Disfruten de este último capítulo de la segunda temporada:
Cerca de un río, había cinco ángeles muy altos y muy rubios todos que charlaban entre ellos, hasta que se dieron cuenta de que habíamos llegado. Al verme se alegraron mucho pero no me acerqué a saludarlos porque no sabía quiénes eran. El Maestro Jesús se sentó en una piedra…
- ¿Reconoces a alguien?- preguntó Jesús.
- No.- dije.
- Estos ángeles han decidido que cuando tú seas mayor y te cases con el Chico de Ojos Verdes, serán tus hijos. – explicó Jesús.
Los conté y me quedé petrificada.
- ¿Cinco hijos voy a tener?- pregunté sobresaltada.
- De momento solo se han presentado, pero cuando seas más mayor se irán confirmando. – explicó Jesús.
Se me acercó una chica con las alas muy grandes con las puntas amarillas (trabajaba en el rayo amarillo), se agachó y me miró con su mejor sonrisa.
- Yo quiero ser tú primera hija, y la primera de mis futuros hermanos. – dijo tenía los ojos verdes.
- ¿Por qué?- le pregunté.
- Mi futura misión va atada a la tuya, pero yo terminaré tú último trabajo. – explicó.
- ¿Con qué nombre?- pregunté.
- Lo sabrás a su debido momento, Laia. Pero ellos asistirán a tú boda, como tú asististe a la boda de tus padres, en forma de espíritu. – explicó Jesús.
Recordé vagamente algunas cosas de la boda de mis padres, cosas que no había preguntado. ¿Realmente estuve ahí antes de encarnar tres años más tarde? Luego se me acercaron dos ángeles chicos.
- Nosotros vendremos juntos, queremos ser gemelos, aunque él será chica y yo chico. – dijo el que tenía la voz cantante.
- ¿Gemelos? ¡Ay que ilusión!- dije toda emocionada.
- Los otros dos serán chicos, pero ya sabrás cuando llegarán. – informó Jesús.
Me quería quedar más tiempo, pero eso es lo último que recuerdo, bueno hubo una cosa más…
- Todo esto ahora lo vas a olvidar, pero lo volverás a recordar cuando sea el momento adecuado. Tú alma lo recodará y tú espíritu también, pero tú, como cuerpo, todavía no. Sé fiel a tú corazón y todo esto se cumplirá.- dijo el Maestro Jesús.
- ¿Te volveré a ver?- le pregunté algo triste.
- Si, la próxima vez, vendré a verte en tú dimensión. Será cuando estarás preparada para empezar todo lo que decidiste hacer en esta vida. – dijo con una sonrisa de oreja a oreja totalmente sincero Jesús.
Le di un abrazo, y también a mis futuros hijos, les di las gracias… luego lo que recuerdo es semi-despertarme en la sala de reanimación del hospital en la madrugada.
- Laia… Laia… despierta…- decía mí padre.
Moví la mano mientras me estiraba un poco, escuché como se alegraban mis padres de que yo al final no muriera a pesar de que tenía unas posibilidades tan remotas, solo un 2% ¡wow!
- Papá…- dije casi sin fuerzas.
- ¿Qué, Laia?- se acercó mí padre.
Moví el brazo y le di una cachetada en la mejilla que él se quejó, pero mi madre y una enfermera que estaba ahí, se pusieron a reír.
- ¡Hostia, ya me ha dado la primera!- dijo mí padre alejándose.
¡Qué pesado!
Me sacaron fuera de la sala de reanimación para subirme a planta, era muy de madrugada, quería abrir los ojos pero me pesaban los párpados. Una vez a fuera, la familia se acercó a mí, escuché al Tito Juan que me llamaba por mí nombre y me agarraba de la mano, le agarré fuerte y cuando el celador me trasladó a la habitación, fue entrar en el ascensor, abrí un ojo, vi mucha luz, cerré el ojo y simplemente me quedé dormida otra vez.
Me desperté sobresaltada, era de noche, estaba en la habitación de planta, a mi derecha tenía una cortina y a mi izquierda estaba mi madre, durmiendo en un sillón reclinada, detrás de las cortinas, se hacía de día lentamente. Me miré, miré debajo de las sabanas, y vi que estaba desnuda, con una venda sujeta dónde se suponía que estaba el apéndice, no me podía mover, me dolía mucho los puntos. Pero estaba incómoda porque no me gusta estar completamente desnuda, tenía mucho pudor en eso (sigo teniéndolo en la actualidad). Quería despertar a mí madre, pero escuché pasos y me esperé, llegó la enfermera para cambiar-me el suero, cuando me vio despierta se alegró.
- ¿Cómo te encuentras, bella?- dijo con una voz muy dulce.
- Bien, me duele un poco los… puntos.- le dije.
- Te hemos bajado un poco la medicación del dolor, pero ¿te duele mucho o puedes soportarlo?- preguntó.
- Un poco bastante.- respondí.
- Ok. Te subo un poco la medicación del dolor. ¿Necesitas algo más?- dijo la enfermera.
- Si, ¿qué días es y qué hora por favor?- pregunté.
- Es día 13 de diciembre del 2004, y son casi las ocho de la mañana.- respondió la enfermera.
¡Ostras, llevaba un día y medio operada, me tuvieron un día dormida!
- ¿Dormí todo un día?- pregunté.
- ¡Laia, te has despertado!- dijo mamá, saltó del sillón y se vino hacía a mí a darme un beso en la mejilla toda feliz.
- Si, si, mamá. Me acaban de decir que he estado un día dormida. ¿por qué?- pregunté.
- Perdiste mucha sangre y te tuvieron que hacer una transfusión de sangre.- dijo la enfermera.
- ¿Transfusión?- repetí.
- Te han dado sangre.- dijo mamá.
- Si, ya sé que es…- dije.
La enfermera llamó a mí madre para ir un momento al pasillo, aproveché para llamar a Uriel, se me hacía raro que no estuviese en la habitación.
- Dary… Dary… ¿dónde estás?- susurré.
- Aquí, amor. Estoy aquí. – dijo Uriel.
Me asusté, porque escuchaba la voz de Uriel pero no le veía.
- No te veo. ¿Dónde estás?- insistí, pensaba que estaba haciendo una broma detrás de la cortina.
- Estoy aquí amor… - dijo Uriel que se acercaba, luego me agarró de la mano, giré la cabeza hacia la izquierda y no lo vi, no le veía.
- No te veo, no te veo, Dary… ¡no te veo!- dije desesperada y llorando.
- Tranquila, tranquila,… voy a llamar a Hilaríon. – dijo Uriel preocupado.
- ¡No, no te vayas! ¡Quédate!- decía llorando.
- Me quedo. Me quedo.- dijo Uriel.
No le veía, eso era un gran problema. Hilaríon apareció en la habitación con una cara de preocupación (no le veía pero la intuición me lo decía solo), me hizo unas pruebas y al terminar, tuvo claro qué había pasado.
- Por alguna razón que desconocemos, has perdido la habilidad de poder vernos. No sabemos si esto es porque estuviste muerta por treinta segundos o por algo más grave. Tenemos esperanza de que quizás sea solo temporal, quizás se te vaya en unos días o… - dijo Hilaríon realmente preocupado, escuchaba su voz pero no le veía.
- ¿O?- pregunté.
- O será permanente. – dijo Hilaríon, se hizo el silencio.
Me entraron muchas ganas de llorar que no pude reprimirme, me aferré a las manos de Uriel como si fueran mis últimas esperanzas. No quería dejar de verlos, no me quería desconectar de ellos, no lo soportaría se me rompería demasiado el corazón. Debido a la medicación del dolor y haber llorado, me quedé dormida, hasta que fue las nueve da la mañana, cuando los médicos vinieron a la habitación.
Hilaríon con su equipo investigaron lo que sucedió, y al cabo de unas horas me informaron, de que hubo un problema con la transfusión de sangre muy importante.
- Cuando salió la enfermera de nuestra dimensión en busca de un donante de sangre, el arcángel Gabriel se ofreció a darte su sangre, porque compartes plasma sanguíneo con él. Pero en el momento de darle la sangre a la enfermera que estaba ya en 3D, se equivocó y en vez de ponerte la sangre de Gabriel te dio la sangre de una persona sin la vibración que tienes tú. Es por eso que has dejado de vernos. – explicó Hilaríon.
- ¿Volveré a verlos?- dije muy preocupada.
- No creo. Aunque subas la vibración, esos glóbulos rojos no están capacitados para poder transformarse y poder permitirte vernos. – dijo Hilaríon.
- ¿Esta es la razón de porque no me permiten que dé sangre cuando sea mayor?- pregunté.
- Así es, para nosotros la sangre de una persona que no esté en la misma vibración, es como envenenarse, lo mismo pasa hacía nosotros. – explicó Uriel.
Si un ángel le hacen una transfusión de sangre de una persona que no esté en la misma vibración de ascensión que él, las habilidades que le hacen ser un ángel tienen una crisis importante, que incluso en algunas ocasiones pueden ocasionar la muerte. Así es, los ángeles también pueden morir o más bien se pueden envenenar, son inmortales realmente no pueden morir, pero sí que pueden herirse tan fuerte que les sea casi imposible de recuperarse.
El hecho de que a mí me sucediera eso, no entendía por qué, ya que yo no soy un ángel, pero me había envenenado esa sangre. ¡Ojalá hubiese sabido el nombre de esa enfermera para cantarle las cuarenta! Para mí era muy importante verlos, y por un error tan grave ahora tengo que vivir así. Evidentemente que tenía que mantener la boca cerrada, por la promesa que le tuve que hacer a los ángeles con cinco años, aún no pueden saber nada de esto. ¡Qué mierda!
Casi al mediodía, vino dos enfermeras, me pusieron un pijama y me levantaron de la cama, en teoría ya podía ir al baño y quedarme en el sillón. La primera vez que le dije a mi mamá que me acompañase al baño, ella se quedó en la puerta fuera del baño, y vi que podía hacer mis necesidades como si nada, me alegré, por lo menos ya me había curado. Aún los médicos no querían darme de comer, tenía un hambre, aunque seguía enganchada en el gotero, pero tenía tantas ganas de masticar y sentir la comida en el estómago… que parecía un sueño.
- La abuela pasó por esto… la abuela pasó por eso, pero algo mucho más severo… sin gotero y tú tienes una forma de alimentarte alternativa…- me decía a mí misma.
- Solo será un día más, te lo prometo, amor. – Uriel.
- ¡Ah!- grité.
- ¿Laia, todo bien?- gritó mamá desde la puerta.
- ¡Si, si, todo bien, solo que… la taza está fría!- dije como excusa, escuché a mi madre riéndose, y susurré.- Dary, no te veo pero avisa que estás aquí.- le dije.
- Lo siento, me tendré que acostumbrar. ¿Quizás tenga que llevar una campanita para que sepas que estoy aquí? – divagó Uriel.
- ¡No tiene gracia!- susurré poniendo mala cara.
- No quería burlarme de ti, amor. Solo era un chascarrillo para cortar la tensión… perdón. – dijo Uriel.
Volví al sillón, a la tarde me dieron un zumo de melocotón, fue como si los ángeles cantases para mí, algo imposible. Y una hora después, quería caminar por el pasillo, mamá no estaba de acuerdo, la visita que tenía en ese momento eran primos, mucha gente me vino a visitar y me trajeron muchos regalos, la mayoría una libreta con una lapicera. Me fui a caminar, y cuando regresaba a la habitación, el ascensor del pasillo se abrió, vi a la doctora Zaragoza que me vió, se fue hacía a mí con una cara de sorpresa.
- ¿Qué haces caminando, Laia?- preguntó la doctora Zaragoza.
- Tengo ganas de caminar.- dije.
- ¿Y camina?- le preguntó a mi madre, que contestó con un si con la cabeza.
- No deberías andar todavía, pero, pero… - dijo la doctora Zaragoza.
Di un par de pasos hacia adelante, le miré a los ojos.
- Ya, pero yo soy diferente.- le dije.
VOLVEREMOS CON LA TERCERA TEMPORADA A PARTIR DEL 12 DE OCTUBRE
HR.
HERO&Corporation.
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