Estiré del anunciador de Uriel que tenía como siempre
colgando de su hombro izquierdo sutilmente, él me observó, se agachó para que
le hablase en la oreja.
-
Allí está Kiahara, la que me regaló el busto…-
le dije con una sonrisa de oreja a oreja y las pupilas dilatadas de emoción.
-
Pues ella
va a ser quién te espere en la parada en París – dijo con una sonrisa
cerrando los ojos como si fuera un personaje de algún dibujo japonés.
No pudimos hablar, porque enseguida nos tocó. Kiahara se
alegró al igual que yo de vernos de nuevo, mientras que Uriel le daba
indicaciones de los documentos que teníamos que presentar, le estuve diciendo
dónde al final habíamos decidido colocar el busto, en la estantería de encima
del escritorio, para dar la bienvenida a mi pasado cada vez que llegase a mi
habitación. Ella se alegró, le gustó el lugar a pesar de que se lo tuvo que
imaginar en su cabecita.
-
Amada
Laia, ¿puedes darme la mano derecha, por favor?- preguntó y le di sin
contestar. – A ver, la intención es
escanearte la muñeca, para saber más sobre tus informes… - me pasó la
muñeca por una especie de cuadrado de madera y se puso verde, me impresionó
mucho – Bien, a ver qué más hay por aquí…
¡Sí, ya lo veo!... ¡vas a empezar el próximo 24 de Marzo! – un día después
de mí cumpleaños.
-
¡Genial!
– dijo Dary.
-
Pues así,
le pasaremos por los anillos su horario días antes de su inicio. El 24 de Marzo a las 2am tendrá su
transporte listo, en Metro con parada en París, para llegar a las 3am al
recinto. Si,… todo está bien. ¡Te esperamos pronto, Laia!- eso fue lo
último que dijo, antes de que diera paso al siguiente de la cola y pudiéramos
irnos al fin a casa.
Volvimos a casa, casi sin decirnos nada, el trayecto fue el
mismo, durante el tiempo dentro del Metro, me quedé observando el paisaje pero
sin prestar mucha atención, al otro lado no se veía nada más que lagos y
cascadas muy hermosas, pero mi cabeza estaba en la conversación con el Maestro.
Mi cabeza repetía <Aquel que te va a
acompañar en tú misión y propósito de vida…> no recordaba que elegiría
un compañero, pero tampoco recordaba quién podría ser, y de repente sin venir a
cuento, me vino la imagen de la chica que amaba en Egipto.
Sacudí la cabeza, cuando ya casi estábamos a punto de llegar
a Tolusse e intenté observar los demás pasajeros, pero curiosamente nos
habíamos quedado solos.
-
¿Y los demás?- susurré, Uriel me escuchó sin
querer.
-
Han bajado
antes – contestó.
Uriel se encontraba leyendo uno de sus pergaminos que
mantiene resguardado en su bolsa de mano que lleva siempre colgada de la
cintura. Coloqué la cabeza en su hombro e intenté leer lo que ponía, había
aprendido a leer gracias a él, en clase todavía no nos habían enseñado, de
algún modo iba un poco por delante en ese sentido.
-
Dary, ¿tú sabías que tengo un compañero de
misión? – le pregunté sin venir a cuento de nada, pero me estaba torturando la
mente.
-
Ya veo que
Saint Germain te lo ha dicho… - comentó con cara de insatisfacción.
-
¿Lo sabías?- pregunté frunciendo las cejas.
-
Sí.-
contestó.
-
¿Por qué no me habías dicho? – pregunté.
-
Porque me
hiciste prometer no decírtelo hasta que un Maestro fuese capaz de hacerlo. Me
hiciste prometerlo con mi vida, y cumplí. – dijo.
-
¿Yo?- me sorprendió tanto que por mucho que
intentase recordarlo, no lo recordaba.
Uriel dejó de leer, cuando paramos en la última antes de
llegar a Manlleu, recogió el pergamino doblándolo de nuevo y lo guardó en su
bolso.
-
Al
parecer, guardas más secretos que el secreto mejor guardado del universo. Eso
te viene por tú parte de Guardiana. – dijo con una ligera sonrisa que
acepté.
-
Algún motivo tendría. El problema es que no
recuerdo porqué. – comenté, volví a mirar por la ventana, observé el andén
vacío, nadie de nuestro vagón bajó ni si quiera subió nadie.
-
Tú
compañero tampoco lo recuerda… - comentó.
-
¿Lo conoces?- dije sin pensar.
-
No. Pero entre
ángeles estamos atentos de cualquier novedad para ayudaros. – mostró una
sonrisa de paz que acepté igualmente.
Bajamos en la parada que nos tocaba, y mientras que el Metro
esperaba a que bajasen todos los pasajeros, me agarré a la mano de Uriel y miré
para adelante, seis personas habían bajado de los otros vagones, miré por
última vez el metro y por una de las ventana, me quedé asombrada.
Volví a ver esos ojos verdes perfectos, junto a una sonrisa
que me estaban mirando a través del cristal, era él, el chico de antes, seguía
dentro del metro. Con la mano, me dijo adiós y yo le devolví el gesto con la
mano libre, Uriel ni se percató de lo que estaba sucediendo. Habíamos ido en el
mismo metro pero diferente vagón. Sin querer me tropecé con mis propias
piernas, que no sabía ni cómo había pasado, para terminar de rodillas en el
suelo, Uriel me asistió, pero yo al mirar de nuevo por el cristal, veía como
las puertas del metro se cerraban y acto seguido su mirada desaparecía del
andén. Uriel, preocupado que no me hubiese ocurrido nada, me agarró en brazos y
siguió caminando cuando vio que estaba bien, me quedé mirando hacia atrás de
Uriel como finalmente el metro realmente había desaparecido del andén.
A las 4am, llegamos a casa, nadie se había percatado de
nuestra huida, volví a unirme en mi cuerpo mientras que Uriel me acunaba, para
que entrase en el profundo sueño que me provocó todo en general.
A las 8am, mamá me vino a despertar para ir al colegio, me
sentía cansada, pero tenía que ir igual. Tenía que acostumbrarme a vivir en una
doble vida, de día como una niña de casi cinco años que iba al colegio, y de
noche, alumna de IÓN. No fue fácil, porque empecé a notar falta de sueño, en
clase ya no prestaba tanta atención y la profesora empezó a llamar a mamá,
porque muchas veces, me había visto dormir en algún rincón de la clase,
mientras que ella explicaba cómo se escribían las letras del abecedario. Mamá,
sin saber por qué ocurría, decidió adelantar la hora de la cama.
Fue entonces, cuando mis amigos empezaron a dejarme algo de
lado, porque casi siempre quería estar tranquila e intentar no gastar mucha
energía en según qué jueguitos, a pesar de que me costaba mucho jugar a sus
jueguitos. Pero los motivos no fueron porque tuviese sueño, sino porque en ese
tiempo, empezaron a emitir por la televisión una serie de dibujos japoneses
llamado Bola de Dragón Z, que fue muy
popular en clase, todo el mundo los veía… yo no, porque no me gustaban.
No me gustaban, porque no entendía el argumento, un niño de
nuestra edad japonés, se tenía que pelear con todo tipo de personas, hermanos,
primos e incluso seres de otros planetas, pelearse físicamente, para ganar
campeonatos y ser el más fuerte. ¿Qué clase de educación es esa para un niño?
Me quedaba pensando “¿Por qué quieren mostrarse tan violentos con todo el
mundo?”. Uriel intentó contestarme pero no se lo permití, porque mientras que
mis compañeros veían esa violencia, yo, veía Rugrats: Aventuras en Pañales. Eso sí que era un buen mensaje, un
grupo de bebés, que jugaban juntitos a jueguitos que eran todos productos
imaginarios, se inventaban todo tipo de jueguitos de aventuras, dándote así a
entender que el poder de la creación está en la herramienta más fuerte y
poderosa el pensamiento.
Un par de días después, en el colegio empezamos a ir un par
de horas a la semana a la piscina para aprender a nadar, eso lo haríamos
durante los próximos tres años, curiosamente era uno de mis días favoritos. Mi
mamá, días antes, tuvimos que irnos de compras para comprarme todo lo
necesario, ya que el bañador que usaba en el verano, no servía para la piscina
cubierta. Me compró una bolsa, el bañador, el gorrito, un albornoz y una
esponja. No hacía falta llevarse la burbujita (para aquellos que no sabían
nadar mucho, como era mí caso) porque ya lo tenían allí.
Esa misma noche, me enojé en casa porque me habían
adelantado la hora de ir a dormir y no sentía que tenía que ir, pero hice mal.
Papá había regresado del trabajo casi a las 9:30pm tras laburar más de 12h
seguidas, casi sin descanso, estaba muy agotado y yo dándole la lata. Quería
que me volviesen a mandar a la cama a la hora antigua, y mamá no conseguía su
objetivo, papá (que no asimila bien el estrés y la paga con el primero de
turno) se levantó del sofá y vino hacia a mí, para amenazarme diciéndome “¡Vete a la cama ahora mismo o tiro todas
las cosas que te hemos comprado para que vayas a la piscina!”. A pesar de
eso, me resistí y papá, agarró las cosas y desapareció en la calle, para volver
al minuto sin la bolsa… lo había tirado al contener de basura. Lloré tan
fuerte, que cuando papá intentaba calmarme a base de más gritos, le di una
punzada de pie en el estómago que se quedó sin respiración y le rogaba que
volviera a por mis cosas… lo curioso fue que regresó, suerte que aún no había
pasado el camión de la basura, de hecho no olía mal, lo dejó al lado del
contenedor.
-
¡No quiero que vuelvas a hacer una cosa como
esta, papá! ¡Mis cosas son mis cosas y no se tocan! ¿ok?- le grité.
Pero papá no contestó, lo entendí como que me había
comprendido, porque su cara de sorpresa se le quedó marcada en la cara por el
resto del día. Mamá, quizás asustada, decidió quitarme la nueva norma y me pude
quedar una hora más.
Lo sé, se asustaron, pero no tenían derecho a tratarme así
papá, cuando vi cómo reaccioné, durante aquella noche en mi cama junto a Uriel,
estuvimos hablando de ello, a él no le parecía bien, a mí tampoco, pero por
primera vez en esta encarnación me di cuenta de que fui Guardiana de luz,
porque ese movimiento solo lo enseñaban a los Guardianes de luz.
-
Tienes que
prometerme, que no usarás la fuerza para someter a nadie. Tú mayor fuerza está
aquí, mi amor – puso un dedo en mi corazón, Uriel. – y no aquí- mostró los muslos de los brazos.
-
De acuerdo. – dije y me quedé frita.
Los cursos en la piscina me ayudaron a agarrar la técnica
para poder animarme a nadar sin ayudita. Nos pasábamos 50 minutos haciendo
ejercicios y luego nos dejaban 10 minutos a nuestro aire. Me había tocado ir,
con un grupo más reducido porque aún no sabíamos nadar muy bien (fue la única
vez que no me importó ir con los de refuerzo). Durante esos diez últimos
minutos, Uriel se encontraba fuera del agua, en este caso se quería secar las
plumas antes de irnos a bañarnos y salir hacia el colegio con el autobús
escolar que habían alquilado para estos casos, porque se encontraba bastante
lejos.
-
Dary, me quiero sacar esto…- le dije señalándole
la burbujita, me sentía en ganas de quitármela.
-
¿Estás
segura, mi amor? Todavía no nadas lo suficiente… - dijo, pero antes de que
hiciera nada más, ya me lo había quitado y le entregué la burbujita.
Me solté del bordillo en cuanto me vi capaz, no tocaba de
pies en el piso, pero sabía que si algo me ocurría, Uriel saltaría en mi ayuda.
-
Bueno,
está bien, si nadas alrededor del bordillo y te vas agarrando de vez en cuando,
todo bien. Yo te sigo, mi amor. – sus palabras no estaban muy alegres, noté
su preocupación.
En vez de eso, me giré y quise llegar hasta unas boyas que
separaban la pileta en carriles. Todo iba bien, no me hundía y los compañeros
estaban bastante lejos de mí, para que no me molestasen. Llegué sin problemas
dónde quería, cuando me giré para ver a Dary, él ya tenía un pie metido de
nuevo en el agua.
-
¡No, no te metas! Yo puedo… ¡mira!- dije
soltándome de vuelta y nadando hacia él.
A la mitad, algo me salpicó, me detuve sin dejar de patalear
para no hundirme, cuando pude ver qué era eso que se estaba hundiendo bajo mis
pies. Noté un escalofrío por todo mi cuerpo y el corazón empezó a latir con
mucha fuerza. Era una cosa azul que se movía igual que un pez… dejé de patalear
y me hundí tras gritar de pavor. Me hundí.
No podía respirar porque no tenía aire en los pulmones, y se
me había metido la cabeza al completo bajo el agua, miré hacia arriba, la
superficie estaba demasiado lejos, ni pataleando podía, vi hacia debajo de mis
pies, esa cosa que parecía un pez se hacía más y más grande. Escuché un ruido,
de que alguien se tiraba y venía al rescate, miré hacia arriba, era Uriel, le
ofrecí mis brazos, él me agarró y me volvió a la superficie cerca del bordillo.
Recomendación: 8 - Billie Eillish.
HR.
HERO&Corporation.
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