viernes, junio 11, 2021

El Espejo De Mí Vida - Capítulo 90

 

Nunca me había atrevido a hacer un ungüento en 3D, pero tampoco violé ninguna ley al respecto, están permitidos como método de sanación y también los puedes enseñar a quienes busquen saber hacerlo, sean o no conectados.

-        Pero ¿qué hago con esto ahora?- me preguntó Sergi.

-        Fijate…- le dije.

Agarré la punta del lápiz y me pinté el brazo un círculo, cuando terminé cerré los ojos.

-        Muéstrame aquello que me cueste aceptar de mí mismo y así sanarlo – dije.

El círculo de la piel se puso aún más rojo y luego la piel simplemente penetró el ungüento. Le miré a Sergi, que estaba alucinando, no dijo nada más, simplemente agarró la punta de lápiz y copió las mismas letras que había dicho y le pasó igual.

-        A partir de ahora, el universo podrá ayudarte cuando algo en ti no sientas que esté bien.- le dije.

La campana del fin del recreo nos asustó a los dos, sin decirnos nada, agarramos el neumático y vaciamos el ungüento por la cloaca, nadie más excepto lo que ya nos habíamos puesto en el brazo, podría ser usado de forma irresponsable, por eso tiramos todo lo que quedó del neumático a la cloacas. Llegamos tarde a la fila, nos vino a buscar la profesora que estaba como responsable de vigilar el recreo ese día, entonces hicimos como si no hubiésemos escuchado la campana y nos fuimos a la fila, para subir de nuevo a clase. Sergi guardaba los secretos como si le fuese la vida y eso era respetable y admirable de ver.


A finales del mes de Enero, hubo un día que no fui al colegio porque me encontraba mal y en vez de quedarme a casa, mi madre optó por dejarme en casa de mi abuela Victoria al cargo de mi tio Alfonsito. Mi madre hacía poco tiempo que había empezado unas clases en la escuela de adultos de Vic, para sacarse el Graduado Escolar. Ella me contó que cuando tenía tiempo para estudiar, dejó la secundaria a medio cursar y para poder conseguir un trabajo más digno, tenía que sacarse su último curso cuarto de la ESO. En ese tiempo tenía clases de mañanas y de tardes, según qué día tenía por la mañana o por la tarde, así que se iba con el autobús hacia Vic, porque tampoco manejaba auto en ese tiempo, y antes de irse, me dejó en casa de mi abuela Victoria, que empeoraba por momentos.

El día antes mi madre me mandó a la pediatra, no me gustó demasiado saber que mi pediatra era la madre de la Júlia, me sentía vigilada por los ojos de su hija, y pensé que sería capaz de violar su juramento hipocrático y le dijese todo lo que me pasaba y con ello ingeniera planes maléficos como ella solía mostrar en clase. Pero me llevé una sorpresa, pues la pediatra sabía que su tercera hija iba a mi clase, pero nunca me preguntó por ella, pues solo admiraba a sus dos hijas mayores, una llamada Geno y la otra no me acuerdo creo que se llama Vero, también de su pequeño creo que se llamaba Adrián, pero no lo recuerdo. Entonces me di cuenta de lo que le pasaba a la Júlia, su madre pasaba de ella, como si nunca le hubiese parido, empecé a sentirme muy triste, me dolía el corazón.

-        ¿Cómo está la Júlia?- le pregunté mientras me examinaba, mi madre me miraba sin comprender nada y la pediatra me miraba casi igual con las cejas arqueadas, de hecho Júlia de cara se parece mucho a su madre.

-        Bien…- contestó, pero parecía una respuesta automática.

-        ¿Segura?- le dije.

-        Si.- contestó seguía sin profundizar.

De repente apareció por una puerta lateral la enfermera que la pediatra había pedido que asistiera de repente a la revisión, y tras ver mi historial médico, empezó a hablar con mi madre, mientras que la pediatra seguía revisándome.

En un silencio entre ella y yo, le miré a los ojos y me vinieron imágenes en el corazón sobre la Júlia y la vida familiar en su casa.

-        Entonces ¿por qué la reta tanto? Júlia no tiene la culpa de que sus hermanas mayores ya tengan casi la vida solucionada, y el pequeño sea el Solecito de casa. La Júlia no tiene la culpa de no haber nacido chico, doctora. Si la va retando así, ella terminará mal de la cabeza, ella solo quiere una cosa, ¿se imagina qué puede ser?- le dije susurrando para que mi madre no me escuchase.

-        Niña ¿qué dices?- negaba la pediatra.

-        Anoche le gritaste y le dijiste <si fueras más como tus hermanas, quizás solo así, serías aceptada por esta familia> y ella se puso a llorar en su cama y no le fuiste a pedirle perdón por decirle semejantes palabras de horror. Ella no se merece esto.- le dije, mi cara de preocupada y emocionada le dejó mirándome con cara de sorpresa pero le pille.

-        ¿Cómo sabes eso? ¿Ella te lo ha contado?- me preguntó.

-        No, no me hablo con ella. Pero eso no quiera decir que me preocupe por ella. Ella es buena chica, pero si le dices que no merece ser quien es, pensará que es la persona más horrible del universo. Aún es chiquita pero en el futuro ¿qué crees que puede pasarle? Si, sigues tratándola así, puede que pasen cosas horribles y entonces, las rejas de una cárcel la retendrán en aislamiento para toda la eternidad.- le dije.

Ella dejó de revisarme y le pidió a la enfermera que prosiguiera ella, mientras se disculpaba y se iba al baño, sus ojos estaban vidriosos, sabía que no me podía mentir, ver esas cosas, son las verdades que los humanos ocultan pero en el mundo invisible siguen allí. Detesto las mentiras y si alguien me miente, acabo sabiendo y enfrentando la verdad aunque no guste, lo siento, pero llegué dónde estoy sin maquillar absolutamente nada de mí, yosoy quién yosoy.

-        La verdad es imprescindible para continuar evolucionando, mi amor. Pero a los humanos no les gusta ser tan transparentes, debes aprender a respetar sus formas de eludir la verdad ¿entiendes? – dijo Uriel, mientras estábamos sentados en al sofá cama de casa la abuela Victoria mirando la televisión casi todo el día.

-        ¿Por qué mienten tanto? Solo ponen obstáculos a algo importante…- pregunté.

-        El miedo les ciega, y es peor un ciego que quiere ver que una persona que ve y se hace el ciego para no ver. – contestó Uriel.

-        Yo también tengo miedo, pero no me dejo vencer por ello, ¿por qué los humanos si?- le pregunté indignada.

-        Porque siempre han esperado a ese héroe de las películas que les enseñe a ser fuertes, pero la verdad es que la fuerza solo depende de cada uno, y nadie de afuera puede enseñarles eso. – respondió.


El Arcángel Uriel que por cientos y cientos de años y milenios ha estado cuidando de este mundo día tras día, tenía razón. La fuerza depende de uno mismo y no de alguien de afuera, ¿por qué cuando el héroe piensa que lo ha perdido todo, le sale la fuerza y vence a su antagonista? Nadie le enseñó a ser fuerte, solo el mismo héroe sabe que es fuerte cuando debe enfrentarse algo él solito.

-        ¡Alfonso!- gritaba mi abuela desde la cama.

En ese momento él estaba en su habitación descansando un ratito, así que me acerqué a la habitación, llamé a la puerta, la abuela estaba tumbada en la cama mirando hacia la puerta abierta.

-        Abuela, ¿qué quieres?- le dije.

Murmuraba algo que no entendí, así que me acerqué a la cama.

-        Agua, tengo… sed…- decía con poca energía, le costaba respirar.

De su mesita de noche tenía una botella grande de agua y un vaso, curiosamente el vaso estaba vacío, así que me dispuse a servirle agua de la botella. Lo cierto es que nunca lo había hecho, siempre me servían y nunca lo había tenido que hacer yo, sin pensármelo mucho abrí el tapón y con cuidado de no verter nada fuera del vaso, empecé a echar agua. Sin querer derramé un poco alrededor, pero lo conseguí. Con una pajita de plástico le acerqué el vaso y ella buscó la pajita con los labios, para ayudarla con la otra mano le sujeté la cabeza por la nuca y ella pudo beber.

Al terminar de beber y de decirme que no quería más, volví a dejar el vaso encima de la mesita, me quedé con ella un rato, ella me agarró de la manito y me sonrió.

-        Eres muy guapa, Laia. – dijo ahora con un poco más de aire.

-        Gracias, abuela.- le dije con una sonrisa.

-        Me hubiese gustado conocerte en otras circunstancias, pero Dios tiene sus propios planes para mí.- dijo mirando el techo, con la otra mano se marcó la señal de la cruz entre su cara y su pecho.- Mi hijo Hilario me ha contado de ti, y sé que cuidarás bien de la familia. Vienes de un lugar muy hermoso, dónde pronto regresaré.- dijo.

-        ¿Qué?- susurré.

-        Lo entenderás a su debido momento, pero yo también soy como tú. Dios me envió aquí para lo mismo que tú.- dijo.

No entendía ninguna palabra pero recordé que el Titi me había comentado que Dios le pidió que esperase a mi nacimiento y parte de mi infancia antes de regresar con él. Era la primera vez que mi abuela estaba lúcida y podía al fin hablar con ella, pero sus momentos de lucidez duraban muy poco tiempo, puede que minutos.

-        ¿De dónde vengo exactamente?- le pregunté.

-        En el cajón de la mesita, tienes la respuesta.- dijo.

Abrí el cajón y dentro encima de muchos papeles que no quise mirar, encontré un crucifijo, lo agarré y se lo enseñé ella dijo que si con la cabeza.

-        Mi hijo Hilario, tú y yo, venimos de aquí, de un lugar que llaman la Cruz del Sur.- dijo ella emocionada.

-        ¿Qué es este lugar?- dije.

-        Es dónde vive Dios y sus ángeles. – dijo, pero se puso a toser y al terminar se le fue la cabeza de nuevo.

No entendí lo que significaba exactamente, pero al tocar el crucifijo tuve unas imágenes en la cabeza muy extrañas…

Me encontraba en una sala dorada con forma de semilla ovalada, en el centro al lado de la pared estaba un trono dorado muy hermoso, sentando en él alguien muy grande con los ojos de todos los colores, vestido con un traje dorado muy hermoso me miraba directamente, a mi alrededor habían ángeles que reconocí San Gabriel y San Miguel que hablaban al del Trono llamándole “padre” pero recordaba que ese Ser de Luz era en realidad Dios. Tenía el mismo aspecto, algo cambiado cuando vino a visitarme, pero le reconocí.

Luego era de noche, estaba a los pies de una gran catarata que daba impresión, se me acercaba un ángel de atrás le miré era San Gabriel, minutos después caía de espaldas por la catarata mientras miraba como San Gabriel gritaba “¡no!” y lloraba señalándome.

Alfonsito llegó a la habitación y me obligó a irme de allí, se suponía que tenía prohibido molestar a la abuela, intenté defenderme pero era inútil, con Uriel volvimos al salón. Esas imágenes eran recuerdos de una vida muy lejana que no entendí pero sentía lo mismo que sentí cuando Dios me visitó en la boda de mi primo. Algo especial.

Recomendación: Hasta el Desierto - Abel Zabala.

HR.

HERO&Corporation.

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