En el camino de vuelta a Manlleu, me quedé hipnotizada por el paisaje natural que podía observar perfectamente por la ventana, en un estado de silencio, mientras que de fondo se escuchaban a mis compañeros que cantaban y contaban anécdotas de estos días. A mí me invadió un sentimiento de melancolía mezclado con culpa. De hecho mi cabeza no podía impedir recordar en bucle las palabras de Gabriel “me importas mucho, pero debo marcar mejor las distancias”. Si le hubiese dicho que no se fuera, si le hubiera explicado lo que siento, si le hubiese dicho algo y no me hubiese quedado en silencio como una tonta… quizás ahora no lo hubiese perdido… al único arcángel que conozco desde más allá de lo que he llegado a recordar hasta entonces.
Verme a mí misma besar a Gabriel, me tocó tan en el fondo de mi corazón, que una pequeña parte de mí, se alegraba de que finalmente lo supiese. Pero realmente me sentía muy mal, tenía muchas ganas de llorar, así que me recliné en el hombro de Uriel y simplemente las lágrimas cayeron por mis mejillas por el impulso de la gravedad.
- ¿Qué te pasa mi amor? – preguntó preocupado Uriel.
- No quiero perder a Gabriel. ¡Necesito que vuelva!- le dije entre lágrimas.
Me abracé a Uriel, hundiendo mi cara en su pelo largo y ondulado. Noté su beso en mi mejilla, pero simplemente se dignó a abrazarme en silencio. En cuanto paré de llorar, aunque fuesen por unos minutos, vi el cartel que indicaba Roda de Ter, solo faltaban diez minutos para llegar a Manlleu.
- Toma, sécate las lágrimas y lávate la cara con esto, está algo húmedo. – me ofreció un pañuelo Uriel, lo acepté y obedecí.
Miré al cielo que estaba impecable, la única nube que encontré tenía algo escrito, mi nombre.
- ¡Mira!- susurré señalándole a Uriel.
Cuando Uriel lo leyó sonrió y me miró. Entonces volví a mirar y otra nube blanca pequeña apreció de la nada en forma de corazón.
- ¿Ves? Él no quiere separarse de ti, pero necesita tiempo. – dijo Uriel para animarme, no lo conseguía mucho la verdad.
- Lo que no entiendo es porqué ha tenido que separarse, si fue él quien me quiso besar y no pasó… ¡no lo entiendo!- me quejé susurraba pero alcé un poco la voz sin querer.
- Recuerda que Gabriel forma parte de tu pasado, ahora él está aquí porque es el ángel guardián de tu Chico de ojos verdes. ¿Quién te importa más, tú llama o Gabriel? – preguntó Uriel.
- ¡Eso no se pregunta, Dary!- dije enojada, me crucé de brazos en el pecho y le dejé de hablar mirando ese corazón.
Los ángeles pueden mandarte una señal, manipulando las nubes, pero si ves una hazle una foto rápido porque el dibujo se autodestruye en menos de cinco segundos.
- Si ya ha sido duro esto, ¿cómo va a ser cuando sepa con cuántos he estado en otras vidas?- susurré.
- Tampoco tienes un listado demasiado amplio mi amor. Grosso modo, solo has estado con cinco hombres en todas tus vidas pasadas juntas, aunque los has visto en más de una vida. – comentó Uriel.
Le miré arqueando las cejas, cuando el autobús llegó a la plaza del mercado, tuvimos que dejar la conversación para otro momento, porque tocaba volver a casa. Me bajé del autobús corriendo para terminar a los brazos del Titi que me alzó como hacía siempre.
- ¡Te echado mucho de menos, Laia! ¿Cómo la has pasado?- preguntó feliz el Titi de verme.
Pero simplemente le abracé y me puse a llorar.
- ¿Qué te pasa?- preguntó el Titi.
- ¡Ni te molestes, hermano! Lleva todo el camino llorando, si me acompañas te ayudo a buscar la valija. – le respondió Uriel.
El Titi aceptó la invitación de Uriel, él me llevó en brazos hasta el baúl del autobús, Uriel le mostró cual era la valija y el Titi la agarró, se la puso en la espalda y nos fuimos a casa de lo que había sido la casa de la abuela Vitorina. Mi mamá de costumbre no me vino a buscar, pero estaba en casa de la abuela, recogiendo las últimas cosas que quedaban de ella.
- ¡Dale un besito a mamá!- exigió el Titi pero sin dejarme en el suelo.
- ¡Hola hija! ¿Cómo ha ido?- preguntó contenta de verme.
- Bien. Muy bien.- dije algo más calmada pero necesitaba estar a solas.
- Si me disculpas, la llevo a mi habitación que está algo cansada.- dijo el Titi.
- Claro, que descanse.- respondió mi mamá.
En cuanto vi la cama, me tumbé y me dejé llevar por el peso de mis párpados, mientras que Uriel le contaba lo sucedido al Titi.
Me desperté a mitad de la noche, había estado desde las seis de la tarde hasta las tres de la mañana durmiendo, el Titi dormía en la cama que solía poner cuando me quedaba a dormir en su habitación. Me levanté de la cama y me fui al baño, al salir estaba el pasillo algo oscuro, me daba algo de miedo pero me aventuré, Uriel no sabía dónde estaba pero no me importó en ese momento.
- ¿Por qué le has tenido que decir eso? ¡Ha estado llorando todo el día por ti, Gabriel! ¡Le has roto el poco corazón que le quedaba! – dijo Uriel.
Escuché que la conversación provenía de la terraza, así que me acerqué en cuando escuché la voz de Gabriel. Había regresado, me alegré pero en vez de salir a la terraza, quise quedarme en el salón a escuchar, como hacía 40ºC las ventanas y la puerta estaban abiertas.
- Me estoy metiendo en medio de ellos dos, Uriel. Soy consciente del pasado que tenemos y del tiempo que ha pasado desde entonces, pero no me lo perdonaría nunca si además por mi egoísmo ella no tuviese la chance tan buena que tiene con su llama gemela. ¿Comprendes? – respondió Gabriel explicándose.
- ¡Dios está al corriente de eso, Gabriel! – dijo Uriel estaba algo resentido, me estaba defendiendo, ¡qué buen ángel guardián es! Pero prosiguió.- ¿Cuándo le vas a contar la verdad? – preguntó.
- Su llama puso condiciones y las tenemos que seguir, lo prometimos antes de que reencarnaran, ¿lo olvidaste? – respondió Gabriel.
- Claro que no. Pero lo que has hecho con ella estos días, lo ha cambiado todo. - dijo Uriel.
- ¿Seguro? ¿Has revisado bien? – dijo Gabriel.
A través de las cortinas blancas, podía ver como Uriel activaba sus anillos, se puso a buscar algo, lo leyó y luego le miró arqueando una ceja en señal de sorpresa.
- ¡Exacto! – dijo Gabriel.
En ese momento, sin querer me tropecé con el borde de la puerta que había en el suelo y caí literalmente de manos y rodillas en la terraza, quedándome la cortina como si llevase velo como las monjas. Gabriel y Uriel se me quedaron mirando sorprendidos, mi torpeza a veces me delataba.
- ¡Ay, lo siento!- dije sentada en el suelo.
- ¿Estás bien? – dijo Gabriel que se agachó a mirarme por si me hubiese lastimado el pie.
En cuanto nos quedamos mirándonos, nos quedamos atrapados, hasta que Gabriel desvió la mirada, me ofreció las manos y me puse de pie.
- Si, solo he tropezado con esto.- dije señalando el coso ese del piso.
- ¿Qué hacías? ¿Nos espiabas? – Gabriel de repente se le arrugó la frente.
- No era mi intención, pero… si.- confesé.
Entonces Gabriel me dejó las manos y se fue al otro lado de la terraza, Uriel se quedó a mi lado.
- ¡Tengo que irme…! Buenas noches. – dijo Gabriel.
- ¡Espera Gabriel!- grité.
Gabriel sin escucharme abrió sus alas y voló tan rápido que le perdí el rastro enseguida. Uriel me acompañó a la habitación de nuevo, me tumbé pero no dormí más, solo repetía en mi cabeza la mirada de Gabriel como una loca. Sin poder verlo me sentía bastante mal, por mucho que me hubiese fijado en el cielo, ya no lo veía volando, ni tampoco lo sentía tan cerca como él había prometido, empezó alejarse prácticamente para convertirse en aquella energía invisible que solo en muy pocas ocasiones podía sentir que estaba. En realidad me quitó el sueño por varias noches, me sentía triste, abandonada, sin saber muy bien los motivos de esa separación pero con el triple de ganas de saber más de él.
El Titi me preparó el desayuno con mucho amor, la casa estaba realmente rara después de la muerte de la abuela, tanto el Alfonsito como Rafalé ya se habían ido al trabajo, el Titi había prometido a mi madre que se quedaría conmigo hasta casi la hora de comer, pero como ella tenía una entrevista de trabajo, al final me tenía que llevar a casa de la otra abuela. La televisión estaba prendida con dibujos de Televisión española del canal 2, estaban haciendo un programa que solía ver en verano y los fines de semana llamado con mucha marcha presentada por Leticia Sabater.
En una de las pausas que hacían cuando se terminaban los capítulos de los dibujos, Leticia aprovechaba los diez minutos para animar a los niños a hacer un poco de ejercicio. Antes de desayunar, ya eran más de las once de la mañana, al final me quedé dormida hasta tarde (en ese tiempo para mi esa hora era tarde). El Titi regresó de la cocina con un cola-cao con la leche un poco caliente, dos tostadas con aceite de oliva virgen y una bolsa de madalenas.
- Se me han terminado las galletas, ¿te vale una madalena?- me preguntó mientras que se sentaba a la mesa.
No le presté atención, porque me encontraba delante de la televisión imitando los ejercicios de Leticia, nunca me los perdía.
- Ven a la mesa, Laia. A desayunar.- dijo el Titi.
- ¡Espera, solo quedan diez minutos!- le dije.
- ¿Qué haces?- preguntó.
- Ejercicio, ¡ven, hazlo conmigo, es divertido!- le dije.
El Titi se levantó de la mesa y se puso a mi derecha, le expliqué como iba y simplemente se puso a hacer ejercicio conmigo. Nos divertimos mucho.
- ¡Uf!- resopló el Titi tumbado en el piso casi sin aliento por haber hecho diez abdominales seguidos.- ¡No puedo más!- terminó.
- ¡Venga que solo queda un ejercicio más y listo! ¡Mira ahora toca al trote y boxeo!- le animé.
El Titi se levantó del piso y se puso a trotar a mi lado y a golpear el aire tal y como se reflejaba en la televisión.
- ¡Dale hermano, muestra que no eres el más chiquito! – le animaba Uriel que estaba a mi izquierda haciendo los mismos ejercicios.
- ¡Menos guasa, Uriel, eh!- le regañó en plan gracioso.
- ¿Cuántos años tienes en el universo Titi?- pregunté también que me faltaba un poco el aire.
- Actualmente solo 190 años.- respondió el Titi.
- Es el hermano chiquito de los doce que somos. Dios y María lo crearon hace tan poquito y tan solo ha estado en la Tierra dos veces, pero solo en esta encarnó.- respondió Uriel.
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