Una semana antes de que terminara Agosto, con los papis nos
tuvimos que ir al ambulatorio de Vic, porque me tocaba quitarme la escayola.
Tras dos meses y poco más invalida de una pierna, había llegado el momento de
volver a caminar, aunque echaría de menos todos los beneficios de estar así. La
familia y algunos compañeros de trabajo de mi padre, me mandaron muchos
regalitos durante casi todo el verano, todo lo que necesitaba para
“entretenerme” lo tenía, parecía que había conseguido el Santo Grial, y saber
que todo iba a acabar, que volvería a andar y la vida volvería a la normalidad…
en parte no me gustaba, me había acostumbrado a ese estado, pero no podía
permanecer así toda la vida.
Papá me sentó en una de las sillas de espera cerca de la
ventana, dónde se podían ver los árboles del parque que había delante de la
consulta, nos encontrábamos en un quinto piso, y en cuestión de nueve días,
volvería a IÓN. No me sentía muy preparada para ir allí sin estar acompañada
del chico de Ojos Verdes, pero nos veríamos hasta París. Uriel en aquel tiempo
andaba bastante ocupado, terminando de organizar cosas de este nuevo curso,
demasiados cambios para asimilar, el primer año sin mi mejor amigo en el lugar
más bello que había podido conocer, y la primera vez en que en el Colegio
tendría que subir un piso y empezar la nueva etapa la Primaria. No me sentía
preparada para ninguna de las dos cosas, apenas había disfrutado de mis
vacaciones, me sentía fuera de lugar, pero era inevitable.
Uriel se había sentado detrás de mí, noté como pasaba su
brazo derecho por mi cintura y me empujaba hacia atrás para que me apoyase en
su pecho, papá se sentó delante de mí a dos sillas de distancia, para que
pudiera poner la pierna y mamá se quedó junto a papá.
-
Tengo la sensación, Dary que todo va a cambiar
tan rápido que no me da tiempo a poder ir poco a poco…- le dije.
-
Mi amor,
juntos vamos a poder. Solo debes escuchar el sonido de mí voz, para que sientas
que estoy contigo, siempre. – dijo Uriel.
-
Siento que algo va a ocurrir durante este curso,
algo importante, pero no sé qué será. ¿qué me pasa?- le dije.
Uriel no pudo contestar, me giré para verle la cara pero sus
ojos estaban tan sorprendidos que preferí mejor no indagar más. Un chico alto y
fuerte, vestido con una larga bata blanca, salió de la consulta con una carpeta
en sus manos.
-
Laia Galí…- dijo el chico, me había tocado.
Mis padres se pusieron de pie, mientras que papá me agarraba
en brazos, aunque mamá tenía las muletas que casi no las usé. Entramos en la
consulta, de inmediato me hicieron sentar en la camilla, mientras que el médico
le preguntaba muchas cosas a mis padres. En ese momento, el chico se acercó a
mi con una especie de sierra circular, cuando vi eso, me quedé tan sorprendida
que sin saber porqué sabía que era hora de despedirse de la escayola. Miré la
firma de la iaia y otras personas, algunos dibujos que me había hecho y mucho
más… la toqué por última vez, le mandé un beso y el doctor empezó.
-
No te preocupes, no corta, solo el yeso.- dijo.
-
No me da miedo eso.- le dije.
-
¿Qué te da miedo?- preguntó.
-
Solo me estaba despidiendo…- le dije.
-
Ok.- contestó el doctor.
No quise mirar por donde cortaba el doctor, en ese caso mamá
se puso a mi lado, por si acaso, pero la verdad es que yo estaba bien, cerré
los ojos y esperé.
Con la ayuda de papá, puse el pie derecho en el piso, con la
otra mano me apoyé a la muleta, no me dolía ni sentía que estuviese débil,
tenía una sensación extraña de que algo me faltaba, me di cuenta enseguida que
era el peso de la escayola. Pero de todos modos, podía caminar sin la muleta,
lo quería hacer así, pero el doctor insistía, y Uriel me miraba con cara de
“por favor, agárrala por un rato” así que obedecí. Salimos de la consulta, a
paso medio ligero, aunque Uriel insistía en ir más lento, así que rebajé la
velocidad, no me dolía nada.
-
Tenemos una sorpresa para ti, Laia…- decía papá
mientras que volvíamos con el auto hasta Manlleu.- la primera semana de
septiembre, nos iremos seis días a Calafell, es una ciudad con playa para que
puedas terminar de disfrutar antes de volver al colegio.- terminó.
-
¡Bien! Pero, ¿no vamos a Sitges?- le pregunté.
-
No, este año no puede ser.- contestó mamá.
Eso quería decir que agarraría el metro hasta París, desde
Barcelona. ¡Qué alegría! Ese mismo día, unas dos horas después de ser una
persona de nuevo, nos fuimos al bar, tuve que ir con la muleta, pero al llegar
a casa, como tenía que ir al baño y en ese tiempo en casa solo teníamos uno en
el segundo piso, subí las escaleras del segundo piso con la muleta, pero antes
de llegar al baño, dejé la muleta cerca de mí habitación y me dispuse a
caminar. Uriel había entrado en el baño para encender la luz, al mirar si venía
y verme caminar sin nada, vino rápido hacia a mi.
-
Pero ¿qué
haces mi amor?- me preguntó.
-
Ya puedo sola.- le dije.
-
¿no te
duele?- preguntó.
-
Nada. Puedo ir sin ya, mira…- le dije.
-
No creo
que sea una buena idea, mi amor.- dijo.
-
Sí, que lo es.- le dije mientras le cerraba la
puerta en las narices.
Al salir, volví al piso de abajo, sin la muleta y caminé por
la salita sin ella, por la cocina y por la terraza. ¡Qué curioso pero nadie se
percató de eso pasado un buen rato!
-
Laia, ¿Y la muleta?- preguntó papá.
-
Ah, ya no la necesito.- contesté.
-
El doctor no lo ha dicho así.- dijo mamá.
-
No me duele, puedo ir sin él, así que adiós
muleta de colorines.- les dije.
-
¿Segura?- preguntaron ambos.
Les contesté caminando por la cocina y la salita. Y fue así
como el accidente quedó en una bella historia.
Antes de que el frío quisiera regresar a la ciudad, aún
quedaban los últimos suspiros del verano que no me quería perder. A finales de
Agosto, Uriel se encargó de todo para el nuevo curso en IÓN. Por lo que se
podía apreciar, las materias serían las mismas, pero a un nivel superior,
aunque la diferencia sería que la materia de habilidades la impartiría un Serafín por los cuales, empezaría a
practicar el juego de la rata. Recordar un bello lugar, me hacía comprender que
las cosas estaban cambiando demasiado rápido y no me sentía con fuerza
suficiente para acompañarlas. A partir de ahora, solo podría estar con el chico
de Ojos Verdes en el metro hasta París, mientras que suponía que todas las
amistades que ya tenía allí, las seguiría manteniendo.
Los cambios, siempre me han costado bastante de
acostumbrarme a tantas novedades, pero ese mes de Agosto, fue el peor de toda
mi vida. Apenas había podido disfrutar del verano como cualquier niña de cinco
años, y ya tenía que empezar a pensar en volver a clase, ese fue el primer año
en que tendría que acostumbrarme a dos cambios importantes. Pasar a ser alumna de
Primaria, y al mismo tiempo, aprender a seguir yendo a IÓN sin tener que
esperar los miércoles en nuestro lugar favorito. ¡Todo cambiaría tan rápido!
Así que cuando papá nos dijo que antes de empezar el curso iríamos una semanita
a la playa, decidí disfrutarlo con todas mis fuerzas.
Calafell se encontraba a más de dos horas en auto desde
Manlleu, hacia el sur de Cataluña. La gran parte de ese trayecto de un sábado
muy pronto a la mañana, me las pasé durmiendo. Me seguía costando mantenerme
despierta por las mañanas, a pesar de que no tenía viajes astrales programados,
mi cuerpo se había acostumbrado a pasar al viaje astral de forma automática de
domingo a jueves. Me desperté mientras pasábamos por la Ronda Litoral de la
capital catalana llamada Barcelona, a mi izquierda, sentado en el asiento se
encontraba Uriel, que miraba por la ventanilla, alargué el brazo y le toqué el
codo, él me observó con una sonrisa y sus ojos verdes llenos de alegría.
-
¿ya
despertaste, mi amor?- me susurró, teníamos que hablar así para que nadie
percatara nuestra intromisión mientras que de fondo se escuchaba música.
-
¿Falta mucho?- le pregunté, cansada de estar
dentro del auto.
-
Estamos en
la mitad del camino, mi amor. ¿Quieres que juguemos a algo? – propuso
Uriel.
Acepté. Miré por la ventanilla y me sorprendió la cantidad
de autos que había a nuestro lado, así que me quedé literalmente pegada al
cristal, observando cada auto más brillante, en el sentido de que nos pusimos a
jugar a uno que le llamábamos “personalidad
artística”. El juego consistía en observar el tipo de auto que había lo más
cerca de dónde estábamos y observar a los integrantes, para saber si el auto
iba acorde con la personalidad que hacían creer que tenían esas personas.
Me gustaba mucho jugar a este juego en particular, porque
era como una variedad del juego de los
puntos de vista. En realidad, lo hacíamos sin criticar ni juzgar a nadie,
solo observábamos y así podíamos descubrir si aquel auto que estaba cerca, en
realidad lo habían comprado para usarlo en necesidad o para aparentar sus
<riquezas>. Curiosamente aquellos que eran para aparentar, eran aquellos
que parecían tener los mejores autos, y los integrantes vestían demasiado bien
conjuntados, y cuando te miraban, en vez de mirarte de igual a ti, te miraban
por encima del hombro, como si dijeran “tu
chatarra no anda y el mío es casi de carreras”.
De hecho jugando a esto, se pueden ver muchas cosas
curiosas, como por ejemplo, un día vi a una familia de cuatro integrantes que
iban del mismo color que el auto, todos azul marino. ¡Qué gracia! Y en otras
ocasiones, podías identificar, si alguien regresaba o se iba al trabajo, o si
se dejaba llevar por la vida, como un día, vimos a una chica sola en su auto,
cantando la canción que estaba escuchando con tanta alegría y vitalidad, que yo
me uní con ella, bailando la música que escuchaba en mi auto. Esa fue muy
divertida, porque la mujer se la pasaba en grande y al verme, como que me lo
agradeció con una señal muy tierna.
No se puede hacer mucho dentro de un auto durante dos horas,
viendo más y más autos a tú alrededor… así que de este modo me divertía un
poco. Hasta que la ronda Litoral empezó a pasar por sus famosos túneles,
entonces sabía que había llegado al paraíso. La luz anaranjada que ilumina el
interior de cada auto, de repente en la oscuridad y poco después el día volvía
a ser día, era fantástico, la misteriosa imagen que se mostraba ante el reflejo
de todos los autos, al verlos pasar junto a nosotros, esas luces y que de vez
en cuando se veía puertas de emergencia. De chiquita disfrutaba mucho con los
autos, tanto jugando con los de juguete, cómo atrapada en un atasco o pasando
por túneles en la ciudad.
-
¡Túneles, sí!- dije alzando las manos y gritando
de alegría.
Papá alzó la mirada para observar por el retrovisor interior
del auto y me observó, mamá se había quedado dormida ella iba de copiloto.
-
¿Te gustan los túneles, rateta?- dijo papá.
-
Sí.- dije.
Nunca me gustó que me llamase así, es un apodo cariñoso en
catalán que significa ratita, por un
cuento popular dónde había una ratita que barría la escalera y se le cayó una
moneda y perdió su vida. El cuento en sí, parecía que su moraleja era muy
clara, no hagas nada que nadie te diga que puedas hacer, por eso nunca me
gustó, pero papá cada vez que me llamaba así, me hacía acordar de esta
moraleja, por el cual no quería hacer realidad. ¿Y qué me podía esperar de unos
padres que nunca salen de las normativas sociales y que todo aquello que sea
distinto les da miedo? Mientras que a mí, la aventura siempre me ha parecido
una forma de vivir muy interesante, y puestos a decidir, prefiero vivir
aventuras que lamentarme haberlos rechazado.
Recomendación: Los Hombres de Paco - Serie (Encontré un link dónde estan tdos los capítulos gratuitos en español)
HR.
HERO&Corporation.