No le pude decir nada más, porque él se puso a saltar abrazado a mi y yo por inercia me tuve que poner a saltar, abrazándolo esperando a que nadie me viera abrazar al aire a lo tonto. Pero cuando me fije, Sergi estaba fijamente mirándome con una cara descuadrada, me quise detener pero no pude, Gabriel inevitablemente me empujaba a seguir saltando, esta vez en círculos.
- ¡Para Gabriel! ¡Nos están viendo! Bueno… ¡qué me están viendo a mí! ¡Para!- le exigía pero Gabriel por la emoción no me escuchaba.
Sergi se acercó a mí y se puso a saltar a mí lado, puso un brazo encima de mis hombros y el otro encima de los hombros de Gabriel, que le agarró de la espalda para seguir dando vueltas saltando. La gente le podía ver.
Quizás ese momento fue único y especial, la primera vez que alguien que no fuera yo lo vieran. Ahora que el tiempo ha pasado tanto, lo entiendo más, como había tanta gente revuelta porque los cursos ya se habían separado, la gente corría por dónde quisiera, la gente se podrían pensar que a lo mejor era un alumno de Sexto o un visitante, porque a partir de ese año el último día de clase era a puerta abiertas, la gente de la calle venía a ver los espectáculos (solo familiares y ex alumnos). Aunque las visitas solo podían estar en los palcos y no en el patio, pero como si él se hubiese saltado esa norma por unos minutos.
Fue en ese momento cuando me pude fijar que había escondido las alas, y que iba vestido con camiseta blanca y pantalón vaquero negro, podía pasar perfectamente por cualquiera, quizás Sergi no se dio cuenta de que realmente estaba medio abrazando al arcángel San Gabriel, el diosito de los mensajitos de Dios y que muchos no saben pero también es el Dios de los nacimientos.
Cuando finalmente terminamos de dar vueltas saltando, Gabriel me abrazó con mucha fuerza, me dio un beso en la mejilla y se separó para abrazar a Sergi, entonces se comportó.
- Disculpa a mi amigo, es muy cariñoso, Sergi.- le dije con una sonrisa de complicidad.
- ¿Quién es tú amigo?- preguntó sin dejar de mirarle a la cara.
- ¡Uy discúlpame que no me he presentado, soy… Gabriel! – por un momento pensé que iba a decir la palabra <arcángel> antes de su nombre, le dijo con una sonrisa.
- Sergi. ¿Estudias aquí?- le preguntó Sergi arrugando la frente.
- No, he venido a ver el show. Habéis bailando muy bien las dos canciones. ¡Me ha gustado mucho! – Nos felicitó el arcángelito.
Me tuve que aguantar la risa, por no molestar a Sergi, así que le pasé un brazo por su cintura y le piqué suavemente, para que dejase de hacer lo que hacía.
- Le gusta bailar, mucho. Él me ha ayudado a terminar de pulir las canciones.- le expliqué a Sergi.
- Vale. Un placer,… ¿Cómo era?- dijo Sergi.
- Gabriel.- dijo le dio unas palmaditas en el hombro y le miró a los ojos directamente incluso cuando se fue con los demás.
Me puse delante de Gabriel le agarré de las manos y tiré de él para que dejase de mirar a Sergi y me mirase a mí.
- ¡Qué amigo más interesante tienes, mi amor! – dijo Gabriel.
- ¡Hey…!- le chisté los dedos delante de sus ojos y me miró.- ¿Qué haces aparecido aquí?- Le pregunté.
- Hacerte compañía mi amor. ¡No te preocupes que con tanta gente ni saben que nos conocemos! – respondió convencido de lo que decía.
- Ahora Sergi si. ¿Tienes permiso para hacer esto?- le pregunté.
Gabriel se me quedó mirando torciendo la boca.
- Parece mentida que me preguntes eso, Laia. ¡Sí, claro que tengo permiso!- respondió el arcángel.
Me puse así porque se suponía que estaba de incognito todo lo relacionado con la 5D, y tenerlo allí que a los demás podían verlo, me resultaba algo un poco vergonzoso, porque me daba miedo de lo que podrían decir de él. Miraba alrededor, tenía la esperanza de que quizás se imaginasen que conozco a alguien de otro curso.
- ¿A quién buscas? – me preguntó.
- Si te ven conmigo la gente sospechará. Debes irte.- le dije.
- No querida, no me iré a ninguna parte. Sergi me podía ver, los demás ni saben que existo. Puedes estar tranquila, mi amor. Nadie sabe que nos conocemos. – respondió Gabriel decidido.
Le miré a la cara sorprendida.
- Sergi te acaba de saludar.- le dije.
- Si, lo sé. Pero no sabe quién soy realmente. – dijo tan calmado.
- ¿Porqué lo has hecho ante él? – le pregunté.
- Tenía ganas de presentarme ante tus mejores amigos, me has hablado tanto de ellos, que… lo siento, pero quería conocerlos. Por cierto… - dijo buscando a alguien.- Me falta presentarme ante la… Saida. ¿Dónde está? – dijo seguro de sí mismo.
- ¡Ni se te ocurra, Gab!- le grité presionando con fuerza sus manos.
Él me miró con sorpresa directamente sus ojos verdes penetraron en mi alma como si fuera un intruso, pero lo cierto es que no sentía que un intruso me recorriera el alma, sino alguien conocido, sin querer resoplé del gusto que sentía.
- ¡Dale, preséntame a la Saida! ¡Dale, mi amor! Que después de lo que has conseguido con ella, no me puedo sentir más contento por ayudarla tan bien. ¡Dale, preséntamela, por favor! – insistía como un niño chico.
- ¡Por supuesto que no! ¿Qué le digo? <Mira Saida te presento al arcángel Gabriel, que por cierto es quién me ayuda a ayudarte, y ahora ha venido porque quería conocerte en persona> ¿Eso?- le dije a Gabriel.
- ¡Si, es perfecto!- dijo y saltó de alegría ilusionado.
Mi cara cambió repentinamente a mirada lasciva casi amenazándole de muerte, él se detuvo de dar saltitos y se quedó mirándome.
- ¡Qué sosa eres a veces, Laia!... ¡Luego no me vengas en que no me esfuerzo para conocer a tus amigos mejor, eh! – decía Gabriel arrugando la frente como si le molestase mi reacción, pero era divertido picarlo de vez en cuando.
- La conocerás si el tiempo lo desea, así que rézale mucho a Diosito que a lo mejor, te lo concede con el tiempo.- le dije dándole unas palmaditas encima de su pecho, luego me giré para caminar hacia la fuente que había después del patio cubierto.
Escuché su sonrisa sorda, pero antes de que pudiera seguir caminando hacia los demás compañeros que seguían emocionados por el último día de clase, Gabriel se colocó delante de mí para impedirme el paso y detenerme.
- ¿A dónde vas? ¡Voy contigo! Uriel me ha dejado que cuide de ti, él ha tenido que irse. – dijo.
- Tengo que subir a buscar mis cosas.- le dije.
- De acuerdo, ¡vamos! – dijo se colocó a mi derecha, me agarró de la manito y dio un paso pero yo me detuve.
- ¡Así no quiero! ¡Hazte invisible para ellos!- le exigí dejándole la mano.
Gabriel dijo que si con la cabeza, cerró los ojos, yo aún lo seguía viéndolo y cuando lo abrió para saber que realmente los demás ya no lo veían, se fue con alguien y le pasó la mano por delante de los ojos, al ver que no se daba cuenta de nada, supe que estaba visible solo para mí o para los conectados.
Me despedí de la clase, del lugar dónde había pasado uno de los peores cursos, porque el acoso escolar se intensificó un poquito más. Allí a dentro se quedaban recuerdos dolorosos, pero dentro de mí corazón permanecerían conmigo hasta que tuviera el valor suficiente de volverlos a hacer frente y sanarlos, aunque fuese escribiéndolos en estas líneas que les he estado compartiendo años después.
En cuanto la Laura llegó a clase, me quedé mirándola fijamente, mientras que cargaba la mochila de los últimos libros y el álbum de fin de curso. Me coloqué la mochila en la espalda y agarré la artesanía de plástica que hicimos para el fin de curso, para caminar hacia la mesa de la profesora. Me detuve delante de ella y le miré a la cara directamente, ella me miró, dejó de recoger sus cosas.
- Quería decirle algo, antes de irme.- le dije.
- ¿Si?- dijo la Laura.
- Solo espero que las cosas a partir de ahora vayan mejor, porque como empiece usted el próximo curso con la misma mala onda que empezó conmigo, en su espalda se tendrá que hacer responsable de la muerte de muchos alumnos, porque con el nivel de depresión que da, alguno no llegará a los veinte años. – le dije.
- ¿Cómo dices, Laia?- dijo la Laura asustada, se le encallaban las palabras al decirlo.
- ¿Aún no se ha dado cuenta del infierno que me ha hecho pasar de curso o qué? Todos los días castigada sin recreo, por no estudiarme sus poemas, o por ayudar a la Saida a poder pasar de curso y enterarse de la clase. Siempre me ha estado castigando a mí, cuando había más personas que hacían cosas más horribles, yo simplemente por ayudar a otros, cobraba el pastel entero ¿no? – le dije.
La Laura se quedó muda mirándome.
- Yo he sobrevivido, pero yo de usted me replantearía si ser profesora es realmente su verdadera vocación, porque joder a los alumnos por ser buenas personas, es algo que debería cambiar para el próximo curso. Ahora soy yo quién le pone tarea para el verano. Míreme y verá que lo que digo es cierto. ¡No joda a más alumnos, por favor!- le terminé de decir.
Mis palabras y mi cara eran sinceras pero sin estar enojada ni intentaba pasarle mi rencor, solo le quería que supiera que se estaba equivocando. Al verla sin aliento, simplemente supe que mis palabras le habían dado directamente en el corazón, al verla con los ojos como dos naranjas.
La abuela me vino a buscar al colegio, y con ello la abracé de lo feliz que era, de nuevo la libertad, el Sol caliente en la cara, piscina hasta tarde y noches cortas bailando y en familia. ¡No pedía mucho a la vida pero eso era parte de mí felicidad!
El lunes de la siguiente semana, me iba de colonias con el Tripijoc, ese año cambiamos de destino y nos fuimos a la Masia el Collell, una casa de campo cerca del Esquirol (a tan solo media hora o cuarenta minutos de casa). La Masia tenía una norma explicita y era que el último quilómetro y medio se tenía que hacer a pie, por eso el autobús nos dejó cerca de la carretera y un remolque subió las mochilas, mientras que todos los demás subimos a pie, dando un paseíto a las cinco de la tarde por el campo, alejados de la civilización, conectando con el gran reino vegetal.
Recomendación: Tutto Cheide Salvazze - Netflix.
HR.
HERO&Corporation.