- General, estamos listos para trasladar el animal… - decía alguien detrás de mí, me giré.
Un señor con el pelo canoso y vestido con los ropajes de centurión de romano, me estaba mirando, me miré y yo era un hombre llevaba el casco en la mano derecha, pero no podía hacer nada solo observar.
- ¿Cuántos días lleva sin comer?- pregunté pero no era yo quién lo hacía sino el general.
- Seis soles, general. – contestó firmemente el centurión.
- ¡Festín para él!- dijo con una mirada perversa.
Luego vi como el Centurión le daba paso al general y le daba las órdenes a dos centuriones más para proceder el traslado.
Cuando volví al presente, me asusté tanto que me abalancé hacia adelante para quedarme sujetada encima de otro cartel, dónde leí “en estas cuevas guardaban animales para el anfiteatro de la ciudad, entre ellos había leones, que dejaban sin comer durante semanas para que en las luchas contra los gladiadores fuesen más brutales”. Uriel trató de comunicarse conmigo, pero yo no fui capaz de decir nada durante la visita a casi todos los lugares de la ciudad. Ese recuerdo me había quedado marcado en el corazón, con miles de preguntas que no quería formular todavía, no quería pensar que realmente fui ese general, que envió al león a matar a un montón de gladiadores. Aunque en esa época no sabía qué era un gladiador, sabía que estaban hablando de vidas humanas. Lo sentía por el propio recuerdo.
Mientras que me alejaba un poco de los papis en los jardines de la muralla romana, aproveché para hablar con Uriel, pero de repente detrás de un arbusto apareció Anasiel, que se quedó con nosotros toda la tarde hasta que decidimos volver a Manlleu.
- ¿Cuándo lo voy a olvidar todo esto?- le pregunté ya desesperada.
- Aún no va a ser, querida. Entiendo que no lo entiendas, pero es así como tú corazón te muestra quién eres. – dijo Anasiel.
- ¿Por qué?- le pregunté con lágrimas en los ojos.
- Esta es la vida en que has venido a volver a unir todas las partes que fuiste, para seguir con el propósito de tú vida. – dijo Anasiel.
Había venido a armar el gran puzle de mi existencia, algo que a mí se me daba pésimo de pequeña y que no me gustaba mucho hacerlos, pero este parecía tener mil millones de piezas, que al final darían la pista fundamental para seguir viviendo.
- Entonces, ¿Por qué no lo puedo compartir?- les pregunté a los dos.
Uriel y Anasiel se miraron como si encontrasen alguna razón coherente para que pudiera entenderlo.
- Seguramente que pronto encontrarás la respuesta a este pregunta, mi amor… - contestó Uriel.
Anasiel confirmó lo que había dicho Uriel con un gesto con la cabeza, entendí que no tenían la respuesta a mano.
Recordar no era el problema en sí, pues lo que más necesitaba era confiar en alguien de 3D y poder compartirle todo esto, pero se me había prohibido hacerlo. En realidad me aconsejaron mejor no hacerlo y no lo entendía. Todos los recuerdos empezaron a incrementarse día a día, algo que me había parecido una idea buenísima, se convirtió en un infierno, apenas dormía, comía o quería hacer algo diferente. Y eso lentamente me hacía alejar de los demás y aún más de lo que quería. Eran los peores 5 años que jamás había podido vivir… incluso la iaia Filo se dio cuenta de que pasaba algo pero no pudo decir nada, porque no le pude contar.
Dos días después de volver de las vacaciones, empecé la Primaria. Durante el último día había visto a papá forrándome los libros de clase, algo que era completamente nuevo, porque hasta ese momento, nunca había tenido libros, todo eran fichas o dibujos que uno iba haciendo a lo largo del curso, pero libros, era algo nuevo. Me picó la curiosidad, cuando agarré el libro de matemáticas y con Uriel empezamos a hojearlo. Al terminar le miré a los ojos a Uriel.
- Sumas y restas con dos divisores, ya veo cómo será el curso…- dije y Uriel se puso a reír.
- ¿por qué crees que vas al colegio, mi amor? – preguntó Uriel.
- Aprender, supongo…- contesté.
- Es evidente, pero ¿qué quieres aprender realmente? – dijo Uriel.
- No entiendo.- dije.
- ¿Sientes que debes aprender a sumar con dos divisores? – preguntó Uriel.
- No, porque la iaia me lo ha enseñado. – dije.
- Entonces, ¿qué quieres aprender en el colegio? – volvió a preguntar Uriel.
- No lo sé. No entiendo la pregunta.- le dije pero Uriel ya no quiso seguir.
Los seis libros pesaban lo suficiente como para tenerlos en la mochila en la espalda, pero lo que realmente pesaban eran los nuevos estuches que tuve que comprar, porque se nos pedía mucho material escolar en esta nueva etapa. Si en parvulitos todo era de todo, a partir de ese momento, el material era personal de cada uno. De repente tenía en dos estuches dobles: plastidecos, ceras, lápices de colores, y el material básico para escribir. Además que ese año tuve que cambiarme la bata, pues había crecido bastante y cada ciertos años se tenía que ir a una tiendecita en la calle del paseo de San Juan, para comprarla y ponerle el nombre cosido en el lateral izquierdo, encima del pecho.
La mujer de la tienda, que era una señora muy mayor que ya tenía edad para jubilarse, solo sabía bordar el nombre en letra de redondilla, una letra que durante mucho tiempo la odié. Básicamente porque la “L” de mi nombre se leía como si fuera una “F” y en vez de decirme la gente “Laia” leían “Faia”. Mamá volvía a esa tienda, porque era barato, pero a veces lo barato sale caro. Empezaba a estar algo harta del uso de la bata como uniforme del colegio, pero pensándolo mejor, preferiría la bata que un uniforme, aunque era muy fea, me conformaba en saber que debajo podía ponerme lo que quisiera y solo iría en bata por el colegio.
Como cada año, las mamás acompañaban a sus hijos en el patio del colegio para encontrar la fila de su clase de este curso, que me tocó 1rA, la tutora se llamaba Ramona. Normalmente las mamás se quedaban hasta que los tutores daban la autorización para que se fueran, pero mamá, me dejaba con la clase y se iba. Aquel año vinieron muchos nuevos compañeros, porque legalmente era obligatorio ir al colegio, entre ellos vinieron algunos musulmanes que no habían hecho el parvulario en ningún lado y era la primera vez que les dejaban solos, por eso lloraban por el “supuesto abandono” por 6h en ese lugar. Pero también vino una chica que se llamaba Carla pero le llamábamos Carlota porque en clase ya teníamos a una Carla, que se acababa de mudar a Manlleu desde San Cugat del Vallès.
Me sentía algo nerviosa, nunca había subido al primer piso y tenía curiosidad de por dónde sería la clase y cómo serían. Antes de subir, la Ramona pasó lista, mi nombre salió antes de los diez primeros, en ese momento fue la primera vez que me asociaban en una lista de clase. Mí número era el 8 durante ese curso sin saber porque, me puse a reír al recordar que el tiet Josep decía “la dimensión del recuerdo” según lo que me contó, allí es de dónde provienen los recuerdos de vidas pasadas y presentes. Cuando la Ramona llegó al alumno número 23, guardó la lista y empezamos a ir a nuestra nueva clase.
Nuevo curso, nuevas reglas de entrada y salida del colegio. Por ejemplo, ya no podía entrar por portería, tenía que entrar por la puerta del patio cubierto (la más lejos que había que se entraba por la calle Santo Domingo). Los padres no podían acompañarte hasta las escaleras, solo hasta el patio cubierto, luego tú tenías que pasar por delante de las clases de P5 y subir las escaleras de las paredes negras. En el primer piso, hacia la izquierda, estaban las tres clases de los de primero de primaria, nuestra clase estaba al final de todas, antes de llegar a la sala de actos, también llamada teatro.
La primera impresión fue negativa, al ver los pupitres que en vez de silla y mesa eran pupitres, dónde la silla estaba enganchada a la mesa mediante un hierro, y lo peor fue que no eran pupitres solos, pues estaban unidas de dos en dos, mirando hacia la pizarra, en tres bloques de cuatro filas cada una. Mientras que Ramona nos indicaba como nos sentaríamos, empecé a contar los asientos, uno se quedaba solo y esperaba que yo fuese la afortunada, pero no fue así.
Me tocó sentarme a primera fila en el medio, no nos dejaron sentarnos como quisiéramos, la Ramona ya había hecho un plan al respecto. Ella se presentó y nos advirtió de los cambios respecto al parvulario, se acabaron las clases libres de manualidades o de artes plásticas, a partir de ahora clases de matemáticas, lengua, conocimiento del medio y proyecto, aparte de dos veces a la semana había plástica y tutoría un solo día.
- Además, tendrán deberes para casa todos los días que deberían traer hechos para el siguiente día.- dijo la Ramona.
¿Deberes? ¡Madre mía! Esperaba que fuese una pesadilla, porque si los deberes eran parecidos a los que me traía de IÓN, no había tiempo para realizarlos… El último cambio que ya me parecía excesivo, fue el cambio de la hora del patio, si antes era a las 10am, a partir de ese momento sería a las 11am.
A pesar de que la cosa no lo veía con buenos ojos, le di una chance a la Ramona, antes de determinar si sería un buen curso o no. Todavía no había tenido el placer de conocerla, de hablar con ella para ver cómo era, si como la María Ángeles o como la Vicky… en el momento en que todos se fueron al patio, yo me quedé un momento, porque me costaba encontrar el desayuno, la mochila era nueva y más grande que de costumbre, tenía más compartimientos fue en ese momento cuando la Ramona se acercó a mí para hablar.
- Me alegra de tenerte en mi clase, Laia. – dijo, yo me la quedé mirando sin decirle nada y ella prosiguió - ¿tú eres la nieta de la Filo, verdad?- dijo.
- Si.- contesté.
- Yo soy vecina de tú tío Josep. – dijo su mirada cambió repentinamente y dijo – si te portas mal, lo van a saber ellos antes que tus padres…- mostró su sonrisa y se fue a su mesa.
Me quedé de piedra. Miré a la derecha dónde estaba Uriel y luego la miré a ella.
- Creo que te estás equivocando, seño. Yo no me porto mal, son los profesores que no saben cómo tratarme. ¿entiendes? – le dije claramente.
La Ramona quiso replicarme pero se quedó más parada que yo.
- Además, si ya nada más empezar piensas que soy un peligro para ti, significa que no me das la chance de conocerme.- me fui hacia la puerta y le dije - ¡feliz desayuno!- y nos fuimos Uriel y yo.
A pesar de este rocecillo tonto, todavía tenía esperanzas de que fuera un buen año o eso pensaba yo.
Capítulo 38:
Bajamos las escaleras para volver al patio, mientras que intentaba pelar la mandarina que mamá me había puesto para desayunar. De pequeña aprendí a valorar la comida, puesto que mi mamá no solía comer mucho, siempre me quedaba con hambre, quizás era la lección que había de aprender aunque a veces, tras no tomar nada más excepto a las 5am en IÓN antes de volver a 3D, y siendo las 11am y solo mamá pensaba que con una simple mandarina tendría bastante para esperar a que fuese las 2pm para almorzar, lo tenía claro, pero de todas formas, llevaba ciertos años de experiencia, por lo tanto ya lo había integrado en mí el hecho de que la comida sirve para nutrirse y un exceso puede ser malo para la salud.
Tiré las pelas de la mandarina en la basura tras cruzar la puerta del patio, con la tontería me había perdido casi los primeros cinco minutos. El primer día siempre era algo desconcertante, porque tenías que saber qué lugar del patio podrías estar, yo buscaba un lugar relajado al margen de las pelotas y de las niñas jugando. Solo buscaba un rinconcito para simplemente estar junto a Uriel y dejar pasar el patio en paz. Me gustaba pasar esa media horita de esa forma, me daba igual no socializar, para mí era duro estar en el colegio, puesto que cada día me daba más cuenta de porque había elegido volver a encarnar y volver a pasar por esto. En IÓN era otra historia, allí si que socializaba, pero en el colegio era algo que en realidad no quería hacer, pasarla sin amistades me parecía algo bueno, aunque los demás puntos de vista de la gente, se pensasen que no lo hacía porque no sabía cómo. Sí que sabía, lo que pasa es que no quería, que era algo muy diferente.
Caminamos con Uriel por el patio cubierto, en busca de nuestro lugarcito.
- ¿Dónde nos ponemos, Dary?- le pregunté.
Él no dijo nada, me lo quedé mirando, se encontraba igual que yo, buscando qué lugar podría ser el mejor para nosotros. Pero en el momento en que nos dirigíamos hacia la zona de arena que le llamábamos sorrera, vinieron las niñas de la clase buscándonos.
- ¡Eh tú, si tú, Laia!- gritaba Júlia - ¿A dónde crees que vas?- me preguntó pero era una pregunta retórica - ¿Este año harás lo mismo que el anterior, pondrás a todos en mí contra?- dijo se le notaba enojada, demasiado de lo que normalmente notaba en mí interior.- Pues que sepas que este verano me he encargado de todo, para que nadie, esté contigo. ¿entiendes? ¡Nadie quiere estar contigo porque apestas!- dijo con odio.
- ¿Qué te pasa, Júlia? ¿Por qué me hablas así?- le dije.
- ¡Apestas! ¡Apestas!- gritó y las niñas que les seguían a la Júlia empezaron a decirlo también y a reírse de mí.
Me quedé mirándola sin entender lo que sentía y porque lo sentía, quería decirle y hablar con ella, de que no tenía razón, en ningún momento quería poner a nadie en su contra, pero de repente estaba rodeada de chicas de la clase, incluso la Carlota, la chica nueva que seguía con ellas, insultándome sin razón.
- ¡En tú casa no quiere venir nadie, porque apesta a podrido como tú!- decían.
Uriel me agarró de la cintura e intentamos salir de allí, pero Júlia se puso delante de mí, me paró, le miré a los ojos, me odiaba y mucho.
- ¡Púdrete en el infierno, este curso!- dijo y nos dejó pasar mientras que se reía junto a las demás.
Me senté en la sorrera, Uriel se agachó delante de mí, sus manos las colocó encima de mis rodillas, mientras que intentaba comprender todo lo sucedido.
La verdad es que no fue un arrebato de un día, a partir de ese momento, la Júlia había decidido hacerme el curso imposible, este fue el inicio del Bullying que duró mucho tiempo. Muchas tardes en casa, mientras que estaba en mí habitación “jugando”, terminaba tumbada en la cama llorando por las cosas horribles que ella decía de mí. No sabía qué les había hecho para que hiciera todo eso, pero Uriel tras varios días intentándome animar, al final apareció Anasiel y hablamos.
- ¿Qué sentías el año pasado cuando veías que la Júlia daba su punto de vista de los compañeros? –Preguntó Anasiel.
- Dolor, porque al criticar a los compañeros a sus espaldas, me sentía que no podías confiar.- le contesté con toda la sinceridad del mundo.
- ¿Se lo dijiste alguna vez? – preguntó Anasiel.
- No, simplemente me levantaba de su lado y me iba, luego los demás se iban conmigo o a veces no, pero tampoco se quedaban a su lado. – respondí.
Entonces comprendí lo que ella repetía este curso “la gente no quieren estar contigo porque apestas”, sin querer le pasó. Pero no fui yo el culpable, mi corazón no acepta que se desprecie a un compañero, quizás no tengas relación con él, pero no te da ningún derecho a decirle cosas feas cuando la persona no está. A eso se le llama actitud competitiva, en esta sociedad, pero en el nuevo mundo se le llama irresponsabilidad inconsciente. Nadie es ni mejor ni peor que tú, recuerda que todos somos humanos, por lo tanto, somos hermanos de este reino, si insulto a un compañero, me estoy insultándome a mí misma.
- ¿Por qué no se lo dijiste? – preguntó Anasiel.
- No sentía que lo entendiera de ese modo, por eso pensaba que marchándome quizás lo entendería. Igual que ustedes, una acción da más juego que una palabra.- le dije.
- Te comportaste como un Ser de Luz igual que nosotros, tus actos son grandes aprendizajes para aquellos que te rodean, solo ten en cuenta que cada acción tiene su responsabilidad. Ahora que ya sabes por qué ocurre esto, ¿qué vas a hacer? – dijo Uriel.
- Entiendo el motivo, por lo tanto acepto su responsabilidad.- contesté.
Anasiel y Uriel me dieron un abrazo, me sentía mejor aunque seguía algo triste, en ciertas ocasiones pensé en otras formas que pudiera haber actuado un año atrás, pero cada acto tiene su responsabilidad, ahora solo tenía que adaptarme a lo que tenía que ocurrir.
Dos días más tarde, la Iaia Filo aprovechando que era fin de semana, le preguntó a papá si podía ir con ella a visitar a su consuegra Rosa en San Vicens de Torelló. Papá aceptó y nos llevó con el auto, con la intención de recogernos a las ocho de la tarde, cómo todavía quedaban tres días del verano, la Rosa y su hijo menor Ramon (que es discapacitado intelectual) aún seguían en el pueblo, luego con el frío se iban al piso de Barcelona a vivir hasta finales de primavera. Su hija mayor es mi tía Rosa María, a pesar de no tener parentesco directo con la Rosa, para mí siempre ha sido como una tía segunda que veo muy poco pero es muy bonita.
La Iaia Filo siempre me decía una cosa “la familia hay que cuidarla siempre, pase lo que pase”. Siempre que ella podía, me invitaba a visitar familiares que raramente conocía si hubiera sido por los papis. Por ejemplo, supe que aún tengo una tía segunda que es la única hermana viva que queda de la familia de mí abuelo Josep, la tieta Reimunda que tiene un hostal en Torelló.
En casa de la Rosa era especial estar allí, tenían tres gatos y siempre que íbamos me gustaba mucho merendar con ellas al mismo tiempo que contaban anécdotas de cuando eran más jóvenes, en ese tiempo ambas tenían 70 y pico años. Admiraba lo bien que se llevaban por ser consuegras y siempre he soñado en aquel momento en que mis padres también se lleven bien con los padres de mi pareja, aunque a lo mejor, yo no tendría tanta suerte. De repente, tenía que ir al baño, cómo era la primera vez que estaba en esa casa, la Rosa me indicó con palabras cómo ir.
- Es arriba la tercera puerta a la izquierda.- dijo.
- Ok, gracias.- le dije.
- ¿Quieres que te acompañe?- dijo la iaia Filo.
- No, ya voy yo.- le contesté.
Uriel ya me acompañaba no hacía falta más, así que subimos al primer piso, pero el pasillo de arriba tenía cinco puertas a cada lado. Caminamos hacia la tercera a la izquierda, cuando de repente la puerta de al otro lado, se abrió sola quedándose entreabierta. ¡Qué miedo dio eso! Sabía que no había nadie más viviendo en esa casa, así que era raro que se abriese la puerta solita.
- ¿Qué es eso?- susurré a Dary.
- Se abrió sola… ¿qué raro? – susurró también.
Pero Uriel abrió la puerta del baño, pasó del otro lado y entró, yo no me había quedado tranquila y me acerqué a la otra puerta. Pensaba que habría sido el gato, porque solo vi dos y habían dicho que había tres, quizás estaba en las habitaciones. Empujé suavemente la puerta y me quedé petrificada, porque lo que vi no era un gato, sino un chico muy hermoso con las alas rotas, llevaba una túnica amarilla pero parecía desgastada y muy vieja, por la altura de la cintura y le cubría un hombro, sin anunciador.
- ¿Quién eres?- le dije, aunque sentía que no era un Ser de Luz pues mí corazón sentía miedo, era raro si eso era una aparición, solían ser llenas de amor.
- Mi nombre es Gämael – dijo con voz autoritaria.
Mi atención se fue directamente a las alas rotas, jamás las había visto así en un ángel.
- ¡Te crees que a través del amor puedes tener todo el poder, estás equivocada! Yo te puedo enseñar el verdadero poder y llegar lejos… - dijo con rabia y autoridad, burlándose de mí, algo extraño en un Ser de luz.
- ¡Basta, Gämael! – apareció Uriel, se puso delante de mí y sin querer me dio un empujón hacia atrás que me dejó en el umbral de la puerta del baño, mientras veía por primera vez como Uriel defendía mi palabra y mi honor antes otro compañero.
- Oh, si estás aquí Uriel… pensaba que habrías vuelto a tu asqueroso futuro… pero ya veo, que cuidas de… la defensora del amor… ¡qué bajo has caído! ¿Para esto viniste? – empezó a burlarse Gämael de Uriel y de mí.
- ¡Discúlpate antes de que sea demasiado tarde, hermano! ¡No te da ningún derecho a insultarla! Ya me dijeron los otros que estarías por aquí y que vienes en busca de ella, pero debo advertirte que llegas tarde, como siempre. – dijo Uriel, se miraban a los ojos como si estallaran en guerra, algo extraño.
- ¡Eso ya lo veremos! – respondió Gämael antes de poder contestar Uriel, desapareció delante de nosotros provocando así una brisa inexplicable, no eran por las alas, puesto que cambió de dimensión.
Uriel se vino hacia a mí, me agarró de las manos, se agachó, sin decir nada me abrazó, tenía los ojos negados de lágrimas.
- ¿Qué ha sido eso? ¿Quién era?- le dije.
- Un ángel caído. – dijo.
- ¿Un qué?- le dije.
- Tú abuela a veces los menciona, un demonio. Pero este no es uno, es él demonio, más conocido como Lucifer, en la creencia de tú abuela, claro. – dijo Uriel dejó de abrazarme, me miró a los ojos, me acarició con la palma de una mano la mejilla y dijo – él venía a buscarte, pero ahora no te puede tocar ni un pelo, sin tú autorización y la de los arcángeles. – terminó.
Me fui al baño sin entender ni una palabra de lo que me
había dicho Uriel, ¿me venía a buscar? ¿Para qué? ¿Por qué los arcángeles me
protegen de él? Pero Uriel no quiso sacar más el tema, hasta estar de nuevo a
solas. Volvimos con los demás y luego papá nos vino a buscar.
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