Capítulo 151:
No había nadie al otro lado de la puerta, pero a la altura de mis ojos, apareció una pluma blanca impoluta que volaba lentamente por delante de mi cara, coloqué mis manos para atraparla, la pluma cayó encima de mis manos sin esfuerzo ninguno y después se transformó en una carta con las esquinas doradas y el sobre era de color ocre.
- ¿Y esto?- susurré.
- ¡Ábrelo, es para ti! – dijo Uriel.
En el reverso de la carta ponía mi nombre completo, junto con mi fecha de nacimiento y mi fecha estelar (la fecha de la hora de nacimiento). Entré de nuevo al cuarto, cerré la puerta, me senté en la silla y abrí la carta, identifiqué la letra enseguida era del Titi.
- ¡Oh que bien, mi amor! Humiel te ha invitado oficialmente a la ceremonia de ascensión, que tendrá lugar el día 31 de enero a medianoche. ¿Irás, verdad? – preguntó Uriel.
- ¿Sabes dónde es?- le pregunté.
- Si. ¿Confirmas asistencia? – dijo Uriel.
Dije que si con la cabeza, así que Uriel se quedó la carta para que no cayera en malas manos, ¿qué pasaría si mis padres o familiares tuviesen esa carta en sus manos?
- ¿Cómo nos iremos a medianoche si no me dejan salir sola?- pregunté.
- Viajaremos entre dimensiones, mi amor. Nadie se va a dar cuenta de que te has ido, volveremos antes de que noten tu ausencia. – respondió Uriel con su sonrisa amable que tiene siempre grabada en su rostro.
Agarré la moneda y me la puse en el bolsillo, entonces regresé al salón con los demás. Los dos días pasaron muy raros, por las noches me costaba dormir, Gabriel aprovechaba para cantarme alguna de sus canciones con la guitarra que le prestaban des del coro de ángeles, pero aún y así me costaba un huevo poder entrar al viaje astral, así que simplemente me dediqué a descansar. Por una parte quería ver al Chico de ojos Verdes, aunque fuese en el metro hacia París, pero parecía que mi cuerpo no quería colaborar, así que le escribí varias cartas durante esos dos días.
- Lo siento mucho por lo de tú tío, entiendo como te sientes, si necesitas cualquier cosa, mándamelo saber y yo vendré a verte.- decía sus cartas siempre al final como a modo de post data.
Al no tener muchos amigos en 3D y unos amigos conectados con la divinidad en 5D, me hacía entender las diferencias formas que una persona puede tener sobre la misma amistad. Me sentía super bien al lado de Sergi, pero me sentía más en casa, cuando estaba con mis amiguitos de IÓN o básicamente de Agartha, por lo menos a ellos les podía contar todo sin tener que ocultarles nada. Cada año era más complejo mantener amistades en la 3D, con tanto secretismo y ver que el tiempo no llegaba a poder decirles la verdad, me iba cerrando poco a poco y además eso me impedía poder sentirme yo misma en esta dimensión. ¡Este era el precio de poder vivir en la realidad universal! La simple idea de renunciar a esto de Agartha, el Chico, de Gabriel y además de poder estudiar algo que me gustaba en IÓN para tener amistades en 3D que no estaban muy dispuestas a ello, era impensable.
Con la compañía de Sergi, Gerard y José, me sentía bien, eran mis mejores amigos aunque con José era complicado ir a las cinco a su casa a pasar el rato y jugar, en cambio en casa de Gerard sí que ya había estado, pero con Sergi no, solo había venido a mi casa a jugar los fines de semana. El resto de los compañeros de clase, nunca me invitaban a ir a ellas, después de clase era así, de este modo te dabas cuenta de lo que realmente te querían, solo podían sostenerlo en clase, pero luego era muy distinto todo.
Durante el momento del funeral, fue extraño cuando el cura dijo esas palabras que llama a los ángeles para que se lleven al cuerpo a ver a Dios. Por primera vez, de la caja no vi salir a nadie, incluso no había la presencia del Titi en la Iglesia de Gracia en Manlleu. Sin querer se me escapó una sonrisilla y pensé en la invitación de la ascensión de él, todo había sido por una razón y en ese momento comprendí que tenía que suceder así. Le agarré la mano a Uriel con fuerza, le miré directamente a los ojos y sonreí él me devolvió la sonrisa, mientras que se escuchaban los cánticos de los ángeles cantar la canción de Bienvenida seguido del nombre del Titi, Humiel.
Él pertenecía al coro de ángeles y estaban contentos de que regresase a la 7D, se había pasado 39 años trabajando de Sol a Sol incluso muchas noches de luna Llena para que su misión de vida se cumpliese, en parte era cuidar de mi mamá en sus traumas ocasionados por mi abuelo golpeador, ludópata y alcohólico. Pero en ese momento de lucidez, parte de su misión era prepararme para esta nueva etapa de vida que estaba comenzando, todo lo que él me tenía que enseñar ya lo había aprendido y el Consejo del Karma y el Dharma lo tenían muy clarito, cuando yo aprendiese todo eso él tendría que regresarse al coro de ángeles a seguir con sus quehaceres de ángel.
Entre la invitación a su ascensión, el hecho de que ya sabía que esto pasaría así, y que tal y como me había dicho había ocurrido, sentí esa lucidez de que si no había sido capaz de mentirme nunca en esos ocho años y medio de mi existencia como Laia Galí, sabía que él seguiría su camino hacia los ángeles, puesto que al no verlo flotar en el aire mientras que el cura llamaba a los ángeles, sabía que sus intenciones siempre fueron tan puras que miré por un segundo la cúpula de encima del altar y dije “si mantienes puro tú corazón, el amor infinito te acaba absorbiendo y la luz divina acaba aceptándote en ella, siendo parte de ella”.
Al salir de la parte de la Iglesia, me quedé con el Tiet Josep, él también había ido al entierro porque conocía al Titi de haber coincidido por muchos años en Torelló, antes de Profidema, mis tios Rafalé, Titi y Alfonsito trabajaban en Torelló y a la hora de almorzar se encontraban con el Tiet Josep que también salía de su trabajo de la imprenta para almorzar, solían ir los cuatro juntos al mismo restaurante y compartían mesa todos los días entre semana.
Aún era pronto para ir a almorzar, así que con el Tiet Josep fuimos al parque del barrio de Gracia a jugar un rato con los columpios y los toboganes, mientras que esperaba a mi abuela regresar de la Iglesia. Pero antes de irnos allí, mi padre me dijo…
- Pásate a las tres por casa, esta tarde regresas a clase.- me ordenó papá.
- Sí, papá.- le dije.
No quería pero ya era demasiado tiempo ausente, llevaba tres días sin ir, tenía que regresar, volver a mi vida y seguir adelante esperando alguna señal de regreso del Titi. Si no me había mentido en ocho años y medio, cumpliría su palabra.
Me encontraba más animada y comí todo lo que la abuela me cocinó, para animarme me preparó macarrones a la cazuela (eran macarrones con tomate y carne picada), de segundo sesos fritos (uno de mis platos favoritos) y de postre flan casero de ella misma. Pasé por casa, acompañada por el Tiet Josep, agarré la mochila y me fui a clase, empecé a ponerme algo nerviosa por esa noche, ¿qué pasaría en la ascensión? ¿Dónde iríamos Uriel y Gabriel?
La profesora Laura llegó a la clase, dejó sus cosas encima de la mesa y miró a toda la clase, pero su mirada se quedó clavada en mí, se puso las manos a las caderas con esa mirada desafiante que hacía mientras mandaba a callar a toda la clase, que poco a poco le iban haciendo caso.
- Miren, al final se ha dignado a venir la Laia… - dijo la Laura, toda la clase automáticamente se voltearon a mirarme, me entraron unos calores. - ¿Te parece bonito faltar tres días a clase a mitad de curso, eh? ¡Así que todos quedáis avisados, mañana examen!- gritó furiosa.
- ¿Qué?- susurraron los compañeros de clase.
- ¿Disculpe?- dije levantando la mano.- ¿No le dijeron que se me murió un familiar?- pregunté.
- Si, pero solo contaba con que faltases un día, no tres. ¿Te piensas que son vacaciones o qué?- dijo desafiándome.
- ¿Usted no piensa que quién se me murió era como un padre para mí, o qué?- le repliqué enojada.
- ¡Mira, no me contestes que te quedas después de clase y mañana sin patio, eh!- dijo la Laura.
- Respondo si usted no tiene sentimientos por los demás y usa excusas para castigarme sin motivo.- respondí.
La clase se quedó muda, mirando a la profe.
- ¡Todos en la página 45 del libro de conocimiento del medio, Carla empieza a leer!- dijo la Laura para dar el tema como zanjado.
Estaba a punto de tirarle el libro a la cabeza por intentar ponerme en ridículo delante de todos y así mofarse de mí, pero me contuve. De hecho Uriel no me hubiese dejado hacerlo, seguramente que me hubiese agarrado las manos usando toda su fuerza para que no lo hiciera. Estaba tan furiosa que me pasé la hora sin hacer nada, mirándola fijamente con los brazos cruzados en el pecho, pasando de la clase olímpicamente. ¡Que hija de su madre más perra, por Dios!
No estuve muy pendiente de las dos horas de clase por la tarde, ese día regresé al Tripijoc, me quedé todo el rato en la sala de talleres sentada en una mesa delante de un pequeño piano que Papá Noel había pasado en el centro. Nunca me había puesto delante de un instrumento, encendí el piano electrónico de juguete y dejé mis dedos fluir encima de las teclas intentando ponerle luz a esos sentimientos tan feos que estaba sintiendo y que tenían ganas de llorar. Por suerte no había nadie en la clase, solo así me sentí más cómoda, a mitad de la canción que fluía entre mis dedos sin saber qué estaba exactamente tocando, sentí la presencia de Gabriel muy fuerte, de hecho me agarró de los hombros con firmeza pero a la vez con suavidad.
- Veo que te acuerdas de cómo se tocaba el piano, mi amor. Aún recuerdas esas canciones que se tocaban en noches y tardes lúgubres como esta. ¡Me siento feliz por ti! – dijo Gabriel.
Dejé de tocar, pero ni me giré él tampoco se movió de dónde estaba.
- No sé lo que hago. Nunca he aprendido a tocar.- le dije.
- Claro que no, porque estas canciones se tocaban hace más de 300 años, en una de tus vidas pasadas, te aficionaste bastante a este instrumento. – respondió Gabriel.
Seguí tocando como si mis dedos supieran dónde tenían que tocar sin pensar en las notas ni las armonías, algo que en esta vida nunca pude aprenderlas porque no me entraban.
- ¿Qué estoy tocando?- le pregunté.
- La marcha fúnebre que tocaste, cuando murió tu papá hace 300 años en esa vida. Le compusiste una canción para que nunca lo olvidaras. – respondió Gabriel.
- ¿Cómo es posible que la toque ahora?- dije sorprendida.
- Porqué algunos vínculos permanecen entre las vidas intactas. Ese papá que tuviste fue muy importante para ti. – informó Gabriel.
- ¿Es el mismo de ahora?- le pregunté.
- No. – dijo tajantemente Gabriel.
Capítulo 152:
De repente llegó a la clase Pep y se quedó bastante preocupado porque nunca me había aislado tanto de mis compañeros, intentó preguntarme cómo estaba pero no quería hablar, al final me fui al patio a jugar a pelota en un rincón yo sola con la pared. Pep regresó.
- ¿Por qué no me cuentas qué te pasa puede que así te ayude?- insistía.
- Estoy triste, porque mi tío era muy importante para mí.- le dije.
- Ya me contó tú mamá, lo siento mucho. ¿Quieres hablar?- dijo amablemente.
Dije que no con la cabeza, él lo respectó y me dejó jugar en paz. Luego a la hora de hacer los deberes, estuve haciendo los ejercicios del lugar sin intentar llamar la atención, me senté al lado de Jesús que le tocaba hacer matemáticas, cómo no se salía con la suya, decidí pasar de los ejercicios de lengua para ayudarle, a pesar de que iba un curso más adelante, él estaba haciendo divisiones con dos cifras, algo que en IÓN hacía tiempo sabíamos hacer.
Después Jesús le enseñó a la Maribel lo que había hecho y le puso un bien por cada operación, todo había salido genial.
- ¡Muy bien Jesús! Veo que ahora ya lo aprendiste.- dijo la Maribel.
- Me enseñó ella.- dijo Jesús señalándome.
- ¿Cómo?- dijo Maribel arqueando las cejas.
- Si, ella me ha enseñado.- insistió Jesús.
A pesar de tener problemas cognitivos Jesús, le enseñé a hacer una cosa que en mi curso aún no se impartía y que mi abuela tampoco me enseñó, así que tenía que dar una excusa para que no dijese de dónde lo habría aprendido. La Maribel vino a nuestra mesa y se quedó observando cómo le ayudaba a hacer el siguiente, en cuanto lo revisó que estaba bien, se quedó sin palabras.
- ¿Quién te enseñó, Laia?- me preguntó la Maribel.
- Dile que tú abuela, será creíble. – dijo Uriel.
- Mi abuela.- respondí.
Flipó la Maribel y decidió darme ejercicios más complicados de un año más arriba. Una hora más tarde, vino la otra Maribel que solía venir cada ciertos meses a avaluarnos cómo iba todo, le habían contado eso y decidió que era importante verme, así que me fui al despacho principal. Charlar con la otra Maribel era un rato muy agradable, siempre ella tan buena, de hecho en el Tripijoc siempre han sido muy buenos, un lugar que recomiendo muchísimo, por si sus hijos quieren ir, aún está abierto el centro.
- Así que tu abuela te ha enseñado las matemáticas de cursos más avanzados, ¿no?- dijo la otra Maribel.
- Si.- le respondí.
- ¿Cuántos años tiene ella, lo sabes?- me preguntó.
- Creo que… 71 años.- respondí.
- ¡Uy ya es bastante mayor! ¿Ha estudiado algo?- siguió con el interrogatorio.
- No, solo me dice que terminó a los 13 añitos del colegio y luego se puso a trabajar.- le respondí, ella me había contado muchas veces eso y finalmente se me había quedado grabado en la memoria.
- ¡Me gustaría mucho conocerla!- insistía la otra Maribel.
- Creo que en el próximo evento que hagan aquí ella vendrá, nunca me falla.- le respondí.
- ¡De acuerdo intentaré venir!- dijo.
El resto de las preguntas iban referidas a los amigos que había hecho en el lugar, me preguntó mucho por mi amistad con Sergi y Jesús, incluso tuvo la indecencia de preguntarme si me gustaba uno de ellos como si buscase novio, pero me negué rotundamente, solo éramos amigos, mejores amigos y nada más. Mi reacción no le gustó porque fui un poco desagradable, me quedé suspirando en la silla dejando que un pequeño silencio nos invadiera, hasta que me atreví a romperlo.
- ¿Se acuerda de cuando perdió a su mamá?- le pregunté, automáticamente la otra Maribel arqueó las cejas en señal de sorpresa.
- ¿Cómo sabes lo de mi madre?- preguntó pero le interrumpí.
- Esta mañana he enterrado a mi tío favorito. Para mí era más que un tío, era como un papá. Disculpe si le ofendí recientemente, pero no estoy bien.- le confesé.
- Te acompaño en el sentimiento, Laia. Lo entiendo.- respondió.
- ¿Puedo irme con los demás, hoy toca talleres y me gustaría terminar mi vasija?- le pregunté.
- Espera. ¿Cómo sabías lo de mi madre?- insistió.
Le agarré la lapicera azul que tenía en la mano y agarré un trozo de papel para ponerme a escribir una frase con una letra que no identifiqué que era mía.
- Tome.- le dije ya de pie, ella lo aceptó y se puso a leerlo yo me fui del despacho.
A la hora de talleres, nos dieron arcilla para moldear así que me dejé llevar y creé algo que no había visto jamás. Creé un bol y a dentro amasillé cinco caras de animales, un león, un delfín, un mono y finalmente un tigre, el bol estaba decorado con pequeñas flores de Lys y una cruz que jamás había visto (ahora se identifica como Ankh la cruz egipcia del amor eterno que perdura en el mundo de los muertos). Lo cierto es que no tengo esta creación en mí casa, ese año expusieron las obras de los talleres en un museo y no sé dónde terminó pero tiene mi firma, si alguien la encuentra y ha leído esto, lo identificará.
Cuando terminé y vi qué había creado me quedé un buen rato intentando averiguar por qué había hecho eso, parecía que el universo me estuviese mandando un mensaje muy importante pero que no acababa de entender bien su significado. Así que empecé a mirar por la sala de talleres a ver si veía a Uriel, pero curiosamente él no estaba.
- ¿A quién buscas, hermosa? – escuché la voz de Gabriel que venía de detrás, me giré y lo vi a él, le sonreí.
- ¡Gabriel! – dije emocionada, quizás era la primera vez que sacaba una sonrisa después de todo lo que me estaba sucediendo, él también sacó su hermosa sonrisa y miró mi obra de arte.
- ¿Lo recuerdas? ¡Qué bonito detalle! – dijo Gabriel admirando mi obra de arte.
- M… ¿Se puede saber qué es lo que he creado exactamente?- le pregunté.
- ¿De verdad? – preguntó arqueando las cejas y mirándome en señal de sorpresa.
Fruncí el ceño y él aceptó eso como respuesta.
- Es una ofrenda que se les hacía a los muertos cuando se les sepultaban en las tumbas, concretamente esta es el emblema de tú dinastía dónde viviste en el antiguo Egipto, hace unos 12.000 años aproximadamente, querida. – contestó Gabriel admirando cada detalle, se quedó enamorado del león que dibujé.- Estas caras de animales solías pintarlas en unas piedras, las flores de Lys las secabas unos días antes y las ponías como muestra de la eterna juventud en el más allá. Decías que los cuatro animales eran las cuatro direcciones del alma que debe recorrer antes de llegar al más allá. – terminó.
Flipé, cómo podía haber hecho eso sin recordarlo, tan solo la única forma de poder explicarlo era entendiendo que eso venía de mis vidas pasadas. Pequeñas pruebas que el universo me estaba advirtiendo de que mis memorias son reales, ya que viajando tanto en esta 3D a veces uno da por sentado que quizás la magia solo sea eso, magia, algo que antiguamente todos admiraban pero no querían saber el secreto. Los tiempos están cambiando y ahora nuevos magos han evolucionado y eso de sacar un conejo de una chistera, todos saben cómo sucede.
A las doce de la noche, estaba ya en mi cama con la luz de la lamparita encendida, con el pijama y acompañada de Uriel y Gabriel que esperaban que me relajase un poquito para que pudiera entrar en el viaje. Tenía tantas dudas en la cabeza que no me dejaban entrar en paz… ¿Qué pasaría a partir de ahora? ¿Dónde estaría el Titi hasta que pudiera volver? ¿Cuánto tiempo tendría que esperarlo? ¿Qué sucedería en la ascensión? ¿Por qué los demás no podían asistir a ella? Era un evento único, porque no todo el mundo que abandona este plano consigue ascender, no es lo mismo morir que ascender, aunque sucedan semejantes, no son lo mismo. Porque uno te vas para siempre y la otra puedes volver si te apetece sin tener que volver a nacer.
Finalmente entré en el viaje muerta por las preguntas, como no era un viaje astral, noté como Gabriel me agarró en brazos y en menos de un minuto estaba a más de 3.000 pies de altura volando, envuelta por un chal para que no tuviera frío, apoyando ligeramente el mentón en el hombro de Gabriel, mientras observaba las luces de las ciudades cómo se iluminaban dignas de una película ¡tan bonitas! ¡Qué paz se sentía allí arriba!
- Esto es lo que deben sentir los astronautas, ¿no? Cuando ven la Tierra orbitar alrededor del Sol.- pregunté susurrado solo quería que me escuchase Gabriel.
- Si, así es. Normalmente lo ven desde más arriba pero entiendo lo que dices. – susurró Gabriel.
Le miré directamente a la cara, él tenía puesto los ojos fijos hacia adelante, estaba muy concentrado en no desviarse y llegar tarde al evento que nos estaban esperando. Sus ojos verdes brillantes chispeaban con las lucecitas de las ciudades iluminadas, en algunas ocasiones todavía se podían ver luces de Navidad, en Cataluña es tradición mantener los adornos de Navidad hasta Santa Lucía que es el 2 de Febrero. Su pelo castaño clarito y larguito ondeaba con el viento sus pequeños rulos, le pasé una mano por la mejilla notaba como me pinchaba por la barba incipiente, aunque tenía miedo de las barbas en ese tiempo, la suya nunca me asustó, aunque él siempre iba afeitado para no ser un problema con mi trauma.
- ¿Por qué las estatuas que hay de vosotros en las Iglesias no dibujan que tenéis barba?- pregunté curiosa.
- ¿Te molesta la mía de hoy? No he podido quitármela a tiempo, lo siento…- susurró Gabriel, dije que no con la cara.
- Quiero superarlo.- le dije.
- Nuestras estatuas están muy viejas, al igual que la humanidad nosotros también hemos cambiado físicamente un poco, ya no somos esos angelitos de aspecto niño que teníamos cuando Dios nos creó. También crecemos, a un ritmo más lento pero nos hacemos mayores de una forma distinta. – explicó Gabriel entre sonrisas.
- Me gustaría ser eterna, como tú.- le confesé muy cerca de la oreja.
Gabriel desvió la mirada fija hacia adelante para mirarme, sus ojos mostraban alegría, pero de repente y sin ninguna explicación se volvieron algo oscuros, incluso pude notar como se le estaban formando lágrimas, una se le cayó sin querer y la atrapé con la yema de los dedos, entonces él se volvió a fijar en el camino intentando evitar llorar.
- Ser mortal tiene sus ventajas también…- comentó algo seco.
- No, no las tiene. Morir es algo que no quiero hacer.- le confesé.
- Los cuerpos humanos no duran mucho tiempo, son finitos. – respondió tajantemente, se le volvió a escapar otra lágrima que logré atrapar.
- ¿Por qué lloras?- le pregunté preocupada por él.
Gabriel me miró un segundo de reojo pero volvió la mirada fija en el camino, no quiso contestarme, inspiró por la nariz para recogerse los mocos y nos quedamos así en silencio hasta que surgiera otro tema de conversación.
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