Después de desayunar y haber hecho ya dos actividades, me harté de todo y me volví a ir a mi rollo, me puse a caminar por el complejo hasta que escuché que gritaban mi nombre, me giré era el monitor que corría hacia a mí.
- ¡Ven aquí, Laia que tienes que hacer las actividades!- decía mientras corría, le costaba porque estaba más obeso.
- ¡Oh, no, Dary tenemos que escapar!- le dije.
- No te preocupes. – me dio la mano – ven conmigo – empezó a correr yo le seguí.
A Uriel tampoco le gustaba nada el método de ese lugar, por eso me ayudó a escapar. Empezamos a correr hacia abajo, bajando los escalones y las cuestas como si en realidad nos estuviesen atacando gentes hostiles. En tan poco tiempo, me había aprendido dónde estaban los recovecos del recinto, así que nos pudimos esconder fácilmente.
Entonces al pasar por un centro de árboles…
- ¡Hey, si quieres escapar dame un abrazo!- decía el árbol.
Uriel le pareció bien y nos fuimos hacia el árbol, al abrazarlo a los dos, nos tele transportamos en algún lugar del mundo en pleno bosque.
Aunque parece ficción, esto ocurre está claro que hay que tener ciertas habilidades activadas y eso lo puede hacer cualquiera no es necesario ser ningún “elegido” para conseguirlo. A los humanos se nos proporcionó estas habilidades, lo que pasa que la sociedad nos las desconecta, y nosotros tenemos que volver a conectarlas.
La humedad de repente era más alta que hacía pocos segundos, hacía mucho calor y los árboles alrededor eran selva profunda y salvaje. De fondo se escuchan monos y entre muchos pájaros que nunca había escuchado. Me desenganché del árbol y empecé a caminar alrededor, a mi lado estaba Uriel que intentaba recuperar el aliento.
- ¿Dónde estamos? ¿Dónde está la gente?- le dije.
- Bienvenida al Amazonas, amor.- dijo Uriel.
Me giré para mirarle la cara, pensaba que me estaba tomando el pelo, pero vi que no y sentía que decía la verdad.
- ¿Cómo es posible?- dije asombrada.
- Hemos viajado a través de la red planetaria. En momentos de peligro es una buena escapatoria. El monitor ahora mismo debe estar delante del árbol preguntándose qué ha pasado. Pero tranquila, podemos volver cuando quieras – informó Uriel.
- ¿Nos ha visto?- pregunté preocupada.
Uriel dijo que si con la cabeza y nos pusimos a reír un buen rato. ¡Ay, madre!
Había leído muy poco sobre el funcionamiento de la red planetaria, por lo visto todas las civilizaciones del universo están conectadas en una red universal, como ahora diríamos la nube, dónde cada planeta puede pasar información o simplemente llegar a entrar físicamente y viajar a través de la red, tanto dentro del mismo mundo, como en otro. Tzorelle no nos había contado nada de esto, pero pensé que era el temario para el tercer año de IÓN.
A veces se me olvida que la vida puede ser una película, solo lo que cambia es des de qué punto ves la historia, si des del sofá o siendo el protagonista de la historia. Viajar por primera vez a través de un tele transporte así, es tan corto que no te da tiempo a disfrutarlo, en menos de un segundo, te desintegras, entras en la red, viajas tres o cuatro veces más rápido que la luz, y te vuelves a materializar en otro lugar del mundo, y si tienes un poco de suerte, en otro planeta. Pero tranquilos, no duele nada, de hecho, no sientes nada, tampoco marea en tal de que tengas que vomitar, solo que te sientes un poco confuso al principio porque no sabes cómo has cruzado tantos kilómetros o cuadrantes según a dónde vayas en tan poco tiempo.
- ¿Cómo es posible viajar en tan poco tiempo y hacer tantos kilómetros?- pregunté mientras que observaba los altos árboles que no podía ver el cielo, la copa de los árboles hacía sombras muy bonitas en ese lugar.
- La red lleva activa mucho tiempo, es curioso que me preguntes esto, amor. Porque tú fuiste uno de los Seres de Luz que lo materializó en este planeta, ¿te acuerdas de algo? – comentó Uriel.
- Pues no, lo siento. Los recuerdos me van y me vienen.- contesté.
- Normal. Cuando pasó, aún Atlántida seguía en pie. – dijo Uriel como si echara de menos esa civilización.
Por un momento quería recordarlo, pero me asustaba saber qué cosas malas ocurrieron en esa vida y me eché para atrás. Deseaba que el universo no me hubiese escuchado mis pensamientos, no estaba preparada para ver Atlántida. Sabía muy poco de esa civilización, tras ver a mi hija en el piso de Posid, me picó tanto la curiosidad que aproveché en IÓN buscar en la biblioteca información.
Lo único que encontré fue un documento sobre la guerra de las doce familias por el poder de las islas que conformaban, de nuevo la codicia volvía a repetirse como problema principal de todo conflicto social. El poder de los territorios. Cuando leía el documento, me sentía tan empática con la historia que sentía como si hubiese estado allí, algo me decía que así era, pero no tenía el placer de recordarlo aún. Se me quedó la palabra DASNAI incrustada en la retina y en el corazón, que acabé llorando y dejándolo todo, el dolor regresaba así que decidí mejor, esperar más adelante que seguramente estaría más preparada para saber quiénes eran los DASNAI.
- ¿Puedo confesarte algo? – le pregunté.
- Dime – contestó Uriel.
- ¿ya me conocías durante la vida en Atlántida?- le pregunté.
- Si, esa fue la primera vida que me elegiste como tú ángel guardián. Pero ya te conocía des del origen. – contestó.
- Así que conoces a mis hijos de esa vida, ¿cierto? – le pregunté.
- Sí. – contestó.
- El día en que fuimos a Posid, se presentó mi hija. Pero tranquilo, no nos vio. El Chico de Ojos Verdes y yo, nos escondimos para que no nos viera.- le confesé.
- ¿Qué? ¡No tendría que haber pasado! ¿Qué pasó? – dijo Uriel preocupado.
- Nada, escuchamos la puerta de la entrada abrirse, y vimos luz en la primera habitación, pensaba que eras tú o Gabriel, pero al asomarnos sutilmente por la puerta vimos a una hermosa chica, que dentro de mi sentí que era mi hija.- le confesé.
- ¡Claro, ya dijo que ella regresaría para cambiarse de ropa! No tendrían que haberla visto, pero si, ella es vuestra hija de Atlántida. – se llevó las manos a la cabeza y empezó a caminar entre árboles.
Era muy guapa, saber que soy madre me alegró mucho a pesar de tener la edad de seis años, sabía que seguía siendo mi hija. Aunque por el número de habitaciones que había en el piso, deduje que tendríamos más.
- No deberías preguntar por tus hijos, ellos están bien. – dijo Uriel alentándome.
- Puede que el Chico no quiera condicionarse, pero yo quiero saber más, lo quiero saber todo, y quiero conocerlos de nuevo.- le insistí.
- No es el momento todavía, mi amor. Aún tienes que entender muchas cosas que con el tiempo irás comprendiendo, aún es pronto. – contestó Uriel.
- ¿Por qué? – le pregunté indignada.
- Son las reglas. – contestó tajantemente.
Uno de los defectos de los ángeles es que siguen las leyes más que sus propias convicciones a veces, rara vez se atreven a desafiar las leyes del universo por una buena causa, por lo tanto me enojé con él.
- No sé el nombre del amor de mi vida, tampoco entiendo porque recuerdo vidas anteriores, estudio en dos colegios de dos mundos completamente distintos, además que debo mantener el secreto de Agartha, e insistes en que no puedo saber sobre mis hijos… ¿qué clase de vida mejor es esta?- le dije muy indignada.
- La vida es el misterio más asombroso que puedes llegar a recibir, mi amor. Entiendo cómo te sientes, pero haz un esfuerzo. – me pidió mientras intentaba disculparse, me agarró las manos y me miró a los ojos fijamente, su amor era increíble y su compasión apasionante.
Volvimos un par de horas después, pero para la casa de colonias habían pasado más de cuatro horas y ya era la hora del almuerzo, así que Uriel y yo nos fuimos hacia el comedor, pero como aún faltaba diez minutos y no nos dejaban entrar, aprovechamos para volver a la habitación. En la puerta me encontré el monitor que me estaba persiguiendo antes, se me quedó mirando con cara de asustado, me acerqué lentamente a la puerta y él se alejó también al mismo ritmo, parecía que tenía miedo de mí.
- ¿Estás bien?- le pregunté preocupada.
Dijo que sí con la cabeza muy rápido mientras murmuraba algo que no llegué a entender.
- ¿Qué te pasa?- le pregunté de nuevo.
Sabía que no estaba bien, él nos había visto desaparecer ante ese árbol.
- ¿Cómo lo has hecho?- alzado de valor y lo susurró.
- ¿A qué te refieres?- me tuve que hacer la despistada para no sospechar.
- Te he visto. Has desaparecido tras abrazar ese árbol. ¿Cómo lo has hecho?- insistía miedoso.
- Estoy algo cansada, ¿puedes hacerme el favor de olvidar lo que has visto? No quiero que nadie se entere.- le pregunté amablemente.
Se me quedó mirando con miedo y aceptó con la cabeza, supongo que pensó que quizás le haría algo, pero no era mi intención. Luego al ver que se iba, le detuve.
- ¿Cómo te llamas?- le pregunté.
- Soy el hijo de la Eugenia.- contestó, no me dijo el nombre solo su madre.
- Gracias.- dije y se fue.
La profesora Eugenia no había tenido el placer todavía de conocerla, pero en el colegio no tenía muy buena fama, gritaba mucho cuando algo no le parecía bien. Los alumnos más grandes temían tenerla de profesora de religión, puesto que decían que era demasiada dogmática y no se dejaba manejar por las distintas influencias religiosas, los alumnos de otros cursos la tachaban de ser algo arisca y un poco racista por aquellos alumnos que no hubiesen nacido en España o fuesen de otra cultura religiosa, como los musulmanes.
Recomendación: Luis Fonsi - Calypso.
HR.
HERO&Corporation.
No hay comentarios:
Publicar un comentario