Empecé a correr lo más rápido que pude, pero sabía que no llegaría, ¿era mí último minuto en este plano de los vivos? Seguí corriendo, me quedaba más de la mitad del puente para cruzar, el tren no podía frenar hasta llegar a su punto, porque el semáforo estaba en verde, el conductor seguía tocando la bocina, y yo seguí corriendo. Notaba el motor del tren como calentaba mis piernas, no estaba corriendo lo suficiente, me iba a dar una hostia…
Noté unas manos fuertes agarrándome por la cintura, me agarraba tan fuerte que mis pies no tocaban el suelo, volaba. Miré a mi izquierda, y sonreí, era Gabriel que había cargado conmigo en brazos, corría más rápido hasta que llegamos al otro lado.
- ¡Agárrate fuerte al poste!- gritó Gabriel.
Obedecí, él me rodeó con su cuerpo, mientras que el Tren pasó muy cerca nuestro. Gabriel me había salvado la vida, Gabriel estaba conmigo, ¡ya era feliz!
- ¿Por qué has intentado suicidarte? – Me preguntó enojado Gabriel, agarrándome por los brazos, mirándome directamente a los ojos. - ¿Quién te ha enseñado a ponerte así en peligro por egoísmo? ¿Estás tonta o qué? ¡No sabes lo preocupado que he estado, cuando he recibido tu llamada de socorro! ¿Me quieres dar un susto de muerte y enviar todo a la mierda o qué? ¡No vuelvas a hacer algo así, nunca más! ¿Me entiendes?- dijo Gabriel, por acto reflejo me estrujó contra su pecho, me dio un beso en la mejilla mientras respiraba más tranquilo.
Nunca lo había visto así, lloraba y todo de la preocupación.
- No quería hacerlo, pero no me ha quedado otra. No me quería suicidar. Solo quería… quería… pensé que si me ponía en real peligro, vendrías directamente a salvarme.- le confesé con lágrimas.
- ¿QUÉ?- gritó Gabriel.
- ¡Llevo días llamándote y no contestas! ¡Necesito que me ayudes con una cosa de la escuela! ¡No aguanto más!- le dije llorando.
- ¿Y me llamas así? A ver, Laia… Hay cosas que debes hacer sola, ¿sabes? Porque mientras yo estoy aquí contigo, estoy dejando atrás a otras personas que también me necesitan. – explicó Gabriel, el enojo no se le iba, sino más bien lo contrario.
- ¡Muy bonito! ¿Y lo mío, no lo es de importante? ¡Tengo Bullying en clase! – le grité.
Me dio la mano para continuar caminando despacito hasta la estación que era dónde estaba Uriel mirándonos preocupado. Pero no le agarré la mano y caminé delante de él.
Gabriel nos acompañó a dar una vuelta por el paseo del Ter, mientras que le contamos lo que pasaba, comprendió que la situación era muy grave, así que me agarró la manito en señal de disculpa.
- Voy a ayudarte, pero no puedo venir hasta mañana por la tarde. – dijo Gabriel.
- Vale. Pues hasta mañana a la tarde no iré a clase.- le dije.
- No, no, amor. Debes ir a clase mañana por la mañana, yo iré por la tarde, veré lo que te pasa y estaré contigo ayudándote, el tiempo que sea necesario, amor. Pero tú debes ir a clase, porque como tus padres descubran esto, quizás te pasen cosas peores, ¿sabes?- intentó convencerme.
- Entiendo lo que dices, Gab. Pero es que… no tengo fuerzas… son muy hostiles conmigo, hacen como que yo no existo. Digo algo, se ríen, hago algo, se ríen, pregunto algo, me ignoran… ¡no puedo más!- le dije estaba muy triste.
- Es que tengo que regresar en la misión que estoy. Pero a las tres de la tarde, estaré contigo. ¡Te lo prometo! – dijo Gabriel agarrándome las dos manos, se agachó para mirar-me directamente a los ojos.
Nos dimos un abrazo muy fuerte, que terminé llorando en su hombro, en cuanto levanté la cara, estaba en las nubes volando con Uriel y Gabriel. Pisé la tierra del parque del cementerio, Uriel y yo nos volvimos a casa, Gabriel desapareció con la esperanza de verlo mañana a las tres para ir juntos a clase.
Cuando me levanté el jueves, intenté con todas mis fuerzas ir a clase, incluso recorrí el camino hasta llegar a la calle San Jaime, solo tenía que doblar a la izquierda y llegar a la puerta de los mayores. No pasaba por el pabellón porque era demasiado camino, pero a pesar de que ya eran casi las nueve menos cuarto, llegaba quince minutos tarde. Me quedé allí parada, mirando la calle San Antonio.
- Vamos, Laia. Se lo prometiste a Gabriel.- dijo Uriel.
- No puedo.- le dije.
- ¿Qué?- dijo Uriel.
Crucé la calle y caminé por la calle San Jaime hasta llegar en el Rossiñol, Uriel intentó convencerme pero no pude, regresé a casa.
Al mediodía vino mamá, como si nada, yo simplemente me puse a jugar al monopoly ¡, lo sé era triste jugar con el Bilbo y Uriel, pero era lo que tenía. Todo parecía bien, hasta que llamaron al teléfono, respondí yo…
- ¿Si?- dije.
- ¿Laia, eres tú?- dijo el tutor Josep.
Mierda… nunca había llamado tan tarde.
- Si.- dije.
- ¿Están tus padres en casa?- preguntó Josep.
- No, no. Esta tarde vendré.- le dije.
En ese momento mi mamá regresó de la cocina.
- ¿Quién es, Laia?- preguntó mi mamá.
Le ignoré.
- ¿Ya estás mejor?- preguntó Josep.
- Si, si. – dije.
Mi madre me robó el teléfono y se lo puso en la oreja. Mierda. Se enteró de todo.
Sabía que la había cagado tanto, que pensé que estaría tan castigada que jamás volvería a ver la luz del Sol. Después mí madre, llamó a mí padre y se lo dijo… ¡Dios! Aquí me entró un miedo en el cuerpo y en el corazón, que durante los quince minutos que tardó mí padre en llegar del trabajo a casa, fueron los quince minutos más largos y más sufridos de mí vida y de todas mis vidas.
Escuché como se cerraba la puerta de la calle, todavía estaba jugando al monopoly, pero se hizo el silencio. Bilbo se fue a la puerta a saludar a su abuelo, y yo, me quedé sin palabras, parada, pensando… ¿voy a salir viva de esta? Le fui a abrir la puerta a mí padre, me miró con ojos rabiosos, y me cagué doble…
- ¡Recoge esto!- dijo con autoridad al ver el monopoly.
Le hice caso, papá dejó las cosas en el sofá y se fue a la cocina, mamá le terminó de explicar lo que yo había hecho. Entonces, vino papá me miró con autoridad.
- ¡Cómo no vayas al colegio esta tarde, te encierro en un internado!- me amenazó papá.
Acepté mí derrota. Papá se fue a comer, me obligó a ir con él y comer, fue muy extraño porque no se escuchaba a nadie hablar, solo el noticiero dando las noticias del día y los cubiertos en los platos. Agarré después la mochila, y me fui a clase… entré en clase, no me escapé ni nada… recuerdo que llegué pronto y estuve en el patio esperando. Los demás me miraban, y yo solo miraba al cielo a ver si veía a Gabriel aterrizar, algunos miraron el cielo, en plan <¿qué está buscando?>, pero no veían nada.
Gabriel acudió puntual, entonces sonó el timbre y subimos a clase, tocaba clase de naturales, pero era partida con la clase de ampliación de inglés. Me tocaba estar en clase de naturales con el tutor, cuando me vio no me sacaba el ojo de encima, intenté ver por qué tema andaban, habían avanzado bastante, incluso ya les habían dado la mitad del tema, me faltaban tantos apuntes… Josep se acercó a mi mesa, miró la libreta lo que tenía apuntado de la última vez que estuve en clase, le pidió los apuntes a una compañera de clase, y me mandó a secretaría a hacer fotocopias de todos los apuntes que me faltaban por pasar a la libreta, eran más de 15 páginas. ¡Madre Mía!
No me dijo nada el tutor, se ahorró todos sus comentarios, por lo menos ni me quiso poner en ridículo delante de la clase, ni quiso decirme nada. Pero a la mañana siguiente, escuchaba los comentarios de los compañeros, que sabían lo ocurrido. ¿Por qué los profesores contaban mis cosas personales a mis compañeros si yo no les quería compartir nada? Solo era más material para hacerme daño… ¡a la mierda la confianza!
Ya me sentía suficientemente ridícula yendo a una clase que cualquier cosa que hiciera o no hiciera, ya era símbolo para burlarse de mí. ¿Qué pasó con los profesores? Pues, no les conté como eran, los peores eran los siguientes: el tutor que impartía informática y naturales; la de inglés se llamaba Elisabet y aunque en la primaria en inglés iba en ampliación, ahí me degradaron a refuerzo, porque cambió mucho la forma de enseñar la materia, empezamos con la gramática y allí me perdí… ya no eran clases divertidas, con ilusión como hacía la Nieves… la Elisabet parecía estar más con dos pies en la tumba que de nuestro lado, el de los vivos… además, te miraba con esa cara de amargada… que en serio… no daba ningún gusto conversar, todo lo que le decías, le parecía y le caía pésimo (tenía la actitud de Vicente Maroto de La que se avecina, para que se hagan una idea).
Luego, estaba el profesor de tecnología y plástica llamado Ángel, un amor aunque en tecnología digamos que me aburría bastante, pero en plástica me enseñó a sacar ese Miguel Ángel que llevamos todos dentro y no lo sabíamos. Durante el verano que esperaba ir a la secundaria, impartí clases con mi tio Rafalé que hace tiempo pintaba cuadros, me enseñó técnicas importantes como la perspectiva y los colores, y con él pinté algunos retratos, paisajes y bodegones muy bonitos.
El profesor de Sociales, era extraño pero muy divertido, me caía super bien, se llamaba Melchor. Curiosamente era vecino de mí abuela y él nunca intentó burlarse de mí, pero si que hacía bromas con todos nosotros. Aunque me costaba mucho entender como tenía que aprender la materia para aprobarla, siempre me tenía en cuenta y a la larga, las bromas eran mutuas.
HR.
HERO&Corporation.
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