domingo, junio 28, 2020

El Espejo De Mí Vida - Capítulo 35

Después de cenar, seguimos paseando por el paseo marítimo hasta que de repente encontramos un parque de hinchables a pie de playa.

-          ¡mamá, mira!- le dije.- ¿puedo?- le pregunté.

No había nadie más que el señor que custodiaba los hinchables, pero como era un día especial y supongo que no era muy caro, mis padres aceptaron. ¡Qué alegría! Lo que más me llamó la intención fue un tobogán, Uriel vino conmigo, así que me quité los zapatos y vi como él también se los quitaba, suele llevar sandalias doradas, tiene un pie muy grande creo que su número es un 53, como decimos en España “casi podría dormir de pie”.


Mientras que empezaba a dar saltitos antes de subir, para terminar de esperar a Uriel, me sentía como una niña como cualquiera, feliz, jugando, cómo si todo lo demás no fuese importante. ¡Qué divertido fue ese tobogán! Me sentía una niña, y no alguien maduro con cuerpo de niña de 5 años. Tanto papá como mamá, parecían adoptar sus responsabilidades como debía ser, y en ocasiones eso me provocaba dudas, porque no sabía si lo hacían para aparentar o es que se habían dado cuenta de lo que pasaba… dejé de prestar atención a esos pensamientos negativos, cuando Uriel y yo empezamos a subir con la cuerdecita, que además teníamos todo el tobogán para nosotros, no había ningún niño allí, parecía que nos estuviese esperando.

-          ¿y si lo hacemos sin cuerda? – preguntó Uriel.

-          ¡Me caigo!- le dije entre risas, como si Uriel estuviese diciendo una estupidez.

-          No, no lo permitiré. ¡venga, tú puedes, mi amor! Yo te acompaño, por si te desvías, yo te agarro…- dijo animándome que lo estaba consiguiendo.

-          Pero… ¿cómo sería? – le pregunté.

En realidad Uriel no tuvo que enseñarme, fue ver cómo era la cosa, y automáticamente me puse de pie y empecé a caminar. Me giré para ver a los papis.

-          ¡Miren, sin manos!- les dije como tantas veces había oído en la televisión decir eso los dibujitos animados.

-          ¡Agárrate, hija!- gritaba papá.

-          ¡No, yo puedo!- dije.

Seguí subiendo sin manos en la cuerda, sin que Uriel me agarrase, pero estaba cerca y cuando lleguemos arriba, antes de ver la altura que era eso, que parecía que te tirabas de un tercer piso.

-          Dary, ¡sígueme! – le dije.

Uriel se quedó un poco atrás para observar qué iba a hacer. Papá y mamá estaban observando, ellos a pie del hinchable. Inspiré profundamente por la nariz, puse las manos en alto y me puse a hacer la vertical, aguantando el equilibrio, Uriel se puso a mi lado, vigilando.

-          Tú también…- le dije intentando no perder la concentración.

Uriel me copió, estábamos a los pies del tobogán, cuando vi que ya estaba como yo, le di una señal alzando una ceja, y empezamos los dos a bajar los pies hacia adelante, para terminar haciendo el puente pero en vez de terminar haciendo el puente, la bajada nos empujaba, por eso nos soltamos de las manos y bajamos hasta llegar abajo. ¡Qué divertido!

Tenía muchas ganas de probarlo, después de uno de los entrenamientos con Lonan, él me sugirió hacerlo y en cuanto tuve la chance, ni me lo pensé. La sorpresa fue la cara de mis padres, cuando nos pusimos de pie, para volver a subir, se quedaron en shock. Pero la verdad es que probamos con Uriel distintas figuras y nos salieron muy bien, lo recuerdo de una forma en que no me importó lo que dijeran los demás, solo me estaba divirtiendo practicando posturas que había reaprendido a hacer en los entrenos, figuras que son importantes para entrar en la guardia una vez más.

De camino de regreso al apartamento, mis padres se quedaron en silencio, pero me miraban cómo si fuese extraña. Empecé a correr descalza por la arena fría de la playa, mientras que todavía hacia alguna figurita. Como si fuese el circo del Sol, mis padres por primera vez los había dejado sin derecho a despreciar mis especialidades acrobáticas. De hecho a esa edad practicaba mucho, porque tenía que volver a recuperar el equilibrio físico, que con las últimas encarnaciones me había desviado del eje.

En el momento en que me estaba haciendo la cama para ir a dormir, papá se quedó en el otro sofá para ver la televisión un rato que echaban una película. Me fui a la terraza, me senté en una silla, agarré una libreta que había comprado en el quiosco de la esquina, me puse con los rotuladores y empecé a dibujar, bajo un cielo estrellado, la luz tenue de las calles, permitían ver muchas más estrellas de las que estaba acostumbrada a ver. Era más de media noche, pero no me importaba trasnochar.

Cerré los ojos con un rotulador en la mano derecha y otro en la izquierda, respire profundamente, puse las manos uno en cada hoja y me dejé llevar. Mientras que estaba en trance para relajarme un poquito, me imaginé cuál era mi eje en mí interior, como si una cuerda atravesara todo mi Cuerpo, vibrando en alguna sintonía rápida. A la que abrí los ojos, dibujé la mano derecha un corazón y la izquierda estrellas.

Uriel observó los dos dibujitos…

-          ¡Maravilloso, mi amor! Estás en sintonía… ¿sabes lo que acabas de canalizar? – dijo.

-          No, no lo entiendo.- le dije.

-          La conexión entre el cielo y la tierra, el corazón simboliza la unión entre las estrellas y el camino que has venido a hacer. Toda la información que recibirás, será de este conjunto que forma lo que hagas en esta vida. Pues todo lo que necesitas para comunicarte, se encuentra vibrando en sintonía para ser recibido. – dijo Uriel pero no entendí nada.

En vez de esperar su significado, nos fuimos a descansar.

Pasamos la mañana jugando en la playa, y bañándonos en el mar, ¡qué vacaciones tan fabulosas! Llevábamos tres días allí, y no quería irme, quería estarme allí eternamente. Después de almorzar, mis padres hicieron la siesta, como yo no tengo por costumbre hacerla, me quedé dibujando en la terraza que daba un solecito interesante, aún llevaba el bañador puesto. Uriel se quedó a mi lado, descansando, hasta que uno de sus anillos se puso de negro a dorado, eso quería decir que tenía una llamada urgente, a pesar de no haber atendido nada desde que habíamos llegado, era la primera vez que alguien quería ponerse en contacto con él.

-          Tengo que contestar, no será nada… - dijo, se levantó y se fue a un rincón de la terraza.


Uriel contestó una video llamada de algún Ser de Luz, por la cara que ponía o los movimientos de ajetreo que hacía, parecía importante y algo inesperado. De pronto me asusté, cuando un auto pasó tocando la bocina, era un auto blanco y antiguo, pero en el momento en que volví a observar a Uriel, se había girado, me daba la espalda y no podía ver su cara.

-          No sé si es una buena idea… intenta que sea suave, ¿ok? No queremos sustos… - decía.

No tuve tiempo de indagar más porque la llamada se cortó enseguida y Uriel regresó, mi cara de interesada lo decía todo ¿qué había sido eso? Pero Uriel se volvió a sentar a mi lado, se tapó con su anunciador rojo la cara, y no dijo nada, se quedó allí… intentando dormir un ratito.

-          ¿Todo bien?- le dije.

-          Si, mi amor. Esta tarde iremos al poblado íbero, me lo estaban diciendo. – no dijo nada más.

Desconocía que iríamos a ver a las tardes, pero Uriel tenía razón, papá cuando se despertó decretó que iríamos al poblado íbero que lo habían convertido en museo interactivo.

Bajé del auto, observando el desierto del bosque que habíamos podido aparcar, caminamos por un camino hasta que al final llegamos a la entrada, la chica nos dijo ciertas indicaciones que no llegué a escuchar, mientras que observaba por encima la gente que había, dos grupitos de cinco personas y nosotros, que íbamos por libre, con un montón de propaganda en las manos y una especie de teléfono dónde te decía la charla al apretar uno de los números.

-          No quiero estar aquí…- susurré, Uriel me escuchó, se agachó yo le agarré de la manito.

-          ¿Qué te pasa mi amor? ¿Estás bien? – dijo Uriel.

-          No, algo va mal.- no le pude decir exactamente qué me pasaba, me agarré a su brazo con fuerza, él se volvió a estar de pie y seguimos a mis papis poco a poco para entrar al recinto.

Sentía en el centro de mis pulmones una presión tan fuerte que me costaba respirar con normalidad, por lo tanto, empecé a respirar más acelerada consiguiendo así acelerar el pulso y los latidos del corazón. Efectivamente, era un poblado íbero, con muchas piedras apelotonadas una encima de la otra, formando así muros de una casa, calles, puentes y pozos, intentaba no tocar nada, pero esa sensación era cada vez más fuerte. Hasta que de repente, escuchaba el sonido de varias espadas tocándose en un combate a muerte como en las películas. Miraba a mí alrededor varias veces, pero no veía absolutamente nada, pero al volver la vista al frente, las escuchaba como si tuviera la espada pegada a la espalda.

Lo peor fue, cuando empecé a escuchar susurros, que por muchas veces que me girase y no ocurriese nada, no había nadie, ni en la torre de vigía, escuchaba los susurros. Me agarré con más fuerte al brazo de Uriel, que finalmente él se quejó de lo fuerte que lo agarraba, se agachó, pero antes de que dijera nada, le pasé los brazos alrededor de su cuello y empecé a llorar sin intentar llamar la atención de nadie más.

 Antes de que Uriel me preguntase, noté sus alas que me rodeaban las espaldas, esas plumas que en muy pocas ocasiones las había podido tocar, tan suaves y ligeras que parecía que durmieses encima de un edredón de un rey. Me sentía en casa, todo lo que escuchaba, de repente había dejado de escucharlo, así que le di un besito en la mejilla como acto reflejo y le di las gracias.

-          Laia, ven, ¡vamos a entrar aquí!- dijo papá mientras que entraba dentro de una de las casas.

Me desenganché de la mano de Uriel y caminé rápido hacia papá, que se quedó a fuera, mamá también, y yo entre pensando que me seguían detrás. Pero todo estaba oscuro, hasta que de repente automáticamente se encendieron las luces y se vieron personajes de cartón piedra que simulaban lo que hacían en esa casa hace muchos años atrás. Me giré para ver si Uriel estaba, pero tampoco, y al volver a mirar al frente, una estatua de cartón piedra se movió.

-          ¡Hola Laia!- dijo el hombre.

-          ¡Ah!- grité de miedo.

-          Ei, tranquila, tranquila… no soy una estatua, soy un… Ser de luz, amigo de… Uriel…- dijo para calmarme.

Me quedé allí, medio muerta de miedo, observándole, no tenía alas, pero tampoco era muy alto, llevaba gafas azules, pelo moreno corto, camiseta y pantalón como si fuese cualquier persona, pero que conocía a Uriel, cuando en ese tiempo no le decía a nadie que lo tenía… ¡qué raro!

-          ¿Quién eres?- le dije.

-          Soy Orange, un guía de 5D. – dijo siendo muy amable.

Recomendación: Un alma llamada Axel - Libro de Amada Selina.

HR.

HERO&Corporation.

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