Con el inicio de las clases, también se inició mí último curso en el Tripijoc, me puse triste porque yo quería seguir más tiempo allí, pero como ya dije en otra ocasión, todo empieza y todo acaba algún día. Ese año, tuve una sorpresa muy agradable, resulta que Jesús y Aitor que tenían un año más y ya estaban en la secundaria, les permitieron estar un curso más. Pensé ¿a mí me dejarán también? Dejaremos el resultado para más adelante…
Comprendí porque les dieron esa chance, principalmente porque Jesús tenía muchos problemas cognitivos, y Aitor tenía muchos problemas de integración social. Por eso hicieron una excepción, porque en los seis años que llevaba allí, nunca había pasado, siempre sexto de primaria es el último curso allí. Al fin y al cabo, el Tripijoc era un centro social de integración, me di cuenta en ese momento que estaba metida en un grupo dónde cada uno teníamos nuestros problemas sociales o cognitivos, y por un momento me entró vergüenza. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? ¿Eso significa que soy como ellos? ¿Cuál es mí problema realmente para que esté aquí? ¿Eso va a cambiar la forma en como me vean los demás a nivel cognitivo?
Lo digo porque ese año, pasó algo completamente diferente y que me puso en una situación muy complicada, que me hubiese cambiado la vida por completo. Fuera del Tripijoc, hablamos del colegio en sí, la tutora de ese año, había leído los comentarios de los demás tutores que me habían tenido en los cursos anteriores, y no sé cómo le picó, por así decirlo, que pensó que el hecho de que el informe psicológico de primero de primaria dijera “dificultad cognitiva para aprender y seguir el ritmo de la clase”, pensó que mandarme a un psicólogo del hospital general de Vic, resolvería ese pequeño problema de aprendizaje. Antes de explicarlo, quiero decir una cosa, todavía no he comprendido si a la Ana le preocupaba que yo tuviera un problema y quería resolverlo o simplemente quería putearme. Ustedes juzguen por sí mismos, y si quieren me lo comparten en los comentario, les leeremos.
Era un viernes a la mañana, cuando la Ana después del patio me mandó a llamar, me fui a su mesa y la escuché.
- Laia, esta tarde tienes que ir a este sitio, que te estoy anotando en la agenda, con tus padres. Tienes que ir a un psicólogo para hacerte unas pruebas. Si terminas antes de las cuatro, puedes regresar a clase y sino, ya nos veremos el lunes, ¿de acuerdo?- dijo la Ana mientras me anotaba en la agenda un comunicado a mis padres.
- ¿Psicólogo?- pregunté arrugando la frente.
- Si, es una persona que te hará unas preguntas para ver cómo estás.- respondió la Ana.
- ¡Ya sé lo que es! ¿Por qué?- dije.
- No te preocupes, es completamente rutinario.- dijo como excusa la Ana.
No me gustó su intención, pero como ya les había llamado antes a mis padres, no pude zafar. Ese mediodía me fui a almorzar en casa del abue, y casi a las tres de la tarde me fui a casa, con mis padres agarramos el auto y nos fuimos a Vic. El hospital General de Vic, habían hecho una nueva hala de psiquiatría a cincuenta metros del Hospital, papá estacionó el auto en un parking y nos fuimos a esa nueva hala que había plantas, un parque y además muchos árboles, un lugar realmente hermoso. Todo el edificio estaba acristalado a lo moderno, en plan que lo había diseñado un arquitecto del siglo XXI.
Entramos y vi el cartel que decía “Psiquiatría” además que había otro cartel que decía el nombre Osona-ment. El miedo que ya sentía por mí venas aumentó y el corazón empezó a notarse fuerte dentro del pecho, agarré la manito fuerte del Arcángel Uriel y seguí a mis padres hasta el primer piso, nos sentamos en la sala de espera dentro de un silencio que parecía que estaba en el corredor de la muerte. Mis padres estaban muy preocupados, el arcángel Uriel también tenía la cara desencajada y yo no sabía qué estaba pasando y me preocupé aún más.
Salió la psicológa a saludarnos, pero primero quiso hablar a solas con mis padres, y nos dejaron a Uriel y a mí en la sala de espera.
- Dary, ¡tengo miedo! ¿Qué es lo que está pasando?- le dije mirándole a los ojos.
- Te van a hacer unas pruebas, dónde quieren ver si tienes autismo, ¿sabes lo que es? – explicó Uriel.
Dije que no con la cabeza.
- Autismo son aquellas personas que les cuesta mucho mantener contacto físico con los demás, aparte de que les cuesta mucho todo el tema de socializar con otras personas. Hay diferentes niveles, pero sé que tú no tienes eso. – dijo Uriel mientras que me abrazaba por la espalda.
- ¿Por qué crees que no?- le pregunté.
- ¿Te molesta que te abrace?- dijo Uriel.
Dije que no con la cabeza.
- Una persona con autismo no aceptaría el contacto físico sin excepciones. – dijo Uriel.
Problemas sociales, lo entendí, la Ana se estaba preguntando porque no hacía amigos más allá del Sergi i la Saida, porqué en clase teníamos esas diferencias tan grandes, porque tanto al Sergi como a la Saida también eran “marginados sociales” en la clase. Pero ¿hacía falta llegar a estos extremos y hacerme pasar este miedo?
- ¿Y si dice que si?- pregunté muy asustada.
- Te van a cambiar de colegio, y te llevarán a San Tomás. – respondió Uriel.
¡Mierda! San Tomás es un colegio para niños con Sindromes de Dawn y problemas cognitivos importantes, los autistas también van. Sabía que si iba allí, se iba a la mierda todo mí futuro, los guías veían que también era una situación compleja.
La psicóloga me dio paso a su despacho, en todo momento fui agarrado de la manito de Uriel, no quería que me dejase sola y él no lo hizo. Me senté en la silla y ella que se llamaba Montse, se sentó en su lugar.
- ¿Cómo estás, Laia?- preguntó la psicóloga con una sonrisa.
Era bajita con el pelo corto rubia, siempre llevaba pendientes grandes y estrambóticos de colores muy vivos, su energía transmitía muy buena onda, pero la situación era compleja. Aunque quería contestar, no me salían las palabras, noté como Uriel me acariciaba la espalda para que me calmara, le miré de reojo, sonreía un poco pero me di cuenta que lo hacía forzado para calmarme, se avalanzó hacia a mí.
- Simplemente se tú misma pero no le cuentes ni des por sentada de nuestra existencia, ¿de acuerdo? Confiamos en ti, mi amor. – me susurró en la oreja izquierda Uriel.
- ¿Qué hago aquí?- le pregunté a la psicóloga.
- Uy, veo que quieres ir al grano…- dijo mientras que encima de la mesa abrió un pequeño dosier y me empezó a mostrar las páginas.- solo queremos hacerte unas pruebas, pura rutina, nada grave.- dijo la psicóloga.
- ¿Para qué?- pregunté.
- Es pura rutina, no te preocupes. ¿ves estos ejercicios?- me dijo, dije que si con la cabeza, eran rompecabezas de lógica, y ella prosiguió.- ¿crees que podrás hacerlos con un cronometro?- me preguntó mientras se sacaba del bolsillo un cronómetro.
Le miré a los ojos cafés en silencio. Uriel volvió a acercarse.
- Hazlos. – susurró Uriel.
- ¿Cuánto tiempo tengo?- le dije.
- Un minuto por cada ejercicio.- respondió la psicóloga.
- De acuerdo. ¿Tiene un…?- dije y me entregó un lápiz y un bolígrafo, me dejó elegir, y elegí el bolígrafo.
La psicóloga preparó el cronometro y empezó a girarme el dosier para tenerlo de mi lado, pero le paré poniendo la mano encima del papel.
- Así está bien.- dije.
- ¿Del revés?- dijo la psicóloga sorprendida.
- Si. ¿Acaso no sabe leer ni escribir al revés?- le dije mirándole a los ojos fijamente, ella no se lo podía creer.
Se aclaró la voz y puso en marcha el cronometro, y yo simplemente me dispuse a hacer el primer ejercicio. No me acuerdo bien qué eran pero todas relacionadas con lógica y números. Empecé a escribir las respuestas al revés y en menos de quince segundos ya tenía el ejercicio hecho. Dejó el bolígrafo encima de la hoja y le miré a los ojos, flipaba. Revisó el ejercicio y me miró con los ojos como dos platos.
- Correcto.- dijo haciendo una pausa.- Es la primera vez que veo que alguien sepa escribir incluso al revés. ¿Sabes hacerlo normal?- me preguntó.
- Claro, pero he pensado que quería un poco más de emoción, ¿no?- le dije mirándole a los ojos, y proseguí.- al fin y al cabo, sabemos porqué estoy aquí.- le dije.
Ella tragó saliva y seguimos por los demás ejercicios, al final hice algunos más del revés y luego del derecho. Las diferentes pruebas también incluían buscar palabras en un texto y sobretodo operaciones matemáticas y de geometría que todavía no había dado en clase. Incluso había juegos de tangram, memory y de operaciones matemáticas complejas.
Tuve que regresar todos los lunes a la tarde hasta principios de diciembre, esas pruebas eran duras y me las repitieron varias veces por si acaso había sido suerte o para descartar cualquier cosa que me pudiera ayudar. En ningún momento me ayudó Uriel, él simplemente era testigo de lo que se hacía pero se quedaba callado y muy quieto para no darme ninguna pista. Con cada semana que pasaba, me di cuenta de que descartaban el autismo y problemas de cognición, más bien la Montse quería averiguar que inteligencia tenia, y por eso un lunes me quiso hacer un test de inteligencia.
- Ya tengo los resultados de tu test de inteligencia.- explicó la psicóloga.
- ¿Cómo ha ido?- le pregunté.
- Estoy muy sorprendida, porque has sacado la puntuación más alta, ¡nunca había tenido un paciente así!- dijo sorprendida ella.
- ¡Esa es mi querida Laia! ¡Sí señora! – vitoreó Uriel agarrándome por la cintura, yo sin querer sonreí pero le tuve que mirar a la psicóloga para no darle indicios de que había alguien más con nosotros, sabía que no era bueno explicarle la existencia de Uriel, eso no me sacaría de allí jamás.
- ¿Le puedo hacer una pregunta?- le dije.
- Claro.- respondió.
- ¿Cuál es su número favorito?- le pregunté.
- Em… no lo sé, nunca me he planteado tener uno…- respondió.
- ¿Cómo? ¡Eso es imposible! Debe haber un número que le llame especialmente la atención.- le exigí.
- No, me gustan todos… no sé. ¿por qué es imposible?- preguntó intrigada.
- Todos tenemos un número que nos representa, que nos dice exactamente como nos sentimos y nos expresamos. Si todavía no lo sabe, déjeme que le diga cuál, ¿puedo?- le pregunté.
- Si, claro.- dijo.
Le miré a la cara, pero luego desvié la mirada a su izquierda y vi a su ángel de la guarda.
- Es el 5 – dijo su ángel de la guardia.
- El 5. ¿Le dice algo?- le pregunté.
- Si, nací en Mayo.- dijo.
- Ese número es muy importante, religiosamente significa las cinco voluntades del hombre: voluntad de sentir, voluntad de hacer, voluntad de pensar, voluntad de decir y la voluntad de saber. Pero en la historia de los números el 5 representa enfrentar esas barreras que se interponen en su camino. Y espiritualmente significa una alabanza a sus deseos más escondidos, como un punto de sujeción ante las adversidades de la propia desdicha.- le expliqué.
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