domingo, abril 04, 2021

El Espejo De Mí Vida - Capítulo 79

 

-        No trabajarás para Dios hasta que recibas noticias de él autorizándote que ya formas parte de sus emisarios en este planeta, ¿entiendes? – dijo Uriel.

-        De acuerdo.- contesté.

-        Seguramente que será pronto, lo notificarán por carta. – informó Uriel.

Habían pasado tres meses tras su aparición ante mis ojos en la boda de mi primo José y de momento seguía siendo una estudiante pero con intenciones de recibir esa autorización y empezar la gran aventura de esta encarnación, trabajar de forma oficial para el universo.

La Iaia Filo me vino a buscar a las cinco de la tarde, con la sorpresa de que esperaba a la tia Cristina y mi prima Sofía pero no vinieron. Mientras que me tomaba el pan con chocolate, me di cuenta de que no íbamos a su casa, sino que nos dirigíamos hacia el barrio de Gracia de Manlleu.

-        ¿A dónde vamos?- le pregunté.

-        A ver una vieja amiga mía.- contestó ella tan dulce.- nos espera en su casa.- dijo.

-        Ok.- le dije.


Me agarré fuerte a su mano fría, que siempre las tenía frías y con la otra fui comiéndome el panecito que me había traído para merendar. Ella siempre me daba pan con chocolate, lo que pasa que yo detestaba comer pan de chiquita, solo ocurría cuando iba con la iaia Filo. No comprendí porque para ella era tan importante el pan, hasta que un día me contó lo mal que lo pasó en la postguerra Civil que hubo mientras que en España estábamos en dictadura Franquista y Europa en la segunda guerra mundial, ella la pasó muy mal junto a sus hermanos y sus padres, no tenían para comer más que miguitas de pan y agua.

Quizás era demasiado chiquita para saber las atrocidades que hubo en la infancia de mi queridísima abuela Filomena, ya es mala suerte cumplir diez años de vida y ese mismo día empezase la segunda guerra mundial, el 18 de Julio de 1936.

Comprendía su manía de comer pan entre las comidas y ser muy cauteloso de no picar entre horas, simplemente por miedo a quedarse sin nada para comer después. El tiempo había cambiado mucho y era la época de las vacas locas, así que podíamos disfrutar de ir al supermercado a comprar cualquier cosa que nos apeteciera, pero mi abuela seguía con esa mentalidad en algunos momentos. Así que me comía el pan, por ella, sentía que de algún modo comprendía su dolor que quería sanarle, por eso le hacía feliz verme comer el pan sin rechistar, aunque ella sabía que no era lo que más me apetecía, pero por ella hacía cualquier cosa.

Mi abuela tenía la manía de llamar al timbre tres veces, ahora se llamaría complejo de Sheldon Cooper, pero en ese tiempo me parecía curioso porqué lo hacía siempre tres veces. Poco tiempo después, una señora de casi la misma edad que mi abuela, se apareció tras el cristal de la puerta que estaba entre la madera, y nos abrió la puerta que la había cerrado con llave.

-        ¡Oh qué alegría de verlas a las dos!- decía la señora.

Antes de entrar, me di cuenta que el portal siguiente era la puerta de casa el tiet Josep, así que reconocí a la señora, la Rosa. Tenía el pelo estilo abuela en castaño algo clarito, llevaba gafas, era bastante chiquitita y delgaducha, siempre llevaba una bata de estar por casa que ella misma se había hecho y sus zapatillas de felpa.

Entramos a dentro y le di un besito en la mejilla, mientras que ellas dos se saludaban con el típico saludo europeo, dos besos en las mejillas. La Rosa cerró la puerta y nos condujo hacia el salón comedor de al final del pasillo, mientras que la abuela y ella hablaban de si habíamos tardado un poco en venir, porque cuando vio mi mochila supo que venía del colegio.

-        No, no ha sido mucho. Por suerte la niña estudia en el Carme Vedruna.- dijo mi abuela.

-        Uy, es bastante trozo… ¡Pasen y tomen asiento!- dijo alegre como siempre era la Rosa.

Me senté en uno de los sofás de cuero negro que estaban delante del ventanal que daba al huerto. Mientras que la Rosa se sentó en el otro y la abuela a mi lado.

-        ¿Quieres tomarte algo, chiquita?- me preguntó la Rosa.

Dije que no con la cabeza.

-        ¿Tienes yogures?- le preguntó mi abuela.

-        Si, aún me quedan dos.- dijo Rosa.

-        Con uno será suficiente, ella está terminando de merendar, ya se ha tomado su panecito con chocolate y se me ha olvidado traer un yogur…- dijo mi abuela.

-        ¡No te preocupes!- dijo la Rosa mientras se levantaba y se iba a la cocina y traía el yogur natural con azúcar y una cucharita.

Las dos amigas se pusieron a hablar de sus cosas, mientras que yo me tomaba el yogur, como me daba flojera, la abuela me lo fue dando. De hecho lo hacía mucho, no por flojera sino porque no quería perder ese vínculo con ella. Mis padres se mosqueaban, porque ya se suponía que iba a por los siete años y aún tenía que hacer eso… pero no me entendieron. Siempre les ha costado entenderme, la verdad.

Esa misma noche en IÓN, mientras que estaba en el metro antes de llegar a París, me quedé hablando con el Chico de Ojos Verdes.

-        ¿Tienes hermanos?- le pregunté.

-        Si, uno mayor.- contestó.

A esas alturas quería saberlo todo de él, cualquier pista serviría para poder ubicarlo mejor en cuanto el universo nos diera permiso para encontrarnos en 3D.

-        ¿Y tú?- me preguntó.

-        No, mis padres no quieren tener más hijos.- le dije.

-        Mejor, todo para ti.- comentó.

-        Supongo.- dije en compasión.

En cuanto el metro se paró en Toulouse…

-        ¿Saben que estudias en Ávalon?- le pregunté.

-        No, no saben nada de Agartha, ni de las dimensiones.- contestó se puso algo triste y presionó los dientes escondiendo la linda sonrisa que siempre tenía en su rostro hermoso.- son humanos.- terminó.


Le miré con el ceño fruncido, no parecía una broma su último comentario <humanos> no lo entendí, él y yo también éramos humanos. ¿A qué venía ese chiste tan malo? No pude decirle nada, se quedó mirando el paisaje por la ventana y yo simplemente le copié en silencio.

-        ¿Alguna vez has soñado en ser de otra especie?- me preguntó el Chico.

-        Me gustaría ser un ángel, como Uriel y Gabriel.- comenté.

Él dibujó una pequeña sonrisita debajo de su nariz.

-        Hace tiempo que no entiendo ¿Por qué a nosotros se nos abre algo tan bonito en nuestros brazos y en cambio hay tanta gente que aún piensa que es la única raza existente en el universo?- decía algo quejica estaba.

-        Me hago la misma pregunta desde que empecé a estudiar en IÓN. – le comenté.

-        Nos dicen que en algún momento, ellos sabrán de esto. Pero nosotros, ¿crees que saben el gran sacrificio que hemos de hacer ante ellos? Esconder todo esto, cuando más indagas, más preguntas y más ganas tienes de hablarles de la verdad…- decía estaba indignado pero no sabía porque.

-        A veces tengo miedo de sufrir cuando a mí me den permiso para mostrarlo al mundo, aquellos que quiero y que no están en esto, harán cualquier cosa para hacerme creer que estoy loca. No quiero sufrir eso…- respondí.

-        Lo mismo digo. Me contaste que un familiar tuyo está encerrado en un psiquiátrico por decirlo, ¿verdad?- preguntó yo le dije que si con la cabeza.- ¿Y si a nosotros nos pasa también? Digo, ¿nos pueden encerrar por vivir esto?- preguntó.

-        Aros, mi primo me dijo en un momento de lucidez que le pidieron pruebas.- dije.

-        Pruebas… ¿Cómo podemos darles pruebas? No nos dejan llevarnos nada.- respondió.

-        Ni idea, pero por una simple palabra no crearán nada.- dije.

-        Humanos…- dijo el Chico enojado por algo.

-        ¿Qué te pasa?- le pregunté pero no quiso decirme.

El metro llegó a París y nos tuvimos que despedir por unas horas, ese día tenía entrenamientos. En la puerta del pabellón, me encontré con el arcángel San Gabriel como si estuviese esperando a alguien, se acercó para saludarme y nos dimos un abrazo.

-        ¡Al fin llegaste!- dijo Gabriel suspirando.

-        ¿Para?- susurré.

-        Tengo que hablar contigo de algo importante, ¿crees que puedes pasar hoy del entrenamiento?- me preguntó al dejar de abrazarnos.

-        No sé… a Lonan no le gusta que nos saltemos sus clases…- dije.

-        No te preocupes, él ya me ha visto y le he dicho que te esperaba… lo entenderá. – me dijo ofreciéndome su mano para irme con él.


Le di la mano y nos volvimos para el primer edificio pero no entramos, nos sentamos bajo la sombra de un árbol verde hermoso.

-        Lo que te quiero compartir, debo pedirte antes que me prometas que guardarás el secreto y no se lo contarás al Chico, ¿de acuerdo? Él no sabe que he venido a verte, porque dice que aún no se siente preparado para contarte esto, pero yo veo que es algo importante y no hay tiempo. – dijo Gabriel algo preocupado por su protegido.

-        Puedes confiar en mí, soy una tumba.- le dije.

Nunca le había guardado un secreto a espaldas del Chico, pero me pareció que Gabriel lo decía por una razón más importante, por eso se lo permití, total solo sería un tiempo que esperaba que fuese lo más corto posible, no sé pero me parecía que estaba haciendo algo… digamos que peligroso.

Recomendación: No te fallaré - Compañeros sintonía Série.

HR.

HERO&Corporation.

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