La cara de preocupación de María Teresa se me quedó gravado
en mi memoria, incluso con el paso del tiempo, sabía que ese día no se me
olvidaría nunca, porque ya me estaba enojando. ¿Dónde se había metido mí madre?
Empecé a preocuparme, pensando que quizás le habría pasado algo a alguien de la
familia.
-
¿Qué habrá pasado, Dary?- dije cuando nos
sentábamos ya en el suelo de la sala de portería, junto a tres personas más de
tres edades distintas y que además ambos eran hermanos, dos niñas y un niño.
-
Estoy
preguntando a Humiel, pero no me responde. Pero tú tranquila, que pronto
vendrá, de todos modos, yo estoy acá contigo. ¿me oyes? – dijo las
comisuras de sus labios se ladearon en el sentido contrario a lo acostumbrado,
dando así un reflejo de tristeza, junto al frunce de ceño, marcando la arruguita
en la frente.
Me abracé a sus cintura, de una forma en que ninguno de los
niños que se encontraban allí, pudieran percatar que allí también había
ángeles. Entonces, intenté contactar con Humiel de la forma en cómo Uriel me
había enseñado. Cerré los ojos y me imaginé a mi madre. No sabía dónde podría
estar, pero lo que mis ojos vieron si que no me puso de buen humor, más bien
aumentaron mis ganas de enojarme con ella.
-
¡La veo!- susurré. – Veo a mamá, Dary…- dije.
-
¿Dónde
está? – Me dijo.
-
En casa, en el sofá, durmiendo la siesta. – dije
con cada palabra, el enojo aumentaba y terminé arrugando la frente igual que
él, cuando abrí los ojos para mirarle a Dary.
-
¿En serio?-
repitió en señal de sorpresa.
Lo confirmé con un gesto. Volví a cerrar los ojos, para seguir
visualizarla, que roncaba muy a gusto, abrazada con la almohada como si la vida
se terminase así.
-
¡Despierta, ven a BUSCARME!- le grité
inconscientemente como si realmente estuviese a su lado, enojada.
Mamá abrió los ojos, miró la hora y salió de la casa con lo
puesto. Volví a abrir los ojos.
-
Ya viene para aquí…- le dije.
Mientras que conectaba y tal, ya eran las 7:15pm los nenes
se habían marchado no hacía ni diez minutos. En ese tiempo que no paraba de ver
la puerta de salida, si se abría y que curiosamente fuese mamá, la hermana
Patrocinio que se ocupaba de la portería por las tardes, salió de su rinconcito
tras leer el periódico y se quedó a mi lado.
Estudiar en un colegio de monjas es lo que pasaba, si te
quedabas a almorzar o muy tarde después de clase, que te tocaba entablar
conversaciones con las Hermanas, por los cuales no todas eran demasiado
amables. La Hermana Patrocinio, era una mujer de más de 80 años, que por
problemas de espalda iba igual de inclinada que la torre de Pisa, con unos mocasines
dónde un zapato tenía plataforma y la otra era normal, una graduación de gafas
tan potente que no veía ni tres burros en celo, y a pesar de no impartir clase,
iba con la bata de profesora. Esa bata al final acabé odiándola, llegaba hasta
las rodillas, por debajo se veía la falda cristiana que le sobresalía, una tela
blanca con líneas verticales finas de color verde. Por lo menos, no iban como
había visto en las fotos, vestidas como si fueran monjas de un convento, esa
forma de vestir había caducado para ellas desde los años cincuenta.
En realidad quedaban muy pocas Hermanas en ese colegio, yo
terminé conociendo a dos de ellas que incluso fueron profesoras de mi madre,
cuando tenía ocho años. La Hermana Sofía y la Hermana Montserrat, dos Solecitos
increíbles. Incluso la Hermana Montserrat, había impartido clase a mi abuela
Filo, cuando ella tan solo tenía cinco años, en ese tiempo ella era la mayor de
todas, y a pesar de que seguía viviendo en el cuarto piso de ese colegio,
bajaba las escaleras y las subía con la ayuda de un bastón, parecía que tenía
casi 100 años y se movía muchísimo. También había hecho algo de vínculo con la
Hermana Asunción, que en ese tiempo era la directora de la escuela, ella no
conocía a nadie de mi familia, pero Uriel hablaba muy bien de ella.
Estas Hermanas por normas de conducta del centro, teníamos
que llamarlas así y después del nombre, pero conmigo era diferente, a mi todas
y cada una de ellas me decían su nombre y nada más. Era extraño, pero ningún
ser de luz, dijo ni realizó nada, solo sus corazones sentían algo, diferente y
revolucionado. Así es como un día la Hermana Asunción y la Hermana Montserrat
me lo dijo y como eran Solecitos, y mi corazón sabía que no mentían, las creí.
Entre ellas estaban algunas que no veían esa luz de amor en
nada, y entre ellas estaba la Hermana Patrocinio, cuando se acercó a mí, me
obligó a levantarme para hablar conmigo.
-
¿Tu madre se retrasa así siempre?- dijo
Patrocinio con un tono muy desagradable.
-
Le cuesta llegar puntual.- contesté intentando
no mostrar que la estaba defendiendo, pero tampoco dándole razón a ella, no con
ese tono despreciable que no me gustó.
-
Quizás con otros padres estarías mejor…-
insinuó.
Yo abrí los ojos, porque no me podía creer lo que dijo.
Seguro que iba a llamar a las autoridades en cualquier momento.
Una niña de ocho años,
se encontraba bajo las escaleras de esa misma portería, pero era a la tarde y
en una época mucho más antigua. Llevaba un oso de peluche y una fotografía de
una mujer de treinta años muy hermosa. La niña lloraba desconsoladamente,
mientras que una de las novicias, la llamaba “¡Patrocinio, ven a comer!” pero
ella se negaba, quería quedarse allí, hasta que la novicia la arrancaba de allí
y se la llevaba.
La miré a los ojos con tanta fuerza que pude ver todo eso.
Me quedé muda, cuando Uriel puso sus manos encima de mis hombros, se agachó
para hablarme en la oreja, pero di un paso hacia adelante y él me dejó.
-
No, no quiero estar con otros padres. Ellos me
aman y yo a ellos, a su manera, pero lo hacen. Pero siento mucho, que usted no
pudiera estar con su mamá, cuando más la necesitaba, porque estaba muy guapa en
la fotito.- le dije sin apartar la mirada de la suya.
-
¿Cómo dices?- se quedó pasmada y su voz empezó a
ser más amable.
-
Seguramente, que en algún punto de su vida,
sabrá porque ocurrió. Tenga fe.- le dije dándole la mano que había quedado en
medio de su cintura.
No sabía mucho porque había visto eso, pero di en el clavo,
sus ojitos se emocionaron para no darme la razón, decidió volverse a la portería,
justo en ese momento, mamá al fin apareció en la puerta. Le dieron paso para
pasar la segunda puerta electrónica, y cuando me acerqué a ella y vi sus ojos
de recién levantada, me paré a un metro de ella, que venía a darme un abrazo.
-
¡No quiero que me vengas a buscar más, mamá! ¡no
me toques, estoy muy enojada contigo!- le grité allí mismo, ella paró y se
quedó allí pasmada también.- ¡Vamos, vamos a casa!- le dije me adelanté ella me
siguió y nos fuimos a la calle.
Tuve que darle la manito a mamá para ir por la calle, pero
nos fuimos en silencio. Aunque ella sacaba temas, yo le ignoraba. ¿Cómo podía
haber hecho algo así? Esperaba que tuviera una razón para hacerlo, pero no la
dijo, sus ojos lo decían todo, igual esperaba a que lo dijera, pero tampoco.
En la Plaza de Dalt Vila, me quedé quieta y la obligué a
frenarse, ella se giró e intentó seguir, pero le dejé la mano.
-
¿Por qué no has venido a las cinco a buscarme?-
le dije con los brazos cruzados en el pecho.
-
Lo siento mucho, cariño… me he quedado dormida
en el sofá.- contestó.
Mi enojo ya estaba por las nubes, cuando en ese momento vi
que venía delante de nosotros el tito Hilario. Corrí hacía él, que me estaba
mirando y él me recibió con un abrazo fuerte que me alzó por los aires, pero al
abrazarlo, empecé a llorar como si no hubiese futuro para mí.
-
¿Qué te
pasa, querida? – dijo preocupado Humiel.
-
¡Mamá no piensa en mí! – dije entre llantos,
mientras que ella venía detrás.
Mientras que mamá le contaba a su querido hermano lo
sucedido y su cara de enojo también aumentaba hacia ella, yo me quedé llorando.
Ese día fue el más horrible de mí vida, por la mañana casi
me ahogo en la piscina municipal, y por la tarde, mi madre casi me abandona en
el colegio. ¿Pero qué clase de padres había elegido compartir esta encarnación?
Comprendía que papá no podía, pero mamá, si, y eso me cambió por completo,
porque a partir de ese momento, me prometí a mí misma ser más responsable de mí
misma, intentar molestar lo menos posible, porque según mamá… no le importaba
nada mi existencia. Entonces, comprendí que mamá sufre de egoísmo y desde ese
momento que nuestra relación se ha visto muy afectada, conservo la relación,
pero el vínculo madre e hija, se borró.
-
¡Te has
pasado, hermana! ¿Cómo se te ocurre hacerle algo así? ¡Tienes una
responsabilidad, eh! Sino podías recogerla, avísame a mí y yo voy a por ella.
Salgo antes del trabajo, solo para hacerme responsable de mi sobrinita ¿vale?
– Se agradecía ver al Titi echándole la bronca a mi madre, en él siempre he
podido confiar.
Pero como era de esperar, mamá no quiso decir nada, se quedó
callada, con el cigarro en los dedos.
-
¿No venía
su abuela a recogerla a las cinco? – preguntaba Hilario.
-
No puede todos los días, hay días en que debo ir
yo.- contestó mamá.
-
Pues ahora
no, iré yo a por ella y me la traeré a casa. Luego la pasas a recoger en casa,
¿ok? – propuso Hilario.
Mamá aceptó, a mí me pareció perfecto, pero no me resultaba
justo. Porque como ya he dicho, Hilario tenía que salir del trabajo antes, para
venirme a buscar, y mamá que no trabajaba, no podía venir a buscarme. Comprendí
que no quería venir a buscarme, por eso, cualquier plan mejor que ella, era
mejor. Además, así me aseguraría poder jugar con alguien que comprende todo
este mundo dimensional, ya que mamá, no empezó a jugar conmigo, hasta mucho más
tarde.
Una vez más, el ángel Humiel me sacó las castañas del fuego.
De la forma en cómo nos encontramos, me di cuenta de que estaba yéndose para el
colegio, es decir, que había escuchado el mensaje de ayuda que tanto Uriel como
yo le habíamos enviado de forma telepática. En este caso, escuchó a Uriel que
le pidió que viniera urgentemente a buscarme, y que luego, ya hablarían con
mamá, pero no fue así, porque mamá, me escuchó a mí. Comprendí que conservaba
también algunas formas de comunicación típicas de ser de luz, pero que no solía
usar como algo habitual. No en este tiempo.
Papá cuando lo supo durante la noche, también le cantó las
cuarenta a mamá, de tal forma que papá al verme afectada por la situación, me
prometió que para mí cumple iríamos a un lugar en familia todos juntos.
-
¿A dónde te gustaría ir? – me preguntó papá.
-
¡Al zoo!- contesté contenta.
-
¡Pues iremos al zoo!- dijo papá.
-
Y quiero que venga la Abuela Filo y el Tito
Josep. – dije.
-
¡Bien!- contestó.
El fin de semana antes de mi cumpleaños, nos fuimos al zoo
de Barcelona.
Recomendación: Selena Gomez - The heart wants what it wants.
HR.
HERO&Corporation.
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