Cuando llegó el lunes, a primera hora después de rezar, porque ese día quería llegar a la hora, levanté la mano y la Laura me dio permiso para hablar.
- ¿Por qué no se siente alguien al lado de la Saida? No debería estar sola.- dije.
- Los lugares ya están adjudicados y estarán todos así hasta final de curso, Laia.- respondió la Laura.
- No me parece que sea bueno para ella… recién llegada, un idioma nuevo, una vida nueva… no es bueno que se pase las horas de clase sola si no entiende nada de lo que le decimos.- le expliqué.
- ¡No se hablé más, Laia!- gritó la Laura.
- De acuerdo. Pues con su permiso, déjeme que le enseñe algo.- le dije.
Empecé a sacar los libros del cajón y todas mis cosas, los agarré.
- ¿Qué haces?- preguntó la Laura.
- Si usted no le pone a nadie, ya me ofrezco yo.- le dije, mientras que me trasladaba al lado de la Saida, ella sonreía alegramente.
- ¡Vuelve a tú sitio Laia!- gritaba la Laura.
- ¡Ni de broma! Yo no voy a tolerar esto, ¿sabe?- le dije mirándole a la cara directamente.
- ¡Aquí mando yo!- exigió la Laura.
- Pero no de corazón y alma, porque está podrido el suyo. ¿Cómo puede permitir algo así, por dios?- le dije.
Coloqué mis cosas en el nuevo pupitre al lado de la Saida, ignorando a la Laura.
- ¡Te quedarás sin patio!- decía la Laura.
- ¡Y usted sin titulo si alguien superior se entera de esto!- le respondí.
Empezó a resoplar fuerte pero no dijo ni hizo nada más, no nos tocaba con ella la primera hora, así que se tuvo que ir. A partir de ese momento, el reto era muy diferente, no eran pasar las horas en clase y esperar a que llegase el verano, sino que me había propuesto algo grandioso que yo misma podría hacer sin problemas, tenía que ayudar a la Saida a entender los conocimientos, sin hablar yo ni una palabra de Marroquín y ella sin hablar ni catalán ni español, ni mucho menos inglés.
Mientras que la gente de la clase, dejó de reírse de ella, volvieron a mí, me daba igual, pero a ella ni tocarla, porque clase a clase podía ver el esfuerzo que hacía ella para poder aprender los conocimientos. Incluso le tuve que enseñar lo más básico en clase de lengua, para que aprendiera a chapurrear un poquito y de aquí ir reforzándolo. Me centré tanto en ella, que incluso mis notas empezaron a mejorar un poquito, seguía sin hacer la tarea, pero ella si que hacía las cosas.
A la hora del patio, se venía el Sergi a jugar con nosotras dos, y los tres hacíamos un trío hermoso de muy buenos amigos, incluso a la Saida le devolvió la sonrisa y las ganas de aprender eran tan fuertes, que durante esos dos meses que faltaban de curso, la Laura no pudo meterse conmigo, de hecho se quedaba calladita, estupefacta como la Saida conseguía sus objetivos, chapurrear el catalán y el español, aprender a decir los números en varios idiomas y reforzarle las matemáticas. Para ayudarla más, le compré un cuadernito de refuerzo dónde extra fuera del colegio le decía que repasase la suma de una, dos o más cifras, las divisiones, multiplicaciones, y yo se lo corregía porque en eso iba super bien.
También le regalé los libros de cuentos infantiles de parvulario que tenía en casa, para que practicase la lectura, nos pasábamos a veces la hora del patio repasando la lectura y así aprendió a leer tanto en catalán como en español. Incluso le regalé un cuadernito de buena letra, para que practicase, porque dónde estudió en Nador, les enseñaron muy poco a escribir, ella me decía que había dejado la escuela por ser mujer, allí me di cuenta por primera vez que la cultura musulmana es muy machista y chapada a la antigua, pero lo respeto.
Una niña de nueve años estaba haciendo el trabajo que la Laura debería estar haciendo, y además de forma gratuita y sin pedir nada a cambio, ni siquiera nadie que le dijera qué lo debía hacer. Como se puedan imaginar, les di una gran lección tanto a la Laura, como a la directora, porque un día vino a clase y nos vio, se quedó sin palabras. Fue entonces, cuando se acercó a nuestra mesa, y después de valorar que lo que había aprendido era gracias a mis intenciones de integrarla con el resto, me miró con sus ojos cafés…
- De acuerdo Laia, el próximo año, este centro tendrá programa de integración de inmigrantes. Tienes razón y no sabes lo avergonzada que me siento al respecto, lo siento mucho de verdad. No era consciente del problema…- dijo la directora Assumpta.
- Disculpas aceptadas.- le sonreí humildemente.
Finalmente, llegó el fin de curso de 3r de Primaria y con ella regresaba la libertad, el buen tiempo y la buena vida. La Saida tal y como me había puesto como objetivo a final de curso aprendió a chapurrear y a tener una pequeña conversación en los dos idiomas, tanto en catalán como en español, solo faltaba que el próximo curso le fuera reforzando un poquito más, porque le faltaba bastante práctica. Durante la última semana del curso, las niñas de clase decidieron hacer un baile para presentarlo en la fiesta de fin de curso, como era muy buena idea, un año más me presenté y colaboré bailando para todos los alumnos del centro, y la Saida por sorpresa también se quiso apuntar, pero no fue bien recibida.
- ¡La morita esta no entrará en nuestro baile, ¿entiendes?!- decía la Júlia.
- ¿Quién eres tú para faltarle al respeto a mi amiga, eh Júlia? Ella si quiere bailar, lo hará, te guste o no, lo hará.- le exigí.
- No, no, en mi grupo no entran moros.- insistía.
- ¿Lo haces porque no sabes si sabe bailar o por una cuestión de su origen?- Le pregunté, pero la Júlia se me quedó en silencio mirándome directamente a los ojos.- Por qué te recuerdo que en el grupo se han apuntado los niños y entre ellos está Mohamed, y a él no le impides que esté, pero a la Saida si. ¿Lo entiendes tú?- le dije mirándole a la cara sinceramente.
La Júlia suspiró indignada, echó un paso atrás.
- A ver que levante la mano ¿quién no quiere que la Saida esté en el grupo de baile?- dije yo mirándoles a los demás.
Solo levantó la mano la Júlia, los demás por primera vez entraron en razón, incluso noté la mirada de Gerard cómo si me felicitase por la acción, ya que nadie más se atrevía a hacer. Quizás el miedo les corrompía por dentro, pero si alguien se metía con mi amiga Saida, yo daba la cara por ella y lo que fuese falta, porque en eso consiste en la amistad, en no dejarla atrás y ser su apoyo cuando el mundo parezca que le vaya en contra. Le eché huevos, pero porque según la gente los míos están hechos de otra pasta que al parecer no se encuentran en muchos lugares.
La Saida se puso feliz al saber que había tanta gente que sí la querían dentro del grupo de baile, así que entre todos le enseñamos lo que ya habíamos empezado a ensayar, ella se esforzó para aprenderse los pasos, vi que a ella también se le daba bien eso de bailar, así que tampoco le supuso mucho esfuerzo. La Júlia por un momento pensé que renunciaría, pero no, ella quería bailar por última vez con esos compañeros de clase que había conseguido hacía unos años. Se tragó su orgullo y su racismo para que pudiera ella también celebrar su último día de curso con nosotros. A pesar de las diferencias, siempre he querido lo mejor para ella, aunque ella no lo viera igual.
El día antes de finalizar el curso, los demás chicos y chicas de clase que habían renunciado a no bailar, porque no les apetecía antes de empezar a ensayar, cuando se dieron cuenta de que era parte de ese baile, un regalo para despedirnos de la Júlia, se apuntaron, incluso la Laura, la profesora. La Cristina me ofreció que les ayudase a los nuevos a entender los nuevos pasos del baile, supongo que vio que ya me sabía el baile en su totalidad sin tener que pensar ni contar en los pasos que venían. Recuerdo que ese año bailamos una canción de Britney Spears – Baby give me more.
Si me dejo llevar por la canción, aún me salen esos pasos, será que el tiempo está vivo dentro de mí y cuando más consciente eres de la realidad que vives, mejor guardas los recuerdos de esta vida (y de las otras también regresan como agua de mayo).
Para la escenografía del último día, de parte del vestuario teníamos que ir todos con camiseta blanca y pantalón tejano, junto con un sombrero de campo (mi padre me dejó su sombrero de cuando arreglaba el jardín de casa). Como camisa no tenía, le tuve que pedir a mi madre, me iba un poco grande pero servía, entonces la Saida me dijo que no tenía sombrero, así que le pedí al tiet Josep si me prestaba el suyo para mi amiga, que se lo volvería enseguida, muy amablemente me lo prestó y se lo dejé.
La verdad es que fue un regalo muy bonito para la Júlia, lo que no sabía era la sorpresa que le teníamos preparada. Después de esa canción, venía otra que ella no se había preparado, pero porque se suponía que escenificábamos en plan como si fuéramos un grupo de cantantes, y ella solo tenía que estar en medio mirando nuestro baile. Ese si que no recuerdo la canción exacta, pero fue muy bonito también.
Al final, antes de terminar oficialmente el curso, nos pusimos cada curso en corro para cantar la canción de despedida, que cada año era la misma y no entendía porqué. (La canción era aud lanye Sagne) pero yo me quedé sin palabras, cuando la gente empezó a cantarla como tradicional en catalán, con los brazos en cruz agarrándonos las manos con los de los lados, pero yo no la cantaba en catalán ni en español, de hecho no me sabía la letra, pero la empecé a cantar… en arcturiano. Cuando terminé y la gente gritaba de felicidad porque el verano acababa de empezar, y otros simplemente lloraban de tristeza, porque la hora del adiós y de la entrega de los claveles a los de Sexto siempre era difícil. Yo me quedé en el sitio, intentando comprender qué carajo acababa de cantar en el idioma oficial de Agartha.
Gabriel apareció delante de mis narices feliz, gritando con una cara de felicidad extrema que por la emoción me abrazó, yo no pude corresponderle el abrazo, me quedé como una pasmarota, rayada por lo que había cantado.
- ¿Qué estaba cantando en arcturiano?- susurré.
- La canción de nuestros sueños, mi amor.- respondió Gabriel seguía feliz.
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HR.
HERO&Corporatión.