Las primeras semanas fueron duras, ir a IÓN y en el camino no encontrarlo, me sentaba con el grupito pero sabía que me faltaba algo importante para mí, por otra parte, mi abuela Victoria seguía sin mejorar en su estado de salud. Me pasaba muchas tardes con ella, cuando mi otra abuela seguía viajando por el mundo, cumpliendo sus sueños. En casa todo seguía igual, y el colegio también. Pasó mi santo y me puse triste, pues hacía dos años que había encontrado al Chico y él no estaba conmigo, pero tenía que disimular. En el colegio como en la clase no tenía a nadie más que tuviese mi nombre, llegué a clase sin decirles que era mi santo. Todo parecía como siempre, hasta que de repente a mitad de la tercera clase antes del patio, me levanté y me fui con la Carmen.
- ¿Necesitas algo, Laia?- me dijo super amable como ella siempre ha sido.
- Solo quería decirle algo.- le dije.
- Claro.- contestó interesada en lo que le decía.
- Hoy es mi santo.- le dije con una sonrisa.
- ¡Oh qué bueno!- dijo la Carmen, se levantó y llamó a la clase y dijo – ¡Feliciten a su compañera Laia, que hoy es su Santo!- dijo contenta.
- ¡Felicitaciones!- dijeron los compañeros.
- ¡Gracias!- eso me animó bastante, aunque no fuese idea mía, fue de Uriel, madre mía lo que hace para levantarme el ánimo en según qué momentos.
Pero funcionó.
A finales de Febrero, me encontraba sentada en la mesa de casa de la abuela Victoria y escuchaba a mis tíos hablar con mis padres, me aburría un poco el tema, así que me puse al lado de mi abuela, que la habían puesto en un extremo de la larga mesa ovalada, me abracé a ella, me miró y me dio su mano y nada más hacer eso, pude ver lo que estaba recordando…
El pueblo de Guarromán en la provincia de Jaén (Andalucía, España) a principios de los años treinta era muy hermoso. Esta vez, sus recuerdos era estar cerca de un pozo que había a un extremo del pueblo, ella iba allí todas las tardes cuando el sol ya no picaba tan fuerte, para verse con sus amigas. Tenía dos, Puri de nueve años y Josefina de cuatro años ambas eran hermanas, de una mujer que había sido viuda en la dictadura de Primo de Rivera, luego se volvió a casar y en ese tiempo estaba embarazada de lo que pensaban que sería un niño.
- ¿Has visto a Hilario? Ha preguntado por ti Vitorina.- decía Puri.
- ¿Jugamos?- dijo mi abuela ignorando la cuestión.
- Hilario volverá.- dijo Puri.
- No me gusta. Me da… miedo.- dijo mi abuela.
- ¿Por qué si es guapísimo?- decía Puri.
Mi abuela se encogió de hombros y empezó a jugar con un palo que encontró a sus pies, luego empezaron a jugar al pilla-pilla. Hasta que un grupo de cinco niños de distintas edades, vinieron al pozo, entre ellos estaba Hilario que miraba a mi abuela con unos ojos raros como de psicópata.
- ¿Podemos jugar con vosotras?- preguntaba Hilario que era el cabecilla del grupo de los varones.
- No, ya nos íbamos.- decía Puri, agarro de la mano a mi abuela y a Josefina para empezar a caminar, pero Hilario les interceptó el paso.
- ¡Yo decido si se van o no!- gritó.
Mi abuela intentaba no mirarle a los ojos a Hilario, realmente le daba miedo. Puri se volvió a poner en medio, pero un amigo de Hilario le empujó para caerse encima del barro que había alrededor del pozo, al verse así, empezó a llorar. El grupo de varones empezaron a salir corriendo.
Cuando volví a mi presente, le miré a los ojos a mi abuela, le volví a abrazar y le di un besito. Mi madre me vio y me vitoreó. Me tuve que ir con ella, pero quería hablarle a mi abuela, de todos modos en su mirada ya decía muchas cosas buenas. Comunicarme así con ella, era único y secreto, me hacía verme diferente pero al mismo tiempo vulnerable. Intentaba disimular bastante cuando me comunicaba de estas formas con ella, para que nadie más que no entendiese lo que pasaba, pudiera meterse a preguntar. Mi madre siempre me ha intentado echar a la cara de que no tuve el valor de conocer bien a mi abuela Victoria, pero nunca le he dicho que ella tenía razón, pues aquí tienen la prueba, ¿cómo querían que le contase a mi madre esta forma de comunicarme con mi abuela?
Un día en clase de gimnasia, me quedé recluida en el banquillo porque a mi madre se le olvidó ponerme el chándal, eso quería decir que tenía un punto negativo por incumplimiento de uniforme en clase de gimnasia. Así que me dispuse a observar a mis compañeros como hacían la carrera de obstáculos en el gimnasio, algo que a mí se me daba muy bien, sobre todo las volteretas. Uriel se sentó a mi izquierda a darme conversación, pero no le escuchaba, me quedé prendida observando a la Cristina.
- ¿Me estás escuchando, mi amor? – me preguntó Uriel todo pasando sus manos por delante de mis ojos, regresé a la realidad mirándole con cara de idiota.
- ¿Qué pasa?- le dije.
- Eso me pregunto yo, ¿qué mirabas con tanta fijación? – dijo Uriel al mismo tiempo que miró hacia dónde miraba y se quedó sonriendo.- Ah, ya sé… ¡la estabas mirando, eh! Ay, es que empiezas tan joven, mi amor…- decía Uriel con una sonrisita de adolescente eufórico.
- ¿Qué dices? ¡No te entiendo!- dije arrugando la frente.
- Llevas semanas que no le quitas el ojo a la Cristina. Creo que es evidente, ¿no? – dijo Uriel, sus ojos brillaban de lo feliz que parecía.
Me lo quedé mirando intentando comprender sus palabras, pero no hubo forma.
- Ella te gusta. Es normal, es tan guapa. – de repente y sin saber porque me vino una vergüenza, aunque sabía que nadie podía verle, empecé a dejar de mirarle y miraba al resto de la gente.- ¿Sabes que todos los humanos nacéis bisexuales hasta que estáis preparados para decidir por qué lado decantarse?- dijo Uriel.
- ¿Bisexual? ¿Yo?... No… no lo creo.- dije.
- No te lo tomes a lo personal, mi amor. Es algo biológico a estas edades. Espera a que tengas quince y luego sabrás si eres lesbiana o no. – informó Uriel de forma tan natural que no le entendí demasiado bien.
He nacido en el corazón de una familia abierta a las expresiones del amor, no me importaba saber si era lesbiana o no, pero dentro de mí corazón me decía que no, pero que Uriel tenía razón, sentía cosas por la Cristina. La chica más guapa de la clase y con la que parecía ser la chica diez, es decir, buena, carismática, rubia, perfecta, amable, ayudaba a las personas, siempre con una sonrisa de buena y resaltaba en sus ojos azules su bondad en ella. Era perfecta. Por eso sentía cosas, con el tiempo me di cuenta qué clases de cosas y me gustaba sentirlo.
En realidad la Cristina nunca fue mala conmigo, pero las situaciones ambientales hacían que ella, al igual que el resto de la clase, se comportase de tal forma que me dejaban de lado. Deseaba en mí interior entrar en el grupo de amigas de la Cristina, era la misma que el de la Júlia, pero nunca pude serlo. Siempre era la rarita y por ende no tenía billete para entrar en ese grupo… los perfectos. A mí la Júlia cada día me caía peor, aunque mi corazón me impedía sentir esas sensaciones horribles hacia ella, y también mi trabajo como trabajadora de luz también me lo impedía, pedía cada día al universo no verla más en clase. Pensaba que si ella se iba, la situación sería diferente.
- ¿Por qué me miras?- escuché.
Mis pensamientos me hicieron evadirme tanto que no me di cuenta de que miraba a alguien bastante fijo, enseguida me dio vergüenza de nuevo y giré la cabeza. Guillem no quería que me quedase mirándole, ni a nadie de la clase, esa pregunta era muy frecuente en clase, pero no quería decirles qué pasaba por mí cabeza, a veces me ponía a pensar en mis cosas y sin querer me quedaba mirando a alguien sin motivo… intentaba disimularlo pero con el paso de los años, eso fue aumentando y me daba mucha vergüenza pedir perdón. Entonces, escuché a Guillem que se reía de mí junto a Nil y Aleix… así pasaban los tiempos libres en clase, cuando el profesor nos dejaba haciendo alguna tarea o no llegaba a clase.
El tiempo siguió pasando, llegó Marzo y casi a mi cumpleaños, nos tuvimos que ir después del colegio al hospital general de Vic, porque habían ingresado a la abuela Victoria. Su estado de salud emporaba tanto, que ya se estaba olvidando de cómo era caminar, se hacía encima y además ya dejaba casi de hablar, el médico dijo que mentalmente tenía la edad de tres años, su deterioro había avanzado muy rápido en sus últimos tres meses y que posiblemente no llegase al verano. En cualquier momento se le pararía el corazón, porque el tumor estaba tan grande que invadía ya la zona motora, por ende era el final de la vida de ella. Una abuela que no había podido conocer sin la enfermedad.
Papá agarró el tiquet del parquing y se lo dio a mi madre que estaba de copiloto, la barrera se alzó y mi papá pisó el acelerador. Estacionó el auto cerca de la puerta de entrada por la zona de visitas, por lo que me habían dicho, la abuela se había pasado la noche en urgencias, pero ya estaba en planta. Bajé del auto, me agarré a la mano de mi madre y cruzamos la calle, delante fumando se encontraba el Titi, cuando lo vi me fui corriendo hacia él, le abracé y me agarró en alto, siempre lo hacía.
Entramos a la recepción del Hospital, el Titi ya sabía la habitación, así que nos dirigimos hacia la derecha al fondo para agarrar el ascensor, el Titi les dijo a mis padres que estaba en la cuarta planta, pero como había tanta gente, decidió subir a pie, yo pedí permiso a mis padres para ir con él, y me fui con él.
- ¿Qué le ha pasado a la abuela?- le pregunté sabía que él me diría la verdad.
- Ha tenido un pequeño infarto de corazón, pero se ha recuperado. – informó el Titi.
Al llegar a la primera planta, empecé a caminar para seguir subiendo, pero la mano del Titi me frenó.
- Sabes… - dijo mientras que caminábamos por el hall de la planta, rodeamos los ascensores del personal sanitario y me llevó delante de una puerta de color verde que tenía un cristal redondo a la altura de la vista de un adulto, señalizó la puerta con una sonrisa y dijo – detrás de esta puerta, tú llegaste al mundo hace casi siete años.- dijo contento.
Nunca había vuelto a ese hospital hasta entonces, me sentí rara porque la última vez que había visto esa puerta, lloraba o intentaba llorar, porque tenía minutos de vida y tenía problemas para respirar, y se me llevaban por uno de esos ascensores hasta urgencias, para agarrar la ambulancia hacia el Hospital San Juan De Dios de Barcelona. Tuve algunos recuerdos muy pequeños, aunque no tenía bien la vista por ser una recién nacida, recordé ese lugar.
- Te di la mano por primera vez aquí. – dijo el Titi.
Lo recordaba. Me emocioné.
- Fue la primera vez que supiste porque estaba en este mundo, ¿verdad?- le pregunté.
- Así es. Al tocarte, te reconocí. – dijo el Titi contento.
Le di un abrazo, y luego volvimos a las escaleras.
PD. La próxima semana será el fin de la temporada con DOBLE capítulo, entonces haremos dos semanas de vacaciones y volveremos con la emisión de la segunda temporada el próximo 3 de septiembre del 2021. Aún y así, la semana del 23 de Agosto, volveremos con las reflexiones para la activación de la KUNDALINI de la tercera fase de la misión del YOSOY.
Recomendación: Timeless - Seríe de Netflix.
HR.
HERO&Corporation.
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