A las ocho de la tarde, cuando ya estaba de nuevo en casa de mí abuela, esperando a que mi padre viniese a buscarme, la abuela estaba en el salón, sentada en el sofá leyendo el periódico mientras que ella esperaba a que se calentase la sopa.
- Iaia, ¿tú crees que yo tengo problemas mentales?- le pregunté.
La abuela dejó de leer el periódico y me miró con cara de sorpresa.
- ¿Quién te dijo esa tontería?- preguntó la abuela.
- Muchos chicos de mi clase lo piensan, ¿soy diferente por hablar mal, verdad?- le dije casi a punto de llorar.
- No Laia, eso no es así. Ellos son los que tienen problemas, no tú. Deberían aceptarte tal y como eres, porque eres una bellíssima niña que quien acepta estar a tú lado, le ha tocado la lotería incluso la bonoloto. Quién diga lo contrario, no merece de tú compañía.- me consoló la abuela.
Al fin pude dibujar una sonrisa en la cara, así que me fui con ella, en su sillón y le di un abrazo dándole las gracias. Entonces, la abuela se fue a la cocina a vigilar la olla del fuego, mientras que Uriel y yo nos quedamos a solas en el salón.
- ¡Vivir en esta dimensión DA ASCO!- le comenté a Uriel.
Uriel simplemente se le escapó la risa, pero yo también le acompañé. Estos ataques eran constantes en clase, y últimamente con Sofía, a veces parecía que fuese una buena niña, pero a pesar de que quería estar con ella porque nos llevamos tan poco tiempo, pero en otras ocasiones preferiría tener que vivir durante un año emparejada en el pupitre con la Júlia antes de verla y escuchar sus críticas al mundo. Como ella era la popular de su cole, empecé a pensar que quizás había ido a parar a una escuela horrible y me tenía que haber cambiado al Pompeu Fabra. Pero saber que quizás me tocaría de compañera a la Sofía, me lo volvía a pensar.
La única compasión que encontraba en 3D era el Tripijoc y mi familia que siempre han estado allí para cualquier menester. Me aferraba a la FE de que esa situación era temporal y que de alguna forma, tenía que pasar para el crecimiento que estaba llevando a cabo, tanto físicamente, emocionalmente como espiritualmente, pero igual que una niña de siete años, deseaba tener un amiguito y así poder ir a su fiesta de cumpleaños, quedar los fines de semana, etc… solo Gerard en alguna ocasión ocurrió, también ese verano antes de irme de colonias quedé con Sergi, porque el último día de clase me dio su número fijo y me dijo que si quería quedar a jugar, que lo llamase.
El día antes de irme de colonías, mi madre estaba algo estresada, porque tenía que organizar toda la ropa, lo bueno es que solo tenía que poner nombre a algunas prendas que como había crecido, ya las del año anterior no me iban bien. Por eso, le pedí permiso a mi madre, para invitar a Sergi a venir a jugar en el jardín y en el callejón, como me lo aceptó, le llamé.
- ¡Claro, ahora le digo a mi padre que me acerque!- dijo Sergi a través del auricular del teléfono fijo.
- ¿Cuánto tiempo tardarás?- le pregunté.
- Quince minutos.- respondió.
- Ok.- le dije.
Sergi llegó puntual, en cuanto tocó el timbre, mi padre que estaba saliendo de la cocina respondió al telefonillo y le abrió, me fui a la puerta a esperarle mientras que Sergi subió. Me sentía muy contenta porque era la primera vez que un compañero de clase venía a mi casa, por eso me sentía como pollo sin cabeza y no sabía muy bien qué tenía que hacer para ser un buen anfitrión.
La salita estaba con la maleta en un rincón, y la ropa doblada en una de las mesitas, pero el resto estaba todo impoluto.
- Disculpa el desorden, pero es que mañana me voy de colonías cuatro días y mi madre me está armando la valija.- le dije.
- No pasa nada.- respondió Sergi mientras que se sentaba en el sofá.
- ¿Quieres agua para tomar?- le pregunté.
- Sí, por favor.- respondió Sergi.
Me fui a la cocina, la puerta estaba cerrada, y le dije a mi madre que necesitábamos dos vasos de agua, ella agarró dos vasos y los llenó de agua del grifo. Las llevé yo para la sala, mi madre se encerró en la cocina para darnos espacio y mi padre salió de la terraza con una cesta de mimbre en la mano.
- ¡Hola Sergi, soy el padre de Laia!- saludó mi padre amablemente.
- ¡Hola!- respondió educadamente Sergi.
- Laia, voy al garaje, ¿qué van a hacer ustedes?- preguntó mi padre.
- ¿Quieres ir a bajo a jugar, tengo muchos juegos divertidos?- le pregunté a Sergi.
- ¡Vale!- dijo entusiasmado Sergi.
Nos tomamos el agua y nos fuimos al garaje, le enseñé primero el lugar dónde solíamos estacionar el auto, luego entrabamos a un salón pequeño dónde había el lavarropa y allí estaba mi cuartito de juegos, dónde había de todo, triciclo, bicicleta, el barco de playmobil, libros para jóvenes y adultos (no eróticos ni pornos, pues eran libros que leemos ahora de aventuras)…
- ¡Wow cuantos juegos!- dijo Sergi.
- Esto es lo que sucede cuando eres hijo único, que todo es para ti y te puedes permitir algunos juegos, aunque algunos son heredados de mis primos. En vez de heredar de hermanos, heredo de los primos.- dije y nos pusimos a reír.
- ¡Qué suerte tienes de ser hija única!- dijo Sergi.
- ¿Tú también, no?- le pregunté extrañada.
- No, tengo un hermano mayor.- confesó.
- Vaya, pero ¿Cuánto mayor?- le pregunté curiosa que soy.
- Está… bueno que tiene novia y si le va bien, puede que en un par de años se case.- respondió él.
Me quedé a cuadros por la larga diferencia de edad que tenía con su hermano, me dijo que eran como diez años o algo así.
- Y aquí tengo el patio.- le decía mientras que abría la puerta de metal con las llaves que siempre estaban puestas en la cerradura.
- ¡Wow! ¡Qué patio más bonito!- comentó Sergi mostrando especial emoción.
- Esta era la caseta del perro, que ya no está, nos dejó hace unas semanas.- le comenté.
Me puse triste unos segundos, no quería llorar delante de él, porque no me gustaba hacerlo, así que me repuse rápido cuando noté el brazo en la cintura de Uriel que me sujetó para que fuera fuerte y no volviese a caer en las lágrimas. Así que con Sergi, empezamos a jugar en el patio, y luego nos fuimos a jugar con la bicicleta en el callejón. ¡Qué día más divertido! Sergi estuvo hasta las ocho de la tarde, cuando su padre llamó al timbre y se tuvo que ir, por las grandes sonrisas que mostraba, sentí que volvería otro día.
- ¡Pásalo muy bien en las colonias, Laia! A la vuelta nos vemos.- dijo Sergi ya cuando estaba en las escaleras llegando a la puerta de la calle.
- ¡Gracias! Sí, nos vemos…- le dije con una sonrisa de felicidad.
Al día siguiente, me desperté temprano, estaba algo nerviosa por el viaje, por un lado quería ir pero por otro no quería estar obligada a hacer actividades de manualidades que no servían para nada. Cómo era mi último día antes de partir, me fui a almorzar a casa de la iaia Filo, con la intención de que ella me volvería a casa antes de las cuatro de la tarde, para agarrar la valija y acompañarme a la Plaza del Mercado para agarrar el bus para irme de colonias.
Nuestro grupo era bastante numeroso pero solo usaríamos un único autobús, éramos como el doble de alumnos que en el curso, porque allí nos mezclábamos con el grupo de mayores, y para estar todos bien atendidos, Pep y Maribel aunque Iván ya se había ido hacía meses, nos acompañarían dos monitoras más, una de ellas se llamaba Esther, era bajita, con peso de más, pero parecía una chica agradable, y la otra era más alta y más mayor que se llamaba Anna.
Antes de dejar las valijas en el baúl del bus, la Esther nos puso en fila para preguntarnos a cada uno de nosotros el nombre, ella a cambio nos daba un abrazo. Sentía muy buenas vibras así que me dejé abrazar sin causar ningún problemas.
- ¿Y tú cómo te llamas, guapa?- preguntó Esther.
- Laia Galí.- le dije con algo de vergüenza.
- Encantada, yo soy Esther ¿me das un abrazo?- preguntó amablemente.
- Claro.- dije.
Nos dimos un abrazo, mientras que la Maribel ya nos permitía poner la valija en el baúl y subir al bus, eso quería decir que me tocaba darle un último abrazo y beso a mi madre y a la iaia Filo, que al final se quedaron más tiempo, de hecho mi abuela le insistió a mi madre quedarse hasta que el bus desapareciera de la plaza, mi madre no tuvo más remedio que hacerle caso.
Me senté con Jesús en la tercera fila, él se quedó la ventanilla, antes de empezar el viaje, miré por la ventanilla para ver a mi abuela y mi madre saludarme, les devolví el saludo algo entusiasmado. Entonces, fue cuando me repetí en la cabeza “no te hagas ilusiones, vas a hacer manualidades, no a estar todo el día en la piscina”. Delante de mí, iba sentada una amiga que había hecho en el último mes, se llamaba Jennifer, pero todos le llamábamos Jenny, en ese momento ella era mi mejor amiga que había hecho allí, porque ella venía del colegio del barrio de Gracia.
- Laia, ¿querrás compartir litera conmigo?- me preguntó la Jenny.
- Vale, pero yo me quedo la litera de abajo, ¿ok?- le dije.
- Bueno, nos turnamos.- insistía.
- No, no hace falta…- le dije, pero no me escuchaba.
El viaje duró casi una hora, pero la ilusión no se iba, en primer lugar porque quizás esta vez sería diferente porque el ambiente era muy distinto, en segundo lugar, iba con un grupo diferente y quizás tenían un horario diferente, y en tercer lugar, sentía que me encontraba a gusto.
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