Capítulo 77:
Me quedé observando el regalo, era una cajita que ocupaba el espacio de mi palma de la mano, tenía un lazo de color dorado por encima que envolvía una pequeña tela azul.
- Esto es para ti. El Arcángel San Miguel y los Maestros Ashtar y Lonan te hacen la entrega del obsequio de graduación y aceptación a la unidad. Ábrelo. – dijo.
Agarré la cajita sin pensármelo dos veces, tiré del lazo y le quité la tela, debajo había una caja azul de madera, la abrí y dentro había la insignia de los Guardianes de la Unidad 23, esa sería el lugar dónde regresaría después de tantos años. Me alegré mucho, agarré la insignia, brillaba en plata, ya tenía en mis manos, una parte del uniforme de lo que ansiaba formar parte de forma oficial muy pronto.
- ¡Gracias!- dije emocionada.
- La unidad 23 lleva trabajando en la ciudad de Manlleu des del 89, el actual capitán se presentará ante ti, cuando cumplas ocho años. Esta era la unidad a la cual pertenecías antes de que decidieras en otra vida, dejar de formar parte de ello. ¡Así que tengas un feliz regreso a la unidad que te ha visto crecer en el universo! – dijo Saint Germain.
- Muchas gracias.- le dije, me puse de pie y le abracé él me correspondió.
Aquella noche regresé a casa, muy feliz. En París estuve ansiosa para contarle al Chico de Ojos Verdes y mostrarle la insignia, él también se puso contento, mientras esperábamos bajarnos en la siguiente parada, me agarró de la mano, le miré directamente a los ojos.
- Te quiero pedir disculpas por haber pensado que no era buena idea esto, pero es que tengo miedo de que te pase algo. Me alegro mucho por ti, en serio. Somos amigos y los amigos se cubren las espaldas. – mostró su sonrisa hermosa y acabamos abrazados.
Antes de separarnos, noté que lloraba y me preocupé.
- No hace falta llorar, ¿eh?- le dije en plan broma.
- ¡Qué tontería! – dijo.
Al separarnos, me quedé con él dejando a Rita y al grupo en otros asientos, quería estar con él.
- Hoy he aprendido a identificar los diferentes tipos de ascensión que hay, ¿alguna vez has visto alguna? – me preguntó.
- No, ninguna.- contesté.
- Yo tampoco. Pero son interesantes. – comentó.
- ¿A dónde has ido de vacaciones? ¿Qué era ese parque dónde nos vimos?- le pregunté, tenía curiosidad.
- Mis padres me han llevado a conocer a mi familia de parte de mi madre, en Argentina. Aquel parque era uno que hay en ese país, la ciudad creo que se llamaba… Córdoba… no recuerdo bien…- dijo.
¿Argentina? De nuevo ese país que no sabía identificar dónde estaba, imagínense lo ubicaba dentro de Europa a esa edad.
- He conocido a algunos tíos y primos y una bisabuela de casi cien años, pero no creo que la vuelva a ver, porque estaba enferma y mi madre lloraba por ella. Regresé a mediados de Agosto y he estado en la playa unas semanas por las costas de… Valencia… no… Castellón. Mi padre es de allí, y yo nací en lo que llaman la Comunidad Valenciana. Un lugar muy bonito. – empezó a explicar, no le quería interrumpir.
Valencia salía bastante en la televisión, es un lugar de España pero tampoco sabía situarlo en el mapa a esa edad, la geografía empecé más adelante.
- Una pregunta… ¿Tú también tienes vida en 3D en Manlleu?- le pregunté.
- Este año si. – respondió.
- ¿Qué quieres decir?- le pregunté.
- Nada. – contestó.
El metro llegó al andén de Manlleu y nos bajamos, este año Uriel ya no esperaría justo allí, sino en la sala del al lado porque al parecer, hubo un aumento de alumnos y en el andén ocupaban demasiado lugar los ángeles guardianes. Subimos las escaleras en silencio, y una vez arriba vi a Uriel que hablaba con el arcángel San Gabriel, los dos guardianes hablaban entre ellos, mientras que él y yo también lo hacíamos. Le di un abrazo a Uriel y luego a Gabriel, salimos juntos los cuatro a fuera y luego nos despedimos con un abrazo el Chico y yo. Entonces Uriel me agarró en brazos y salimos volando hacia a casa, lo que recordé fue quedarme frita en sus brazos y me desperté al día siguiente en la cama, como si nada hubiese ocurrido.
Faltaba una semana para empezar el colegio, y volvía el estrés de cada año, el hecho de comprar todo el material escolar, ir a buscar los libros, comprar la mochila y revisar si la bata aún aguantaba un año más. Así que me fui con mi madre al colegio a buscar la lista de material que era necesario, también vino mi padre ese día y así agarramos los libros, que como era normal, cada curso había un libro o unos cuantos libros más. Al volver a casa, mi madre quiso ir a la librería Marisa a comprar parte de los materiales que ella siempre tenía y te hacía un descuento interesante, luego había que ir a Vic a comprar la mochila y algunas cosas más. Algo que a mí no me apetecía nada.
Siempre me ha aburrido ir de compras, sea de lo que sea, no me gusta pasearme por las tiendas y probarme media tienda. Ya que íbamos a Vic, mi mamá tuvo la idea de comprarme algo más de ropa que ya me estaba quedando algo pequeña, así que tuvimos que ir al centro de la ciudad al Zara Kids, a comprar pantalones, alguna falda que detestaba llevarlas, zapatos y camisetas. No salí del probador en media hora… ¡fue horrible! Mi madre insistía en entrar a dentro para ayudarme a cambiar o a probarnos cosas juntas, pero no quería igual me tuve que aguantar.
Al día siguiente, me harté de ponerle etiquetas de mi nombre a todo el material escolar, madre mía cuantas cosas se necesitaba en un solo curso. Pero a media mañana pude irme al patio a jugar un rato con Frodo, ella descansaba bajo la sombra en el césped, y yo me había quedado tumbada encima de ella apoyando la cabeza en su espalda, Uriel igual pero en el otro lado. Hacía un día magnifico, cuando de repente, escuché un ruido extraño que provenía de la puerta que conectaba con el callejón de atrás. Me incorporé pero no vi nada, avisé a Uriel y le dije que me siguiera, Frodo seguía plácidamente durmiendo, nos acercamos a la puerta y me caí de culo en el suelo, al ver un cerdo que había aparecido de la nada allí mismo.
- ¿Y esto?- pregunté a Uriel.
- Ni idea… es un cerdo…- dijo Uriel con las cejas arqueadas en sorpresa.
- ¿Qué hace aquí?- pregunté.
Pero nadie respondió. Era un cerdo de tres años, que comía el césped o lo estaba oliendo con su pequeño hocico. Lo fui a tocar, pero al ver que mis manos le traspasaban, salté hacia atrás gritando, Uriel me agarró e intentó calmarme.
- ¿Qué es eso? ¿Por qué no lo puedo tocar?- dije asustada agarrada a la cintura de Uriel como si fuera el mástil del Titanic.
- Tranquila, amor. Es solo un espectro, no hace nada. Tranquila. – dijo Uriel para calmarme.
Esa fue mi primera vez que vi un ser desencarnado o lo que comúnmente se llaman fantasmas.
- ¿Cómo que un fantasma?- le pregunté a Uriel, algo asustada.
- Claro, ¿cómo te crees que la gente muere? Los fantasmas, son personas o seres vivos que han cambiado de dimensión, dejando atrás su cuerpo, pero siguen vivos en su aspecto espiritual y emocional- explicó Uriel.
- Si le cuento esto a mi abuela… dejaría de sufrir por la ausencia de mi abuelo…- comente.
- La gran mayoría de los humanos no saben que ocurre esto en realidad, y piensan que se despiden para siempre, pero no es cierto, los fantasmas esperan hasta volverse a reunir con los seres queridos. – explicó.
- Entonces, ¿este cerdo porque está aquí con nosotros?- le pregunté, aún me sentía algo acojonada pero solo quería resolver mis dudas que me estaban matando.
- Recuerda mi amor, algunos seres desencarnados buscan la luz y otros a un Ser de Luz para que les ayudemos a encontrar su nuevo hogar. – comentó.
No recordaba haber visto cerdos en los últimos días ni semanas, así que no sabía dónde había podido morir. También era extraño, porque si actualmente la humanidad ingiere tanta carne de cerdo, todo el mundo tendría un poltergeist de todos los cerdos desencarnados, que se hayan matado para consumir la carne. ¿Por qué me estaba ocurriendo esto?
- ¿No recuerdas nada de antes de nacer en esta encarnación, mi amor? – dijo Uriel interrumpiendo mis pensamientos.
- No. ¿Debería?- dije.
- Si, porque también fuiste un fantasma en muchas ocasiones. De hecho puedo confirmarte que entre tú última vida y esta, pasaron más de sesenta años sin que estuvieses con un cuerpo aquí en este planeta. – informó.
- ¿Cómo?- repetí.
No lo recordaba, pero el corazón decidió latir con fuerza sin entender el motivo pero comprendí que sus palabras eran ciertas.
- ¿Es por esto que puedo ver fantasmas?- pregunté intrigada en el tema.
Uriel se puso a reír, yo me lo quedé mirando sin entender porque se reía tanto.
- No, no es por eso, ni por asomo. – dijo sin parar de reír.
- Entonces, ¿por qué?- le pregunté.
- Porque eres especial, mi amor. – dijo Uriel.
De nuevo la excusa perfecta para eludir la verdad, los ángeles no pueden mentir porque sino se quedan sin alas, pero también pueden eludir la verdad para no explicar más de la cuenta. El arcángel Uriel es la boca-chancla de la jerarquía angélica y que se quedase callado en este preciso instante, eso provocó que me enojara con él, algo que raramente había ocurrido solo un par de veces en mi corta infancia.
Pasaron un par de días y el cerdito nos seguía a todas partes, tanto de la casa, como cuando estaba en casa de mi abuela. Como era de costumbre en septiembre, me quedaba a almorzar en casa de la Iaia Filo y luego nos íbamos de caminata con su mejor amiga Pepeta. Era curioso ver como al cerdito solo le hacíamos caso Uriel, Chamuel y yo, mi abuela no veía ni sentía absolutamente nada, pasaba por el pasillo de su casa sin pensar que podía atropellar al cerdito, simplemente hacía sus cosas de 3D y el cerdito sus cosas de 4D. La Pepeta tampoco veía al cerdito, pero su ángel de la guarda, una mujer espléndida llamada Fe, en algunas ocasiones saludaba al cerdito.
- ¿Cómo te llamas, bonito? – le decía la arcangélica Fe al cerdito.
- No habla, Fe.- le dije.
- ¿Has probado de forma emocional? – me preguntó su dulce voz parecía una madre hermosa que te enseñaba cosas increíbles de la fuerza de uno mismo.
- Si, pero nada.- dije.
Entonces el cerdito le dedicó un ruidito con su hocico y cuando le miré entendí lo que decía dentro de mí corazón, hablaba telepatía emocional.
- Soy Tulio.- dijo.
Capítulo 78:
Pensé que los cerditos no tenían nombre, solo eran simples números para no tener sentimientos a la hora de comértelos. Pero esos días, no podía comer nada de cerdo, cada vez que mi padre cocinaba hamburguesas o chuletas de cerdo, se me giraba el estómago y no podía. Me peguntaba ¿quién se estaría dando un festín con la carne de Tulio en estos momentos?
Después de que Fe le preguntara, Tulio empezó a explicar cómo era su vida antes de morir, de esta forma pudimos averiguar un poquito más sobre a quién tendríamos que avisarle de que su cerdito tiene un mensaje para él. Era tan rara la situación, que me tuve que acostumbrar además porque tuve que disimular delante de mi familia.
Mientras que regresábamos de una de las caminatas al Poquí junto a la Iaia Filo y la Pepeta, en el momento en que nos encontrábamos en la avenida de Roma, delante del parque del cementerio, Tulio hablaba de muchos recuerdos que tenía al vivir en esa granja, era feliz allí porque no le tenían para hacer filetes, pues a él le consideraban una mascota.
- ¿Sabes cómo moriste? – le preguntó Uriel.
- No. Solo tengo un recuerdo pero no lo sé.- contestó Tulio confuso.
- ¿Qué recuerdo? – preguntó Fe.
- Este…- contestó Tulio.
De repente, bajó de la acera y empezó a cruzar la calle, de cara para nosotros venía una excavadora bastante rápido. Todos nos preocupamos, porque no la iba a pasar bien sin algo tan grande le atravesara. Yo sin embargo empecé a susurrar que volviera, pero tenía literalmente las manos ocupadas, a mi derecha estaba la Pepeta y a mi izquierda mi abuela, agarradita de las manos para que no me pasase nada en la calle. Tulio se quedó parado en medio de la calzada de cara a la excavadora esperando a que le pasase por encima. ¡Ay madre!
- ¡Tulio Sal de allí!- le grité.
Entonces la excavadora atravesó a Tulio y cuando me di cuenta que ya no le podían hacer nada, porque era simplemente energía, suspiré tan fuerte que podría haber construido un castillo de arena.
- ¡Uf, menos mal que estás bien, cerdito!- dije en voz alta.
Tanto la Pepeta como la abuela se detuvieron y me miraron frunciendo el ceño. Les miré algo avergonzada.
- ¿Qué has dicho?- dijo la iaia Filo.
- ¿Un cerdito?- dijo la Pepeta y enseguida empezó a mirar alrededor, no vio nada.
Uriel se puso detrás y me agarró de los hombros, le miré.
- ¡Ay madre! – dijo Uriel.
Me quedé en silencio hasta que las dos intentaban sacarme la información repitiéndome las mismas preguntas. Agarré aire profundamente.
- Nada, que anoche me contaron un cuento sobre un cerdito que moría al ser atropellado por un auto, y estaba representándola en mi cabeza…- les mentí.
Ellas dos se miraron intentando comprender lo que dije, y se la creyeron por eso continuamos caminando el último trozo del camino antes de llegar a casa y media hora después mi padre me vino a buscar. No quise decir nada en ese trozo y estuvimos en silencio, y mientras esperaba a papá, empecé a hacer cabañas con las almohadas de los sofás, solo para sentirme refugiada en un lugar dónde no pudiera sentirme tan limitada.
Recuerdo esa escena como uno de los momentos en que pasé tanta vergüenza, que intenté no recordarlo por años. También me sentí mal por mentirles, pero no me quedó otra, ¿qué hubiesen dicho si les hubiese contado la verdad? Seguramente que hubiese terminado compartiendo habitación con Aros en el psiquiátrico.
El primer día de clase en el colegio fue bastante inquietante, me desperté sin ganas de enfrentarme a un nuevo curso, segundo de primaria, otra vez la libertad del verano había sido muy corta, a pesar de lo intensa que había sido, de nuevo atada de pies y manos para aprender cosas que quizás me lastimarían por siempre o me salvarían. Un par de días antes, mis padres acudieron a la primera reunión de la nueva tutora y me dijeron qué clase me tocaba 2C y la tutora se llamaba Carmen. Cuando mi padre pronunció el apellido, se me encendieron las ideas y recordé que era la madre de la Georgina y de otra niña cinco o seis años más pequeña que yo que curiosamente se llamaba Laia.
Mamá me dejó en el patio del colegio en la fila de mi nuevo curso, diez minutos después subimos a clase y la Carmen nos dejó sentarnos a nuestro antojo en pupitres de dos en dos. Me quedé de las últimas, vi que había quedado un pupitre libre en la segunda fila del tercer bloque al lado de las ventanas, me senté y recé por dentro a ver quién se pondría a mí lado. En el momento en que todos estábamos sentado y vi que sobraba un lugar, curiosamente el que tenía yo a mi derecha, miré a la Carmen.
- Laia, aquí a tú lado se va a sentar un nuevo compañero que ahora mismo se encuentra de vacaciones en Linares (Andalucía) y vendrá el lunes.- dijo.
Fruncí el ceño, no me había salido con la mía, empezaba bien la cosa. Pero la actitud de la profesora era buena, así que no se lo tuve en cuenta. Empecé a pensar, el aspecto de quién sería ese compañero, porque especificó que era un chico.
- ¿Quién es el alumno nuevo, seño?- alzó la mano Cristina.
- Un chico que ha repetido curso, se llama Sergi.- contestó Carmen amablemente.
Me quedé de piedra al escuchar el nombre, miré a Uriel él se sentó en el lugar libre mientras Sergi no venía.
- ¿Es el Sergi que me imagino?- le pregunté.
- ¿Qué dice tú corazón? – contestó Uriel.
- Solo habían dos chicos con ese nombre, Uriel. ¡Dímelo, por favor! ¿Es él?- le insistí mirándole a los ojos directamente.
Pero Uriel simplemente se le escapó una simple sonrisita por debajo de su nariz y no dijo nada. Tendría que esperar al lunes. Ese año empezamos el curso en jueves, así que tampoco tenía que esperar mucho tiempo.
Hacía muy poco tiempo que había empezado a comprender algo de cómo actúa el universo ante nuestra posición como humanos, la frase mítica de los Seres de Luz que la repitan igual que un mantra que dice todo está conectado. Cobra sentido, cuando de repente te pasan cosas como estas, ¿podría ser el Sergi que Gämael no llegó a tocar durante mi posesión? ¿De algún modo tenía que llegar a conocerlo en persona? No me desagradaba la idea, pero las dudas me mataban por dentro. Lo único que llevo algo mal de esta vida vivirla de este modo, es el hecho de que para saber las respuestas debo aprender a convivir con la paciencia.
Aparentemente la Carmen parecía una profesora que le gustaba mucho su trabajo, era bastante joven, creo que la edad de mi madre, todavía no había cumplido los 30 y ya tenía dos hijas, mi madre me tuvo con 24 años, en esa edad que yo tenía seis para siete años, me parecía una edad preciosa para formar una familia, ahora con tanto tiempo que ha pasado y que ya voy rondando los 30 años, no me sentía preparada para formar una familia antes de los 25 y ahora empiezo a tener algo de interés.
En el momento en que tocó el timbre para ir al patio, me quedé en la clase rebuscando en la mochila esperando a quedarme a solas con Carmen, no sé qué me pasaba, pero desconfiaba de todo porque pensaba que igual que la Ramona, hacía un papel delante de los demás y esta vez, decidí yo quedarme a solas con ella. Cuando me vio que agarraba el desayuno y caminaba hacia ella…
- ¿Todo bien, Laia?- me preguntó, ya se sabía mi nombre.
- Si, ¿Y tú?- le dije.
- Si, sabes tú nombre es fácil de recordar… no sé si lo sabes pero tengo una hija pequeña que tiene tú mismo nombre.- me comentó amablemente.
- Si, mi madre ya me dijo.- contesté con una sonrisita.
- No te preocupes por lo que hayas pasado en el curso anterior, fui de los pocos que te defendió para que no te expulsaran. Me alegro mucho que me hayas tocado en este curso, podemos llevarnos muy bien, ya verás. Para que veas que es verdad, te lo demostraré.- explicó.
- Gracias.- le dije de cortesía pero me pilló algo sorprendida.
Esperaba un “eres una escoria y no me gusta que me hayas tocado este curso”… ¿estaba actuando o decía la verdad? Por eso no supe qué contestar, pero me fui al patio con el desayuno en las manos.
Bajando las escaleras, me quedé quieta en el último tramo recordando aquella noche de Sitges que le había pedido a Dios una tregua con la profesora de este año, parecía que las manos mágicas y creadoras de Dios habían bendecido mi petición y así se hacía su voluntad. En realidad me sentí bastante halagada porque miraba alrededor y todos los “creyentes” piden y piden cosas a Dios y no les bendicen a la gran mayoría, pero a mí, si. Pensé que a lo mejor era igual que mi gracias a la Carmen, algo de cortesía, pero luego recordé que trabajo para él y en una ocasión recordé que Anasiel me dijo “Si le hechas un cable a Dios, él te echará un cable a ti con tus cosas”.
Mientras que con Uriel íbamos a la sorrera a recuperar nuestro espacio de siempre, me fijé un poco en el patio, a los de nuestra clase les había tocado jugar en un pequeño hueco detrás de la canasta de Básquet, había un pequeño patio que daba a la entrada de un garaje al lado había unas escaleras de caracol de color verde que la entrada había una valla.
- Dary, ¿Alguna vez le has rezado a Dios?- le pregunté.
- Si, muchas veces. – contestó.
- ¿En cuántas te contestó?- le volví a preguntar.
- En casi todas. Siempre y cuando lo que le pedía estaba a favor de la corriente de la vida, él siempre contesta. – respondió.
Le tuve que contar lo de aquella noche, que por cosas de la vida, no le había compartido.
- Así que me he perdido tú primer rezo, ¿eh? Y yo que quería grabarlo para la posteridad… - bromeó.
- Gabriel tomó nota, si le quieres pedir una copia, adelante.- le devolví la broma.
Nos echamos a reír.
- ¿Es verdad lo que dice Anasiel? De que si trabajas para Dios, él tiene en cuenta tus prioridades personales…- le dije mientras desayunaba saltando hoyos.
- Primero, hay que tener en cuenta que la mayoría de personas que le rezan, no hacen nada por él, piden de forma en que no respetan la ley del equilibrio. Y segundo, esto no es una cadena de favores, es decir, si trabajas para él, resulta que te debe un favor, Dios te ofreció trabajar, porque te vio preparada para ello, y si tienes algún apuro, él lo tendrá en cuenta, pero como te he dicho, contesta si es a favor de la corriente de la vida. – explicó Uriel.
- Entiendo, es respetando la ley del equilibrio, ¿verdad?- dije.
- Así es. – contestó.
Empecé a preocuparme porque los humanos piden y piden a Dios cosas y no son capaces de ayudarle cuando él pide su colaboración, no lo veía normal y menos tras su visita inesperada. Quizás solo unos pocos entienden que Dios también necesita nuestra ayuda y que al igual que un amigo, le tenemos que ayudar.
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