Sentía tanto miedo, que al agarrarme de nuevo en el
bordillo, quería subirme para salir, Uriel me ayudó y quedé con la barriga
pegada al bordillo y todo mi cuerpo fuera. Uriel con dos manos se alzó y quedó
sentado con los pies en el agua.
-
¿Estás
bien mi amor? ¿Qué ha pasado?...- dijo Uriel comprobando que respiraba
bien.
-
He visto… he visto… un pez…- dije asustada.
-
¿Un qué?-
repitió como intentando comprender qué le había dicho, me senté en el bordillo
y señalicé, él miró, se volvió a tirar, se hundió y al cabo de poco volvió a la
superficie. - ¿Esto?- cuando vio que
gritaba de miedo, decidió dejarlo lejos de nosotros, él volvió al bordillo, me
agarré a su cuello y me lancé de nuevo al agua, Uriel me atrapó entre sus
brazos.- Ei, un minuto, mi amor… lo que
has visto han sido unas gafas de piscina, suelen hundirse – dijo para
tranquilizarme, me dejó de nuevo con el culo sentada en el bordillo, agarró las
gafas y me las mostró.
Efectivamente eran unas gafas, me quedé mirándolas como si
estuvieran endemoniadas, Uriel al verme así, decidió tirarlas más lejos, se
volvió a sentar en el bordillo y me abrazó para que me calmara.
Observé a las monitoras y el resto de compañeros, no se
habían percatado del accidente, estaban un poco lejos, nosotros estábamos en la
mitad de la piscina, en teoría cubría metro y medio. Esa fue la primera vez que
el Arcángel Uriel tuvo que salvarme la vida, se lo agradecí tanto que al llegar
a casa, le pinté un dibujo que se guardó en su bolso con mucho amor.
Nos encontrábamos en la salita de casa, mientras que
dibujaba encima de la mesita pequeña, mi madre estaba en la cocina dando
vueltas, mientras que observaba dibujos animados, y yo de fondo tenía Pinky y Cerebro, me encantaban, de hecho
esperaba a que fuesen las 2pm para poder almorzar, tenía mucha hambre aquel
día. Los días de piscina eran los más hambrientos, cuando Uriel se agachó, se
sentó a mi lado en el suelo a mi izquierda, mientras observaba el dibujo que
estaba haciendo (no recuerdo que era).
-
Ahora que
veo que estás mejor, ¿Por qué no me cuentas qué es lo que ha pasado en la
piscina antes? – sus palabras mostraban curiosidad y preocupación al mismo
tiempo.
-
No me gustan los peces.- dije enojada.
Uriel alzó las cejas en señal de inocencia y sorpresa, con
su gran mano derecha acarició mi espalda, intentando calmarme.
-
¿Es eso de
verdad, mi amor?- noté que no se lo había creído y era cierto, una excusa a
la verdad.
Me daba miedo decirle lo que sentía realmente, así que
agarré otra hoja, le di un color, Uriel lo agarró y le hice una señal para que
dibujara, él acató y empezó a pintar sobre la hoja blanca.
Yo con la yema de los dedos, reseguí mi dibujo cuando la
mano de Uriel andaba sola, de hecho le estaba mostrando mediante una conexión
de dibujo automático, lo que él deseaba saber. Por eso Uriel cerró los ojos y
entró en meditación, dejándose fluir por la historia que le estaba contando, yo
cerré los ojos y seguí resiguiendo el dibujo línea a línea, entrando así en
meditación, en un recuerdo de una vida anterior que aún conservaba…
Me hundí en el Océano
Atlántico, cuando mi cuerpo sin vida flotaba en una de las habitaciones, podía
ver a mi amado marido que también había muerto allí conmigo. A pesar de no
tener el control del cuerpo, y de estar muerta, incluso mi bebé de meses que
crecía en mí interior. Sabía que yo estaba muerta, porque sentía igual que
estando viva, solo que no podía mover nada de mí cuerpo. Me hundí más y más
cuando el barco se partió y gran parte dejó flotar por allí a mi querido
marido, dónde sus ojos verdes quedaron petrificados en un cristal que decían
AMOR por los siete costados. Seguí hundiéndome, no sabía cuanto tiempo había
pasado, pero empecé a sentir dolores en los pies, no podía girarme a ver, hasta
que vi como un banco de peces, me iban comiendo, bocado a bocado, notaba como
un pellizco se desenganchaba de mí. Dolía y mucho. Quería gritar y escapar,
pero no podía.
En el momento que abrí de nuevo los ojos, había mojado el
papel sin querer con varias lágrimas que se escaparon de mis mejillas. Uriel,
abrió los ojos, dejó el color, que salió rodando de la mesita y cayó al suelo,
para terminar abrazados, él también estaba llorando.
-
Siento
mucho que tuvieses que pasar por eso, mi amor. – dijo Uriel, su voz estaba
cortada por las lágrimas que le saltaban de los ojos. – Si quieres superarlo, voy ayudarte en lo que haga falta, ¿entiendes?
Este trauma, deberás superarlo, pero yo te ayudaré, siempre. – dijo.
No le dije nada, solo lo abracé más fuerte, no me salían las
palabras para agradecerle sus intenciones. Morir ahogada en el Titanic y
después seguir enganchada en el cuerpo inerte hasta verte terminar engullida
por un banco de peces, era un trauma difícil de superar, pero no me daría por
vencida. Quería aprender a nadar, una cosa que dejé varias vidas pospuesta y en
esta tenía que saldarlo como fuese.
-
No sé porque no me separé del cuerpo nada más
morir, ¿tú lo sabes?- le pregunté.
-
A veces
cuando se pierde la conexión con el cuerpo y estamos muertos, nos olvidamos que
tenemos que despegar el alma de nuestro cuerpo, para abandonarlo. Eso puede
tardar hasta tres días, sino hay seres de luz que se encargan de ayudar en esos
casos. En tú caso, era más difícil, en el océano debería haberte acompañado un
delfín, pero resulta que llegó demasiado tarde…- sus palabras volvieron a
ser medio cortadas.
-
Gracias por ayudarme, Dary. ¡Eres un buen
arcángel! – dije.
Las clases de la tarde, siempre se hacían pesadas, pero la
María Ángeles siempre se le acudían juegos muy interesantes para que todo fuese
más rápido, y las dos horas volaron de una forma en que ni sabía cómo había
ocurrido. Mientras que terminaba de recoger mis cosas, quitarme la bata,
dejarla en mí perchero y esperar a que mamá me viniera a buscar, vi como los
demás padres de mis compañeros venían a recogerlos. Ese día nos podíamos llevar
a casa, un estuche de arcilla que hicimos para el escritorio de casa, para
poner los lápices, era hermoso. En mí caso, simulaban las escamas de un dragón
rojo y azul, un protector que necesitaba para mis lápices. Estaba deseando de
enseñarlo en casa y me dijeran ¿qué les parecía?
Me senté en una silla cerca de la puerta, mientras que
esperaba con ansias la llegada de mamá. No solía ser muy puntual, pero solía
llegar como muy tarde diez minutos de las 5pm. Poco a poco veía como la clase
se iba vaciando, al ver padres y abuelas que los venían a recoger, el tiempo
seguía pasando y cuando pasaron veinte minutos, mamá seguía sin venir.
-
Mamá
no viene…- le dije a la tutora.
-
Ya verás
como si, Laia. Quizás haya tenido que hacer algo y va retrasada. Pero vendrá. –
dijo para animarme, aunque a mí ya no me quedaban muchas esperanzas.
Miré a Uriel, que se quedó a mi lado en todo momento, pero
miraba el final del largo pasillo, pero estaba como yo, arrugando la frente y
preguntándose ¿dónde se había metido esta mujer ahora?
-
Ven
conmigo, Laia. Tengo que cerrar el aula y te dejaré con la María Teresa, que
tiene a los alumnos que se quedan una hora más de extraescolar, así mientras
que esperamos, juegas un ratito ¿Vale? – dijo y la seguí.
Salimos al pasillo, ella cerró las luces y luego la puerta
con llave, esa puerta tenía un gran cristal dónde se podía ver el interior del
aula. Después, con el estuche en las manos para no dañarlo, fuimos pasillo para
abajo, para llamar a la puerta de mi ex clase de P3, que no había cambiado
mucho. María Teresa salió del aula y ambas profesoras se pusieron a hablar,
cuando la cara de María Teresa se había cambiado de contenta a preocupada,
empecé a pensar que mamá, la estaba liando y mucho aquella tarde… me agarré
fuertemente a la mano de Uriel, él se agachó, me dio un beso en la sien y se
quedó allí a mi derecha.
En esa aula se habían mezclado alumnos de P3 y P4 pero de mi
curso no había nadie, todos jugaban a lo que fuese, yo me quedé en un rincón,
sentada con los brazos encima de la mesa cruzados, y con el ceño fruncido. Una
niña de P4 se acercó mientras llevaba una muñequita rubia en sus manos, se
sentó en la silla de al lado a mi izquierda y empezó a hablar.
-
¿Por qué
estás enfadada? – decía la niña que llevaba una melena rizada morena hasta
los hombros.
-
Nada. – dije intentando ser amable, pero no me
salía y tampoco me apetecía hablar con nadie.
-
¿Cómo te
llamas? – volvió a preguntar, se le veía preocupada por mi, aunque
acariciaba el pelo de su muñequita, y antes de decir nada ella prosiguió – Esta es Carla, y yo me llamo Berta – era
muy amable por su parte.
-
Laia. ¿A ti también no se acordaron de ti para
venir a recogerte? – le dije, arrepentida de mis formas, intenté ser más
amable.
-
No, mamá
trabaja y siempre me quedo más tiempo en el cole. Me gusta, porque jugamos, y
Carla necesita que le cuiden. ¿Quieres darle de comer? – sugirió, pero me
negué, ella al fin se fue.
A pesar de que el tiempo seguía su curso y las preguntas
seguían comiéndome la mente, mis ojos captaron la atención de Berta, se fue al
final de la clase, agarró un par de tazas y unos platos y regresó. Puso una
taza para cada una (incluida para Carla) y se quedó allí junto a mí, sentada,
simulando que había servido té y éramos amigas de toda la vida.
-
No suelo jugar a esto, ¿qué tengo que hacer?- le
pregunté inocentemente, era cierto, era mí primera vez.
-
Tomar té
con nosotras. Hoy Carla, tiene que contarnos sobre su amigo David, resulta que
se han hecho muy amigos y quiere contarnos más… - dijo mientras que
agarraba la taza con el meñique extendido, yo copié sus movimientos y vi como
ella charlaba con la muñeca (y la muñeca le contestaba algo que yo no oía).
-
¿Qué dice Carla?- dije intrigada para que no me
viera que estaba fuera de mí misma. Me lo estaba pasando bien.
-
Carla y
David, se besaron. Ella ríe. – dijo y nos pusimos a reír.
PD. ¡Hoy el Spceguionista celebra sus 7 años de actividad en la pg web!
Recomendación: Hillsong en español - Gracias Cristo.
HR.
HERO&Corporation.
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