Continuamos con esta historia, en el capítulo de esta semana, algo totalmente inesperado que lo cambió absolutamente todo.
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El último día que me desperté en Sitges, me desperté con
lágrimas en los ojos, porque ya no volvería a dormir nunca más en este paraje
tan hermoso, mi infancia quedaba atrás y la adolescencia empezaba a verse de
una forma en que daba miedo, porque no sabía si iba a ser feliz o lo más
horrible del mundo. Y con ello, tenía que dejar atrás ciertas cosas, entre
ellas Sitges… el día anterior fuimos a Vilanova y la Geltrú a subirnos por
última vez a los trenes chiquititos, ¿por qué hacerse mayor era dejar atrás
momentos felices? No estaba de acuerdo y por primera vez tenía celos de Peter
Pan, con su afán de querer siempre ser un niño.
A la mañana hacía calor y decidimos ir a la playa, más bien
mis padres quisieron irse a un chiringuito y la Sandra y yo estuvimos
intentando bañarnos en el mar. Digo intentándolo porque el agua estaba aún muy
fría pero nos apetecía, fue divertido y eso es lo importante. Luego después de
almorzar, mi padre se fue a tomarse su siesta, mientras que yo aproveché para
terminar la valija, la Sandra también la hizo y a media tarde pusimos las
valijas y al perro en su transportín en el auto, y nos fuimos de allí.
Lentamente, mientras que mi padre esquivaba los agujeros de la calle, miré
hacia a atrás, ya con el cinturón puesto y con lágrimas silenciosa me despedí
diciéndole “gracias por estos once años
de felicidad, allá dónde vaya seguiré experimentando otras formas de felicidad”
le di un besito con la mano y me giré para ver hacia adelante, pocos minutos
más tarde me quedé dormida y me desperté en la recta entre Vic y Manlleu. Me
quedé dos horas dormida, estaba agotada, dejamos a la Sandra a su casa y nos
fuimos a casa.
Las cosas en casa habían cambiado bastante, mi madre volvió
a encontrar trabajo, y mis padres ya que me vieron lo suficientemente grande,
decidieron darme mi primer juego de llaves de casa. Me sentí mayor un acto
importante para mí, Además, ahora las tardes que no tenía que ir al Tripijoc y
que tampoco tenía que ir con mi abuela, podía estar dos horas solita en casa, y
una cosa más, a partir de ese momento podía ir al colegio sola, ¡qué alegría!
Eso si que me puso contenta.
Mis padres confiaban en mí, tanto que darme un juego de
llaves y dejarme ir sola al colegio, era un paso importante, una responsabilidad
que hacía tiempo quería tener. De hecho creo que de mí clase fui de las
primeras personas, incluso había algunos que hasta los 16 años no lo consiguió,
eso ya era demasiado, bueno si te comportabas mal obviamente que habían
consecuencias. Recuerdo que cuando me dieron el juego de llaves y me fui a mí
habitación, me puse a saltar y a dar vueltas abrazada a Uriel de la alegría que
sentíamos que por fin podíamos charlar por la calle regresando o yendo al
colegio sin tener que ocultarnos.
Mi padre habló con mi abuela, porque aunque me dieron
ciertas libertades, había calles que tenía prohibido cruzar, y esas eran el
paseo de San Juan, la avenida de Roma, la avenida Puigmal y la avenida
Bellmunt. Son calles muy transitadas y para evitar cualquier atropello tenía
que prometer cumplir esas condiciones que prácticamente las cumplí. La abuela
me tenía que esperar en la tienda de Can Padrós, mientras que yo subía del
colegio hasta allí, y luego agarrada de su manito cruzaba la avenida de Roma y
para su casa a almorzar. Lo mismo sucedía a la tarde si tenía que irme con
ella, aunque allí ya quedaba con ella en la plaza porque nos íbamos al parque
del Ter o del cementerio a que yo jugase a los columpios y a los toboganes. A
la mañana como me costaba levantarme, mi padre me llevaba en auto hasta el
colegio, pero el resto… con el arcángel Uriel.
Pasó una semana, el colegio ya tomaba otro rumbo porque el
buen tiempo llegaba a marchas forzadas, el verano se empezaba a ver, a pesar de
estar en Abril a pocos días de San Jordi. Estábamos a jueves, a la una del
mediodía sonó el timbre del pasillo, el profesor en fila nos acompañó hasta la
puerta de la escalera bajando los dos pisos. Como era de esperar la calle San
Domenech y Bisbe Morgades estaba llena de niños de diferentes edades, así que
harta de estar con ellos, decidí con Uriel ir como si fuéramos al Tripijoc
hacia la calle de Xauxa (llamada Enric delaris).
-
¿Cuándo
tienes las pruebas de ingreso para Ávalon?- preguntó Uriel mientras que
caminábamos hasta el banco Sabadell.
-
Estoy practicando mucho, Gabriel me está
enseñando muchas cosas y tips que debo tener en cuenta para que esta vez pueda
entrar.- le respondí.
-
Me dijiste
que la prueba de resistencia se te está atragantando un poco, ¿verdad? –
dijo Uriel.
Dije que si con la cabeza, en el momento en que pasábamos
delante de Can Gaja, escuchamos unos ruidos, delante de nosotros a unas quince
pasos aproximadamente, había tres chavales de Secundaria, que charlaban de sus
cosas a un volumen algo alto. Uriel y yo nos quedamos en silencio observándolos
un momento, el chaval del medio que era el más alto de los tres, llevaba el
pelo ondulado por detrás de las orejas, en color cobre, una camiseta negra algo
arrapada al cuerpo de manga corta, bermudas anchas negras y unos zapatos negros
que eran como unas deportivas pero tenían algo de altura. Estaba girado a su
derecha hablando con alguien, cuando le miré me di cuenta de que le conocía era
Quim el hermano mayor del Xevi que iba a mi clase, (era el mismo que iba al
Tripijoc durante mi primer año). El otro amigo no lo pude identificar, de hecho
no sabía su nombre.
No le dimos importancia y miré a Uriel para responderle,
pero…
-
¡Hola!- escuché que venía de esos tres.
Miré de nuevo y el chico del medio se había puesto a saludar
a alguien con la mano como si conociera a alguien hacia dónde estábamos, pero
delante no había nadie más que nosotros, así que lo ignoré estando en silencio
caminando lentamente hacia el banco Sabadell (me encontraba delante de Xauxa).
Los tres chavales se fueron a la bajada de la Fidela,
curiosamente íbamos a la misma dirección, pero dejé de hablar con Uriel, nos
habían cortado todo el rollo, lo vi algo desconcertado a él pero en mí, en
cambio simplemente pensé que no era importante pero no sabía cómo retomar la
conversación con mi angelito. En cuanto llegamos a la bajada de la Fidela, lo
vimos detenido a la mitad de la calle, ignorando si pasaban autos ellos tres
iban por el medio de la calle, que en cuanto entramos en esa calle, el chaval
aquel me estaba mirando, le dio un codazo a Quim, alzó la mano y con una
sonrisa volvió a saludarme.
Me detuve y Uriel también, el chaval no tiraba ni para
adelante ni para atrás, se quedó allí sacudiendo la manito como si fuera
drogao, la cara del Quim de “tierra trágame” y la del amigo que era un cromo…
yo no entendía nada, me giré pensando que había alguien detrás, pero no había
nadie.
-
¡Si, es a ti, hola! ¡te estoy saludando! ¿Por
qué no me saludas? ¿Es que no te alegras de verme o qué?- decía gritando que
toda la calle se enteraba.
-
¿Qué hago?- susurré a Uriel.
-
No sé…- Respondió
Uriel.
Le respondí sacudiéndole la mano devolviéndole el saludo,
aunque intentaba recordar de qué me sonaba él, pero no atinaba, lo siento.
-
Eh, te
conoce… ¿sabes quién es? – susurró Uriel.
-
Ni idea.- le respondí.
-
¡Pues acostúmbrate porque me verás por aquí!-
dijo el chaval.
Se giró sus amigos también y continuaron subiendo la calle. Pero
cuando llegó al final, se volvió a girar y volvió a saludar contento, le
devolví el saludo, pensando “esto se acabará o qué”.
-
Te veo después (guiñó el ojo)- se giró y siguió
por otra calle.
-
¿Qué?- susurré tan sorprendida que no tenía
palabras.
Uriel y yo nos fuimos a casa sin decirnos nada, estábamos en
shock, antes de abrir la puerta, me quedé un momento pensativa.
-
¿Quién será ese?- pregunté, pero Uriel no pudo
responder porque no lo sabía.
Había que reconocerlo que el chaval guapo lo era y mucho,
pero de ¿qué me conocía ni idea? Me quedé toda la hora de la comida pensativa
en su cara, en sus ojos verdes, pero no lo recordaba, aunque en el corazón se
había vuelto algo loco, latía rápido, demasiado rápido, ¿qué pasaba? ¿de dónde
me conocía? ¿Por qué había pasado eso? ¿era un ataque fortuito o algo más?
Cuando faltaban quince minutos para las tres, Uriel y yo
salimos de casa para irnos de nuevo al colegio. En la calle de al lado, nada
más doblar la calle, me lo encontré otra vez, de pie esperando a alguien.
Estaba con el otro amigo que no identifiqué, me acuerdo que al verlo me quedé
quieta inmóvil mirándole, de hecho choqué contra él o casi, se me quedó en
silencio mirándome con una sonrisa, ni me tocó pero estaba a pocos centímetros
de mí, era alto, muy alto. Nos quedamos un tiempo mirándonos en silencio a los
ojos, sus ojos verdes a esa distancia si que me sonaban y mucho, pero ¡no podía
ser! ¡No, no, no podía ser! ¡Jodeme! ¡Si que era, si!
-
Hola, Maggie…- susurró sin quitarse la sonrisa
de su cara.
-
¿Chico de ojos verdes?...- susurré casi sin
aliento.
Sonrió guiñó un ojo…
-
Estoy aquí…- siguió susurrando.
Pero cuando le quería preguntar ¿por qué? Apareció Quim y él
se separó de mí, yo tuve que continuar mi camino hacia la escuela, aunque era
difícil porque estaba en shock… el chico de ojos verdes estaba en mí dimensión…
¡WOW! Ese año al no entrar en Ávalon no lo podía ver ni un momento ni en el
metro, porque agarrábamos líneas diferentes, por eso les dije que aproveché
para pasar más tiempo con Gabriel, pero me quedé totalmente atónita cuando vi
al chico de ojos verdes en la 3D, viviendo en mi ciudad y además yendo “al
colegio de al lado al mío”, esperando a su amigo que vivía cerquita de mí casa.
¡WOW!
Caminé cuando ellos ya llevaban varios pasos hechos, no
podía parar de mirarle, aunque estaba pendiente de la conversación que estaban
teniendo, lo vi que se colocaba un poco de lado para seguir mirándome, aunque
mis pasos se fueron haciendo cada vez más lentos, hasta que los tuve demasiado
lejos.
-
¡Es él, Dary! ¡Es el chico!- le dije el aliento
estaba entrecortado, pero tenía unas ganas locas de llorar, pero no salían las
lágrimas.
-
¿Qué
dices? – preguntó Uriel.
-
Si, me lo ha dicho. Me ha llamado Maggie…- le respondí.
-
¿Por qué? –
preguntó.
-
¿Por qué va a ser, Uriel? Él es el único que me
llama así, y nunca se lo he dicho a nadie, ¿quién más lo podría saber?- le dije
ya algo molesta.
-
Si, ya. Me
refiero ¿a qué hace aquí? – aclaró Uriel.
Le miré y me quedé pensativa.
-
Pues no lo sé. ¿a qué habrá venido?- respondí
mirándole al chico mientras llegaba al final de la calle y se iba de nuevo para
la bajada de la Fidela.- ¡Ay, que se escapan! ¡Vamos!- le dije a Uriel, le
agarré de la mano y empezamos a acelerar el paso.
Me llamaba Maggie porque ese fue mí nombre que tuve en la
última vida en la Tierra por allí entre los años 1863 (Dublín) al 1912
(Titanic). Pero pensar que solo estaba por mí, me pareció una golosina
demasiado atractiva y que seguramente que sus guías no le permitirían
conseguirlo, tendría que haber otro motivo más eficiente que curiosamente se
encuentre en nuestro camino.
Pasamos por delante de Xauxa, y el Chico al ver el cartel se
acercó y sin hacer un salto muy alto lo tocó, se giró y me miró un instante sin
que sus amigos se dieran cuenta. En su momento no lo entendí, ahora si, de
alguna forma me estaba diciendo “este lugar es muy especial”.
Recomendación: Bam Bam - Canción.
HR.
HERO&Corporation.