domingo, marzo 01, 2020

El Espejo De Mí Vida - Capítulo 17


La cara de preocupación de María Teresa se me quedó gravado en mi memoria, incluso con el paso del tiempo, sabía que ese día no se me olvidaría nunca, porque ya me estaba enojando. ¿Dónde se había metido mí madre? Empecé a preocuparme, pensando que quizás le habría pasado algo a alguien de la familia.

-          ¿Qué habrá pasado, Dary?- dije cuando nos sentábamos ya en el suelo de la sala de portería, junto a tres personas más de tres edades distintas y que además ambos eran hermanos, dos niñas y un niño.

-          Estoy preguntando a Humiel, pero no me responde. Pero tú tranquila, que pronto vendrá, de todos modos, yo estoy acá contigo. ¿me oyes? – dijo las comisuras de sus labios se ladearon en el sentido contrario a lo acostumbrado, dando así un reflejo de tristeza, junto al frunce de ceño, marcando la arruguita en la frente.

Me abracé a sus cintura, de una forma en que ninguno de los niños que se encontraban allí, pudieran percatar que allí también había ángeles. Entonces, intenté contactar con Humiel de la forma en cómo Uriel me había enseñado. Cerré los ojos y me imaginé a mi madre. No sabía dónde podría estar, pero lo que mis ojos vieron si que no me puso de buen humor, más bien aumentaron mis ganas de enojarme con ella.

-          ¡La veo!- susurré. – Veo a mamá, Dary…- dije.

-          ¿Dónde está? – Me dijo.

-          En casa, en el sofá, durmiendo la siesta. – dije con cada palabra, el enojo aumentaba y terminé arrugando la frente igual que él, cuando abrí los ojos para mirarle a Dary.

-          ¿En serio?- repitió en señal de sorpresa.

Lo confirmé con un gesto. Volví a cerrar los ojos, para seguir visualizarla, que roncaba muy a gusto, abrazada con la almohada como si la vida se terminase así.

-          ¡Despierta, ven a BUSCARME!- le grité inconscientemente como si realmente estuviese a su lado, enojada.

Mamá abrió los ojos, miró la hora y salió de la casa con lo puesto. Volví a abrir los ojos.

-          Ya viene para aquí…- le dije.

Mientras que conectaba y tal, ya eran las 7:15pm los nenes se habían marchado no hacía ni diez minutos. En ese tiempo que no paraba de ver la puerta de salida, si se abría y que curiosamente fuese mamá, la hermana Patrocinio que se ocupaba de la portería por las tardes, salió de su rinconcito tras leer el periódico y se quedó a mi lado. 

Estudiar en un colegio de monjas es lo que pasaba, si te quedabas a almorzar o muy tarde después de clase, que te tocaba entablar conversaciones con las Hermanas, por los cuales no todas eran demasiado amables. La Hermana Patrocinio, era una mujer de más de 80 años, que por problemas de espalda iba igual de inclinada que la torre de Pisa, con unos mocasines dónde un zapato tenía plataforma y la otra era normal, una graduación de gafas tan potente que no veía ni tres burros en celo, y a pesar de no impartir clase, iba con la bata de profesora. Esa bata al final acabé odiándola, llegaba hasta las rodillas, por debajo se veía la falda cristiana que le sobresalía, una tela blanca con líneas verticales finas de color verde. Por lo menos, no iban como había visto en las fotos, vestidas como si fueran monjas de un convento, esa forma de vestir había caducado para ellas desde los años cincuenta. 

En realidad quedaban muy pocas Hermanas en ese colegio, yo terminé conociendo a dos de ellas que incluso fueron profesoras de mi madre, cuando tenía ocho años. La Hermana Sofía y la Hermana Montserrat, dos Solecitos increíbles. Incluso la Hermana Montserrat, había impartido clase a mi abuela Filo, cuando ella tan solo tenía cinco años, en ese tiempo ella era la mayor de todas, y a pesar de que seguía viviendo en el cuarto piso de ese colegio, bajaba las escaleras y las subía con la ayuda de un bastón, parecía que tenía casi 100 años y se movía muchísimo. También había hecho algo de vínculo con la Hermana Asunción, que en ese tiempo era la directora de la escuela, ella no conocía a nadie de mi familia, pero Uriel hablaba muy bien de ella. 

Estas Hermanas por normas de conducta del centro, teníamos que llamarlas así y después del nombre, pero conmigo era diferente, a mi todas y cada una de ellas me decían su nombre y nada más. Era extraño, pero ningún ser de luz, dijo ni realizó nada, solo sus corazones sentían algo, diferente y revolucionado. Así es como un día la Hermana Asunción y la Hermana Montserrat me lo dijo y como eran Solecitos, y mi corazón sabía que no mentían, las creí. 

Entre ellas estaban algunas que no veían esa luz de amor en nada, y entre ellas estaba la Hermana Patrocinio, cuando se acercó a mí, me obligó a levantarme para hablar conmigo.

-          ¿Tu madre se retrasa así siempre?- dijo Patrocinio con un tono muy desagradable.

-          Le cuesta llegar puntual.- contesté intentando no mostrar que la estaba defendiendo, pero tampoco dándole razón a ella, no con ese tono despreciable que no me gustó.

-          Quizás con otros padres estarías mejor…- insinuó.

Yo abrí los ojos, porque no me podía creer lo que dijo. Seguro que iba a llamar a las autoridades en cualquier momento. 

Una niña de ocho años, se encontraba bajo las escaleras de esa misma portería, pero era a la tarde y en una época mucho más antigua. Llevaba un oso de peluche y una fotografía de una mujer de treinta años muy hermosa. La niña lloraba desconsoladamente, mientras que una de las novicias, la llamaba “¡Patrocinio, ven a comer!” pero ella se negaba, quería quedarse allí, hasta que la novicia la arrancaba de allí y se la llevaba.

La miré a los ojos con tanta fuerza que pude ver todo eso. Me quedé muda, cuando Uriel puso sus manos encima de mis hombros, se agachó para hablarme en la oreja, pero di un paso hacia adelante y él me dejó.

-          No, no quiero estar con otros padres. Ellos me aman y yo a ellos, a su manera, pero lo hacen. Pero siento mucho, que usted no pudiera estar con su mamá, cuando más la necesitaba, porque estaba muy guapa en la fotito.- le dije sin apartar la mirada de la suya.

-          ¿Cómo dices?- se quedó pasmada y su voz empezó a ser más amable.

-          Seguramente, que en algún punto de su vida, sabrá porque ocurrió. Tenga fe.- le dije dándole la mano que había quedado en medio de su cintura.

No sabía mucho porque había visto eso, pero di en el clavo, sus ojitos se emocionaron para no darme la razón, decidió volverse a la portería, justo en ese momento, mamá al fin apareció en la puerta. Le dieron paso para pasar la segunda puerta electrónica, y cuando me acerqué a ella y vi sus ojos de recién levantada, me paré a un metro de ella, que venía a darme un abrazo.

-          ¡No quiero que me vengas a buscar más, mamá! ¡no me toques, estoy muy enojada contigo!- le grité allí mismo, ella paró y se quedó allí pasmada también.- ¡Vamos, vamos a casa!- le dije me adelanté ella me siguió y nos fuimos a la calle.



Tuve que darle la manito a mamá para ir por la calle, pero nos fuimos en silencio. Aunque ella sacaba temas, yo le ignoraba. ¿Cómo podía haber hecho algo así? Esperaba que tuviera una razón para hacerlo, pero no la dijo, sus ojos lo decían todo, igual esperaba a que lo dijera, pero tampoco.

En la Plaza de Dalt Vila, me quedé quieta y la obligué a frenarse, ella se giró e intentó seguir, pero le dejé la mano.

-          ¿Por qué no has venido a las cinco a buscarme?- le dije con los brazos cruzados en el pecho.

-          Lo siento mucho, cariño… me he quedado dormida en el sofá.- contestó.

Mi enojo ya estaba por las nubes, cuando en ese momento vi que venía delante de nosotros el tito Hilario. Corrí hacía él, que me estaba mirando y él me recibió con un abrazo fuerte que me alzó por los aires, pero al abrazarlo, empecé a llorar como si no hubiese futuro para mí.

-          ¿Qué te pasa, querida? – dijo preocupado Humiel.

-          ¡Mamá no piensa en mí! – dije entre llantos, mientras que ella venía detrás.

Mientras que mamá le contaba a su querido hermano lo sucedido y su cara de enojo también aumentaba hacia ella, yo me quedé llorando. 

Ese día fue el más horrible de mí vida, por la mañana casi me ahogo en la piscina municipal, y por la tarde, mi madre casi me abandona en el colegio. ¿Pero qué clase de padres había elegido compartir esta encarnación? Comprendía que papá no podía, pero mamá, si, y eso me cambió por completo, porque a partir de ese momento, me prometí a mí misma ser más responsable de mí misma, intentar molestar lo menos posible, porque según mamá… no le importaba nada mi existencia. Entonces, comprendí que mamá sufre de egoísmo y desde ese momento que nuestra relación se ha visto muy afectada, conservo la relación, pero el vínculo madre e hija, se borró. 

-          ¡Te has pasado, hermana! ¿Cómo se te ocurre hacerle algo así? ¡Tienes una responsabilidad, eh! Sino podías recogerla, avísame a mí y yo voy a por ella. Salgo antes del trabajo, solo para hacerme responsable de mi sobrinita ¿vale? – Se agradecía ver al Titi echándole la bronca a mi madre, en él siempre he podido confiar.

Pero como era de esperar, mamá no quiso decir nada, se quedó callada, con el cigarro en los dedos. 

-          ¿No venía su abuela a recogerla a las cinco? – preguntaba Hilario.

-          No puede todos los días, hay días en que debo ir yo.- contestó mamá.

-          Pues ahora no, iré yo a por ella y me la traeré a casa. Luego la pasas a recoger en casa, ¿ok? – propuso Hilario.

Mamá aceptó, a mí me pareció perfecto, pero no me resultaba justo. Porque como ya he dicho, Hilario tenía que salir del trabajo antes, para venirme a buscar, y mamá que no trabajaba, no podía venir a buscarme. Comprendí que no quería venir a buscarme, por eso, cualquier plan mejor que ella, era mejor. Además, así me aseguraría poder jugar con alguien que comprende todo este mundo dimensional, ya que mamá, no empezó a jugar conmigo, hasta mucho más tarde. 

Una vez más, el ángel Humiel me sacó las castañas del fuego. De la forma en cómo nos encontramos, me di cuenta de que estaba yéndose para el colegio, es decir, que había escuchado el mensaje de ayuda que tanto Uriel como yo le habíamos enviado de forma telepática. En este caso, escuchó a Uriel que le pidió que viniera urgentemente a buscarme, y que luego, ya hablarían con mamá, pero no fue así, porque mamá, me escuchó a mí. Comprendí que conservaba también algunas formas de comunicación típicas de ser de luz, pero que no solía usar como algo habitual. No en este tiempo. 

Papá cuando lo supo durante la noche, también le cantó las cuarenta a mamá, de tal forma que papá al verme afectada por la situación, me prometió que para mí cumple iríamos a un lugar en familia todos juntos. 

-          ¿A dónde te gustaría ir? – me preguntó papá.

-          ¡Al zoo!- contesté contenta.

-          ¡Pues iremos al zoo!- dijo papá.

-          Y quiero que venga la Abuela Filo y el Tito Josep. – dije.

-          ¡Bien!- contestó.

El fin de semana antes de mi cumpleaños, nos fuimos al zoo de Barcelona.

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HR.

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domingo, febrero 23, 2020

El Espejo De Mí Vida - Capítulo 16


Sentía tanto miedo, que al agarrarme de nuevo en el bordillo, quería subirme para salir, Uriel me ayudó y quedé con la barriga pegada al bordillo y todo mi cuerpo fuera. Uriel con dos manos se alzó y quedó sentado con los pies en el agua.

-          ¿Estás bien mi amor? ¿Qué ha pasado?...- dijo Uriel comprobando que respiraba bien.

-          He visto… he visto… un pez…- dije asustada.

-          ¿Un qué?- repitió como intentando comprender qué le había dicho, me senté en el bordillo y señalicé, él miró, se volvió a tirar, se hundió y al cabo de poco volvió a la superficie. - ¿Esto?- cuando vio que gritaba de miedo, decidió dejarlo lejos de nosotros, él volvió al bordillo, me agarré a su cuello y me lancé de nuevo al agua, Uriel me atrapó entre sus brazos.- Ei, un minuto, mi amor… lo que has visto han sido unas gafas de piscina, suelen hundirse – dijo para tranquilizarme, me dejó de nuevo con el culo sentada en el bordillo, agarró las gafas y me las mostró.

Efectivamente eran unas gafas, me quedé mirándolas como si estuvieran endemoniadas, Uriel al verme así, decidió tirarlas más lejos, se volvió a sentar en el bordillo y me abrazó para que me calmara. 

Observé a las monitoras y el resto de compañeros, no se habían percatado del accidente, estaban un poco lejos, nosotros estábamos en la mitad de la piscina, en teoría cubría metro y medio. Esa fue la primera vez que el Arcángel Uriel tuvo que salvarme la vida, se lo agradecí tanto que al llegar a casa, le pinté un dibujo que se guardó en su bolso con mucho amor.

Nos encontrábamos en la salita de casa, mientras que dibujaba encima de la mesita pequeña, mi madre estaba en la cocina dando vueltas, mientras que observaba dibujos animados, y yo de fondo tenía Pinky y Cerebro, me encantaban, de hecho esperaba a que fuesen las 2pm para poder almorzar, tenía mucha hambre aquel día. Los días de piscina eran los más hambrientos, cuando Uriel se agachó, se sentó a mi lado en el suelo a mi izquierda, mientras observaba el dibujo que estaba haciendo (no recuerdo que era).

-          Ahora que veo que estás mejor, ¿Por qué no me cuentas qué es lo que ha pasado en la piscina antes? – sus palabras mostraban curiosidad y preocupación al mismo tiempo.

-          No me gustan los peces.- dije enojada.

Uriel alzó las cejas en señal de inocencia y sorpresa, con su gran mano derecha acarició mi espalda, intentando calmarme.

-          ¿Es eso de verdad, mi amor?- noté que no se lo había creído y era cierto, una excusa a la verdad.

Me daba miedo decirle lo que sentía realmente, así que agarré otra hoja, le di un color, Uriel lo agarró y le hice una señal para que dibujara, él acató y empezó a pintar sobre la hoja blanca.


Yo con la yema de los dedos, reseguí mi dibujo cuando la mano de Uriel andaba sola, de hecho le estaba mostrando mediante una conexión de dibujo automático, lo que él deseaba saber. Por eso Uriel cerró los ojos y entró en meditación, dejándose fluir por la historia que le estaba contando, yo cerré los ojos y seguí resiguiendo el dibujo línea a línea, entrando así en meditación, en un recuerdo de una vida anterior que aún conservaba…

Me hundí en el Océano Atlántico, cuando mi cuerpo sin vida flotaba en una de las habitaciones, podía ver a mi amado marido que también había muerto allí conmigo. A pesar de no tener el control del cuerpo, y de estar muerta, incluso mi bebé de meses que crecía en mí interior. Sabía que yo estaba muerta, porque sentía igual que estando viva, solo que no podía mover nada de mí cuerpo. Me hundí más y más cuando el barco se partió y gran parte dejó flotar por allí a mi querido marido, dónde sus ojos verdes quedaron petrificados en un cristal que decían AMOR por los siete costados. Seguí hundiéndome, no sabía cuanto tiempo había pasado, pero empecé a sentir dolores en los pies, no podía girarme a ver, hasta que vi como un banco de peces, me iban comiendo, bocado a bocado, notaba como un pellizco se desenganchaba de mí. Dolía y mucho. Quería gritar y escapar, pero no podía. 

En el momento que abrí de nuevo los ojos, había mojado el papel sin querer con varias lágrimas que se escaparon de mis mejillas. Uriel, abrió los ojos, dejó el color, que salió rodando de la mesita y cayó al suelo, para terminar abrazados, él también estaba llorando.

-          Siento mucho que tuvieses que pasar por eso, mi amor. – dijo Uriel, su voz estaba cortada por las lágrimas que le saltaban de los ojos. – Si quieres superarlo, voy ayudarte en lo que haga falta, ¿entiendes? Este trauma, deberás superarlo, pero yo te ayudaré, siempre. – dijo.

No le dije nada, solo lo abracé más fuerte, no me salían las palabras para agradecerle sus intenciones. Morir ahogada en el Titanic y después seguir enganchada en el cuerpo inerte hasta verte terminar engullida por un banco de peces, era un trauma difícil de superar, pero no me daría por vencida. Quería aprender a nadar, una cosa que dejé varias vidas pospuesta y en esta tenía que saldarlo como fuese.

-          No sé porque no me separé del cuerpo nada más morir, ¿tú lo sabes?- le pregunté.

-          A veces cuando se pierde la conexión con el cuerpo y estamos muertos, nos olvidamos que tenemos que despegar el alma de nuestro cuerpo, para abandonarlo. Eso puede tardar hasta tres días, sino hay seres de luz que se encargan de ayudar en esos casos. En tú caso, era más difícil, en el océano debería haberte acompañado un delfín, pero resulta que llegó demasiado tarde…- sus palabras volvieron a ser medio cortadas.

-          Gracias por ayudarme, Dary. ¡Eres un buen arcángel! – dije.

Las clases de la tarde, siempre se hacían pesadas, pero la María Ángeles siempre se le acudían juegos muy interesantes para que todo fuese más rápido, y las dos horas volaron de una forma en que ni sabía cómo había ocurrido. Mientras que terminaba de recoger mis cosas, quitarme la bata, dejarla en mí perchero y esperar a que mamá me viniera a buscar, vi como los demás padres de mis compañeros venían a recogerlos. Ese día nos podíamos llevar a casa, un estuche de arcilla que hicimos para el escritorio de casa, para poner los lápices, era hermoso. En mí caso, simulaban las escamas de un dragón rojo y azul, un protector que necesitaba para mis lápices. Estaba deseando de enseñarlo en casa y me dijeran ¿qué les parecía?

Me senté en una silla cerca de la puerta, mientras que esperaba con ansias la llegada de mamá. No solía ser muy puntual, pero solía llegar como muy tarde diez minutos de las 5pm. Poco a poco veía como la clase se iba vaciando, al ver padres y abuelas que los venían a recoger, el tiempo seguía pasando y cuando pasaron veinte minutos, mamá seguía sin venir.

-          Mamá no viene…- le dije a la tutora.

-          Ya verás como si, Laia. Quizás haya tenido que hacer algo y va retrasada. Pero vendrá. – dijo para animarme, aunque a mí ya no me quedaban muchas esperanzas.

Miré a Uriel, que se quedó a mi lado en todo momento, pero miraba el final del largo pasillo, pero estaba como yo, arrugando la frente y preguntándose ¿dónde se había metido esta mujer ahora? 

-          Ven conmigo, Laia. Tengo que cerrar el aula y te dejaré con la María Teresa, que tiene a los alumnos que se quedan una hora más de extraescolar, así mientras que esperamos, juegas un ratito ¿Vale? – dijo y la seguí.

Salimos al pasillo, ella cerró las luces y luego la puerta con llave, esa puerta tenía un gran cristal dónde se podía ver el interior del aula. Después, con el estuche en las manos para no dañarlo, fuimos pasillo para abajo, para llamar a la puerta de mi ex clase de P3, que no había cambiado mucho. María Teresa salió del aula y ambas profesoras se pusieron a hablar, cuando la cara de María Teresa se había cambiado de contenta a preocupada, empecé a pensar que mamá, la estaba liando y mucho aquella tarde… me agarré fuertemente a la mano de Uriel, él se agachó, me dio un beso en la sien y se quedó allí a mi derecha.

En esa aula se habían mezclado alumnos de P3 y P4 pero de mi curso no había nadie, todos jugaban a lo que fuese, yo me quedé en un rincón, sentada con los brazos encima de la mesa cruzados, y con el ceño fruncido. Una niña de P4 se acercó mientras llevaba una muñequita rubia en sus manos, se sentó en la silla de al lado a mi izquierda y empezó a hablar.

-          ¿Por qué estás enfadada? – decía la niña que llevaba una melena rizada morena hasta los hombros.

-          Nada. – dije intentando ser amable, pero no me salía y tampoco me apetecía hablar con nadie.

-          ¿Cómo te llamas? – volvió a preguntar, se le veía preocupada por mi, aunque acariciaba el pelo de su muñequita, y antes de decir nada ella prosiguió – Esta es Carla, y yo me llamo Berta – era muy amable por su parte.

-          Laia. ¿A ti también no se acordaron de ti para venir a recogerte? – le dije, arrepentida de mis formas, intenté ser más amable.

-          No, mamá trabaja y siempre me quedo más tiempo en el cole. Me gusta, porque jugamos, y Carla necesita que le cuiden. ¿Quieres darle de comer? – sugirió, pero me negué, ella al fin se fue.

A pesar de que el tiempo seguía su curso y las preguntas seguían comiéndome la mente, mis ojos captaron la atención de Berta, se fue al final de la clase, agarró un par de tazas y unos platos y regresó. Puso una taza para cada una (incluida para Carla) y se quedó allí junto a mí, sentada, simulando que había servido té y éramos amigas de toda la vida.

-          No suelo jugar a esto, ¿qué tengo que hacer?- le pregunté inocentemente, era cierto, era mí primera vez.

-          Tomar té con nosotras. Hoy Carla, tiene que contarnos sobre su amigo David, resulta que se han hecho muy amigos y quiere contarnos más… - dijo mientras que agarraba la taza con el meñique extendido, yo copié sus movimientos y vi como ella charlaba con la muñeca (y la muñeca le contestaba algo que yo no oía).

-          ¿Qué dice Carla?- dije intrigada para que no me viera que estaba fuera de mí misma. Me lo estaba pasando bien.

-          Carla y David, se besaron. Ella ríe. – dijo y nos pusimos a reír.

Fueron las 6pm y Berta tuvo que marcharse cuando su mamá le vino a buscar, y eso quería decir que los demás compañeros de clase, les pasaba lo mismo y a mi… mamá se había olvidado de mí, era obvio que así era. 

PD. ¡Hoy el Spceguionista celebra sus 7 años de actividad en la pg web!

Recomendación: Hillsong en español - Gracias Cristo.

HR.

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domingo, febrero 16, 2020

El Espejo De Mí Vida - Capítulo 15


Estiré del anunciador de Uriel que tenía como siempre colgando de su hombro izquierdo sutilmente, él me observó, se agachó para que le hablase en la oreja.

-          Allí está Kiahara, la que me regaló el busto…- le dije con una sonrisa de oreja a oreja y las pupilas dilatadas de emoción.

-          Pues ella va a ser quién te espere en la parada en París – dijo con una sonrisa cerrando los ojos como si fuera un personaje de algún dibujo japonés.

No pudimos hablar, porque enseguida nos tocó. Kiahara se alegró al igual que yo de vernos de nuevo, mientras que Uriel le daba indicaciones de los documentos que teníamos que presentar, le estuve diciendo dónde al final habíamos decidido colocar el busto, en la estantería de encima del escritorio, para dar la bienvenida a mi pasado cada vez que llegase a mi habitación. Ella se alegró, le gustó el lugar a pesar de que se lo tuvo que imaginar en su cabecita. 

-          Amada Laia, ¿puedes darme la mano derecha, por favor?- preguntó y le di sin contestar. – A ver, la intención es escanearte la muñeca, para saber más sobre tus informes… - me pasó la muñeca por una especie de cuadrado de madera y se puso verde, me impresionó mucho – Bien, a ver qué más hay por aquí… ¡Sí, ya lo veo!... ¡vas a empezar el próximo 24 de Marzo! – un día después de mí cumpleaños. 

-          ¡Genial! – dijo Dary.

-          Pues así, le pasaremos por los anillos su horario días antes de su inicio. El 24 de Marzo a las 2am tendrá su transporte listo, en Metro con parada en París, para llegar a las 3am al recinto. Si,… todo está bien. ¡Te esperamos pronto, Laia!- eso fue lo último que dijo, antes de que diera paso al siguiente de la cola y pudiéramos irnos al fin a casa.

Volvimos a casa, casi sin decirnos nada, el trayecto fue el mismo, durante el tiempo dentro del Metro, me quedé observando el paisaje pero sin prestar mucha atención, al otro lado no se veía nada más que lagos y cascadas muy hermosas, pero mi cabeza estaba en la conversación con el Maestro. Mi cabeza repetía <Aquel que te va a acompañar en tú misión y propósito de vida…> no recordaba que elegiría un compañero, pero tampoco recordaba quién podría ser, y de repente sin venir a cuento, me vino la imagen de la chica que amaba en Egipto.

Sacudí la cabeza, cuando ya casi estábamos a punto de llegar a Tolusse e intenté observar los demás pasajeros, pero curiosamente nos habíamos quedado solos.

-          ¿Y los demás?- susurré, Uriel me escuchó sin querer.

-          Han bajado antes – contestó.

Uriel se encontraba leyendo uno de sus pergaminos que mantiene resguardado en su bolsa de mano que lleva siempre colgada de la cintura. Coloqué la cabeza en su hombro e intenté leer lo que ponía, había aprendido a leer gracias a él, en clase todavía no nos habían enseñado, de algún modo iba un poco por delante en ese sentido. 

-          Dary, ¿tú sabías que tengo un compañero de misión? – le pregunté sin venir a cuento de nada, pero me estaba torturando la mente.

-          Ya veo que Saint Germain te lo ha dicho… - comentó con cara de insatisfacción.

-          ¿Lo sabías?- pregunté frunciendo las cejas.

-          .- contestó.

-          ¿Por qué no me habías dicho? – pregunté.

-          Porque me hiciste prometer no decírtelo hasta que un Maestro fuese capaz de hacerlo. Me hiciste prometerlo con mi vida, y cumplí. – dijo.

-          ¿Yo?- me sorprendió tanto que por mucho que intentase recordarlo, no lo recordaba.

Uriel dejó de leer, cuando paramos en la última antes de llegar a Manlleu, recogió el pergamino doblándolo de nuevo y lo guardó en su bolso. 

-          Al parecer, guardas más secretos que el secreto mejor guardado del universo. Eso te viene por tú parte de Guardiana. – dijo con una ligera sonrisa que acepté.

-          Algún motivo tendría. El problema es que no recuerdo porqué. – comenté, volví a mirar por la ventana, observé el andén vacío, nadie de nuestro vagón bajó ni si quiera subió nadie.

-          Tú compañero tampoco lo recuerda… - comentó.

-          ¿Lo conoces?- dije sin pensar.

-          No. Pero entre ángeles estamos atentos de cualquier novedad para ayudaros. – mostró una sonrisa de paz que acepté igualmente.

Bajamos en la parada que nos tocaba, y mientras que el Metro esperaba a que bajasen todos los pasajeros, me agarré a la mano de Uriel y miré para adelante, seis personas habían bajado de los otros vagones, miré por última vez el metro y por una de las ventana, me quedé asombrada. 


Volví a ver esos ojos verdes perfectos, junto a una sonrisa que me estaban mirando a través del cristal, era él, el chico de antes, seguía dentro del metro. Con la mano, me dijo adiós y yo le devolví el gesto con la mano libre, Uriel ni se percató de lo que estaba sucediendo. Habíamos ido en el mismo metro pero diferente vagón. Sin querer me tropecé con mis propias piernas, que no sabía ni cómo había pasado, para terminar de rodillas en el suelo, Uriel me asistió, pero yo al mirar de nuevo por el cristal, veía como las puertas del metro se cerraban y acto seguido su mirada desaparecía del andén. Uriel, preocupado que no me hubiese ocurrido nada, me agarró en brazos y siguió caminando cuando vio que estaba bien, me quedé mirando hacia atrás de Uriel como finalmente el metro realmente había desaparecido del andén.

A las 4am, llegamos a casa, nadie se había percatado de nuestra huida, volví a unirme en mi cuerpo mientras que Uriel me acunaba, para que entrase en el profundo sueño que me provocó todo en general.

A las 8am, mamá me vino a despertar para ir al colegio, me sentía cansada, pero tenía que ir igual. Tenía que acostumbrarme a vivir en una doble vida, de día como una niña de casi cinco años que iba al colegio, y de noche, alumna de IÓN. No fue fácil, porque empecé a notar falta de sueño, en clase ya no prestaba tanta atención y la profesora empezó a llamar a mamá, porque muchas veces, me había visto dormir en algún rincón de la clase, mientras que ella explicaba cómo se escribían las letras del abecedario. Mamá, sin saber por qué ocurría, decidió adelantar la hora de la cama. 

Fue entonces, cuando mis amigos empezaron a dejarme algo de lado, porque casi siempre quería estar tranquila e intentar no gastar mucha energía en según qué jueguitos, a pesar de que me costaba mucho jugar a sus jueguitos. Pero los motivos no fueron porque tuviese sueño, sino porque en ese tiempo, empezaron a emitir por la televisión una serie de dibujos japoneses llamado Bola de Dragón Z, que fue muy popular en clase, todo el mundo los veía… yo no, porque no me gustaban. 

No me gustaban, porque no entendía el argumento, un niño de nuestra edad japonés, se tenía que pelear con todo tipo de personas, hermanos, primos e incluso seres de otros planetas, pelearse físicamente, para ganar campeonatos y ser el más fuerte. ¿Qué clase de educación es esa para un niño? Me quedaba pensando “¿Por qué quieren mostrarse tan violentos con todo el mundo?”. Uriel intentó contestarme pero no se lo permití, porque mientras que mis compañeros veían esa violencia, yo, veía Rugrats: Aventuras en Pañales. Eso sí que era un buen mensaje, un grupo de bebés, que jugaban juntitos a jueguitos que eran todos productos imaginarios, se inventaban todo tipo de jueguitos de aventuras, dándote así a entender que el poder de la creación está en la herramienta más fuerte y poderosa el pensamiento.

Un par de días después, en el colegio empezamos a ir un par de horas a la semana a la piscina para aprender a nadar, eso lo haríamos durante los próximos tres años, curiosamente era uno de mis días favoritos. Mi mamá, días antes, tuvimos que irnos de compras para comprarme todo lo necesario, ya que el bañador que usaba en el verano, no servía para la piscina cubierta. Me compró una bolsa, el bañador, el gorrito, un albornoz y una esponja. No hacía falta llevarse la burbujita (para aquellos que no sabían nadar mucho, como era mí caso) porque ya lo tenían allí. 

Esa misma noche, me enojé en casa porque me habían adelantado la hora de ir a dormir y no sentía que tenía que ir, pero hice mal. Papá había regresado del trabajo casi a las 9:30pm tras laburar más de 12h seguidas, casi sin descanso, estaba muy agotado y yo dándole la lata. Quería que me volviesen a mandar a la cama a la hora antigua, y mamá no conseguía su objetivo, papá (que no asimila bien el estrés y la paga con el primero de turno) se levantó del sofá y vino hacia a mí, para amenazarme diciéndome “¡Vete a la cama ahora mismo o tiro todas las cosas que te hemos comprado para que vayas a la piscina!”. A pesar de eso, me resistí y papá, agarró las cosas y desapareció en la calle, para volver al minuto sin la bolsa… lo había tirado al contener de basura. Lloré tan fuerte, que cuando papá intentaba calmarme a base de más gritos, le di una punzada de pie en el estómago que se quedó sin respiración y le rogaba que volviera a por mis cosas… lo curioso fue que regresó, suerte que aún no había pasado el camión de la basura, de hecho no olía mal, lo dejó al lado del contenedor. 

-          ¡No quiero que vuelvas a hacer una cosa como esta, papá! ¡Mis cosas son mis cosas y no se tocan! ¿ok?- le grité.

Pero papá no contestó, lo entendí como que me había comprendido, porque su cara de sorpresa se le quedó marcada en la cara por el resto del día. Mamá, quizás asustada, decidió quitarme la nueva norma y me pude quedar una hora más. 

Lo sé, se asustaron, pero no tenían derecho a tratarme así papá, cuando vi cómo reaccioné, durante aquella noche en mi cama junto a Uriel, estuvimos hablando de ello, a él no le parecía bien, a mí tampoco, pero por primera vez en esta encarnación me di cuenta de que fui Guardiana de luz, porque ese movimiento solo lo enseñaban a los Guardianes de luz. 

-          Tienes que prometerme, que no usarás la fuerza para someter a nadie. Tú mayor fuerza está aquí, mi amor – puso un dedo en mi corazón, Uriel. – y no aquí- mostró los muslos de los brazos.

-          De acuerdo. – dije y me quedé frita.


Los cursos en la piscina me ayudaron a agarrar la técnica para poder animarme a nadar sin ayudita. Nos pasábamos 50 minutos haciendo ejercicios y luego nos dejaban 10 minutos a nuestro aire. Me había tocado ir, con un grupo más reducido porque aún no sabíamos nadar muy bien (fue la única vez que no me importó ir con los de refuerzo). Durante esos diez últimos minutos, Uriel se encontraba fuera del agua, en este caso se quería secar las plumas antes de irnos a bañarnos y salir hacia el colegio con el autobús escolar que habían alquilado para estos casos, porque se encontraba bastante lejos. 

-          Dary, me quiero sacar esto…- le dije señalándole la burbujita, me sentía en ganas de quitármela.

-          ¿Estás segura, mi amor? Todavía no nadas lo suficiente… - dijo, pero antes de que hiciera nada más, ya me lo había quitado y le entregué la burbujita.

Me solté del bordillo en cuanto me vi capaz, no tocaba de pies en el piso, pero sabía que si algo me ocurría, Uriel saltaría en mi ayuda. 

-          Bueno, está bien, si nadas alrededor del bordillo y te vas agarrando de vez en cuando, todo bien. Yo te sigo, mi amor. – sus palabras no estaban muy alegres, noté su preocupación.

En vez de eso, me giré y quise llegar hasta unas boyas que separaban la pileta en carriles. Todo iba bien, no me hundía y los compañeros estaban bastante lejos de mí, para que no me molestasen. Llegué sin problemas dónde quería, cuando me giré para ver a Dary, él ya tenía un pie metido de nuevo en el agua.

-          ¡No, no te metas! Yo puedo… ¡mira!- dije soltándome de vuelta y nadando hacia él.

A la mitad, algo me salpicó, me detuve sin dejar de patalear para no hundirme, cuando pude ver qué era eso que se estaba hundiendo bajo mis pies. Noté un escalofrío por todo mi cuerpo y el corazón empezó a latir con mucha fuerza. Era una cosa azul que se movía igual que un pez… dejé de patalear y me hundí tras gritar de pavor. Me hundí.

No podía respirar porque no tenía aire en los pulmones, y se me había metido la cabeza al completo bajo el agua, miré hacia arriba, la superficie estaba demasiado lejos, ni pataleando podía, vi hacia debajo de mis pies, esa cosa que parecía un pez se hacía más y más grande. Escuché un ruido, de que alguien se tiraba y venía al rescate, miré hacia arriba, era Uriel, le ofrecí mis brazos, él me agarró y me volvió a la superficie cerca del bordillo.

Recomendación: 8 - Billie Eillish.

HR.

HERO&Corporation.

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