí. Quizás me condicionaba, me daba igual, mientras él se quedase y esperase a que fuese el momento adecuado para ello. Algo muy profundo de mí misma me decía que así sería y que solo tenía que confiar en ello, y así lo hice, sabiendo que mi corazón estaría partido en dos partes, por un lado Gabriel arcángel y por el otro el Chico de Ojos Verdes.
Gabriel se quitó de delante de mí, ya no me encontraba de espaldas a la puerta “coaccionado” por sus impulsos tan dulces, pero tampoco apartamos la mirada entre los dos, jadeé como los perros, como si de repente hiciese mucho calor en la cocina, cuando siempre había sido el lugar más frío de la casa.
- Me gustaría hacerte una promesa. – dijo.
Le hice una señal para que me contase.
- No voy a intentar besarte, ni hacer nada digno de una pareja, hasta que tú me des permiso y estés lista para ello. Pero prometo mantenerme a tú lado, acatando mi papel hasta que estés lista para elegir. Elijas lo que elijas, será justo lo que voy a respetar, si te quedas conmigo o con él, eres tú quién debe elegir y yo deberé respetarlo. – respondió.
Entonces me acerqué a él y le di la mano, él la encajó empujando fuerte hacia él para quedar de nuevo nariz con nariz. Me dio un beso en la mejilla también ventosa, el corazón se me aceleró como la pólvora, y luego dio un segundo beso igual en la mano que le estaba encajando.
Una semana antes de Navidad, me encontraba en el colegio en clase de conocimiento del medio, curiosamente nos estaban explicando cómo funcionaba el ciclo del agua. Me parecía fascinante lo fabulosa que es el agua y lo tremendamente adaptable que puede llegar a ser, en estado sólido, líquido o gaseoso. Siempre había sido una niña de naturaleza curiosa, y una de las preguntas que me planteaba era “¿Cómo se produce la lluvia?”. La explicación del colegio, me dejó bastante a medias, sentía en el corazón que le faltaban muchas piezas, es verdad que el Sol evapora el agua del mar y se lo lleva a las nubes hacia la montaña, que cae en forma de lluvia para convertirse en un río, pero mi pregunta no era de dónde se crean los ríos y mares, sino ¿cómo se produce la lluvia?
El vapor de agua con el Sol, se transformaría en lluvia, pero antes en una nube gaseosa que flotaría en el cielo hasta llegar a una montaña o un lugar y después caería la lluvia, pero ¿y los relámpagos? ¿De dónde salen? Tenía una hoja de cuadros encima de la mesa, al lado del libro, en ese tiempo no tomábamos apuntes, pero yo siempre tenía una hoja y un lápiz por si tenía ganas de dibujar algo o escribir, incluso recibía mensajes de los guías entre clase y clase.
El lápiz empezó solo a hacer garabatos encima del papel, mientras que mis ojos se cansaban y me sentía cada vez más cansada, hasta ver como a mi alrededor todo iba mucho más lento de lo habitual. Miré el papel y encima de la mesa se empezó a abrirse una brecha que partía la clase en dos partes, me aferré a la silla como si intentase no caerme de ella y me dejé llevar cuando la brecha empezó a succionarme para terminar dentro de un túnel negro hacia vete a tu saber dónde.
Caía en caída libre por ese túnel oscuro pero no quise gritar, como si ya hubiese estado allí otras veces. En algunas ocasiones podía ver números de distintos colores llamativos 2000, 1999, 1998, 1997,…
- ¡Laia! ¡Laia! ¡Despierta! – escuchaba los gritos de Gabriel.
Abrí los ojos, levanté la cabeza, me encontraba tumbada boca abajo en la arena de una montaña, hacía mucho calor, miré alrededor, todo eran nubes muy densas que costaba bastante respirar, noté una mano en mi espalda, me incorporé era Gabriel, me puso un pañuelo en la zona de la boca y la nariz, él llevaba uno también, me ayudó a levantarme y me agarró de la mano.
- ¿Qué es esto?- le pregunté.
- Hemos retrocedido en el tiempo, esto que ves a nuestro alrededor son volcanes en erupción. Te voy a explicar cómo se originan las tormentas, ¿de acuerdo? – dijo Gabriel.
- ¿Esto es real o me he quedado dormida?- pregunté tan sorprendida.
- Claro que es real. Tengo entendido que ya has viajado en el tiempo anteriormente, ¿no? Bueno, eso es lo que me compartió Uriel un día. – preguntó Gabriel.
Le miré directamente a los ojos, él se quedó en silencio yo intenté decirle algo pero me quedé fascinada viendo a lo lejos como un volcán sacaba su lava a poca distancia. Quizás era la única persona que podía retroceder tanto en el tiempo, lo raro era que pudiésemos respirar, aunque las mascarillas improvisadas, daban el pego por un tiempo.
- No tengas miedo. ¿Confías en mí? – me preguntó Gabriel ofreciéndome su mano.
Me aferré a su mano y empezamos a caminar entre las locas que habían sido lava pero ya más seca.
- ¿Por qué podemos respirar y esta agua que cae no nos lastima?- le pregunté curiosa de mí.
- Hay una burbuja protectora que nos protege a los dos, solo funciona si no te sueltas de mí mano. – respondió, yo como acto reflejo me agarré más fuerte a su mano.
Las explicaciones de Gabriel eran mucho más interactivas que las que estaban dando en clase, me pregunté si alguien se hubiera percatado de mi falta, pero eso era lo de menos. Cualquier persona creo que pagaría lo que fuese para estar en mi misma piel ahora mismo, así que quise aprender y disfrutar. Si los ángeles me habían abierto las puertas a Agartha y a las dimensiones lumínicas, poder viajar en el tiempo era otro asuntillo que tenía que tener en cuenta, experiencias que valen más que el oro y que al fin y al cabo llegaría ese momento para poder contárselo a alguien que aceptase esto sin tener que prejuzgarlo antes.
El juicio solo es una excusa más para no aceptar que te da miedo hacerlo tú mismo y experimentarlo, ya que tienes la habilidad de hacerlo tú mismo, sí confías en ti y en los ángeles. Ni te imaginas lo que realmente eres capaz de hacer, así que te animamos a no quedarte en las puertas de aquello que podría haber sido y no fue, es mejor experimentarlo, lanzarte a ello que vivir pensando en lo que pudiera haber sido. Recuerda, solo los más valientes son capaces de trascender el mundo.
Al lado del arcángel Gabriel, las cosas se ven muy distintas, aproveché ese viaje para pensar en si valía la pena renunciar a los ángeles, se estaba acercando la Navidad y en tres meses me realizarían la pregunta más importante que te hacen los guías al cumplir ocho años. Tenía que tomar una decisión muy importante, y ese viaje me ayudó a tomarla, ¿realmente sería capaz de estar veinte años a espaldas de ellos y de todo esto? No me veía capaz de renunciar a tanto amor, amabilidad y tanta aventura… por lo tanto por primera vez lo tuve claro, había nacido para que en esta encarnación estuviese plenamente consciente de todo lo que el universo tenía programado hacer, y además quería colaborar con ellos en lo que hiciera falta. Renunciar a todo esto, sabría que me arrepentiría al segundo de hacerlo, por eso decidí seguir adelante.
- Gabriel, ¡ya he tomado la decisión!- le dije, él se me quedó mirando.
- ¿Sobre qué?- respondió Gabriel.
- Quiero continuar despierta conscientemente una vez ya tenga ocho años. ¡No quiero renunciar a esto!- le confesé.
- Aún tienes tres meses para pensártelo. ¿Estás segura que quieres ver el proceso o te aviso en cuanto sea el momento? – dijo sus ojos mostraban preocupación y seriedad.
- ¡Quiero verlo absolutamente todo!- le dije feliz, le di un abrazo.
Él me agarró en brazos.
- Y también quiero una cosa más…- le dije susurrándole en la oreja.- si pierdo la habilidad de poder ver a los ángeles, quiero que sigas conmigo. ¿Me lo prometes?- le dije.
- ¡Cuenta conmigo para lo que haga falta, Laia! – dijo Gabriel con una pequeña sonrisa, sus ojos se dilataron un poquito.
Cerré los ojos aferrado a su cuerpo, notaba como estábamos volviendo al presente, en cuanto los abrí, escuché de fondo el timbre que señalaba la hora del patio.
El día de la lotería nacional no nos tocó ni una peseta, pero fue el pistoletazo del inicio de las vacaciones de navidad, tres semanas sin ir a la escuela, un pequeño descanso de las posibles putadas de la profesora y de los inconvenientes de la Júlia, que no había manera de que parasen ni en su último curso con nosotros. Está claro que el colegio no me enseñó ni a sumar ni a restar, ni tampoco a conocer el mundo que nos rodea, pero si que me enseñó a tener paciencia, a comunicarme mejor, a saber escuchar y saber lo que no se debe hacer nunca en las relaciones sociales, putear al otro por diversión, ni por nada.
Estaba contenta por no ir a la escuela, pero esas navidades fueron las más horribles de todas, porque me estaba despidiendo al Titi. En nochebuena no me quise separar de él ni un segundo, si se levantaba de la mesa a buscar algo en la cocina, yo iba con él, incluso me quise quedar pero mi madre me lo impidió, porque Papá Noel ya había pasado por casa y tenía que abrir los regalos. Antes de irme, me fui al árbol que montaban en casa de mi abuela, cuando nadie me observaba, dejé una carta colgada del árbol dónde ponía en el sobre “Para el Tito Hilario”.
Al día siguiente, regresamos para celebrar la Navidad, pero el Titi se despertó con mucha tos y fiebre y se tuvo que quedar tumbado en el sofá y en su lugar Rafalé y Alfonsito hicieron la cena. Me quedé con él tumbada en el sofá, mientras que él descansaba roncando plácidamente, recosté mi cabeza en su pecho para saber que respiraba y su corazón latía algo más rápido de lo normal, pero latía. Seguía en este plano y eso era un alivio. El Titi se despertó para comer el cocido tradicional y un par de gambas a la plancha, él quería tomar vino y cava pero el médico le prohibió el alcohol así que brindó con zumo de uva y melocotón (no estaba nada bueno pero yo también le acompañé). Entonces, se animaron la tita Trini y el tito José a cantar los villancicos tradicionales de la familia, el Titi me miró y también las cantamos con ellos, aunque no me sabía la letra solo el estribillo, colaborábamos de alguna forma. Después yo toqué la pandereta, mi prima Ana María se vinieron del Prat de Llobregat con una Zambomba y el tito José dio un escupitajo en sus manos y la hiso funcionar.
Entonces, una luz blanca cegadora, me entró por los ojos, provenía de la terraza, me levanté de la silla y me fui hacia la puerta de la terraza, corrí las cortinas y vi a un ángel que me estaba sonriendo, uno que no había visto jamás pero brillaba muchísimo en luz, abrí la puerta y salí.
- ¿Quién eres?- le dije.
- Soy el arcángel Metatrón. ¿Puedes avisar a Humiel? Debemos hablar.- dijo muy amable.
- Si, claro.- dije, volví a dentro a buscar al Titi.
PD. Sentimos que la semana pasada no pusieramos capítulo, andaba superando algo personal importante y no pudimos subirlo, así que para recompensarles un poco, hoy tienen capítulo y el miércoles en vez de una reflexión tendrán otro capítulo. ¡Ah y una cosa más, estamos llegando a la mitad de la segunda temporada!
Recomendación: Viento - película de Netflix.
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