Tenía razón, vivir en una dimensión tan material a veces pierdes el norte, suerte tenía de Uriel que me devolvía a la esencia de las cosas. Miré a mis familiares, uno por uno, sin que ellos se percataron que les estaba mirando, y admiraba cada gesto, cada palabra y cada acción que hacían. Sentí en mí corazón un sentimiento de agradecimiento, caí en esta familia porque soy parte de esta familia. Sonreí ligeramente y me sequé los ojos disimuladamente, y le susurré a Uriel un “gracias” que terminó que él me abrazó de forma lateral.
Quizás no daba mala suerte no tirar petardos, lo importante era reunirse con los tuyos y estar bien. Luego miré al cielo, me fije en dos estrellas y a lo lejos la pequeña luna sonriente, y di un “gracias” interno al universo por todo lo que hacían conmigo. Luego me levanté, Uriel me seguía como buen ángel guardián que es, miré por la barandilla, estaba algo oscuro pero se estaba bien, la calor estaba algo moderada, aunque me sentía como un bollito al horno con los pantalones. Luego al girarme, vi que detrás de la silla de Rafalé había una lámpara de pie, en plan de aquellas que salían en las películas de Gansters dónde el policía malo decía “¡Confiesa!” y le enfocaban con la lámpara a la cara y confesaba.
Me fui para allá, y me di cuenta que entre la silla y la lámpara había una maceta muy grande redonda con un Cactus a tan solo un metro de distancia. Miré el Cactus y me pregunté ¿con lo grande que es la terraza, qué hace esto aquí? Pero lo ignoré, me coloqué detrás de la silla de Rafalé, él estaba sentado hablando con mi padre de una cosa, cuando terminó…
- ¡Rafalé, Rafalé!- le grité.
Rafalé se giró y me miró.
- ¡Confiesa!- dije mientras le iluminaba la cara con la lámpara.
Rafalé se asustó, tiró la silla atrás, atrapándome con las piernas entre la silla y la maceta del Cactus, me agarré a la lámpara, pero ya era demasiado tarde, porque había perdido el equilibrio y me estaba cayendo literalmente hacia el Cactus. Perdí el equilibrio y yo veía las cosas en cámara lenta, ¿saben? Vi como todos se levantaban lo más rápido posible, pero todo a cámara lenta, y yo con una cara “¡Ay que me estoy cayendo!”. De repente, noto como alguien me agarra por la cintura con fuerza y me atrae hacía él, miré hacia arriba y vi al Arcángel Gabriel que me estaba intentando salvar la vida, porque me estaba cayendo literalmente de culo en el Cactus.
Pero, luego resulta que él se tropezó con Uriel, que intentaba ayudar también y terminamos los tres como fichas de domino, caídas en el suelo, uno encima del otro, con la “desgracia” de que mis piernas se quedaron encima del Cactus. Cuando todo volvió a la velocidad normal, obviamente que los arcángeles ya no estaban visibles para los demás, pero algo supongo que vieron, como una energía blanca y anaranjada que iba a gran velocidad hacia mí.
Todos los familiares estuvieron conmigo, me ayudaron a levantarme y empecé a tener dolor, uno pensó que me había roto una pierna, pero no era ese el dolor, sino como que algo se me clavaba. Me puse de pie, y fuimos lentamente hacia la sala de estar, resulta que el pantalón estaba lleno de espinas del Cactus. Con cuidado me quitaron el pantalón, y algunas estaban clavadas en la piel de las piernas, pero como eran tantas, decidieron al final, ponerme una toalla en plan Romano, y llevarme a Urgencias del hospital de Vic. ¡Qué vergüenza!
Por el camino, tuve que estar detrás estirada boca abajo, sin cinturón de seguridad, mi padre manejó con prudencia por si acaso no tener un accidente. Llegamos allí, entré y las enfermeras de la entrada me miraron con unos ojos que la vergüenza no paraba de aumentar, y yo “¡Hola qué tal!” madre de dios…. Mamá fue a decirle lo qué había pasado, y como no me podía sentar en la sala de espera, tuve que esperar de pie, por suerte me atendieron enseguida.
Rafalé quería entrar, pero yo le dije que no, estaba muy enojada con él. ¡Cómo se le ocurre tener el Cactus allí cerca de la mesa con lo grande que es su terraza! Lo sé, lo sé, fue culpa mía jugar a Confiesa (no he vuelto a jugar a eso nunca más), pero también es culpa suya, porque estaba en un lugar dónde era fácil tropezarse. El enojo con él, me duró un par de años, nunca había estado tan enojada con un familiar por tanto tiempo, pero es que motivos los tenía.
- ¡Ya te dije yo que te tenías que poner esos pantalones!- decía mí madre.
Si, si, entiendo que allí mi madre de alguna forma que no sabemos decir en esta dimensión, algo o alguien le avisó de que me tenía que poner esos pantalones para no sufrir más. Que la vergüenza ya me subió demasiado, porque además, el médico me puso una crema anestésica y me tuvieron que quitar las espinas, con unas pinzas, y sacaron más de cien y la mitad se quedaron enganchadas en el pantalón. Este Cactus tenía las puntas como algo un poco nocivo para la piel, no era venenoso, pero si que las enfermeras me hicieron tomar una pastilla, que era para matar algo que quizás el Cactus tenía en las espinas.
Una hora y media más tarde, salí de la consulta para mí casa, con un poquito de miedo de querer sentarme, no me dolía nada, pero el susto lo tenía. Y decidimos terminar la fiesta en nuestra casa, yo me puse el pijama, encendí la tele, la familia estaban en la terraza y yo me puse a ver con Gabriel y Uriel la peli de Biteljuice que estaba recién empezada. Pero antes cuando nadie miraba, le di un abrazo muy fuerte a Gabriel por haberme salvado la vida y otro a Uriel por habernos ayudado tanto. Además, con el tiempo Rafalé iba comentando que ese verano el Cactus dio muchas flores, y yo le decía “¡Claro cómo ha probado la Sangre Humana…!”.
Durante ese verano, las cosas empezaban a cambiar bastante, para empezar Sitges ya solo era un simple recuerdo de infancia, me dolía en el alma admitir que se habían acabado esos tiempo tan hermosos. Me fui de colonias con el tripijoc en el Esquirol, fue muy bonito la verdad, sabía que eran las penúltimas, no la podía creer que en cuanto empezase sexto también sería mí último año en ese centro. Me estaba haciendo mayor y tantos cambios de golpe me sentían horrible, porque el miedo a lo desconocido seguía aumentando día tras día.
Recuerdo que allí en el Esquirol, en el momento que elegimos las camas para dormir, yo me pillé la cama de arriba de una litera que había lo más próximo al baño. No era porqué tuviera problemas, sino porque la luz del baño se dejaba encendida por la noche y así hacía efecto lámpara. Todavía tenía mucho miedo a la oscuridad y sabía que me estaba haciendo mayor y algún día tenía que enfrentarme a ello, pero no era el momento todavía. En la cama de abajo, se puso la Elisabet (otra chica que venía del Pompeu Fabra), en este caso era una niña que tenía tres años menos que yo y que además tenía problemas cognitivos graves.
No me importó que se quedase la cama de abajo, al lado a un metro de distancia, en la cama de abajo estaba la monitora Maribel. Lo que pasa que la Elisabet, necesitaba que la cuidase mucho, ella se hizo amiga mía porque los demás no la aceptaban y yo simplemente acepté su compañía porque me importaba mucho su integridad social y también conocerla, porque parecía una chica muy bonita. La gente me preguntaban porque iba con ella si apestaba, no era una forma de hablar, sino era literal, estar a su lado notabas casi siempre un olor bastante horrible, pero es que los demás no sabían que a pesar de tener ocho años, usaba pañales todavía, porque resulta que la maduración de su cerebro no se efectuó correctamente en la zona dónde se puede tener un control del esfínter.
A mi no me importaba nada de eso, si que a veces era un poco difícil estar a su lado con ese olor, pero le tenía que recordar ir al baño y cambiarse los pañales, que aprendió a hacerlo solita. Realmente necesitaba mucha ayuda a nivel cognitivo, no se sabía elegir la ropa para vestirse, tampoco sabía como usar los cubiertos, ni mucho menos como untar la tostada con mermelada. Así que me ofrecí a enseñarle, y ella siempre me dice que le ayudé mucho y eso me alegra un montón. A lo largo del año, vi que iba mal en alguna materias del colegio, y como eran temas que ya había hecho y superado, pues me ofrecí al igual que hice con la Saida a enseñarle y ayudarla a que lo entendiera y así fuese mejor en el colegio.
Fui conociendo a sus padres, y entendí porque le pasaba todo eso, y es que sus padres también son discapacitados intelectuales, y ella ha salido más a su madre. No lo han tenido fácil en sus vidas, porque a pesar de que muchos están en contra de que personas así se reproduzcan o se casen, la sociedad tampoco les ha ayudado mucho. No me refiero a la ONCE sino al resto de la sociedad, la que se piensa que por haber nacido sin problemas, se piensan que son dueños del mundo, cuando no lo son. Yo a la Elisabet le hablo como una persona, es decir, no son bebés, son personas que como cada uno de nosotros, ven el mundo que les rodea de una forma u otra. Pero no te piensas que a pesar de ver a una chica que aparenta tener vente años, le tengas que hablar como un bebé o como un niño de siete años, porque a ti te parezca que tener problemas cognitivos signifique quedarse en la niñez y no avanza nada. Entiendo que les cueste, pero tú lo repites las veces que haga falta, pero no son bebés, ¿de acuerdo?
Estaban pasando los cuatro días muy rápido allí en el Esquirol, y pasó algo que no entendí muy bien. Era la última cena allí, y al terminar los que no les tocaba limpiar las mesas, nos íbamos a jugar al primer patio que había, mientras que los monitores se hacían el café o el té. No sé qué pasó que de repente la Elisabet subió de la zona de las habitaciones y cuando pasó el puente por debajo porque ese puente iba al comedor, se puso de rodillas y empezó a llorar pero como si se le hubiese muerto un familiar o algo, allí. Fui a por ella, pero no cesaba de llorar, así que le pedí a una persona que se quedase con ella, que iba a buscar a los Monitores, no sé qué le pasó pero estuvo un buen rato llorando.
No sé si lo saben, pero las personas con discapacidades cognitivas suelen ver las otras dimensiones, es decir que ven a los ángeles, Maestros Ascendidos y tal. No se supo qué le pasó, pero Uriel y yo hablamos de lo que quizás le pasó…
- ¿Qué crees que ha sido? – preguntó Uriel preocupado.
- Yo la he visto que venía de las habitaciones, pero cerraron la puerta para cenar, siempre lo han hecho así. De hecho seguía cerrado, ahora que lo hemos comprobado. Habrá visto algo… pero ¿qué?- dije.
- ¡Vamos a comprobarlo!- dijo Uriel me ofreció la mano y se lo acepté.
Si la puerta estaba cerrada, significa que lo qué había pasado fue allí delante, nos fuimos allí y observamos. Estábamos en el camino al aire libre, llovió durante la tarde que nos mantuvo en la sala de juegos allí durante dos horas. Todo estaba prácticamente a oscuras, se iluminaba el camino con pequeños fanales de luz, quizás le tenía miedo a la oscuridad, o quizás… vio algo más… me giré y miré hacia el camino que seguía hasta llegar al bosque, empecé a caminar y Uriel vino detrás, sentía que algo había allí.
Me detuve en cuanto el camino dejó de estar asfaltado, y miramos directamente al bosque, en silencio. A pesar de ser oscuro y que no se veía nada, no se escuchaba ni un insecto o animal nocturno y eso no era nada normal.
- ¿Quién anda allí?- pregunté firmemente.
- No se oye nada. ¡Aquí pasa algo! – susurraba Uriel.
- ¡He dicho! ¿Quién anda allí?- repetí alzando un poco más la voz.
Las ramas de los árboles que teníamos más cerca empezaron a moverse, podría ser fruto del aire, pero es que no había aire, entonces apareció ÉL.
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