Estamos a tan solo 1 capítulo para terminar la segunda temporada.
Tengo pocos recuerdos de cómo pasé de estar despierta a empezar a hacer efecto la anestesia, aunque la aparición del Maestro Orange, fue antes de ponerme anestesia. Solo recuerdo que me hicieron tumbar y enseguida ya estaba dormida aunque notaba que me quitaban la bata y me preparaban, noté un pinchazo en el brazo izquierdo y acto seguido me separé del cuerpo.
Flotaba en paz, por encima de mí cuerpo, mientras que los médicos intentaban devolverme a la vida, entré en parada cardio-respiratoria, miré el reloj el tiempo iba más lento, pero llevaba una hora y media de operación. Del ombligo salía un tubo que me conectaba con el cuerpo, sonreí, aún no había fallecido, pero estaba separada de mí cuerpo, como si hubiese entrado en el astral.
- Laia… Laia…- identifiqué la voz del arcángel Uriel que me llamaba a mi izquierda.
Detrás de la puerta había un pequeño ventanal redondo, ahí vi a Uriel que me decía con una mano que fuera con él, le obedecí. Para volar en el Astral solo debes desearlo, es muy fácil. Traspasé la puerta como un fantasma, y cuando vi al Uriel me quedé fascinada, brillaba mucho su aura en tonos naranjas.
- Wow, ¡brillas mucho, Dary!- dije.
- Ven…- me ofreció su mano.
Le agarré la mano, la podía notar, claro ahora estaba en su misma vibración o casi en la misma. Volamos por un pasillo y regresamos a la sala de espera dónde estaban todos mis familiares, en silencio, preocupadísimos, pero por primera vez, pude ver a sus ángeles sin hacer ningún esfuerzo, entre ellos sentado en una silla apartado de los demás, estaba el Arcángel Gabriel. También brillaba mucho, era ¡impresionante! Cuando nos vio, saltó de la silla y fue hacia nosotros.
- Gab… ¡Wow!- dije impresionada.
- ¡Regresa! ¿vale? – dijo con los ojos negados de lágrimas.
No le pude contestar me pilló de sorpresa, quería darle una abrazo, pero Uriel me agarró y me frenó.
- ¡No hay tiempo! Te esperan…- dijo Uriel.
Por las palabras de Gabriel, aún no estaba claro si iba a morir o no esa noche, pero verlo así, me rompió por dentro. Uriel me llevó al final del pasillo, pasamos una puerta y todo se volvió blanco, tan blanco que no podías distinguir si flotabas, caminabas o qué. Cuando ese blanco se disipó, empecé a tener mucha calor, y poco a poco me di cuenta que estábamos en el aire libre, concretamente en un campo de trigo en pleno verano. La brisa nos azotaba el pelo y el trigo picaba suavemente nuestros brazos, el Sol era fuerte pero todo se veía con mucha luz, como si los colores fuesen más vivos, además que por dentro me sentía muy en paz, aunque no sabía dónde estaba, sentía que estaba en casa.
Al final del campo de trigo, había tres árboles, un roble, un olivo y un pomelo. Debajo del Olivo había un hombre con la tez tostadita, el pelo larguito morocho, con rulos, vestía con una túnica blanca sujetada por una cuerda vieja, nos miraba con una sonrisa, a pesar de tener la barba tupida.
- ¡Ahí está!- dijo Uriel saludando desde la distancia, el señor nos devolvió el saludo mientras que caminábamos hacía él.
- ¿Quién es?- dije.
Nos acercamos al Olivo, pero antes de subir por un caminito, Uriel se detiene y me obliga a girarme, le miro a los ojos.
- Yo me quedo aquí. No tengas miedo, mi amor. Él es un buen amigo, ¿confías en mí? – dijo el Arcángel Uriel.
- ¿Por qué no vienes?- le dije algo asustada y curiosa al mismo tiempo.
- No puedo, porque él ha pedido verte a solas. Pero cuando termines, volveré a por ti. – dijo Uriel.
- Vale.- dije, no tuve más remedio.
Uriel me ayudó a subir por el camino que hacía una pequeña colina y un escalón, sin subir, simplemente me ofreció su mano y me ayudó, una vez arriba, me dejó la mano, me giré le dije adiós con la mano, él sonrió y me devolvió el saludo. Cuando volví a mirar hacia adelante, el otro ser que al no ver sus alas intuí que era un Maestro Ascendido, me miró con una sonrisa, dio un par de pasos hacía a mi pero se detuvo, me miró a los ojos y sonrió. Los ojos eran verdes pero mostraban una amabilidad que le emergía desde lo más profundo de su corazón.
- ¿Tienes miedo?- me preguntó, su voz era profundamente dulce, algo en el corazón me hizo sentir que estaba hablando con algún familiar que solo no recordaba desde cuanto hacía que no hablaba con él.
- No. ¿Quién eres?- le pregunté.
- Ven, tengo que presentarte a alguien. – dijo, me ofreció una mano, me quedé mirándosela porque vi que tenía un agujero en medio de la mano redondo pero algo grande.
Le miré con sorpresa, le agarré la mano pasé un dedo por el agujero, le volví a mirar y él sonrió mientras que me mostraba la otra mano, tenía el mismo agujero, entonces vi que en los pies también tenía agujeros. ¡No podía ser, era él!
- ¡Jesús!...- dije sorpresiva pero susurré en realidad, él sonrió.
- Me alegra de volver a verte, Laia. ¡Ha pasado mucho tiempo! – dijo.
Me puse a reír y automáticamente me lancé a darle un abrazo por la cintura, él la aceptó con algunas carcajadas. Luego acepté su mano y nos fuimos a caminar por el bosque.
- Maestro Jesús, ¿Ya estoy lista para…? Espera… ¿Estoy muerta?- dije pensando en voz alta.
- No, no… sigues viva. Solo estás de paso. Quiero presentarte a unos amigos que serán muy importantes para ti, porque dentro de un tiempo estarán en tú dimensión. – explicó el Maestro Jesús.
- ¿Dónde estamos? ¡Sé que el cielo no existe pero… me siento como en casa, aunque no reconozca nada!- dije mirando el paisaje.
- Efectivamente, el cielo no existe al igual que el infierno tampoco. Pero en una cosa has acertado, estás en casa. Aún no lo recuerdas, pero viviste aquí en una de tus vidas, ¿Sabrías decirme el nombre de la ciudad?- preguntó el Maestro Jesús.
Dije que no con la cabeza.
- Estamos en el Jardín de los deseos, la parte más frondosa y que casi nadie visita, de la ciudad Cruz del Sur. Mira, allí está la Tierra. – señalizó el cielo, se veía un punto fijo en el firmamento aunque fuese de día, realmente estaba lejos de casa pero me sentía en casa.
- ¿Estoy en la casa de Dios?- pregunté ilusionada y sorprendida.
- Si, es una forma de decirlo. – dijo con una sonrisa Jesús.
Quería seguir paseando y pasarme aquí un tiempo largo, pero de repente pensé en mis padres, ellos seguían en la sala de espera del hospital, intentando que yo no muriera y me sanase lo antes posible. Pero ¿quería volver? ¿Quería volver a mi vida a-social? Un lugar dónde me costaba tanto hacer amistades y que además en clase la cosa era complicada, ¿quería volver a eso o ya me podía quedar allí?
- ¿Por qué me cuesta tanto hacer amigos en clase, Maestro Jesús?- le pregunté preocupada y ya un poco desesperada porque desde parvulitos que la cosa está así.
- Siento mucho por todo lo que estás sufriendo, y me gustaría poder decirte que todo se va a arreglar, pero…- no terminó la frase, se quedó en silencio.
- ¿Pero?- pregunté.
- Se va a complicar más. – Me miró con los ojos vidriosos.
- ¿Más? ¡Ahora si que no quiero volver a casa, prefiero morir!- dije.
El Maestro Jesús se detuvo y se puso de rodillas ante mí, para mirarme directamente a los ojos, me volvió a mostrar sus manos.
- Lo sé, asusta y te gustaría quedarte. Pero si yo pasé por esto. – me mostró sus manos con los agujeros.- tú podrás pasarlo también. Está escrito que debes pasar por ello, no simplemente por ti, por los aprendizajes que aún debes reconocer en ti, sino, piensa en tus compañeros de clase. Ellos en el futuro van a hacer cosas muy importantes, ¿recuerdas por qué estás con ellos? – preguntó.
- Si, pero me hacen sentir tan mal…- dije casi a punto de llorar.
- Nuestro trabajo no es que te hagan sentir el rey del mundo o el rey de reyes, nuestro trabajo es silencioso y extraño. Solo con el tiempo empezarán a comprenderlo todo, ten fe en ti, en el destino que tú espíritu ha elegido experimentar. Además, tienes una responsabilidad con ellos, debes acompañarlos en lo qué harán, porque la ascensión del planeta depende un poco de ti también. Elegiste pasar por esto, y te sentirás abandonada en muchos momentos, pero nosotros estaremos contigo, aquí. – me puso la mano en el pecho.- Yo me sentí abandonado, cuando estuve en la Cruz, pero mi padre nunca me abandonó, y nosotros tampoco lo haremos. – explicó el Maestro Jesús.
Todos debemos pasar por nuestra propia crucifixión, una experiencia que no es agradable a la vista, pero es necesaria porque el espíritu ha elegido antes de encarnar pasar por ello, y nosotros como cuerpos no nos acordamos, nos da miedo y a veces queremos recular o simplemente evitarlo en todo momento, pero el destino es el que es. El Maestro Jesús tuvo que pasar por la crucifixión, porque se suponía que sus parábolas eran blasfemias, mientras que el pueblo esperaba el gran Mesías, y resulta que por egoísmo y miedo no quisieron reconocerlo hasta que tuvo que pasar por ese tormento y luego, resucitar a partir de ese momento el pueblo se inclinó ante él cuando ya estaba ascendido en la quinta dimensión.
Aunque he aprendido mucho sobre ello, y en ese tiempo no tenía mucha idea de lo que pasó realmente al Maestro Jesús, sus palabras me ayudaron a comprender que el destino lo elige el espíritu y el cuerpo solo acata órdenes. Si hay miedo, es por la incertidumbre que pasa el alma al no saber si lo que se debe hacer va a tener un resultado positivo o negativo. Como pueden ver, cada parte de nuestro SER tiene sus obligaciones, el espíritu guiarnos hacia nuevos horizontes, el alma hacernos recordar de dónde venimos y si lo que está a punto de suceder ya lo vivimos antes pero de forma negativa, y el cuerpo solo experimenta las indicaciones del espíritu y siente todos los sentimientos del alma.
HR.
HERO&Corporation.