Sabía que me jugaba algo grave, nunca les había mentido a
mis padres, ni les había hecho algo parecido jamás. Pero yo no podía volver a
clase sin Gabriel, le necesitaba, la energía de la clase me estaba matando, y
si en algún momento los adultos supieran por qué no quería ir a clase, quizás
no acabaría la secundaria en ese centro y estaría como al primo Aros.
-
¡Tiene que
haber una forma para que puedas ir a clase y no te afecte la energía! Amor,
eres de la orden de san migue arcángel, algo se te tiene que ocurrir para poder
protegerte, ¿no?- decía Uriel preocupadísimo por las futuras repercusiones
si esto continuaba así.
-
Lo he intentado todo, y el arcángel Miguel no me
está ayudando lo suficiente. ¡Necesito a Gabriel!- le insistí.
-
¡Está de
misión! Y no sabemos cuando volverá… ¿Te piensas quedar aquí hasta que vuelva?-
dijo Uriel se le notaba que estaba llorando o a punto.
-
Tampoco me gusta esto, pero sí. Esperaré lo que
haga falta.- le dije.
Para que mis padres no sospecharan de nada, guardé la
mochila en el armario de mí habitación, se suponía que al mediodía iba a
almorzar sin la mochila que la dejaba en clase. Ese día me tocaba ir a casa de
la iaia Filo, le hice prometer a Uriel que no dijera nada a Chamuel ni al ángel
de la guardia del Tiet Josep. Pero en el momento que vi al Tiet Josep por el
cementerio que estaba acercándose a casa de la iaia, crucé la avenida de Roma y
estuve con él.
-
Tiet, ¿puedo decirte algo importante antes de ir
a casa la iaia? Es un secreto entre tú y yo.- le dije.
-
Claro, ¿qué te pasa?- dijo el tiet Josep
preocupado.
Le conté que había hecho pellas, se quedó sorprendido.
-
¿Puedo quedarme a la tarde contigo? Es para
hacer tiempo, mi padre no regresa al trabajo hasta las 3:30pm.- le pedí.
-
Si, no te preocupes, iremos a dar un paseo.-
dijo sin pensárselo mucho.
-
Gracias. A la iaia, ni una palabra, ¿vale?- le
pedí.
-
Vale.- dijo.
Llegamos juntos a casa la iaia, se sorprendió, pero fingimos
que nos habíamos encontrado por el camino, como si el universo hubiese actuado
a través de nuestros espíritus. La iaia como cada lunes, nos sirvió el
almuerzo, me intentó hacer preguntas sobre el colegio, yo simplemente fingí,
cada vez que lo hacía Uriel me miraba con cara de culpabilidad.
Me fui con el Tiet Josep como si me fuera a clase, la iaia
no sospechaba absolutamente nada. Pero nos fuimos a dar una vuelta, subimos al
Poquí y luego fuimos a su casa en Gràcia, me dejó en sus casa de finales del
1800 solita, porque quería ir a tomarse un café a Ca la mañana. De hecho él
tenía planes, había quedado con su novio Rafel, por eso acepté quedarme en sus
casa tan vieja, mirando la televisión.
El Tiet Josep, nunca le había dicho a nadie que era gay,
pero una vez me lo dijo a mí en confianza, sabía que además tenía novio aunque
él ya tenía 75 años, y su novio era cinco años mayor que él. Nunca habían
salido del armario, ni salieron nunca del armario, principalmente porque Rafel
estaba casado con una mujer llamada María, pero también al Tiet Josep le daba
miedo lo que pensaban los demás de él si supieran que le gustaban los hombres.
Sobre todo porque a mi abuela, no lo aceptaba, y nunca lo aceptó.
Mis padres ahora en la actualidad lo confirman, pero nunca
tuvieron esa confesión que yo tuve directamente del Tiet Josep antes de que él
muriera. (Lo siento por el spoiler pero está claro que no iba a tener casi cien
años… ya hablaremos de ello en su momento).
Estando en la casa a solas, la televisión la apagué porque
era tan vieja que no se veía muchas canales. El Uriel y yo empezamos a charlar
sobre nuestras cosas, Gabriel seguía sin dar señales de vida, pero empezamos a
escuchar sonidos extraños que venían del baño.
-
¡Sh! ¿Has oído eso?- le dije al Uriel.
-
Algo pasa
en ¿la cocina? – preguntó Uriel en susurrando.
En ese momento la puerta del baño se abrió sola, sin
corriente de aire porque estábamos en Octubre y ya el frío se había presentado.
Daba un poco de cague porque además estaba un poquito oscuro, pero nos
levantamos y lentamente fuimos hacia el baño. Encendí la luz del baño, ok, no
funcionaba. Era un baño sin ventanas, con los azulejos blancos en plan 1890 más
o menos, era la casa dónde vivió él junto a la bisabuela Iaia Roser, con mi
abuela y la tía Cristina, después de las inundaciones del año 1940.
Durante la inundación el agua del río llegó a medir más de
20 metros de altura de lo que suele ser habitual. Mi abuela, mis tio y mí tía,
junto a mí bisabuela recién viuda, perdieron su casa, ya que vivían al lado de
la salle por la calle San Antonio (la calle de atrás). Recuerdo que mí abuela,
me dijo, que llovió tanto durante más de cinco días, que la gente iba en barca
hasta la plaza, debido a que los pisos de esa calle tenían una estructura de
madera, ella, junto a su madre y sus dos hermanos gemelos (Cristina y Josep),
tuvieron que subir al tejado, porque el agua les entraba por el balcón y vivían
en un primero. Al final, tuvieron que saltar de tejado en tejado, y cuando
saltaban al otro tejado, el bloque de pisos que habían dejado atrás, se caía
completamente para terminar bajo el agua. Mi abuela tenía solo 14 años y sus
hermanos 11 años.
Luego decidieron ahorrar como pudieron y se compraron una
casa en el barrio más alto de Manlleu que era Gracia. El tiet Josep se quedó la
casa, de hecho cuando la iaia Roser murió, le dejó la casa al único varón que
tuvo, porque las chicas ya estaban casadas y con hijos. La iaia Roser murió en
el 1981 a la edad de 80 años.
Sentí una ráfaga de aire frío delante de mis narices.
-
¿Quién hay ahí?- dije.
No recibí respuesta.
-
¡Manifiéstate!- dije.
El armario que había encima del lavabo se cerró, dónde había
un espejo, me podía ver pero detrás de mí, vi el rostro de mi bisabuela
mirándome fijamente.
-
¡Iaia Roser!- dije feliz.
Me giré y la vi delante de mí, llevaba el moño con el pelo
canoso, un vestido negro (en plan la abuela de Cuéntame), siempre iba de luto
por su marido que murió en el 1939, creo que al final de la guerra civil.
-
¿Por qué les mientes a mis hijos?- dijo la iaia
Roser con voz autoritaria y enojada.
-
No lo hago agrede, iaia. Pero… ¿sabes dónde está
Gabriel?- le pregunté.
-
¡No les mientas más! ¡Tú no eres así!- exigía.
-
¿Y qué hago? ¿Me dejo romper?- le dije molesta.
-
Tienes miedo, y eso no te deja avanzar.- dijo
seria y seca.
Le miré a los ojos a través del espejo, pero me giré, quise
irme al sofá, noté la brisa a mi derecha, miré y a tan solo medio metro de
distancia tenía a la iaia Roser.
-
Debes admitir que tú infancia es solo un
recuerdo, ahora debes seguir adelante, pase lo que pase.- explicó la iaia
Roser.
Era muy dura en sus palabras, siempre me habían contado que
ella carecía del sentido del humor, pero hasta ese momento no comprendí que era
así realmente. Aunque ella estaba en luz, siguió siendo así de exigente
conmigo, porque estaba enojada por lo que había hecho. Uriel no se dignó a
decir ni hacer nada, parecían que estaban los dos contra mí, así que me senté
en el sofá y me puse la televisión a un volumen alto.
Cuarenta minutos más tarde, regresó el Tiet Josep, me enseñó
el piso de arriba, y luego me fui a casa. Pensé que él me había fiado lo que
había pasado esa tarde, pero no fue así, le contó a la noche a la iaia Filo lo
que había pasado, pero se mantuvieron en secreto.
No volví al colegio, pasó el martes y el miércoles, hice lo
mismo, hasta que recibí una llamada del tutor en casa, a una hora que todavía
mis padres no habían regresado a casa. Fingí estar enferma de una gripe
complicada, se lo creyó, pero cuando llegó el miércoles a la tarde, Uriel y yo
nos fuimos a dar un paseo, Gabriel seguía sin dar señales de vida, así que no
quería esperar más porque en el colegio ya sospechaban si era cierto o no.
Nos fuimos a la estación, y empezamos a ir hasta el puente
del Tren, me quedé un rato allí mirando hacia Vic, en silencio.
-
¿En qué
estás pensando? ¿Qué hacemos aquí?- preguntó Uriel.
Respiré profundamente, y empecé a caminar por la vía hacia
el puente del Tren, Uriel me agarró de la mano y tiró de mí para que no fuera,
le miré.
-
¡Suéltame!- le dije.
-
¡No! ¡Es
muy peligroso, está a punto de llegar el tren, Laia! – dijo Uriel con
lágrimas en los ojos.
-
¡No queda otra!- le dije.
-
¿Te
quieres suicidar? ¡No lo hagas por la gente de la clase! ¡Ni por nadie!- Uriel
estaba desesperado.
-
No voy a hacer eso. Pero tengo que hacer esto.
Confía en mí.- le dije.
Uriel me dejó de la mano, empecé a caminar y escuché que él
iba detrás, me detuve, le miré.
-
Tú quédate aquí. Tengo que hacerlo sola.- le
dije.
-
¿Y si
viene el tren?- respondió preocupadísimo Uriel.
-
Todo saldrá bien. ¿Confías en mí?- le dije.
Uriel dijo que si con la cabeza, le mostré una sonrisita,
miré hacia la vía del tren y simplemente caminé por el puente del tren, hasta
llegar al otro lado. Toqué el poste, cerré los ojos y esperé. Noté un impulso
del corazón que me decía y me animaba a volver, lo hice, a paso tranquilo. De
fondo, escuché el Tren, me detuve, mirando el río, para terminar respirando
profundamente, cerré los ojos de nuevo, el tren se acercaba, y se acercaba,
sonando la bocina, porque el conductor ya me había visto, y si no empezaba a
correr, iba a ser mí último día en la Tierra.
Abrí los ojos, el Tren estaba solo a cinco pasos, miré a
Uriel. El Tren volvió a tocar la bocina.
HR.
HERO&Corporation.