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Cuando paseas por la calle, dónde hay miles de personas,
¿qué ves? Sin conocer a nadie, ¿podrías decir qué ves todo lo que son en
realidad o solo muestran lo que quieres que veas? Las personas solo rebelamos
el 1% de nuestra verdadera personalidad, y de todas las vivencias que hemos
tenido, porque tenemos miedo de ser débiles antes los demás y nos lastimen aún
más.
Los únicos que pueden decir que aún no tiene ningún trauma o
solo uno, son los bebés recién nacidos. A partir de ahí, la humanidad está a
merced de los conflictos emocionales y debe defenderse del mundo hostil que le
rodea. Pueden pasar noventa años, pero cuando llega el momento de morir, cada
persona acumula dentro de ella misma, un sinfín de emociones y conflictos, la
gran mayoría sin ser sanadas, ni perdonadas, aún y así pasa por la muerte, ¿y
qué pasa luego, desaparece? No.
Si al morir tienes remordimientos y no has sanado nada, tú
espíritu recibe esas heridas, y como no te has reconocido en luz, porque eres
hijo de Dios y dios es amor y es luz, vas al umbral o directamente te quedas entre dos dimensiones, siendo un fantasma. Todas las heridas emocionales
que tienes, nunca te han lastimado el cuerpo, pero si el corazón, y cuando eres
un espíritu junto el alma, notas esas heridas tan fuertes que parece que te
estén apuñalando el corazón constantemente, así es lo que llaman vivir un tormento en la no-vida.
Todavía estas vivo, todavía tienes tiempo para reconocer tus
heridas, reconocer de dónde vinieron, y empezar a gestionar el sinfín de
emociones que has experimentado, para comprender el aprendizaje y sanar tú
alma. Si cuando te haces una herida en el cuerpo te la curas ¿por qué en el
alma no lo haces también? Pero claro, reconocer tus errores, es como fallarle
al Ego ¿verdad? El ego no sabe lo que es el perdón, porque el Ego nació cuando
tuviste el primer trauma, nació pensando que si los demás te lastiman, yo me
tengo que proteger y por eso, con cada trauma el Ego se hace más fuerte, con
cada miedo el Ego se apodera de una pequeña parte más de ti, y eso le dices dignidad
y también orgullo.
¿Orgullo de qué? ¿De pisotear a los demás porqué a ti te
pisotearon antes? ¡El corazón se hace más débil y las heridas más fuertes si
piensas así! Cuando el EGO se ha apoderado de más de 50% de ti, se le cambia el
nombre a Egocentrismo. Dejas de empatizar con tú alrededor y te piensas que
eres víctima del sistema, víctima de las atrocidades que ha hecho la gente
contigo, buscas un verdugo a fuera de ti, cuando los verdugos y las víctimas NO
EXISTEN. Todos somos ALUMNOS aprendiendo a AMAR.
¿Por qué cuando te peleabas con alguien en el colegio, el profesor
decía <darse un abrazo>? Te estaban enseñando que vivir con odio hacía el
otro que es en realidad otro alumno que está aprendiendo a ser mejor persona
cada día, no puedes vivir en una guerra constante entre víctimas y verdugos.
Comprendemos que lo hayas pasado muy mal, y en ocasiones hayas tenido
pensamientos muy duros de quitarte la vida o de lastimar a otros porqué
pensabas en venganza o en huir, pero la vida es para aprender.
La persona más fuerte, antes fue la más débil, pero
la persona más fuerte ahora, no es aquella que lastima a los demás para
sentirse poderoso, sino que es la persona que comprende que las personas
provocan daño pero llega un día en que alguien les hace aprender que lastimar a
otros, tampoco es la solución acertada, en cambio comprender y empatizar con el
dolor ajeno, hablas con la persona afectada, llorará y llorarás, pero al final no
pensarás ni en venganza ni te sentirás mejor por haber sido capaz de destruir a
otros. Sentirás ese sentimiento de HERMANDAD que tenemos todos los humanos un
poco atrofiado últimamente, da un abrazo en vez de indagar en sus heridas para
sentirte mejor.
Hoy te recomendamos que veas esta película, es la segunda parte de NOSSO LAR es completamente real:
Iniciamos la TERCERA TEMPORADA, ¡muchas gracias por leerla y compartirla!
La doctora Zaragoza me miró de una forma como si fuera la
primera vez que estuviese delante de alguien como yo, no dijo nada, tan solo
miró a mí madre que ella tampoco entendía lo qué le dije, me volvió a mirar,
tragó saliva.
-Si, vale. De acuerdo. Pero ve despacio, ¿vale?
Aún tienes los puntos muy frescos.- dijo la doctora.
-Ok. No te preocupes, no tendrás que regresarme a
quirófano.- le dije con una sonrisa.
No pudo devolverme la sonrisa y se giró, caminó varios pasos
hasta que se volvió a girar.
-¡Ah, por cierto! Me han dicho que te ha sentado
bien el zumito, ¿te ves con ganas de cenar o quieres esperar a desayunar
mañana?- preguntó la doctora.
-Si, si, quiero cenar.- dije.
-Tiene mucha hambre, doctora. Lleva cuatro días sin
comer por dónde toca, le he tenido que parar antes con el zumo, porque se lo
quería beber de un sorbo.- comentó mí madre entre carcajadas.
-¡Está bien! Hablo con las enfermeras y te
traerán cena para ti.- dijo la doctora.
En realidad la doctora Zaragoza no tenía por qué visitarme
ya, su trabajo terminaba en cuanto despertaba de la anestesia, pero vino a
visitarme varias veces. Aunque a las nueve de la mañana pasaba mí médico, él
era quién partía el bacalao ahí. A la hora de la cena, cuando vi lo que me habían
traído, parecía que estaba en el paraíso, aunque fue un caldito y un puré de
verduras, para mí era como si realmente me hubiese quedado con el Maestro
Jesús. Cené tan a gusto, que mis padres no podían evitar reírse por las caras
que ponía. Aunque mis compañeros de habitación, que por cierto compartía con
niños más, solo recuerdo el niño de cinco años llamado Jan que se había roto el
brazo y le habían operado de no sé dónde… era un niño cristal, tenían que tener
mucho cuidado con él. El otro, no recuerdo si se llamaba Dylan o Germán… pero
era de familia dominicana, tenía ocho años, allí era la mayor de todas.
Aunque hay que decir que antes de Jan, había una chica que
le cambiaron de habitación porque empeoró, le habían operado de lo mismo que
yo, pero no paraba de vomitar, la pobre, esta niña tenía un año más que yo.
Creo que se llamaba Ana Isabel, la madre me recordaba mucho a la Mari Luz, una
vieja amiga de mí madre.
Esa misma noche, mí tio Quim nos vino a visitar con una
sorpresa, vino mí abuela Filomena y el Tiet Josep. ¡Qué alegría me dieron al
verlos! Mí abuela por la emoción me vino a dar un abrazo con la mala pata de
que me tocó los puntos, joder… vi las estrellas, al ver que gritaba paró.
-¿Qué pasa?- dijo mí abuela emocionada y asustada
al mismo tiempo.
-¡Ay, no toques aquí, tengo los puntos iaia!- le
mostré con mí voz de quejica.
-¡Ay, perdona!- me dio un beso en la mejilla y yo
se lo devolví.
Al estar en Barcelona, le costaba más venir, el tío Quim y
la tía Rosa María tuvieron un lindo detalle. Me sentí muy agradecida. Las
lágrimas de mí abuela, me rompieron por dentro, al pensar <nunca he estado
tan cerca de morir> aunque no recordaba nada de lo que me había sucedido con
la visita del Maestro Jesús, pensé <dios me acaba de dar una segunda oportunidad>.
A pesar que no había hecho nada malo como para darme una advertencia cómo esta,
integré ese segundo pensamiento, y me dije a mí misma <voy a vivir la
vida> no quería volver a pensar negativamente más, esa actitud no era la
correcta para solucionar los problemas que me sucedían, así que a pesar de que
ya hacía un año casi que no pensaba tan negativamente, no volví a ser
persistente en eso. Aquí la gente empecé a llamarme ilusa por ser positiva
incluso en los momentos en que la vida se iba a acabar.
Pero claro, cuando decides darle una visita a Azrael, el
arcángel de la muerte (en ese tiempo, ahora es el Maestro Calak), y él te da
una segunda chance, no sabes valorar lo que realmente importa y el resto son
solo detalles que forman parte del proceso de aprendizaje.
Me desperté a la mañana siguiente, casi cuando llegaba el
médico con su ejército de residentes. Según los informes de las enfermeras, la
cena también me sentó de maravilla, así que había esperanzas de volver a casa
esa misma semana. Sobretodo porque yo tuve una visión de que ese mismo jueves,
estaría en mí casa.
-¿Cuánto tiempo voy a estar aquí, doctor?- le
pregunté curiosa.
-¡Uy, es muy pronto para saberlo! Pero, quizás la
semana que viene puede que vayas a casa.- respondió el doctor mientras se
cruzaba de brazos.
-No lo creo, doctor. Este jueves, ya podría ir a
casa, ¿no?- le dije.
-¡Laia, deja que el doctor decida cuando!- me
gritó mamá.
-¡Es verdad! Yo me encuentro bien, este jueves
puedo ir a casa. Ya voy al baño bien, las pruebas están saliendo bien, y puedo
comer y dormir normal, además creo que ya no me están dando tanta medicación,
¿verdad?- me expliqué.
-Te han bajado las dosis, eso es verdad… y lo que
dices también… pero, creo que estás teniendo una ilusión, pasa mucho después de
una operación tan complicada como fue la tuya.- intentó explicarme el doctor.
-No es una ilusión, doctor. ¿La toxina que se
había escampado por mí sangre está estabilizada ya?- pregunté.
El doctor alzó las cejas en señal de sorpresa.
-¿Cómo sabes eso?- preguntó el médico.
-Entré en peritonitis aguda, lo sé, eso significa
que uno de los dos tóxicos más importantes que almacenaba el apéndice se había
reproducido con tanta facilidad que incluso lo había escampado por la sangre.-
dije.
Mi madre me miraba con la boca abierta, miró al doctor, como
si intentaba hacerse creer que estaba inventado cualquiera.
-Si, eso es lo que pasó. ¿te lo contó alguien?-
preguntó el médico.
Dije que no con la cabeza.
-¿Miras series de médicos?- preguntó el doctor.
Volví a decir que no con la cabeza, hacía mucho tiempo que
dejé de ver Urgencias, la serie americana.
-Entonces, ¿cómo sabes eso? ¿Lo has leído?-
preguntó el doctor.
Volví a decir que no con la cabeza.
-Simplemente lo sé.- dije.
No lo pude decir porque la información la aprendí en una
vida dónde fui médico, y esa toxina la había estudiado con detenimiento, pero
nunca había operado un apéndice. En ese tiempo la tecnología no era tan
avanzada como ahora. Pero no lo podía decir, porque los ángeles me aconsejaban
mejor mantener el pico cerrado.
El médico se fue al pasillo junto a los residentes, mí madre
salió un momento, vi que hablaba con el médico, pero no llegué a escuchar qué,
porque Jan estaba llorando porque le dolía el brazo roto.
La familia me regaló tantas cosas, que la mesita ya no cabía
nada, tuvimos que dejar muchas cosas en el armario, esperar a que llegase papá
para que se llevase unas cuantas, él venía todas las tardes para estar un rato
con nosotros después de trabajar, de hecho salía una hora antes y se iba hacia
la diez de la noche.
-Te traje los deberes del colegio, he pasado por
ahí así mientras que estás aquí los haces.- dijo papá.
No jodas. No los hacía en casa, los iba a hacer en el
hospital. Abrí la mochila y vi que me habían puesto todos los libros, como si
fuera un inicio de curso, ¿no? Luego papá me entregó un papel dónde habían
apuntado todo lo que supuestamente habían hecho en clase, y que tenía que tener
hecho para enero. Lo revisé, pero puse una cara que me enojé, escuché los pasos
de Uriel que venía a mí derecha.
-Si, Dary… los profesores se han flipado. ¡Esto
no puede ser!- dije susurrando.
-¿me lo
dejas ver, por favor?- preguntó Uriel.
Giré levemente la hoja hacia la derecha, y él se dispuso a
leer, mientras que yo veía como mamá y papá hablaban.
-Si, se han
flipado. ¿Qué vamos a hacer? – preguntó Uriel.
-Algo se me ocurrirá.- dije.
Papá interrumpió la conversación al darme un regalo, era una
caja envuelta, la abrí y me quedé sorprendida.
-¿Un celular?- dije asombrada.
-Si, creo que ha llegado el momento de que
tengamos uno en casa.- dijo papá.
El mundo del mañana empezaba a ser ya una realidad, mi madre
tuvo su primer celular, ¡qué alegría! Ahora esto les parecerá una chorrada,
porque vivimos en un mundo dónde el celular es algo muy importante, pero en el
2004 solo algunos de mí clase tenían un familiar con celular.
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