- ¿Qué pasa?- pregunté.
- Oye, ¿esto va ser así todo el rato o… harás algo distinto después?- preguntó la Xenia.
Quería responderla, pero los compañeros empezaron a contestarse a si mismos sin dejarme la oportunidad de hacerlo, allí estaban, opinando de lo que había en mi dibujo, intentando comprender qué cuernos hacía, sin apenas dejarme expresarme dentro del dibujo. Esos comentarios empezaron a ser un problema, para que pudiera continuar mi dibujo que ellos consideraban que era de carácter abstracto.
- ¿Por qué haces cuadraditos tan pequeños?- preguntó Guillem.
- Yo creo que lo hace porque lo quiere hace geométrico, ¿no?- respondió Eloi.
- No, no creo… lo hace así porque es uno de esos dibujos que no acabas encontrándole el sentido.- dijo la Cris.
- Algo de sentido tiene que ver- dijo Carmencita.
- Pero eso si, para dentro de dos semanas no sé si lo tendrás…- comentó la Cris.
- Laia, tendrás que trabajarlo en casa.- dijo Carmencita.
Sonó el timbre y lo agradecí, mientras comentaban, yo intentaba continuar pero era imposible, mis orejas no podían ignorarlos y permitir escuchar a mi corazón. La clase terminó y empezamos la siguiente, ellos se fueron a sus sitios algo malhumorados porque querían seguir comentando, mientras que yo guardaba el dibujo en la carpeta y sacaba los libros de español, vi al arcángel Uriel agachado con sus brazos encima de la mesa suspirando agobiado poniendo los ojos en blanco.
- Por fin… - dijo.
- No sabía cómo podía pararlos, Dary. No me dejaban dibujar.- le confesé susurrando.
- Lo siento, mi amor. De repente estabas rodeada y no he podido hacer mucho. – respondió Uriel.
- La próxima vez, pide refuerzos. Te doy mi permiso. Necesito poder dibujar.- dije.
- Ok, hablando de ello. ¿estabas canalizando, verdad? – preguntó curioso e interesado.
- No lo sé… solo estoy tratando de escuchar a mi corazón, que me va indicando qué debo dibujar. Como dices tú, el arte no se entiende con la mente, sino con el corazón. – le expliqué.
No dijo nada más y empezó la clase de español.
Estaba realmente preocupada cómo sería Navidad en casa después de tantos cambios, las primeras navidades sin el Titi, además con el piso de la abuela Vitorina vendido, ¿cómo serían? Me daba bastante apuro aceptar ese cambio, pero no quedaba otra. Cuando entregué el álbum de dibujo a casa, mis padres ni se inmutaron a revisarlo, pero la abuela si, el dibujo final quedó peor de lo que esperaba, con tanta gente opinando, no escuché a mi corazón y finalmente terminé pintando el fondo con un color amarillo difuminado, sabía que eso no era lo que quería expresar, pero Carmencita carecía de paciencia y la clase, tenía demasiada curiosidad, me presioné solita y al final quedó como quedó.
A partir del mediodía del día de la lotería de Navidad, ya estaba oficialmente de vacaciones de Navidad. Ese año nos dio buena suerte, porque en la Lotería tocaron como máximo 1.000€, algo inesperado pero muy agradecido que se repartió entre tres hermanos de mi madre, solo los que habían participado. No éramos millonarios pero ayudó un poquito.
En nochebuena, las cosas habían cambiado, ya no nos reuniríamos los Garcia para cantar villancicos o hacer el bobo para sacarnos unas risas, sino que ahora, el Tiet Josep vendría a cenar a casa para celebrar la Navidad. Me gustaba la idea de que viniera, pero lo que no me gustaba eran los gritos que mi padre y mi madre hacían por tener la salita en orden, para poder recibir esa visita, era un estrés complicado que me creó un patrón negativo que me impedía ser ordenada o limpiar cualquier cosa por propia voluntad, sino que si lo tenía que hacer, siempre era una montaña por los cuales no quería ni subir.
Tenía que estar todo listo, la cena, la mesa decorada de Navidad, el picoteo del primer plato, el belén con todas las figuritas bien puestas, la casa dónde vivíamos era pequeña para recibir visitas, porque no tenía comedor propio, nosotros normalmente solíamos comer y cenar en la cocina, pero con las visitas, teníamos que usar la pequeña salita para poder recibir comensales a cenar. Era agobiante, porque teníamos que entrar la mesa de la terraza, que era la típica de plástico, con las sillas de la cocina (todo decorado al estilo de los 90).
A las 9:30pm el Tiet Josep llamó al timbre y la nochebuena empezó, él llegó con una sorpresa, una bolsa de Chuches y 5€ en monedas de 1€. Nada más llegar me lo dio tras decir “¡Feliz Navidad, Laia!”, lo agradecí con una sonrisa muy agradable, pero lo tuve que guardar para el postre. Nos sentamos en la mesa y empezó la celebridad, a pesar de este cambio fue muy divertido, con el Tiet Josep se podía hablar de cualquier cosa y echarte unas risas, él como ya les había compartido en otras ocasiones, era un curioso innato aunque ya estuviese jubilado, nunca dejó de aprender cosas que le interesaban de la propia vida, observaba a las personas, como seres llenos de amor y curiosidad que se merecían seguir adelante y aprender mucho de la vida, que era como él ya estaba acostumbrado, un gran maestro de vida.
Nunca le escuché al Tiet Josep dar alabanzas a Dios por sus creaciones, algo que la abuela solía repetir cuando la situación no lo comprendía. Él siempre buscaba la razón de porque ocurría eso, algo que sin querer yo también hago, aunque yo si que doy gracias al universo y a Dios por todo lo que se puede aprender en tan solo un día de vida. En ese sentido, él me comprendía mejor por todo lo que me sucedía, en un momento en que mis padres estaban en la cocina preparando para servir el segundo plato, me quedé a solas con él, de fondo había música pero nos invadió la melodía, hasta que vi como la pared del fondo empezó a brillar muy fuerte, hasta que desapareció, me quedé inmóvil curiosa viendo eso. De allí entró un Maestro tan hermoso que no había visto jamás, tenía el pelo rubio hasta los hombros, llevaba una túnica anaranjada y era muy alto, saltó del sofá y se quedó con nosotros, me miró porque sus ojos color miel me dejaron hipnotizada.
- ¡Gracias por invitarme! – dijo el Maestro, le puso la mano encima de los hombros del Tiet Josep me di cuenta de que él también lo veía. Flipé.
- ¡Bienvenido Melchizinek!- dijo contento.
Nunca había invitado un Maestro Ascendido a pasar las Navidades con nosotros, aunque cuando mis padres regresaron de la cocina, ellos no lo podían ver, y me quedé arrugando la frente, pensando un motivo de porque no lo veían, si era hermoso.
Uriel le entregó una silla al Maestro, se quedó sentado entre el Tiet Josep y yo, se me cortó un poco el hambre pero lo agradecí que viniese, hizo que la Navidad fuese más agradable.
- ¡Laia, creo que he escuchado un ruido a arriba! ¿Puedes ir a ver qué pasa? Podría ser… papá Noel- dijo mi padre.
- ¡Si voy!- dije.
Me fui al segundo piso, buscando si encontraba a Papá Noel, sabía que no era real, pero así lo hacíamos en casa. Pensaba que me acompañaba Uriel como de costumbre, pero fue el Maestro, así que nos quedamos en el pasillo del segundo piso en silencio para que papá me diese permiso para volver a bajar.
- ¿Por qué mis padres no te ven?- le susurré.
- Para vernos no necesitamos los ojos, sino el corazón, cuanto más puro sea, más nos pueden ver. Tú corazón es muy puro, Laia, espero que lo conservas mientras vayas creciendo en esta encarnación que has elegido volver. No sabes lo felices que estamos los Maestros y los Ángeles de que tengas casi diez años y sigues a nuestro lado.- susurró el Maestro con una sonrisa de todo corazón.
- Me gusta la compañía.- bromeé.
Nos pusimos los dos a reír disimuladamente.
- En realidad hoy yo no debería estar aquí, esta noche mi presencia tenía que estar junto con mis hermanos, pero tu tío me explicó como te sentías, y decidí venir. Dijo el Maestro, aprovechó para hacer una pausa para respirar, me miró a los ojos, puso cara de compasión, y prosiguió diciendo - ¿lo echas de menos? – preguntó.
No pude contestar, pero le dije que si con la cabeza con los ojos vidriosos. Me enctraron ganas de llorar, siempre lo había hecho solo ante la presencia del arcángel Uriel o de Gabriel. Mis dos angelitos que tengo mucha confianza y que puedo expresarme libremente, más de lo que puedo hacer con mis amigas.
El Maestro dio un paso hacia a mí, y pasó uno de sus brazos por encima de mis hombros y se agachó, automáticamente me abracé a él y lloré, mientras que él acariciaba mi espalda.
- Tranquila, Laia. No eres la única que esperamos su regreso. – añadió.
- Va a pasar un año, ¿cuánto más tendré que hacerlo?- pregunté entre sollozos.
- Lo que haga falta, para un ángel es más complicado, y más si eres de un rango menor. – respondió.
- ¿Por qué?- pregunté.
- Hay normas que se deben respetar. Ten fe, es simple. – respondió.
Entonces papá me llamó, me dirigí hacia las escaleras, pero me quedé quieta un momento, me giré y le ofrecí mi mano al Maestro.
- Si debemos esperar a que se cumplan las normas, ¿puedes enviarle un mensaje?- le pregunté.
- Claro – dijo el Maestro curioso y atento.
Él se agachó y le susurré en la oreja.
Al día siguiente, el tiet Josep regresó a almorzar para celebrar la Navidad, habían cambiado las cosas, pero de alguna forma me mostré positiva, me dije a mí misma “regresará, y cuando lo haga, quiero que vea que no me he dejado vencer por la tristeza, el mundo ha seguido como si nada, y yo, ya no voy a lamentar más su pérdida, hay un amanecer que no me quiero perder”. A partir de ese momento, no lamenté más la muerte del Titi, miré al futuro y empecé a hacer lo que tenía que hacer en el corazón.
El día de san esteban, junto con mi padre, nos fuimos a patinar en la pista de hielo, hacía muy poco tiempo que había aprendido a patinar, pero sobre hielo era muy distinto, el hielo resbala, y daba un poco de miedo, pero con este regalo que había aprendido en Navidad, nada de negatismos, solo positiva, pues acepté. Me pasé casi todo el tiempo agarrado de la barandilla pero fue muy divertido.
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