A media tarde, mamá me llevó a casa la abuela Victoria, nos
habían invitado a cenar allí y yo me alegré un montón, porque así vería al Titi
Hilario que sabía que me habría preparado algo interesante. Mi padre iba a
tardar mucho ese día, me acuerdo que antes de ir a casa de la abuela, fuimos a
su despacho y lo vimos con una mesa llena de papeles que no sabía qué estaba
haciendo.
-
Me voy a casa de mi madre, me han invitado a mí
y a la Laia a cenar allí. En cuanto termines, vente, que mi madre querrá verte…
bueno, ya sabes…- dijo mi madre a mi padre.
-
Muy bien, pero tengo para mucho todavía. Seguro
que buscaré un hueco, para terminar antes.- dijo papá casi sin levantar la
cabeza del papel, mientras que sonó el teléfono y sin decir nada más contestó.
Nunca le había visto tan serio, creo que nunca había ido a
su trabajo hasta ese día y fue algo caótico, porque muchos de sus compañeros de
trabajo, no sé con qué derecho, intentaban hablarme pero yo no quería, porque
de la forma en como lo hacían, me hacía sentir mal. Así que me aferré a la mano
de Uriel y me intenté esconder detrás de sus largas piernas, algo inútil si los
adultos no sienten a los ángeles, pero me sentía protegida.
-
No temas,
gran amor…- la voz era diferente, no parecía que fuese de Uriel, miré al
lado del compañero de trabajo de mi padre que vestía con una túnica anaranjada
hasta las rodillas, detrás de su espalda tenía una alas blancas muy hermosas, y
una larga cabellera ondulada castaña, que me dejó atrapada por completo al
verle a los ojos azules cristalinos. – él
no entiende quién eres, pero algún día lo sabrá… - se agachó al lado del
compañero humano y me ofreció una mano. – Yo
Soy el Arcángel Jofiel, es un gusto poder conocerte en persona, gran amor…-
dijo con una sonrisa llena de amor, pero sus ojos transmitían un conocimiento
ilimitado, que parecía que con la mirada podía eliminar cualquier límite de ti
mismo.
Con la mano libre que tenía le di la mano, su tacto era
distinto al de Uriel, no era tan fino como esperaba que fuesen todos los
ángeles o arcángeles.
-
Alguien
que te ama muchísimo, me ha dicho que hoy cumples años…- dijo pero yo
observé a Uriel. – Oh no, no me lo ha
dicho él, ha sido Humiel.- me sorprendió que conociera a mi titi Hilario.
-
¿Eres amigo del titi?- le pregunté. Mi madre
seguía hablando con mi padre, sus compañeros estaban trabajando y uno de ellos,
quiso hacerse cargo de mí mientras que mi madre estaba ocupada.
-
Si, soy un
viejo amigo. Pero también soy hermano de Uriel. – miró hacia arriba, para
que sus ojos se encontrasen con los de Uriel, les observé para ver si tenía que
esconderme de nuevo o no había peligro.
-
Hermano,
tú siempre cuentas más de lo que deberías, ¿eh? – le dijo Uriel como si se
hubiese enfadado con él, pero luego sonrío y se abrazaron cuando Jofiel se
volvió a poner de pie.
-
O sea que tú siempre estás aquí, cuidando de
todos, ¿verdad? – le pregunté a Jofiel.
-
Algo así,
yo soy como Uriel hace contigo, pero con uno de los compañeros de trabajo de tú
papá. Pero también cuido de él, si es lo que andas preguntando, gran amor… -
la sonrisa de Jofiel es encantadora, te alza el corazón y parece que todo
problema tiene una solución.
Como nadie nos estaba viendo, me lancé a los brazos de
Jofiel, ninguno de los dos arcángeles dijeron nada, se quedaron ambos pasmados
ante mi revelación.
-
Me gustaría que no tuviese tanto trabajo y
pudiera estar más en casa, ¿tú puedes hacer algo? Por favor…- le dije
susurrándole en la oreja.
-
Haré lo
que pueda. – contestó.
Mamá salió del despacho de papá, me ofreció la mano se la di
y nos fuimos por la puerta falsa, hacia la calle. Durante el camino, no quiso
decirme nada, le miré varias veces, pero parecía enfadada, pero no le quise
decir nada, porque cuando mamá está así, es mejor no hablarle.
Cuando salí del ascensor y nos giramos hacia la derecha, la
puerta del piso estaba abierta y al final del largo pasillo estaba el Titi
Hilario.
-
¡Titi!- grité y arranqué a correr hacia él.
El Titi Hilario se detuvo en medio del pasillo, se agachó
para agarrarme y abrazarme mientras que me subía en brazos. De la cocina salió
mi tío Alfonso, estaba muy gracioso se había puesto un delantal para no
mancharse a la hora de hacer la cena.
-
¡Llegó la cumpleañera! ¡Dame un beso, Laia!- me
pedía mientras que quería que fuese a sus brazos.
-
Sonso…- no sabía llamarle de otra forma, pero me
alegraba de verlo.
Desde las habitaciones de la entrada, llegó Rafalé, parecía
que se hubiese quedado dormido en su cama escuchando música, que es lo que
solía hacer en ese tiempo, se acercó, me puse en sus brazos y le di besos a
todos mis tíos más cercanos, por lo menos ellos tres vivían a unas cuadras de
mí casa, los otros muy lejos.
-
Rafalé, ¿Por qué no me cantas huesos?- le pedí, la verdad es que tiene
muy buena voz y canta muy bien, pero parece ser que él no lo ve igual.
Sin decir nada más, se puso a cantarla, mientras que
bailábamos en el pasillo de camino hasta el salón, dónde en una butaca azul
estaba mi abuela Victoria, mirando la televisión. Me acerqué a ella, en cuanto
Rafalé dejó de cantar, Uriel se quedó charlando en el final del pasillo con el
Titi Hilario. Cómo no sabía la situación de la abuela, me acerqué muy despacio,
intentando no molestarla, pero le quería dar un abrazo. Como era de esperar, en
sus manos tenía plástico de burbujas, le encantaba petar las burbujitas, de
hecho a veces me dejaba petar algunas.
-
¿Abuela?- susurré, no tenía miedo, pero esperaba
poder verla a los ojos para saber si estaba en el presente o atrapada en algún
punto del pasado.
En ese tiempo, nadie me decía qué le pasaba, era de esperar,
porque una niña de cinco años no es muy normal que sepa la enfermedad que
tenía, lo sorprendente fue que los Seres de luz tampoco quisieron decírmelo.
Pero yo de todos modos, sabía que lo que sufría era un tumor en el celebro y
que le había afectado en la zona de la memoria cognitiva, el lugar dónde se
supone se guardan todos los recuerdos vividos en esta vida, impidiendo así
poder enviarlos al alma para que no se bloquease ningún chakra. Mi abuela
Victoria según los médicos tenía cáncer, lo sabía porque en realidad recordé
que en una vida anterior fui médico.
Ella sufría lagunas de memoria en espacios muy largos, se
podía pasar entre minutos o días viviendo en alguna parte de su pasado,
normalmente momentos en que ella fue feliz. Se suele confundir al principio con
la otra enfermedad que afecta la memoria y que todos tienen miedo el Alzheimer,
porque esas lagunas de memoria son muy parecidas. El Alzheimer vas perdiendo la
memoria y no recuperas nada, es como eliminar los archivos de un ordenador de
la papelera de reciclaje, una vez lo eliminas todo, son irrecuperables. En
cambio un tumor, no se eliminan, solo se bloquean y durante un tiempo, la
persona empieza a pensar y es consciente de lo que le pasa, a pesar de que a
veces, se comporte como si fuera una niña de la misma edad que yo. El tumor,
solo bloquea recuerdos negros que hayan causado un trauma y no se hayan
superado, eso es más grave que resetear tú memoria, porque aunque parezca una
chorrada, los Chakras son canales de información dónde nuestros tres cuerpos
espiritual, emocional y físico se comunican, si se bloquean estos canales, se
pierde la conexión y algo en el sistema físico empieza a manifestarse en señal
de advertencia de que debe cuidarse, y si no se hace, muere y esto quedará como
un trauma más que deberá superar en su siguiente encarnación.
Cuando le vi la mirada perdida, mientras que petaba
burbujitas de plástico, me acordé de todo eso que había estudiado entre la
última vida y antes de volver a nacer (el período llamado entre vidas). Iba a
tocarle la mano, igual que hace Uriel cuando me siento atrapada en algún lado
fuera del presente, pero antes de hacerlo vi otra cosa…
Una tarde de verano en
Guarroman, en el año 1931…
Tres niñas de
diferentes edades jugaban al escondite en un solar abandonado cerca del centro
del pueblo que era muy pequeño. La niña que aparentaba ser la mayor, estaba
contando hasta veinte mientras que las demás se escondían, la segunda niña se
escondió detrás de un árbol medio caído por la guerra, y la otra chica se escondió
detrás de unas placas de metal que habían en una esquina, que eso parecía un
techo de una caseta también abandonada.
Cuando la niña dejó de
contar, se dispuso a buscar a las demás, le estaba costando un poco, hasta que
escuchó un ruido cerca de un árbol medio caído.
-
¡Vitorina,
te he encontrado!- gritó la niña señalándola con el dedo. - ¡sal de allí!-
dijo.
-
¡No, no me
has visto, Antonia!- dijo Vitorina que salía corriendo intentando evitar que le
persiguiera la otra niña.
-
¡Ven
aquí!- decía Antonia mientras que reía a carcajadas y Vitorina también.
Al dar la vuelta al
solar, la otra niña salió de su escondite, Antonia la vio.
-
¡Rosita,
te he visto! ¡Sal, tú también!- gritó Antonia.
Finalmente Antonia
pudo atrapar a Vitorina, y en cuanto la puso a contar de fondo se escuchaban
los nombres de ellas, que estaba gritando la voz de una mujer. Las tres se
quedaron quietas, intentando escuchar la voz y mientras que se miraban ambas a
la cara…
-
¡Esa es
mamá!- dijeron las tres.
Salieron corriendo
hacia la casa que tenían dentro del centro del pueblo.
Los ojos de mi abuela se quedaron atrapados junto a los
míos, sus ojos estaban llorosos aunque yo solo sentía felicidad porque esas
imágenes eren muy lindas. A pesar de que desconocía porque había visto eso, ni
sabía muy bien porque debía hacerlo, comprendí que era un recuerdo de su
infancia, uno que a lo mejor no quería perder. Así que puse la mano encima la
suya y le sonreí, ella también reaccionó de la misma forma.
-
Tenías razón, abuela. Antonia no te podía ver.-
le dije.
Ella dejó de explotar burbujitas, me acerqué a ella su mano
me acarició dulcemente la mejilla derecha hasta que me lancé a darle un abrazo
y un beso en su mejilla.
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